domingo, diciembre 22, 2024
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La Ley de la Obediencia

Sospechar no es un acto sólo individual, ni el sospechado lo es en tanto individuo únicamente. Lo central es que, para un observador social determinado, como un policía, no todos los individuos tienen las mismas probabilidades de parecer sospechosos, o de llegar a serlo. Según la posición social, se es más o menos probablemente sospechoso.

Y ese desequilibrio o disparidad social es la que opera, naturalizada, inconsciente, en la mirada sospechante. Así, ¿quién podría extrañarse que los sospechosos fueran, como dice el dicho, los mismos de siempre?

Mano dura

Huele a autoritarismo punitivo y a discriminación naturalizada. Dos rasgos constitucionales de Chile. Es el deseo de orden a la fuerza, aún con sus excesos inevitables cuando así es el intento. Hay en esta actitud una manifestación del ser punitivo chileno: Que el que mande, mande fuerte, y el que obedezca lo haga con gracia y contentura.

Es lo que José Bengoa describe como la esencia de la sociedad chilena fundada en los interiores de los fundos: la ley de la obediencia y, al final, el deseo mismo del yugo. Puesto en la cultura ceremonial de la obediencia, como única ley del conjunto, “el otro” (el malo, el expulsado, el afuerino, el pariente) termina convirtiéndose en “el otro”, horrible y temido. Mientras más parecido, más ominoso, por traer en su gesto lo que en la cara propia hubo de borrarse.

Hay una vuelta de tuerca en ese deseo de la mano dura, de las riendas cortas, de las clavijas apretadas, y en general del uniforme: El orden está ahí y se le vive. Baja la cabeza, el moño, obedece, no cuestiones, no critiques.

En esa actitud se ancla esa fobia al otro, cuando la comunidad no alcanza para todos. Es la comunidad paranoica, pues detrás de este asunto está el miedo.

Pruebas de blancura

El que sospecha mira de pies a cabeza como si el otro fuera un objeto retenido en aquel acto de mirar. Mirada del poder sobre el que no lo tiene. Y también el poder de preguntar. Y las preguntas esenciales, decía Canetti, son precisamente las del caso: ¿quién eres?, ¿dónde vas? Identidad y dirección. Respondidas esas preguntas, el sujeto está enteramente a merced del preguntador.

Y aquí ya se supo qué pasa cuando se deja la mirada trabajando sin regla clara y sin criterio del que dar razón. Aparece aquella maleza proverbial chilena de la clasificación de todos en múltiples jerarquías sociales. Pues aquí no hay horizonte, sólo arriba y abajo, adentro y afuera, buenos y malos. Así se miran los chilenos, como tasándose.

Sospechar no es un acto sólo individual, ni el sospechado lo es en tanto individuo únicamente. Lo central es que, para un observador social determinado, como un policía, no todos los individuos tienen las mismas probabilidades de parecer sospechosos, o de llegar a serlo. Según la posición social, se es más o menos probablemente sospechoso. Y ese desequilibrio o disparidad social es la que opera, naturalizada, inconsciente, en la mirada sospechante. Así, ¿quién podría extrañarse que los sospechosos fueran, como dice el dicho, los mismos de siempre?

Hacienda o República

Con todo, esta sociedad no puede confundirse con esta ley y su deseo. Hay también otro Chile, que bien puede llamarse republicano, que ha querido otras leyes, menos centradas en la obsesión punitiva y en la partición de los dos Chile.

Hacienda o República. Si pueda decirse así a cincuenta años de la Reforma Agraria, es que algo sigue oliendo mal y a lo mismo que entonces: ese tufo autoritario y etnoclasista de la ley.

Como si faltara, entonces, una joven patria nueva donde este gusto por las penas y esta indolencia por la dicriminación estructural –por nombres y colores- sea lo sospechoso.

Por último, por pudor: parlamentario, ni nombre la sospecha. Mejor, comencemos a postular a una confianza que se fue perdiendo entre otras cosas por estos populismos punitivos como los definió, con la palabra justa, la directora del INDH, Lorena Fries.

(*) Doctor en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Académico Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

Fuente: The Clinic

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