En el mismo día a finales de marzo, EE.UU. comenzó una nueva campaña de bombardeos en la guerra aérea contra el Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS), dirigida contra las posiciones de ISIS en la ciudad iraquí de Tikrit, mientras que 1.500 millas de distancia, Arabia Saudí lanzó sus primeros ataques aéreos en Yemen en un intento por detener el avance de los rebeldes Houthi. Las últimas escaladas militares de EE.UU. y Arabia Saudí amenazan con desestabilizar aún más un Oriente Medio en el que los conflictos armados y los desastres humanitarios se han multiplicado, desde Libia a Yemen y de Siria a Irak.
Tanto Arabia Saudí como EE.UU. califican sus operaciones militares de plenamente justificadas e incluso nobles: pero el sangriento historial fáctico de estos dos aliados desmiente esas afirmaciones. De hecho, basta arañar la superficie para descubrir la verdadera razón de la escalada de violencia: la rivalidad creciente entre Arabia Saudí e Irán.
Yemen
La campaña de bombardeos en Yemen golpea a las fuerzas rebeldes Houthi en la capital Sanaa, que los huthis conquistaron en septiembre, lo que obligó al Presidente Abdu Rabbu Mansour Hadi a huir a la ciudad portuaria de Adén. Cuando las fuerzas Houthi parecían también a punto de tomar Adén, el régimen saudí lanzó su ataque.
Lo que el régimen saudí teme es que el control Houthi de Yemen cree una cabeza de puente pro-iraní en el flanco sur de Arabia Saudí. Los huthis son miembros de la secta Zaidi del Islam chiíta, pero históricamente han estado más cerca a la orientación del Islam sunita.
Sin embargo, los ataques aéreos – y la amenaza adicional de una invasión terrestre de tropas saudíes o incluso egipcias – podría ser contraproducente de manera espectacular.
Los bombardeos ya se han cobrado la vida de decenas de civiles y heridos a muchos más, enterrando a familias enteras bajo las casas aplastadas, según testigos presenciales. Al alienar incluso a yemeníes contrarios al avance Houthi, la intervención saudí podría acabar contribuyendo al resultado que se suponía quería evitar.
Según Nussaibah Younis del Project for Middle East Democracy, que escribe en el periódico The Guardian :
«El movimiento Houthi ha sido capaz de avanzar por todo Yemen en gran parte debido a su alianza con el antiguo régimen del ex presidente Ali Abdullah Saleh, y debido a su capacidad para rentabilizar la desilusión con los escasos resultados del gobierno de Abdu Rabbu Mansour Hadi. Aunque Irán puede haber ayudado a la eficacia del movimiento Houthi, no es ni la causa, ni un jugador importante en la nueva guerra civil yemení … Bombardear el país no es enfrentarse a Irán; es hundir aún más al país en la violencia y el caos».
Yemen es el país más pobre de Medio Oriente. En 2011, en medio de las otras rebeliones de la primavera árabe en toda la región, floreció un movimiento pro-democracia, amenazando el régimen del dictador, Ali Abdullah Saleh, apoyado por Estados Unidos. EE.UU. y otras potencias intervinieron para gestionar la transferencia del poder a Hadi, uno de los antiguos vicepresidentes de Saleh, a principios de 2012.
Pero desde entonces, Yemen ha sido desgarrado por una serie de fuerzas contrarrevolucionarias – desde los militares estadounidenses, a al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), ISIS, y el movimiento Houthi, que se ha alineado con el ex dictador Saleh.
El avance Houthi también representa un revés humillante para EE.UU., que tenía la esperanza de utilizar Yemen como base para la nueva y virulenta cepa del militarismo estadounidense: la guerra de los drones. En cambio, la ofensiva rebelde ha obligado a las fuerzas estadounidenses a abandonar sus bases en Yemen, quemando todos sus equipos por temor a que puedan caer en manos del enemigo.
El historial de la guerra de los drones muestra que están lejos de actuar con precisión quirúrgica para acabar con los «chicos malos», como defienden ciertos apologistas militares para justificar las innumerables victimas civiles. Como explica el autor pacifista Tom Engelhardt:
«Más de una década de intensa experiencia con drones nos enseña al menos una lección importante: nuestros robot guerreros hacen la guerra en el sentido habitual del término, pero en otro sentido también. En los lugares que no son oficialmente zonas de guerra estadounidenses, sus operaciones también provocan regularmente guerras. No son una solución militar al problema, sino una parte importante de ese problema».
A pesar de todo ello, después de una cumbre de dos días de 22 naciones árabes a finales de marzo, Arabia Saudí parece dispuesta a dar el siguiente paso. La conferencia concluyó con el compromiso de continuar los ataques aéreos durante seis meses y reunir una fuerza militar conjunta para hacer frente a «los disturbios sin precedentes y amenazas que sufre el mundo árabe.»
El pleno apoyo a la operación del secretario de estado estadounidense, John Kerry, sin duda ha fortalecido aún más la determinación de Arabia Saudí.
Sin embargo, los bombardeos y la intervención pueden provocar, en los próximos meses, un mayor reclutamiento y actividad por parte de AQAP e ISIS. En palabras del corresponsal en Oriente Medio Patrick Cockburn , «Las potencias extranjeras que intervienen militarmente en Yemen, por lo general se arrepienten».
Irak
Mientras tanto, en Irak, EE.UU. dice que su bombardeo contra ISIS en Tikrit responde a una petición del gobierno iraquí. Si bien puede ser cierto en un sentido técnico, la administración Obama no suele explicar que el gobierno iraquí ha sido prácticamente designado por funcionarios de Estados Unidos después de que presionaran para que dimitiera el primer ministro Nouri al-Maliki, que previamente habían elegido a dedo.
Incluso la junta editorial del The New York Times, que por lo general apoya la orientación de política exterior de la administración Obama, criticó la ofensiva aérea en Tikrit.
El 26 de marzo, un día después del inicio de las operaciones, el periódico publicó un editorial que dice :
«Los ataques son parte de una campaña que desde el principio se ha librado sin la autorización del Congreso que exige la Constitución … Obama se apoya en dos autorizaciones de guerra de la era Bush, para Afganistán e Irak, que son insuficientes para involucrar a la nación en la guerra contra ISIS, que ya ha durado ocho meses y podría continuar durante años.
Estos ataques podrían desestabilizar aún más Irak si se percibe que Estados Unidos toma partido por las milicias chiítas – que constituyen el grueso de las fuerzas de tierra que luchan contra ISIS en Tikrit – en contra de la minoría sunita de Irak. Sin embargo, como muestra de lo impredecible que es la dinámica de la región, algunas de las milicias ven a Estados Unidos como el mayor mal y están tan en contra de los ataques aéreos que han anunciado que se retiran de la lucha».
Como en Yemen, las fuerzas gubernamentales iraquíes se ven superadas por una combinación de milicias sectarias y potencias extranjeras. Pero la ironía es que, en este contexto, EE.UU. e Irán están del mismo lado: ambos consideran a ISIS la amenaza estratégica clave en Irak y Siria.
Pero dado que las fuerzas militares y de seguridad iraquíes son débiles – incluso después de años y miles de millones de dólares gastados en formación y equipamiento – EE.UU. depende fundamentalmente de las milicias chiítas de Irak que están alineadas con el gobierno iraní.
Unos 20.000 combatientes chiítas han estado luchando contra ISIS en Tikrit, junto a unos pocos miles de soldados iraquíes regulares. El gobierno iraquíes dice ser capaz de reunir a unos 48.000 soldados en todo Irak, pero es probablemente una exageración. Por el contrario, las milicias chiítas suman aproximadamente 120.000 efectivos, y son mucho más capaces y eficaces como fuerza de combate.
Pero estas milicias son un reflejo de los combatientes de ISIS contra los que luchan: llevan a cabo ataques sectarios contra la población sunita de Irak en el territorio que retoman, mientras que ISIS ataca a los chiítas. Esto explica por qué la revista Foreign Policy publicó un artículo reciente, bajo el título, «Estados Unidos está proporcionando cobertura aérea a la limpieza étnica en Irak».
De acuerdo con un informe del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas :
«A lo largo del verano de 2014, las milicias [chiíes] se desplazaron desde sus bastiones del sur hacia zonas en el centro y el norte controlados por el [Estado Islámico]. Mientras su campaña militar contra el grupo ganó terreno, las milicias parecían operar con total impunidad, dejando un rastro de muerte y destrucción a su paso».
La batalla de Tikrit no ha ido tan bien para las milicias chiítas. En casi cuatro semanas – y a un alto coste en términos de bajas – sólo llegaron a las afueras de Tikrit antes de quedar empantanadas por los disparos de francotiradores, los edificios con trampas explosivas y las dificultades inherentes a la lucha urbana cuerpo a cuerpo.
Ello ofreció una oportunidad a EE.UU., que Washington rápidamente explotó lanzando los ataques aéreos de marzo – sin duda con la esperanza de demostrar a los funcionarios del gobierno iraquí, así como a Teherán que el poder militar estadounidense sigue siendo decisivo en la guerra contra ISIS. EE.UU. rentabilizó su ventaja y exigió que la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria iraní se retirara temporalmente, porque no quería que pareciese que ayudaba directamente a un grupo paramilitar que Washington califica oficialmente de entidad terrorista extranjera.
Las autoridades estadounidenses deben de haber respirado cuando las tropas de Irán y las milicias chiítas aliadas no asaltaron Tikrit; su avance podría haberlas llevado hasta Mosul, una ciudad iraquí estratégica que fue conquistada por ISIS el verano pasado, que cuenta con enormes yacimientos de petróleo.
Pero EE.UU. todavía se enfrenta a los mismos problemas en su guerra contra ISIS. Si no despliega tropas terrestres, EE.UU. se verá inevitablemente obligado a una nueva alianza con Irán cuando llegue la batalla por Mosul. Así que, incluso si Washington ha recuperado la ventaja por el momento, se trata de solo una batalla en la guerra permanente por el poder en la región.
Iran
El giro hacia una mayor intervención militar en Yemen e Irak tiene a los comentaristas y expertos en política exterior preguntándose en voz alta cual es la nueva estrategia de Estados Unidos o si se trata de una profundización de la contradicción insoluble de la política de Estados Unidos hacia Irán.
Mientras los negociadores trabajan para concluir un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán, es demasiado pronto para saberlo. [ El pre-acuerdo nuclear con Irán se alcanzó finalmente el 2 de abril, NdT]
Algunos de los analistas de política exterior más derechistas – y ciertamente todos los que odian a Obama – afirman que EE.UU. están siendo demasiado deferentes con Irán, que ha sido el principal beneficiario de las muchas equivocaciones de EE.UU. en Medio Oriente, a partir de la desastrosa invasión y ocupación de Irak de la administración Bush en 2003.
A finales de marzo, David Rothkopf, director de Foreign Policy, escribió :
«La sabia dureza de la administración Obama hacia Irán en su primer mandato en relación con las sanciones nucleares fue seguida de un segundo mandato que buscaba desesperadamente un acuerdo nuclear que fuese tan importante que todos, desde Teherán a Toledo, Ohio, creen que Estados Unidos desea el acuerdo más que los iraníes y Obama ha perdido en consecuencia su capacidad de negociación».
Es una posibilidad. Pero hay otro resultado posible que todos los dimes y diretes entre Obama y los republicanos – por no mencionar al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu – han hecho posible: el que John Kerry pueda decir de manera creíble a los negociadores iraníes que o aceptan el trato que está ofreciendo, o acabarán teniendo que lidiar con la derecha republicana que solo espera poder llevar a cabo ataques aéreos contra Teherán.
Cualquiera que sea el resultado de las negociaciones nucleares, no es demasiado pronto para decir esto: Estados Unidos e Irán son a la vez aliados y rivales, y en estos tiempos sin precedentes, cada jugador parece dispuesto a apostar a lo grande – a pesar de los riesgos – con la esperanza de una victoria rápida, pero es muy probable que provoquen violencia y desastres humanitarios a una escala horrorosa.
Es más, con la relativa disminución de la influencia militar y diplomática de EE. UU. en la región – consecuencia de fracasos imperialistas anteriores y las corrientes impredecibles desatadas por las revoluciones árabes – Oriente Medio se esta hundiendo en una inestable guerra de todos contra todos, en la medida en la que todas las potencias regionales intentan posicionarse para llenar cualquier vacío que se produzca.
Con las fuerzas revolucionarias a la defensiva, la lógica dominante – al menos hasta ahora – del conflicto es una espiral aterradora de violencia sectaria y el espectro de una guerra civil entre suníes y chiíes que podría extenderse por toda la región. Ya ha provocado millones de refugiados y podría haber millones más antes de que termine.
(*) Miembro del consejo editorial de la revista International Socialist Review y activista socialista en Chicago, EE.UU.
Fuente: Sin Permiso