lunes, diciembre 23, 2024
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México: López Obrador con el 92% de Probabilidades de Ganar

Si México no estuviera tan lejos de Dios tan cerca de Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador tendría la carrera ganada, según las encuestas. Pero México….es México.


Las elecciones federales en México entran en su última fase a tan solo 28 días de los comicios, donde entre los candidatos presidenciales destaca Andrés Manuel López Obrador con un 92% de probabilidades de ganar el próximo 1 de julio, según un modelo de encuesta publicado este domingo.

El modelo de encuesta, que contempla el mes de mayo, le da un 48% de intención de voto al candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, 20 puntos más que Ricardo Anaya, de por México al Frente y 28 puntos más que José Antonio Meade Kuribreña, abanderado de la alianza Todos por México.

Las probabilidades de que Anaya sea electo presidente alcanzan el 9% y las de Meade, solo un 1%.

El diario explicó que la metodología empleada para la elaboración de la encuesta se basa en modelos que convierten las encuestas en predicciones probabilísticas “después de estudiar la precisión histórica de miles de sondeos”. Para la encuesta de México, el modelo contempla un margen de error de 3.5 puntos por candidato.

Después de que Margarita Zavala, única candidata mujer e independiente, anunciara que se bajaría de la contienda electoral en mayo pasado, se dio un incremento en la preferencia de voto a favor de López Obrador de acuerdo con otras encuestas como Parametria, Reforma, Ipsos y Demotecnia le dan más del 50% de preferencia.

Esta es la tercera vez que López Obrador se postula a la presidencia. En 2006, también iba a la cabeza de las preferencias, pero cometió errores y fue objeto de una campaña que lo mostraba como un peligro para México.

Cuestionó el resultado electoral y acusó a las élites políticas y económicas de haberse coludido en su contra.

En 2012, luego de la derrota frente a Enrique Peña Nieto, el fotogénico candidato del PRI, López Obrador abandonó el PRD para formar Morena, que en menos de tres años se convirtió en la alternativa al histórico PRI y al PAN.

Para ampliar su coalición política y asegurar los votos que lo lleven a la victoria, López Obrador ha pactado con numerosos actores políticos: líderes sindicales corruptos, representantes de la extrema derecha y figuras recién llegadas a la política.

El PES, que espera quedarse con por lo menos cincuenta diputados en la cámara y decenas de alcaldías, es un partido evangélico que se opone a la legalización del aborto y el matrimonio igualitario, dos banderas de la izquierda en el resto del mundo.

Además de su pragmatismo, esta vez lo ayuda que la impopularidad del gobierno actual es enorme: el hartazgo de la sociedad mexicana con la corrupción, el estancamiento económico y la escalada de la violencia criminal en el sexenio de Peña Nieto hacen que López Obrador sea visto como la única alternativa de cambio.

Así que, después de dieciocho años de prepararse para este momento, Andrés Manuel López Obrador se encuentra frente a una oportunidad histórica.

Ha dicho que su llegada a la presidencia prepara una cuarta revolución en la historia de México; desde su punto de vista las tres revoluciones anteriores fueron la Independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución mexicana.

Esta cuarta revolución promete un gobierno nacionalista, austero y que combata la corrupción y la desigualdad. También busca impulsar una serie de enmiendas constitucionales para modificar la reforma energética, eliminar el fuero de los funcionarios públicos e introducir mecanismos de democracia directa, como el referéndum para revocar el mandato del presidente cada tres años.

 


México elige presidente; Duras Opciones y Difíciles Perspectivas

por José Valenzuela Feijóo.

I.- El contexto. Breve referencia.

En México, el patrón de acumulación neoliberal empieza con el sexenio de De Lamadrid, hacia 1982. Los resultados, acercándose a su cuarta década, en términos de crecimiento, distribución del ingreso, ocupación y grado de dependencia, han sido desastrosos. Las garras del narco se extienden, la violencia es igual o mayor que la existente en el Medio Oriente (en el 2017, hubo 25 mil muertos con cargo a la violencia del crimen organizado, tantos muertos como en Siria). Y si el país ha caído en un dramático proceso de descomposición social y moral, se debe en muy alto grado al impacto disolvente que ha tenido el neoliberalismo.

En la historia, procesos de desintegración social y de los códigos morales que acompañan a los correspondientes sistemas sociales, son relativamente frecuentes. Y son progresivos pues van acompañados por la emergencia de nuevas relaciones sociales y de nuevos y congruentes códigos morales. Lo peculiar y peligroso, en el caso de México, es que opera una aguda descomposición de lo viejo sin que emerjan nuevos códigos sociales y morales que reemplacen a lo que muere. En este marco, el ser humano queda en una especie de vacío, de desamparo en el cual ya no sabe cómo debe comportarse y, mucho peor, no sabe qué esperar de los otros.

La gente se acerca al otro y no sabe si encontrará una mano extendida o un revolver que dispara. Se cae, por ende, en una ansiedad profunda y se reacciona con el lema de que todo está permitido, la traición, el robo, el mismo asesinato. Esta situación, es bastante grave y si prosigue, equivale a un suicidio colectivo. La vida humana, valga recordar lo más elemental, no viene resuelta con cargo a mecanismos biológicos. Aquí, lo que opera es la herencia histórico-social, el conjunto de pautas de relacionamiento social que le permiten al homo sapiens resolver los problemas de su subsistencia y desarrollo. En el país, esa red o sistema social, se desintegra y descompone. Lo que pudiera ser muy bueno. Lo grave radica en lo otro, en la no emergencia de un ordenamiento social capaz de reemplazar a lo que se muere.

Una de las expresiones más visibles del deterioro es la corrupción, la que viene alcanzando niveles hasta difíciles de imaginar. En el país, la corrupción no es un invento neoliberal. Es de más larga data. Pero es muy claro que el estilo neoliberal la fomenta y profundiza. Y corroe a los de arriba, a los del medio y a los de abajo. Algunos, creen que es un problema subjetivo, de valores de vida. Y que se puede resolver con prédicas morales, con oraciones y buenos ejemplos. Nada más equivocado: la actual corruptela, que llega a niveles monstruosos, tiene causas objetivas (el patrón neoliberal) y si éstas no se suprimen, la corrupción seguirá.

En este marco, ¿qué alternativas con posible relevancia histórica se pueden barajar? Podemos señalar: 1) se mantiene el modo neoliberal y el país se sigue desintegrando y pudiera incluso volver a perder territorios; 2) emerge una dictadura militar apoyada por Estados Unidos; 3) surge y se desarrolla una alternativa social y política que rechace y liquide al neoliberalismo y apunte a un desarrollo capitalista de nuevo tipo. Abriéndose aquí dos posibilidades gruesas: un capitalismo demo-burgués y nacional o un capitalismo impulsor de la industria pesada, nacionalista y represor (que pudiera embonar con la opción 2).

En las elecciones próximas, Anaya y Meade se inscriben en la opción 1 y López Obrador en la 3: capitalismo demo-burgués.

II.- Anaya, vaciedad e impudicia.

A las próximas elecciones presidenciales, la derecha mexicana neoliberal llega dividida y con dos candidatos bastante mediocres. Uno de ellos, es Anaya, que va por el PAN y los patéticos desechos que van quedando del PRD o “grupo de los chuchos”.

Anaya, siendo del PAN, se inscribe en la extrema derecha mexicana. Con una diferencia nada menor. Es un panista de nueva generación, ya muy alejado de los fundadores, de Gómez Morín y otros que lo siguieron. Este grupo, era de derecha y bastante clerical. Con un rasgo que importa subrayar: se movían en política con un halo de idealismo y hasta de “decencia” que no era menor. Por el tremendo peso del PRI en los antiguos tiempos y por el real ostracismo en que se movían, necesitaban –para subsistir- de una componente espiritual y ética que no era despreciable. Todas las distancias guardadas eran algo parecido a los viejos cristianos, los de las catacumbas. También estaban influenciados por las encíclicas papales con contenido social, como la Rerum Novarum y siguientes. Además, en un porcentaje no menor, sus mejores dirigentes no aspiraban a la política para acumular un buen capital. Por lo demás, para nada eran “curas descalzos”: manejaban grandes haciendas, empresas y bancos. En su estilo, usar la política para engordar el bolsillo, no era propio de caballeros.

Con un más o con un menos, el viejo PAN operaba con esos ingredientes. El nuevo, es uno que se desarrolló con especial fuerza a partir del gobierno de Fox y del despliegue del modelo económico neoliberal. En este caso, el dinero y el poder, logrados a cualquier precio, incluso el de la decencia, se transforman en la primera finalidad de la vida. Aquí, el fin justifica los medios y si es necesario mentir, traicionar, robar y hasta asesinar, se sigue adelante con una impresionante “fuerza de voluntad”. Y se comprende el impacto que esta actitud moral tienen en el ejercicio de la política.

Anaya pertenece a esta nueva generación de políticos panistas. Son como “hijos naturales” de Fox. Entienden la política como un negocio, y los negocios como actividad política. Para ser políticos, creen firmemente que también deben ser capitalistas. Aunque capitalistas un tanto especiales: la mayoría de sus negocios están localizados en sectores improductivos y en la gestión de sus empresas suelen practicar el ausentismo casi absoluto. Delegan la gestión y se limitan a cobrar sus ganancias. En breve, como clase empresarial son un verdadero himno a la inutilidad. Por lo mismo, se pueden calificar como segmento social del todo superfluo.

En este marco, se entiende que en nada contribuyen al crecimiento económico del país. Amén de que, como políticos, son evidentes agentes impulsores de la corrupción. Si alguien quisiera buscar en estos nuevos políticos (“pirruris”, “juniors”, “hijos del Itam”, etc.) una clara concepción del país, una buena comprensión de su historia y un real proyecto de nación a futuro, perderá completamente su tiempo. No están para estudiar y pensar con seriedad: éstas, son actividades que, para ellos, no rinden dividendos.

Anaya es parte de esta nueva generación panista neoliberal, superficial, vanidosa, mediática y muy ajena a los ideales caballerescos de ética y decencia. Tiene algunos negocios que, se dice, son muy turbios y que, en todo caso, le parecen rendir elevadísimos beneficios. Los escrúpulos y el respeto a sus semejantes, no son su fuerte. Es de los “políticos pirruris”, audaces y trepadores, de los que a sus rivales le meten el codo hasta el fondo de la garganta. Su ascenso en el PAN, hasta llegar a ser su dirigente nacional parece marcado por tal estilo.

Anaya, es de los que cultivan lo que parece nuevo, en el mejor estilo mercantil, mediático y publicitario. El ideal, aquí, es vivir a la moda, usando a lo aparentemente nuevo, como factor de prestigio social. Y cambiar de “ideas” y valores como quien se cambia los calcetines. Lo curioso es que, ante lo verdaderamente nuevo, manifiestan un terror metafísico. En materias de economía, por ejemplo, hacen abluciones infinitas: nos hablan de lo “bueno que es el libre mercado” y defienden a rajatabla a economías (como las neoliberales) del todo dominadas por estructuras monopólicas. También señalan que la intervención estatal es dañina y atentatoria a la libertad de los humanos. Confunden estadista con estatista y, sin saberlo, son seguidores de Adam Smith y de los que inauguraron la escuela neoclásica (los “marginalistas”) allá por 1870 o antes. También de Milton Friedman (el que fuera asesor de Pinochet, el dictador sudamericano), en sus versiones más populacheras. Pero se creen libertarios y novedosos.

Este político maneja una oratoria que recuerda a los leguleyos litigantes. O lo que la jerga popular denomina “pica-pleitos”: hablan hasta por los codos y se creen infalibles. Para lo cual, si es necesario decir que el sol es de color negro, no vacilan en hacerlo. Su falta de ideas sólidas tiene expresiones múltiples. Podemos elegir dos: frente a la extrema pobreza, termina por copiar al “populista” AMLO: si éste ofrece 20, Anaya cree ser realista y ofrece 80. Igual que Meade quiere preservar el modelo neoliberal y rechaza volver al pasado. Es curioso, entre 1940 y 1982 (fase “populista”), el PIB crecía entre 6-7% promedio anual. Luego, durante la época neoliberal (de 1982 a la fecha), el PIB crece en el orden del 2.0%. ¿Por qué esta extraña preferencia? ¿Será porque hay un delgado 1% que sí obtiene ganancias espectaculares y no desean soltar el cuerno de oro?

En las últimas semanas, para darle “contenido” a su campaña, Anaya recurre a la “poesía”. Nos habla de niños que ríen, de jóvenes que bailan, de adultos etc. Si Villaurrutia o López Velarde escucharan, se suicidan. En verdad, si como poeta es degradado, como político es de una vaciedad total. Un filósofo alemán, de seguro lo tomaría para ejemplificar la noción de vacío absoluto.

III.- Meade : ceguera y extremismo ideológico.

¿Cómo evaluar el desempeño de una economía? Se pueden privilegiar tres variables: a) los ritmos de crecimiento del PIB; b) la evolución de la distribución del ingreso; c) los posibles cambios en el grado de dependencia externa. La calificación sería alta si el crecimiento es elevado (5-6% o más, por año), mejora la distribución del ingreso (medible por la participación salarial y por el Gini) y, el país eleva su grado de autonomía, económica y política. Desde 1982 a la fecha, en el país ha imperado el modelo neoliberal y en las tres dimensiones que se han señalado, los resultados son desastrosos.

La dependencia se agrava al nivel de parecer ya una cuasi-colonia de EEUU, la distribución del ingreso se torna muy regresiva y más de la mitad de la población gira en torno a la marginalidad. Y en cuanto al crecimiento, en términos de PIB por habitante, la situación es de cuasi estancamiento (gira, gruesamente, en torno al 0.5% anual). El candidato Meade, ha ocupado altos cargos de gobierno en los últimos 20 años. Por lo mismo, es alto responsable de sus resultados. Si hubiera pudor, debería disculparse y hacer mutis por el foro. Irse a un retiro espiritual. Pero no hay tal. Se autoproclama “el mejor” y parece convencido de que el modelo neoliberal es lo mejor. La noche está oscura y lóbrega y él nos habla de un día soleado y angelical. En esto, aparte de una fuerte dosis de cinismo, también opera una sobre-ideologización. Digamos algo sobre este punto, muy típico de estos niños de Chicago.

Por ideología, podemos entender una visión distorsionada de la realidad, en la que la distorsión viene causada por intereses sociales (clasistas, para ser más precisos) tales o cuales. Hay visiones ideológicas que suelen ser sofisticadas y otras que son muy burdas. Durante la Edad Media europea, la filosofía tomista es un buen ejemplo de una visión ideológica sofisticada (para su tiempo). Hoy, en México, la ideología que practican los teólogos del Itam, es una expresión bastante burda y que se importa por completo de algunos textos o cursos introductorios, impartidos en algunas universidades estadounidenses. Intelectualmente, es una basura. En términos mediáticos, ha llegado a ser lo dominante.

Entre otras perlas, esta ideología explica las ganancias del capital a partir del “sacrificio” de su consumo que harían los capitalistas. O sea, si éstos no reciben ganancias, no ahorrarán. Y si no hay ahorro, no hay inversión ni crecimiento. Que los capitalistas se abstengan de consumir (¿son faquires los Azcárraga, Slim y cía.?) es una broma macabra. Y si observamos la experiencia de México desde 1982 a la fecha, vemos que el ingreso que va a los capitalistas ha crecido en términos desorbitantes (la plusvalía llega ya a un 85% o más del Ingreso Nacional), pero han invertido muy poco y el crecimiento ha sido casi igual al de la población. O sea, un desempeño económico aberrante y que contradice frontalmente a la teología de Meade y del Itam. Y valga agregar: en el período neoliberal, la inestabilidad macroeconómica (PIB, Inversión, PIB industrial) se ha triplicado respecto al período previo de 1940-1980. Pero con una desfachatez desopilante, siguen hablando de estabilidad macro.

Otro ejemplo: la ideología neoliberal trabaja un modelo teórico de “libre competencia”. Sus rasgos, poco coinciden incluso con los del capitalismo de libre competencia real (vigente, en el Primer Mundo, allá por el siglo 19). Pero lo que es mucho peor: en el mundo contemporáneo, lo que domina en términos aplastantes son las estructuras monopólicas, en la producción interna y en el comercio internacional. No obstante, la ideología es tan fuerte que insisten en la relevancia del modelo. En toda ciencia auténtica, si la realidad no coincide con el modelo teórico, éste se recompone. Pero en el corpus neoclásico de los Meade, Videgaray y cía., si difieren realidad y teoría, la respuesta es tanto peor para la realidad. Si fueran físicos, seguirían con la física de Aristóteles, renegando de Newton, de Planck y de Einstein. Ideólogos como Meade también ven a la intervención estatal como algo nefasto y también muy anticuado. Pero con su habitual “honestidad”, silencian los casos de China e India, los países de mayor crecimiento en las últimas dos décadas y que han aplicado políticas de intervención estatal muy exitosas.

La lista de distorsiones se podría alargar ad-infinitum. Pero en una nota no es posible hacerlo. La pregunta que emerge es la de ¿por qué tan terca deformación de lo real? ¿Qué factores pueden explicar tamaña terquedad? Para el caso, siempre se recomienda acudir a la interrogante de los latinos antiguos: ¿cui bono? ¿A quién le sirven estas deformaciones de la realidad?

En el caso concreto que nos preocupa la respuesta es clara. Tal ideologización o distorsión le resulta favorable a la muy delgada capa social que se beneficia con el funcionamiento del modelo neoliberal.

En México, se estima que los grandes beneficiados giran en torno a unas 400-500 familias. El grupo es delgadísimo, pero controla el poder económico, el poder político y el poder ideológico del país. Y especialmente con cargo a este último factor (o “dictadura mediática”) se ha logrado imponer una gigantesca falsa conciencia social en el país. Al punto que una parte importante de los más desarrapados terminan votando en favor de los grandes banqueros.

La sobre-ideologización es causal de ceguera. Por lo menos de un estrabismo agudo. Pero en Meade hay algo más. De inteligencia limitada, se auto-proclama como el mejor en todo, hasta de “baby sitter”; un poco más y se dice campeón olímpico, delantero goleador y sucesor de Hugo Sánchez.

Sobremanera, se declara un modelo de honradez. Y también apunta que tiene una larguísima experiencia en el sector público, trabajando para el PRI y para el PAN. Esta alta “elasticidad” va asociada, si creemos en sus palabras, a una miopía excepcional. Ha vivido 20 o más años al lado de personajes cuya corrupción es desmesurada y no ha visto nada, escuchado nada, percibido nada, pensado nada. Por lo mismo se ha quedado calladito. “Quel solitude” diría algún gabacho. ¡Qué ceguera más calculada! diría el pueblo azteca.

IV.-López Obrador presidente: desafíos no menores.

En las elecciones del 1° de julio, el triunfo de AMLO, parece inevitable. Debería lograr entre un 40-45% o hasta más, de los votos totales. La pregunta que muchos se hacen es si el bloque de poder (la “mafia del poder” como la ha bautizado AMLO) se atreverá a incurrir en un fraude que debería ser gigantesco, algo que pudiera incendiar al país. Para la derecha, esta posibilidad, pensamos, “más que un crimen, sería una estupidez”. Algo poco inteligente. Suponemos, entonces, que López Obrador asume la Presidencia. Se trata de un dirigente político carismático, de gran capacidad y con una llegada a los sectores populares que es fuerte y directa.

¿Cuál es el contenido básico del programa de AMLO?

En términos muy gruesos, se pueden señalar: a) es un programa en favor de un desarrollo capitalista, de tipo no neoliberal. Y tal vez más favorecedor de las empresas capitalistas de tamaño medio y pequeño; b) busca mejorar la distribución del ingreso y en este sentido es democrático; c) tiende a recuperar la importancia del mercado interno (recuperar el papel de la industria) y de la regulación estatal. También, suavizar la actual extrema dependencia externa. Tienen, por ende, alguna componente nacional; d) en el programa que se maneja, aparecen algunos componentes neoliberales no menores.

En suma, un programa capitalista, democrático y nacional, con fuertes concesiones al bloque neoliberal. Lo último se expresa en términos de: a) aceptar la autonomía del Banco Central. Con lo cual, se deja la política monetaria y la cambiaria en manos de un sector ultra-reaccionario y que tiene vocación por políticas que provocan duras recesiones; b) se rechaza el aumento de impuestos (en el país la carga tributaria es muy baja), un posible déficit fiscal (a veces, imprescindible) y algún endeudamiento adicional. Con lo cual, las posibilidades de un fuerte incremento en la inversión y, por ende, en el crecimiento, se debilitan y hasta podrían desaparecer; c) la política industrial y la programación industrial que se esgrimió en otros años, parece diluirse y hasta desaparecer; d) sin una fuerte inversión industrial, no hay crecimiento del empleo industrial.

Con lo cual surge una duda mayor: ¿el esfuerzo por mejorar la distribución del ingreso se asentará en los conocidos programas de asistencia (la “limosna estatal”) o en el crecimiento de ocupaciones productivas y bien pagadas? En lo cual emerge el dilema típico: ¿se puede mover la variable distribución sin modificar la variable producción? e) ¿qué pasará con las políticas de comercio exterior –aranceles, tipo de cambio, tratados de libre comercio, controles o no sobre la inversión extranjera-, con las importaciones y exportaciones, según origen sectorial y por destino?

Los puntos b, c y d, están íntimamente conectados. Y según el modo de abordarlos, se puede resolver con seriedad o no el problema de la distribución. Lo primero es asegurar muy altos ritmos de crecimiento y, como condición sine-qua none, elevar drásticamente la tasa de inversión. Y hacerlo con una distribución sectorial que sea congruente con los nuevos patrones de distribución de ingreso que se busca materializar. El impulso a la inversión puede exigir aranceles (al menos durante un período inicial), que pudieran hacer corto-circuito con algunos elementos de Tratados de Libre Comercio.

Con ello, valga el apunte, resurgirá una discusión que ha estado escondida: ¿sirve el libre comercio (que de libre tiene poco o nada), para el crecimiento de las economías dependientes? Como sea, el punto a subrayar es: una mejor distribución sustantiva exige dinamizar el crecimiento de las ocupaciones productiva y bien pagadas. Y por esta ruta, disolver la pobreza y la marginalidad. Lo otro, la “limosna estatal”, a la larga nada resuelve. Y hasta es, en algún grado, compatible con el estilo neoliberal. Y con la descomposición social.

Se puede también advertir: apenas se plantea la necesidad de un cambio relativamente profundo, la discusión teórica también se debe profundizar: apuntando a los temas más relevantes (no a las tonterías de Walras) y a las posturas teóricas más hondas y rigurosas (Marx, Sweezy, Dobb, Kalecki, los clásicos de Cepal, etc.).

En términos muy gruesos, existe la impresión de que, durante su campaña, AMLO ha ido reduciendo los componentes heterodoxos y de cambio estructural. Y que se ha ido asimilando al credo neoliberal. Pudiera ser una táctica de campaña para suavizar los ataques mediáticos. Para luego, ya en la presidencia, retomar el programa progresista. ¿Pero es posible tal redirección?

Supongamos que AMLO gana las elecciones. Y no olvidemos que ganar elecciones no es lo mismo que ganar el Poder, sobremanera el poder del Estado (el que tampoco es idéntico al gobierno). Y que somos vecinos de EEUU. También se debe subrayar: el triunfo de AMLO tendrá un tremendo impacto en América Latina y generará una gran solidaridad en los pueblos de la región.

En un primer momento, de seguro se vivirá un ambiente de fiesta, de gran alegría popular. A la vez, desde el primer minuto se iniciará una lucha áspera, a veces no visible, en otras explícita. Por un lado, la cúpula del poder, con todas su fuerzas y medios tirará del eje político hacia la derecha. Lo cual, implica que el nuevo gobierno se somete, en lo medular, a los criterios neoliberales. Por el otro, los sectores populares, con cargo a sus intuiciones y conciencia política, empujando el eje hacia el otro lado, hacia la izquierda. Como en el juego de “las vencidas”, de la fuerza e inteligencia de los rivales, dependerá si se mantiene o desahucia al modelo neoliberal.

De la derecha, cabe esperar que busque asediar y acorralar al nuevo gobierno. La presumible estrategia sería la denominada “golpe blanco”. Esta estrategia implica asediar sin pausas y poner contra la pared al nuevo gobierno, bloquear sus iniciativas y obligarlo a asumir tareas neoliberales. Para el caso, incluso se amenaza con un posible golpe de Estado militar. Si el “golpe blanco” funciona, las políticas y medidas progresistas desaparecen. Y las que se ejecutan, son las de tipo neoliberal. Con ello, la cúpula neoliberal saca las castañas con la mano del gato. El nuevo gobierno se distancia y frustra a los sectores populares. Y se desprestigia al programa y a los políticos progresistas. Al cabo, el pueblo puede terminar con un escepticismo profundo que lo puede llevar a alejarse de la política. O sea, le deja libre el campo de juego a la extrema derecha.

Ciertamente, tal ruta no es fatal. Ante el embate de la derecha neoliberal, la propuesta en favor de desahuciar el estilo neoliberal sólo podrá triunfar si se logra desarrollar una sólida lucha popular. Lo cual, implica: a) avanzar hacia una organización política sólida, enraizada en la clase obrera industrial y que se construya, en lo básico, a nivel de los grandes centros de trabajo. Hasta ahora, la ruta que se ha privilegiado es la electoral. Pero si de fuerza política se trata, la lucha debe desplazarse hacia otros carriles, a crear fuerza en los centros de trabajo (por ejemplo, probar con el impulso a posibles Consejos Obreros); b) en estricta concordancia con la lucha política a desplegar, deben impulsarse grandes saltos en la conciencia política de los sectores populares. Debe aquí subrayarse: en la lucha clasista, la pura indignación no basta. Cierto que sin ella nada se puede hacer. Pero la rabia debe avanzar a la clarividencia, a un descontento racionalmente canalizado.

De seguro, los primeros meses del gobierno de AMLO serán de fiesta popular, de grandes alegrías que recordarán los tiempos del general Cárdenas, de la nacionalización del petróleo y demás. Si la alegría y el festejo se unen al desarrollo de una organización popular sólida y lúcida, se podrán asentar en bases firmes. El pueblo mexicano, que tanto luchó al comenzar el siglo 20, inspirado por los grandes líderes de esos tiempos, los Villa, Zapata, Felipe Ángeles, los Flores Magón, P. Guerrero y otros, merece esa recompensa. Pero si no logra la fuerza política requerida, cosechará nuevas y amargas derrotas.

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