Existe un antiguo ritual en que los ladrones proceden a defecar después de haber perpetrado el delito.
Para los especialistas es la expresión psicológica de la humillación, un mensaje a sus moradores de que el delincuente no solo es capaz de hacer daño en lo material, sino también una advertencia del daño moral que es capaz de hacer.
Es un mensaje yo estoy acá en lo sagrado de tu hogar, mientras tú estás afuera.
Permítanme la imprudencia de lo escatológico del ejemplo, para referirme a la acción del Presidente Piñera.
Lo que hace el presidente no es un paseo azaroso o casual, como la que cualquiera de nosotros podría hacer una tarde para visitar el centro de la ciudad (sin cuarentena).
Lo que hace el presidente Piñera tiene una conexión psicológica del mismo abuso de poder que realizan los delincuentes al defecar en lo sagrado de tu hogar, busca humillar cuando tu no estás ahí.
Hay en su actuar fuera de protocolo, un deseo incontrolable de mostrarse al mundo (posando en una fotografía inmortal) que es capaz de entrar en lo más simbólico del movimiento social, y sentarse al resguardo de las fuerzas militares.
Por esto, la discusión no es si cualquier persona puede libremente pasearse en la plaza o en la calle, cosa que obviamente todos podemos hacer (sin cuarentena), sino que una discusión mucho más profunda, arraigada en la moral retorcida de quien detenta el poder, de querer decirle a todos que se caga en lo más representativo del movimiento social.
Texto de autor desconocido, publicado en el muro de la periodista Paola Dragnic.