Ahí estaba Jorge Burgos amurrado, tristón porque no le habían avisado sobre el viaje de Bachelet a La Araucanía. Parecía de esos niñitos que no fueron invitados a un cumpleaños, su mirada transmitía frustración y casi hacía pucheros para que los medios lo fotografiaran mientras intentaba reponer la voz y dar señales de tranquilidad. Pero lo cierto es que no estaba tranquilo, sino que, al igual que su partido, se sentía excluido. Dejado de lado.
Y es que la DC ya no sabe qué hacer para llamar la atención. Patalean hasta por el más pequeño problemita con tal de demostrar poder, de recordarnos que son el partido de centro y que, por lo mismo, deberían ser los que traen la cordura a la coalición gobernante.
El problema es que su visión de lo que debe ser, va muy de acuerdo con lo que años atrás era tildado como lo correcto, como lo lúcido y lo realmente significativo para Chile. Los democratacristianos- o por lo menos su dirigencia- no se han dado cuenta de que el contexto cambió, y que las formas en que la política debe actuar hoy tiene que ser menos atentas a sus temores y conveniencias. A su obstinada visión de lo que Chile debe ser hacia futuro.
El lloriqueo de Burgos trae consigo las ansias falangistas de seguir siendo el medidor de la objetividad en Chile. Quieren que les sigan preguntando todo y seguir observando, de acuerdo a sus pretensiones, lo que es bueno o no hacer. Total al frente se quedan más tranquilos cuando hay un integrante del partido de Patricio Aylwin en La Moneda.
Creen que la democracia construida a la medida de la posibilidad de unos pocos, puede seguir funcionando cuando hay gente del carácter de don Jorge al lado de una Michelle Bachelet que trata de sacudirse el terror DC. Que trata de barrer el pánico de una colectividad que puede pasarse a la vereda contraria una vez que vea todo negro. Una vez que todo lo que creyeron haber construido se desmorone solamente por el posible hecho de que haya más democracia.
A Burgos y a los suyos lo democrático les parece muchas veces peligroso. Por eso es que él aceptó el puesto a regañadientes, ya que estaba siendo mandatado por su familia política para que así las cosas no se salieran de los límites que la transición había dejado bien marcaditos. Para que nada se arrancara de las manos de quienes una vez que vencieron a Pinochet, y quisieron parecerse a él ayudándolo a construir un futuro bien parecido al que quería el dictador.
Si Burgos no fuera la última carta de esa lógica atemorizada y dominante de la Democracia Cristiana, entonces hoy no correrían las voces de una posible carrera presidencial del ministro, aunque no sea capaz de tomar posesión aún de su cartera.
Aunque no pueda tener un mínimo de comunicación con su jefa. Eso no importa. Lo relevante es esa estabilidad que se cree amenazada por decisiones de la mandataria de manera rápida y desprolija.
Esta pataleta no tiene que ver solamente con un viaje, sino también con la tristeza de algunos al ver que lo que antes funcionó, hoy está en veremos. Y que lo que se creyó que podría ser una manera de actuar sostenida en el tiempo, en la actualidad no es más que algo que muchos quieren olvidar y enterrar.
Porque la DC ya no es garante de lo correcto, lo moderado o lo conciliador. Al contrario, a la luz de los hechos no son más que la insistencia en no escuchar lo que se dice y la ceguera de que lo más importante es mantener tranquilita a la derecha por sobre el cumplimiento de lo que se prometió en campaña. Y es por eso que el segundo a bordo de Palacio hoy llora por los rincones.
Fuente: El Dínamo