El plan era simple. Desde las oficinas del equipo de Ricardo Lagos la crisis de la Nueva Mayoría abría un espacio de oportunidades. Calcularon, no sin fundamento, que una figura legítima, sabia y con capacidad de gobernar se impondría con facilidad si arreciaba la crisis.
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Ricardo Lagos podría ser el abanderado de un amplio espectro político por aclamación. Con o sin primarias, su nombre sería la respuesta obvia a un escenario decadente. Su fuerza (o la fuerza de su pasado), su sabiduría y su capacidad de articular acuerdos, renovarían el escenario de una política devenida en fallida. El plan estaba claro. Sonaba moderadamente sencillo, administrable al menos.
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El trabajo más difícil, el de unir los intereses de los partidos de izquierda con las exigencias del empresariado nacional, parecía bastante recorrido. Ricardo Lagos volvería a nacer para dar un nombre, una representación, a ese proceso.
Nuevamente el plan sería el mismo: recorrer el camino desde la izquierda hasta la Iglesia y el empresariado. Era un camino conocido por tantos años y con sumo éxito. Y era el camino del macho alfa. El 99% de las disputas que gana el macho alfa son conseguidas por mera presencia, incluso en su vejez, casi por un miedo metafísico, incluso por el terror a ganarle. Lagos era el macho alfa, el dedo contra Pinochet, la autoridad civil capaz de enfrentar al dictador militar.
Ese era el plan hace un año, con Burgos llevando a Lagos a La Moneda, con Lagos hablando fuerte y claro al empresariado para criticar al Gobierno. Ese era el plan cuando Lagos vio que en las investigaciones cualitativas su nombre parecía ser la respuesta al caos. Su nombre sería la restauración: de la confianza del pueblo en la República, de la tranquilidad del empresariado en sus inversiones. Ese era el plan.
Pero no funcionó.
Ricardo Lagos deseaba que la estructura de relaciones del bloque oficialista diera con una fórmula que coincidiera con su voluntad de volver a la Presidencia de la República. Pero no fue posible.
Hoy Ricardo Lagos se ve obligado a debutar desde el voluntarismo y no desde el realismo político. Después de una larga trayectoria construida y cimentada con la consistencia que lo caracteriza, hoy debe apostar a una jugada osada que vaya en busca de la historia y que no espera que la historia vaya en busca de él. Es un enorme llamado a su liderazgo. Pero el llamado no lo hicieron los otros. Es un llamado hecho por él mismo, donde por una vez juega al todo o nada: o su potencia queda confirmada o su potencia queda desmentida.
El primer paso fue un éxito: la operación de proclamarse candidato generó un rotundo impacto y anuló, en principio, los rumores sobre su debilidad resultantes de la encuesta CEP. Pero hace rato que la política dejó de ser 70% publicidad e impacto y volvió a ser esa cosa tan horriblemente cruda que es la política. Por eso es que el análisis que debemos realizar está asociado a una pregunta simple: ¿puede Ricardo Lagos resolver los problemas fundamentales de la estructuración de la política nacional para erigirse él, en ese escenario, como un candidato con posibilidades de triunfo y como un gobernante con posibilidades de éxito? Examinemos esta pregunta.
Las condiciones estructurales que enfrenta hoy una candidatura de Ricardo Lagos son las siguientes:
a.- La base de apoyo electoral que las encuestas predicen señala que Ricardo Lagos carecería de la fuerza suficiente en los votantes para ser competitivo. Desde que su aventura presidencial comenzó a insinuarse, su rendimiento ha sido escaso. La aprobación que posee, estando entre las más altas (en un escenario de bajo rendimiento), no es particularmente interesante. Y la última encuesta CEP reflejó su débil adhesión y la poca confianza en que sea él quien ocupe el sillón presidencial (5%).
b.- La problemática de pacto que vive la Nueva Mayoría nace de una clara tensión entre su ala conservadora y su ala de izquierda, tensión que no ha sido susceptible de ser domesticada. La fórmula no la tuvo Michelle Bachelet y Ricardo Lagos parece tenerla todavía menos, si consideramos las enormes dificultades de aunar posiciones con la izquierda del bloque. El logro inicial de Bachelet, consistente en tener unidos desde el empresariado y la Iglesia, hasta el PC y fragmentos de movimientos sociales, se rompió a poco andar. Hoy esos talentos parecen de otro mundo. Y Ricardo Lagos ha tenido que sacrificar su discurso de centro en el esfuerzo de ir a buscar la aceptación de la izquierda. No sabemos si su nuevo discurso molestará al empresariado, que puede creer más en sus dotes gatopardistas de lo que creyó en esas dotes de Bachelet, pero resulta difícil que esa estrategia conquiste a una izquierda que ve en Lagos a una especie de Tony Blair o el emblema de los neoliberalismos de derechas que han pululado en la zona latinoamericana.
c.- Ricardo Lagos se presenta como candidato coalicional y no partidista. Apuesta nuevamente a su carácter excepcional, al hombre de dos partidos (PPD-PS), a la ausencia de una necesidad de estar al servicio de las instituciones políticas. Esto le da estatura, pero le quita movilidad. Lo sitúa en un escenario que le incomoda: formalmente llega en igualdad de condiciones a las primarias respecto a otros candidatos, lo que resta a su imagen de prohombre.
Pero es peor aún si se explicita el peor pecado del Chile actual: los privilegios. El PS querrá llevar un candidato; el PRSD tiene el suyo (y aunque el partido es ínfimo, el candidato es potente); la DC tendrá que llevar a alguien, pues le haría un flaco favor a Lagos si lo apoya de entrada; el Partido Comunista, con Lagos en las primarias, tiene que llevar candidato. En resumen, Lagos sería el candidato del PPD. Es un escenario que no resalta la excepcionalidad del superhombre político que cultiva Lagos. Y es un escenario donde un triunfo apretado lo dejaría sumido en la incertidumbre. Por lo demás, habrá que agregar, ser el candidato del PPD hoy no es precisamente un subirse a un buque estable.
d.- El flanco izquierdo es una herida lacerante para Lagos. La mera idea de una tercera fuerza por izquierda, con presencia y discurso, le resulta difícil de gestionar. Siempre ha tenido, Ricardo Lagos, plena conciencia de la importancia del significado de la Concertación como coalición de centro más la izquierda y no como mera coalición promedio (centroizquierda). Lagos trabajó e hizo trabajar incansablemente a asesores y medios afines en los últimos años de los noventa para evitar la emergencia del liderazgo de Gladys Marín. Lagos necesita que la izquierda antilaguista opere en extramuros de la polis, es decir, puede tolerar su existencia, pero no su relevancia. La izquierda que no tolera a Lagos debe estar en el ostracismo. De ahí la construcción conceptual de Ottone de que “la ultraizquierda está fuera del diálogo”.
Pero hoy existen dos líderes de la izquierda que, en primer lugar, marcan mayor aprobación que él y, en segundo lugar, ya han quemado las naves de no apoyarlo. Se trata de Boric y Jackson (aun cuando este último nunca dirá “nunca”, al menos se guardará hasta una eventual segunda vuelta y evitará que se vean vínculos con el pasado representado por Lagos).
Más grave que lo anterior, todo parece indicar que en las primarias del próximo año habrá no solo primarias en la derecha y la Nueva Mayoría, sino además en esta tercera fuerza. Y la convergencia en una primaria conjunta de la izquierda será una novedad difícil de soslayar. El Partido Comunista quedará en la coalición de centro y apoyar a Ricardo Lagos le puede costar caro. En resumen, el escenario de la Nueva Mayoría es de sabanitas cortas.
e.- El equipo de asistencia de Ricardo Lagos es uno anquilosado y carente de actualidad en el debate. Sus intelectuales solo defienden a la Concertación y sus únicos compañeros en ellos están en la derecha. Las discusiones de punta de la sociedad les resultan incómodas e incomprensibles. Se sienten atacados en esos debates y carecen de vanguardia. Lagos ha sido más osado que ellos, lo que es sorprendente, pero la articulación desde el diagnóstico hacia la acción carece de la consistencia mínima. Ya Bachelet tenía un equipo pequeño y sin articulación sistémica. No queda claro que Lagos tenga algo mejor hoy.
f,. Si bien los fundamentos de la transición no los creó Lagos, su figura terminó erigida como el pilar fundamental de dicha transición. Quizás por ser el único con la profundidad suficiente para convertirse en un ‘hombre-institución’, el resumen ejecutivo de la era transicional tiene en su fotografía y su nombre el tótem. Hoy la transición es la zona de la falla geológica o, al menos, es la divisoria de las aguas. Es posible que todavía la transición no haya perdido la batalla del juicio social e histórico, pero su territorio es sísmico. Y Lagos está de pie sobre esa falla. Puede ganar la batalla, pero es una batalla. Hace diez años era un activo fijo, hoy se ha tornado un territorio en disputa.
En resumen, las condiciones de inicio de su campaña indican que comienza perdiendo, con una candidatura debilitada, con una coalición en fragmentación y contradicción, sin un soporte de equipo ni una base intelectual, situado sobre un territorio de alta sismología (e incluso de pie justo sobre la falla), con un conjunto de candidatos que sienten tener posibilidades y que podrían abrir la primaria a un juego de muchos actores sin la solemnidad ni la predictibilidad requeridas. Lagos, que siempre pidió que la montaña fuera a él, tiene que ir a la montaña.
Y todo esto es la introducción. Porque he aquí la pregunta: ¿qué explica que Ricardo Lagos, que insistió tantas veces en que la montaña fuera a él, asuma hoy el desafío de avanzar él mismo a la montaña?
Max Weber decía que el carismático debe meter la mano en la rueda de la historia. Y que, la mayor parte de las veces, esa mano sería cortada por la rueda. Pero cuando eso no acontece, cuando la mano logra mover la rueda de la historia, entonces el líder se consuma como tal. La mayor parte de los políticos juegan a simular que introducen la mano en la rueda de la historia, pero la idea es siempre ganar elecciones o posición en la política sin necesidad de hacerlo. Por eso la política tiene afición por el humo. La transición chilena (y Ricardo Lagos obviamente) fue un gran homenaje a no meter la mano en la rueda de la historia.
Desde 2015 la estrategia de Ricardo Lagos era la misma: caer de pie en el futuro sin tener que ofrecer el pasado ni el presente. No funcionó. Hay dos posibilidades para explicar que ahora sí Ricardo Lagos meta su mano en la rueda de la historia: la osadía histórica del líder de época o la desesperación del anciano prohombre ante su apología fallida. Si acaso se tratara de la osadía del líder, lo sabremos cuando veamos un diseñado plan para conquistar el futuro. Si acaso se tratase de lo segundo, simplemente será visible si se detecta que la salida a escena fue el resultado de un presente débil y un reloj anhelante que clama velocidad, pues la vida es breve y la historia es demasiado grande.
Ricardo Lagos se enfrenta a la historia.
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Y esta es siempre una diosa veleidosa, amante de las pequeñas grandes maldiciones. Ya Lagos lo ha vivido. Lo que para Bachelet ha sido sencillo en su trayectoria política, aun sin saber mucho de ella, como ser Presidenta dos veces, como unir fácilmente la izquierda y la derecha, para Ricardo Lagos ha sido siempre una tarea pesada y fracasada. Lagos parece condenado, cual Sísifo, a subir la roca con dificultad. La historia no le ha sido esquiva, pero tampoco le ha procurado un camino sencillo.
Hoy nuevamente la historia lo somete a prueba: debe ir a la montaña, que lo mira con distancia y sin mucho interés. Al llegar a ella encontrará un mensaje y tendrá que saber reconocer si ellos son versos divinos o rezos satánicos.
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Fuente: El Mostrador