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Los Debates del G8

En la reunión del G8 en Lough Erne, los puntos de vista de Estados Unidos, por un lado, de Francia y el Reino Unido, por otro lado, y finalmente de Rusia, se confrontaron bajo la mirada atónita de los demás participantes. Hubo un intercambio de puntos de vista sobre el equilibrio del mundo en general y, en particular, sobre Siria. También se habló de economía, con vista a levantar el secreto relativo a los consejos de administración de las firmas off shore.


«¿Todavía sirve para algo el G8?», nos preguntábamos en 2008, cuando los entonces presidentes Nicolas Sarkozy y George Bush planeaban reunir a los jefes de Estado o de gobierno de 20 de las 29 grandes potencias en un esfuerzo por resolver la crisis financiera.

El G8 es la cumbre anual en la que participan 8 jefes de Estado o de gobierno en presencia de 2 representantes de la Unión Europea. O sea, no son 8 sino 10. En una discusión, organizada en parte alrededor de un orden del día y en parte en forma de conversación informal, los participantes intercambian sus puntos de vista sobre los grandes problemas internacionales sin la obligación de negociar por ello ningún tipo de resultado.

Sin embargo, la cumbre publica un largo comunicado final, que recoge el trabajo realizado a lo largo del año a nivel ministerial, y una breve declaración de intenciones referente a los puntos sobre los que existe un consenso.

Siria

La cumbre que se desarrolló en Lough Erne (Irlanda del Norte), el 17 y el 18 de junio de 2013, era especialmente importante por tratarse del primer encuentro entre los presidentes Obama y Putin desde la reelección del primero, hace 9 meses.

Después de que Hillary Clinton y el general David Petraeus sabotearon la conferencia de Ginebra (el 30 de junio de 2012), los dos jefes de Estado habían acordado que su primer encuentro les permitiría anunciar una solución de la crisis siria. Sin embargo, a pesar del cambio de equipo en Washington, ese encuentro se pospuso repetidamente mientras que el secretario de Estado John Kerry se perdía en declaraciones contradictorias.

Y el contexto cambió durante este largo periodo de espera. El Líbano está sin gobierno desde que Tammam Salam fue nominado como primer ministro, hace 2 meses y medio. En Arabia Saudita, el príncipe Khaled ben Sultán, ministro adjunto de Defensa, fracasó al tratar de derrocar al rey Abdallah.

En Qatar, Estados Unidos dio de plazo hasta principios de agosto al príncipe Hamad al-Thani para que ceda el trono a su hijo Tamim y se aparte de la escena junto con su actual primer ministro. En Turquía, una mayoría de la población se ha sublevado contra la política de la Hermandad Musulmana que está aplicando Recep Tayyip Erdogan.

En Irán, el pueblo acaba de elegir a un liberal en materia de economía, Hassan Rohani, para ocupar la presidencia de la República Islámica. Y en Siria, el ejército leal al gobierno acaba de liberar la ciudad de Qoussair y está emprendiendo la batalla de Alepo.

En el plano de la propaganda, y al igual que con el caso de Irak en 2003, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos trataron de recurrir nuevamente al «truco de las armas de destrucción masiva»: los gobiernos de esos 3 países supuestamente tienen pruebas del uso de armas químicas por parte de Damasco.

El «régimen de Bachar» ha «pisado la línea roja» haciendo supuestamente indispensable una intervención de la comunidad internacional para «salvar a los sirios» y hasta para «salvar la paz mundial». ¿De verdad?

Ya en manos de Moscú, resulta que las «pruebas» están lejos de responder a las normas de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ). Además, Siria –al igual que Israel– ni siquiera es firmante de la Convención sobre las Armas Químicas. Y, de todas maneras, nadie se explica por qué un ejército en plena campaña de reconquista recurriría al uso de gas sarín.

En realidad, Francia y el Reino Unido están tratando de imponer su propio proyecto de recolonización, acordado entre esos dos países en el momento de la firma del Tratado de Lancaster House –el 2 de noviembre de 2010, o sea cuando ni siquiera existía la «primavera árabe». Para lograrlo están utilizando a los regímenes árabes sionistas, así como Turquía, Arabia Saudita y Qatar.

Por su parte, Estados Unidos «maneja por detrás», según la expresión utilizada por la señora Clinton. O sea, si la iniciativa tiene éxito, Washington la respalda, pero se opone a ella si fracasa. Después de la comedia sobre las armas químicas, Washington se comprometió a enviar amas oficialmente al Ejército Sirio Libre (ESL), pero no al Frente al-Nusra, fuertemente vinculado a al-Qaeda.

Así que la situación no es precisamente favorable para el bando de los colonialistas en el momento de la apertura del G8. Y se complica aún más con las revelaciones de un empleado de la firma de abogados Booz Allen Hamilton, un tal Edward Snowden, quien acaba de publicar una serie de documentos internos de la NSA (la National Security Agency de Estados Unidos), después de buscar refugio en Hong Kong.

La mayor agencia de seguridad del mundo espía las comunicaciones telefónicas y a través de internet de los estadounidenses… ¡y del mundo entero! Y lo hace con la contribución del CGHQ británico, que ayudó a implementar escuchas contra los delegados del G20, durante la reunión de Londres, en 2009. En pocas palabras, los anglosajones (Estados Unidos, Reino Unido y Canadá) llegan al G8 en posición de inferioridad para discutir con sus invitados… quienes evitaron hacer uso de sus teléfonos.

Sobre el tema de Siria, la posición franco-británica consiste por lo tanto en aislar a Rusia para obligarla a ceder. Desempeñando excelentemente su papel, el anfitrión David Cameron denuncia al «dictador-que-mata-a-su-pueblo-con-armas-químicas». Se pronuncia por una conferencia Ginebra 2 para que en ella se tome nota de la capitulación del presidente Assad y se transfiera el poder a los amigos de Occidente. Confirma la entrega inminente de armas a los «revolucionarios», propone una salida honorable para «Bachar», anuncia que se mantendrá la administración baasista y distribuye las concesiones para la explotación del gas. En cuanto a la bandera… ya se sabe que será la de la colonización francesa.

Todo ese parloteo se estrella contra Vladimir Putin. Interrogado por la prensa a su llegada, el presidente ruso ya había declarado, ante un Cameron que no creía lo que estaba oyendo:

«Estoy seguro de que ustedes están de acuerdo en que seguramente no deberíamos ayudar a gente que no sólo mata a sus enemigos sino que además mutilan sus cuerpos y se comen sus entrañas ante el público y las cámaras.

¿Esa es la gente que ustedes quieren respaldar? ¿Quieren ustedes entregarles armas? Si es así, parece que hay aquí muy poca relación con los valores humanitarios que Europa ha venido proclamando y promulgando durante siglos.

En todo caso, a nosotros, en Rusia, eso nos parece inconcebible.

Pero, dejando de lado las emociones y adoptando un enfoque puramente de trabajo sobre la cuestión, permítanme subrayar que Rusia está entregando armas al gobierno sirio legalmente reconocido, en total conformidad con las reglas del derecho internacional. Insisto en el hecho de que no violamos con eso ninguna ley, ¡ninguna!. Y pido a nuestros socios que actúen de la misma manera.»

Putin responde al cotorreo humanitario con su visión objetiva de los hechos y con el derecho internacional. No, Siria no está enfrentando una revolución sino una agresión externa. No, Siria no utiliza armas de destrucción masiva contra su propio pueblo. Sí, Rusia entrega a Siria armas antiaéreas para que se proteja de un ataque extranjero. Sí, las entregas occidentales de armas a los Contras constituyen una violación del derecho internacional castigada por los tribunales internacionales.

El francés y el británico nunca lograron arrinconar al ruso. Vladimir Putin siempre encontró apoyo en algún otro participante –a menudo en Angela Merkel– dispuesto a expresar dudas.

Ante la firmeza rusa, David Cameron trató de convencer a sus socios occidentales de que la suerte de las armas todavía puede cambiar de bando: el MI6 británico y la DGSE francesa están dispuestos a favorecer un golpe de Estado en Damasco. Un agente, reclutado en palacio, pudiera matar al presidente mientras que un general, reclutado en la cúpula de los servicios secretos, liquidaría a los elementos leales y tomaría el poder. Las nuevas autoridades implantarían una dictadura militar que poco a poco dejaría espacio a una «democracia parlamentaria».

Aparte de que todos se preguntan quiénes son los traidores reclutados en el entorno presidencial, la proposición británica no convenció. No es la primera vez que se recurre a esa hipótesis y el resultado es un fracaso. Ya se produjo el intento de envenenamiento contra los miembros del Consejo Nacional de Seguridad sirio y de toma del poder por uno de ellos. Pero el supuesto traidor estaba jugando un doble juego.

Vino después el bombazo que costó la vida a los miembros del Consejo Nacional de Seguridad, atentado sincronizado con el ataque de 40 000 yihadistas contra la capital siria, pero la Guardia Nacional garantizó exitosamente la defensa.

También se produjo el ataque contra la sede del Estado Mayor, realizado por un grupo de kamikazes y sincronizado con la sublevación de un regimiento, sublevación que nunca llegó a producirse. Hubo otras intentonas más pero lo importante es que los planes que ya fracasaron en circunstancias más propicias tienen menos de probabilidades éxito en momentos en que el ejército nacional está reconquistando el territorio.

En su Comunicado Final (desde el párrafo 82 hasta el 87), los participantes en el G8 reiteran su confianza en el proceso de Ginebra, sin aclarar por ello sus ambigüedades. Todavía no se aclarado qué es para ellos una «transición política».

¿Será una transición entre guerra civil y paz o entre una Siria gobernada por Assad y otra gobernada por elementos prooccidentales? Hay, sin embargo, dos puntos ya aclarados: Por un lado, el Frente al-Nusra no debe participar en Ginebra 2 y debe ser expulsado de Siria; y por otro lado, una comisión ad hoc de la ONU investigará sobre el uso de armas químicas, pero será conformada con expertos de la Organización para la Prohibición de ese tipo de armas y de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Es a la vez poco y mucho. Es poco porque franceses y británicos siguen sin renunciar a la idea de que Ginebra 2 debe ser la conferencia de la capitulación siria ante las exigencias de la colonización occidental. Es mucho porque el G8 condena de forma explícita el apoyo del Consejo de Cooperación del Golfo al Frente al-Nusra y porque entierra honorablemente la polémica mediática sobre las armas químicas. Está por ver si todo eso es sincero.

Parece, en todo caso, que Rusia no cuenta con esa sinceridad. En un encuentro con la prensa, al final de la cumbre, Vladimir Putin indicó que otros miembros del G8 tampoco creían en el uso de armas químicas por el gobierno de Damasco, sino por los grupos armados.

Recordó que la policía turca confiscó gas sarín en manos de los combatientes de la oposición siria y que, según los documentos turcos, ese gas les había sido enviado desde Irak [por el ex vicepresidente del Baas iraquí, Ezzat al-Douri].

Lo más importante es que el presidente Putin mencionó repetidamente sus dudas sobre la entrega de armas por parte de Estados Unidos y sus aliados. Subrayó que la cuestión que se plantea no es hacerlo o no sino hacerlo de forma oficiosa u oficialmente ya que, en definitiva, todo el mundo sabe que desde hace 2 años los «comandos» están recibiendo armas desde el exterior.

Dos días después, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, ponía a prueba la coherencia de Washington al señalar que las iniciativas de condena unilateral contra Siria en la ONU y las declaraciones sobre la posible creación de una zona de exclusión aérea son señales que estimulan a los «comandos» de mercenarios, incluyendo a los de al-Qaeda.
La economía internacional

El segundo día de la cumbre fue menos complicado. Se habló de la salud de «la economía mundial», expresión que los anglosajones tratan de evitar favoreciendo el uso de conceptos pragmáticos, como «comercio», «sistemas de tasas» y «transparencia de las finanzas públicas».

Si realmente existe un interés común entre los participantes del G8 es el de ayudarse mutuamente a garantizar el cobro de impuestos y tasas, o sea luchar contra la evasión fiscal que los afecta, aunque también existe un interés de los anglosajones por mantener sus propios paraísos fiscales, interés que no existe entre los demás participantes del G8.

Así que el consenso tuvo que ver con la transparencia de la propiedad de las empresas off shore para poder determinar a manos de quién van las ganancias. También en este caso es poco y mucho. Es poco porque los británicos pretenden conservar su ventaja en materia de paraísos fiscales, pero es mucho en cuanto a vigilar lo que hacen las transnacionales.

Hay que resaltar otros dos temas de consenso: el rechazo colectivo a pagar por las liberaciones de rehenes (¿pero se aplicará eso realmente?) y la invitación que se hizo a la eurozona a que unifique su sistema bancario para prevenir la repetición de crisis financieras internacionales

El G8 se mantiene con vida

En definitiva, el G8 mostró que aún es útil. Si bien había perdido un poco de interés durante el periodo de la dominación mundial estadounidense –en tiempos del «mundo unipolar»–, ahora lo recupera con una base más equilibrada. Lough Erne permitió verificar la envergadura de las vacilaciones de Estados Unidos en Siria y también de la determinación rusa. La cumbre redujo también la opacidad de las compañías off shore. El G8 refleja por un lado la oposición geopolítica entre Estados Unidos (potencia en decadencia), el Reino Unido y Francia (potencias coloniales) y Rusia (potencia emergente), y por otro lado la globalización del capitalismo, al que adhieren todos los participantes.

Fuente: Red Voltaire

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