Algo pasa en Chile. Después del nombramiento del gabinete de la Presidenta Bachelet, vino una serie de críticas por errores y omisiones de antecedentes de los Ministros y Subsecretarios. Hubo efectos inmediatos. Salidas, explicaciones y comentarios. Entre los comentarios, se hizo un análisis de los ministros políticos y su experiencia para la dirección del gobierno. Los cuestionamientos fueron duros. Incluso algunos descalificadores.
¿Quiénes eran los emisores de estas críticas?
Personeros políticos de distintos sectores, que coincidían en que la política de alta dirección está reservada a ciertos sectores sociales (burguesía).
En el subtexto de sus opiniones se percibía claramente la idea de que estos cargos eran para hombres que no provienen de liceos con número y letra, menos de comunas marginales.
Con esto, hacen emerger una de las contradicciones culturales del Estado Republicano Chileno: la dominación de los criollos por sobre los rotos chilenos. Me refiero al “roto chileno” como una categoría analítica, no como el despectivo cultural que se usa habitualmente.
Estos argumentos son excesivamente conservadores. Emergieron desde los inicios de la república, cuando los criollos tomaron el poder, y con sus familias numerosas comenzaron a ocuparse de los oficios de dirección política del Estado. Por eso, no era raro encontrar familias que tenían hijos en el ejército, en la curia, en la alta dirección del gobierno, en las notarias, en el servicio internacional.
Hoy en día esas familias no son numerosas. Sus hijos difícilmente cumplen la función de reproducción del poder. Sus meritos son cuestionables. Ha cambiado su estructura de influencia familiar. No les queda más que luchar por mantener sus espacios actuales de poder, aunque ya sean de avanzada edad.
Emerge un nuevo Chile. Un Chile en donde los rotos se profesionalizan con mucho sacrificio, pero lo logran. Tenemos un nuevo roto que entiende su rol en la sociedad y en la construcción del poder. Sabe que ha sido despreciado por las elites conservadoras. Sabe que puede disputarle el poder.
Tiene ascendientes culturales en la lucha de clases, y en expresiones culturales y populares como la cueca brava o porteña. Sabe enfrentar la adversidad social y que sus posibilidades de desarrollo pasan por pensar cómo hacer de un Chile más igual. Menos jerarquizado.
Inteligentemente ocupa espacios en las Universidades Públicas, porque los criollos ya simplemente no asisten a ellas, pues tienen universidades privadas y confesionales cerca de sus casas, en la cota mil.
Este roto sabe que el poder económico ya no está en manos de los latifundistas de antaño. Reconocen el poder en los megaempresarios, y saben que estos abusan de su poder e influencias en gran parte de actividades económicas que desarrollan. Tienen poder económico para explotar.
También saben que los descendientes de migrantes se han enriquecido, y hoy influyen desde la banca financiera, o desde las oficinas de sus gerencias del retail. Saben que también fueron despreciados por los criollos en el siglo XX.
Este es el nuevo Chile. Se está reestructurando en sus formas de organización social del poder. Eso es lo que nos muestra hoy día el nuevo gabinete. Pero también enuncia una nueva modernización, quizás contradictoria y aun no muy bien definida. No estamos frente a una sociedad más democrática. Estamos frente a la crisis del modelo oligárquico criollo, que está enfrentando días complejos y quizás terminales. Deberemos observar.
Los discursos ideológicos, políticos y culturales deberán hacerse cargo de este nuevo Chile, con propuestas que permitan encauzar esta energía transformadora. Los rotos, los populares, serán en los próximos años parte de la disputa política. Quienes construyan un mejor camino propositivo y de cambio social, pueden lograr tener su respaldo. Por ahora, lo que está claro que los pocos criollos republicanos han sentido el golpe, y se dan cuenta de que no tienen cómo reconstituirse frente a la masificación de los rotos.
Ante esta constatación hay desafíos políticos. La derecha UDI ha empezado a esbozar la idea de volver a las bases y disputar los sectores populares. La izquierda no se puede plantear esa disputa, pues sus raíces históricas están en los rotos y en su lucha contra la oligarquía.
Debemos definir cómo es capaz de conducir y crear en conjunto un proceso de cambios, reestructuraciones y reformas al Estado Republicano Chileno. El objetivo es tener un Estado más popular, integrador y menos excluyente de lo que ha sido en estos últimos 40 años.