El valle es amplio y rodeado de cerros. Se le conoce como San José de Punotro. Veníamos en camioneta por la carretera y a mano derecha, a unos kilómetros, se sospechaba la orilla del mar. Tomábamos por la carretera de la costa. Es el sur de Chile, casi mil kilómetros al sur de Santiago, la capital del país.
Las lluvias son abundantes en esta parte del territorio. Doblamos a la derecha, recorriendo un camino de tierra que va a unos cincuenta metros del fondo del valle. Es una vega. En el sur de Chile esto significa que se inunda durante los meses de invierno y luego en la primavera, bajan las aguas y se transforma en tierra fértil, sobre todo para el cultivo de las papas.
A un lado y otro del camino están las casas de los comuneros mapuches. Es una comunidad de casi cien familias, bastante grande. Desde el camino hacia arriba comienzan los lomajes primero y luego los cerros de lo que sería en esta parte del sur la Cordillera de la Costa. Por diversas razones históricas los mapuches perdieron esas tierras de lomajes y selvas, quedándose solamente con los campos de labranza en el fondo del valle.
Ocurre en muchas partes de la Araucanía.
El valle agrícola queda rodeado, circunscrito y en cierto modo amurallado, por bosques, plantaciones en este caso de pino insigne. Los bosques pertenecen a Forestal Millalemu,
de capitales suizos, a Arauco, de capitales nacionales (chilenos), Mininco, de capitales nacionales y transnacionales, y varios otros nombres que por ironía son extraídos de la lengua mapuche.
El camino rodea larga y tranquilamente los cerros; al subir un poco se ve el mar a lo lejos. Es un paisaje hermoso. En verano abajo, en la vega, se ven los jardines de papas, maíces, ajíes, y verdes productos para la cocina. Hacia arriba la vista se pierde en el bosque cerrado de pinos y eucaliptus. Después de dar vueltas por esos caminos de los cerros
llegamos a la casa de Don Juan, el dirigente de la comunidad, que en el sur se conoce como el cacique o el lonco, cabeza, en la lengua de los mapuches.
Nos está esperando y nos hace pasar a su casa. Buena casa. La base la ha obtenido mediante el subsidio que el Estado entrega a las comunidades indígenas; son casas de madera forradas de zinc, con buena techumbre. El dueño de casa ha incorporado una amplia entrada de madera para dejar las botas y la ropa mojada y así no ensuciar el comedor, que tiene una bonita mesa, y el salón, con un gran televisor y cómodos sillones. Parecería una casa de clase media chilena y nadie diría que se trata de una familia pobre.
Los mapuches no han sido pobres y saben lo que es trabajar. Don Juan produce papas, seca cochayuyo (un alga de gran valor de exportación), tiene animales, en fin, saca el mayor provecho de los recursos que allí tienen. Es poca la tierra, nos dice, dos hectáreas solamente. Pero arrienda cuando se da la ocasión. Ha construido una bodega recientemente donde puede ir secando los productos y esperar buenos precios. Es un buen agricultor. La comunidad en su conjunto es próspera.
Se sienten, sin embargo, acosados por las empresas forestales. Los rodean por todos lados. No los dejan pasar a buscar leña. Hay problemas de intoxicación de las aguas que bajan desde los cerros a las partes bajas y contaminan los cultivos. Hay muchas personas que se han enfermado. El peligro es evidente ya que se fumigan los bosques con aviones y esos desinfectantes tóxicos corren por las aguas que inundan las vegas donde se van a sembrar las papas.
Complicado asunto.
Pero agrega, ante nuestra sorpresa y estupefacción: “lo más grave es el problema con los leones”. Habíamos escuchado muchos problemas existentes entre las comunidades y las empresas forestales pero debo decir que éste superó toda nuestra imaginación… ¿de qué se trata?, preguntamos curiosos.
Es que, dice, uno de los mayores problemas de las empresas forestales son los conejos y liebres que se comen los brotes de los pinos. Y no encontraron mejor solución que traer leones para que se comieran a los conejos. Dice que un hijo de él vio cómo bajaban cinco enormes leones o pumas de un camión y los soltaban en el bosque. A los comuneros les
atacan los corderos, los animales pequeños, incluso los vacunos recién nacidos, los gansos y todo tipo de crianza.
Ya no dan más con los leones nos dice. Van a interponer una demanda a la empresa forestal. Bajan hasta las casas y la gente está llena de susto. ¿Y por qué no los atrapan o matan ustedes? Y explica que no se puede, ya que cada león lleva un chip con un GPS y que cuando han agarrado alguno inmediatamente acuden los guardias de la empresa forestal. La “cuestión de los leones”, me digo, meditabundo.
Inexistencia de cultura forestal
Se me ha solicitado una breve reflexión acerca de la relación entre el complejo forestal industrial del sur de Chile y las comunidades humanas que habitan en el campo o en las inmediaciones de las plantaciones forestales, en particular, las comunidades mapuches. Evidentemente es un caso de monocultivo, en su mayor parte plantaciones de pino insigne y en el último tiempo plantaciones de eucaliptus.
El destino más que madera son las fábricas de celulosa. La reflexión se fundamenta en la experiencia de investigación que realizamos en conjunto con estudiantes de Antropología desde hace ya diez años en el sur de Chile. Hemos recopilado información y analizado comunidades o localidades de la Octava, Novena y Décima Región, casi todas ellas inscritas en un contexto de expansión de la industria forestal. 2
La primera observación que creo necesario realizar es que en Chile, y en particular en el sur continental, no existe ni ha existido una cultura forestal. Entenderíamos por tal un conjunto de agrupaciones humanas que viven de manera relativamente armónica con y del bosque. Sería una cultura que vive en el bosque y además lo cuida, lo protege, conoce tecnologías capaces de recuperarlo, etc. Los mapuches, por ejemplo, fueron habitantes de las planicies. Se instalaron a las orillas de los ríos y sus “mahuidas”, o bosques, eran espacios inhabitados a los que se acudía a recolectar frutos, yerbas medicinales, etc.
No me atrevo a pronunciarme sobre Chiloé 3, donde quizá la situación cultural es diferente respecto al bosque y el uso de la madera. Desde tiempos muy antiguos en el sur de
Chile el método de limpiar terreno ha sido el “roce”, esto es, quemar el bosque. En tiempos prehispánicos se limpiaba para sembrar. La presión demográfica no era demasiado fuerte y por ello la tecnología del fuego era adecuada. Hasta hoy se puede ver en las islas del archipiélago de Chiloé el método utilizado para obtener áreas
despejadas donde desarrollar la agricultura y la ganadería, y áreas boscosas. La rapidez con que se recupera el bosque
en estas regiones es tal que el método resulta eficaz, siempre y cuando la presión demográfica no sea muy alta.
La colonización europea del sur de Chile se realizó bajo el imperio de una cultura minero-extractiva. Los primeros españoles eran mineros y no agricultores. Los que le siguieron vieron en el bosque solamente recursos a explotar. La cultura extractiva se impuso hasta el día de hoy.
Ven en el bosque nativo, o en cualquier bosque, un recurso que es preciso “echar abajo”. No existe la cultura del replante, de la reforestación, de cosechar el bosque pausadamente, cortando solamente los árboles maduros. Se relata que cuando Vicente Pérez Rosales, que era a mediados del siglo XIX el encargado de colonización del Gobierno de Chile 4, llegó con los colonos alemanes no tenía sitio donde instalarlos, y habiendo llamado a un lugareño le solicitó ayuda, a lo que él se prestó gustoso.
Provocó un incendio que unió Valdivia con Lanco, esto es de mar a cordillera, y que ardió por meses y meses. Se abrió «campo» y allí se pudieron instalar las familias que llegaban en la tierra quemada. Las experiencias son muchas y todos sabemos del entusiasmo que provoca el prender fuegos para “rozar” rastrojos, pastizales o bosques hechos y derechos, o “voltear” un árbol, a lo que se congrega gente sin ser necesario llamarlas. Muy diferente es convocar a una faena destinada a la reforestación u otra faena protectora.
La colonización europea del sur de Chile provocó un impacto enorme sobre las comunidades indígenas. A mediados del siglo XIX, alemanes, franceses, holandeses, italianos, en fin, personas provenientes de la emigración europea de entonces se instalaron primero al sur de la Araucanía y, a comienzos del siglo XX, en medio de las comunidades mapuches.
En ese momento el Gobierno de Chile favorecía, al igual que Argentina, Estados Unidos y la mayor parte de los países latinoamericanos, la migración extranjera en tierra que se consideraba improductiva, dada la mentalidad de la época, ya que eran habitadas por indígenas. Los colonos recibieron tierras y a los indígenas se los ubicó en “reducciones” o “reservaciones” indígenas. A cada jefe de familia se le entregó un Título de Merced.
Estos títulos no podían ser vendidos pero, por diversas artimañas, fueron pasando a manos de empresarios particulares, colonos, y otras personas, y finalmente, como se puede ver en los mapas, estas tierras se han transformado en plantaciones forestales, colindantes con las comunidades y situadas muchas veces en sus antiguas tierras.
El conflicto es fácil de imaginar. 5
El fuego se transformó en el peor enemigo del bosque del sur de Chile. Las causas de esta destrucción son múltiples y no es el caso en este artículo recordarlas. El fuego, como método de rotación de cultivos, se transformó en un sistema para limpiar los campos. Los colonos no tenían mano de obra suficiente y por tanto aplicaron la costumbre de quemar todo lo que impidiera el trabajo de la agricultura y la ganadería.
En Aysén, región austral de Chile colindante con la Patagonia, durante el siglo XX hubo incendios que duraron años y años. Se cuenta que la columna de humo se veía desde la ciudad de Río Gallegos, Argentina, a cientos de kilómetros de distancia, en el borde del Océano Atlántico. El paisaje del sur de Chile es una expresión dramática de este desastre. Árboles quemados que, como fantasmas, se pueden ver mirando al cielo silenciosos.
Los ciclos de exportación han sido también factores de gran importancia en la deforestación de los bosques nativos. El ciclo minero en el norte chico condujo a limpiar el bosque utilizado como combustible en las fundiciones de cobre, hierro y otros minerales que, durante los siglos XVIII y XIX, constituyeron el principal producto de exportación del país. Algarrobos, principalmente, pero una cantidad enorme de especies casi desaparecieron y transformaron una zona semi-árida en totalmente árida, a pesar de los esfuerzos que se han hecho por reforestar con Tamarugos, de la familia de las mimosas o acacias, un árbol de la así denominada Pampa del Tamarugal (que llega hasta los doce metros de altura) y arbustos, que incluso son considerados por los subsidios forestales, como el denominado Atriplex 6.
En la Región del Maule, 300 kilómetros al sur de Santiago, el ciclo triguero de mediados del siglo XIX condujo a la deforestación de los cerros de la Cordillera de la Costa. Los enormes robledales fueron utilizados para construir barcos (denominados faluchos) que iban cargados de trigo a la nueva California de la fiebre del oro.
Las montañas de Talca, la capital del Maule, Constitución, donde operaban los astilleros, fueron devastadas. Es por ello que a mediados de los ‘50 del siglo XX se dio incio al programa de reforestación con pino insigne. La construcción de una planta de celulosa en Constitución, el antiguo puerto de exportación triguera, fue el intento explícito de configurar un “polo de desarrollo”, como se decía en la época. El Estado vio en las plantaciones y la producción de celulosa la única alternativa para esas áreas depredadas.
No fue muy diferente la determinación de construir fábricas de celulosa, papel y planchas de madera en las localidades del Laja y Nacimiento, junto al río Bio Bio. Esa parte del territorio, la llamada Isla del Laja, había sido siempre un gran arenal con bosques y matorrales.
Las colinas de Malleco, ya en la zona de la Araucanía, en cambio, se sobretalajearon durante los primeros cincuenta años de colonización llegando a quedar en un estado
lamentable de desertificación. Tierras arcillosas, con grandes cárcavas por donde en el invierno corrían ríos rojos de greda, que se mantuvieron hasta la década del setenta.
Los alrededores de Traiguén, lugar de colonización y comunidades mapuches, eran colinas absolutamente estériles, que se habían desgastado con cosechas de cereales,
sin preocupación alguna por la conservación de esos suelos.
En la parte sur de la Cordillera de Nahuelbuta, la que baja al río Bio Bio, no quedaba a fines de los cincuenta casi nada de bosque nativo. Por ello no fue difícil también que allí comenzaran a plantarse grandes extensiones de pino insigne. Las ventajas de estas plantaciones eran evidentes: sostenían el suelo y eran capaces de crecer de modo muy rápido, gracias a las lluvias y frescor que proviene del mar.
Es por ello importante tener en cuenta que en el origen de las plantaciones forestales existe este antecedente: se trataba de solucionar un problema anterior de desertificación y explotación inmisericorde del bosque nativo, su destrucción. La mayoría de esos campos estaba deshabitada ya que sus propietarios, grandes y pequeños, los habían abandonado.
En los sesenta se organizaron cooperativas y sistemas de compra de tierras por medio de acciones (Capitanac se denominaba una de las más famosas) que permitieron que aumentaran de manera muy importante los nuevos bosques de pino. No hubo críticas en ese momento; por el contrario, todo el mundo consideró que se trataba de algo positivo para el desarrollo regional y del país.
La concepción del tiempo y el concepto de recursos renovables
La segunda observación se refiere a los tiempos que existen en la cultura chilena respecto al crecimiento, cuidado o conservación de un bien como el bosque. La cultura extractiva tiene por definición tiempos cortos: se trata de extraer la mayor cantidad de recursos en poco tiempo. Esto fue lo que hicieron los españoles con el oro.
La concepción del tiempo tiene que ver con el concepto de recurso renovable o no renovable. Si bien se afirma que los árboles por definición son recursos que se pueden renovar, la cultura existente determina si eso es teórico o práctico. He visto bosques que fueron plantados a fines del siglo XIX con la expresa mención de que los nietos o bisnietos los aprovecharan.
Hay algunos países de Europa, por ejemplo, una concepción cultural del tiempo diferente a la nuestra y que conduce necesariamente a tener políticas diversas y salvaguardas diferentes. Esas culturas se formaron muchas veces a través de disposiciones muy autoritarias del Estado, de los reyes. En Francia, el segundo Napoleón dictó a mediados del siglo XIX las normas de los bosques, muchas de las cuales existen hasta hoy.
Cuando discutíamos y criticábamos en los años ochenta del siglo pasado, durante la dictadura militar, el llamado “plan de manejo” de los bosques de Araucarias, señalábamos que se fundaban en una suposición falsa: que el tiempo de recuperación era existente. Los técnicos decían, con una ingenuidad increíble, que el raleo permitiría un mejoramiento de la fuerza de crecimiento del resto de la población de estos árboles ancestrales.
Eso era cierto bajo tal cantidad de supuestos que se transformaba en teórico e irrealizable. Una vez le pregunté a un amigo pehuenche de Quinquén si la araucaria que estaba a la entrada del valle la había visto crecer. Me miró y sonrió: “desde que soy niño, y soy ya harto viejo, siempre ha estado igual, me dijo” 7.
Esto significa en la práctica que la mayor parte del bosque nativo es, por esta razón cultural, no renovable. Alerces, araucarias, queules, cipreses de las Guaitecas y muchos otros, una vez que son talados demorarán siglos en volver a ser lo que fueron. Las araucarias que aún quedan en la Cordillera ya eran grandes cuando llegaron los españoles. Sólo resta cuidarlas.
Es por ello que cuando se habla de recursos renovables uno debe decir siempre “depende”. Hay culturas para las que los recursos naturales vivos, sean árboles, peces, animales, pueden ser renovables, y hay otras culturas para las que la renovación es imposible. Los ciclos del bosque nativo chileno son tales, aunque no tan largos como el caso de la Araucaria, que su renovación depende de la capacidad temporal de la sociedad. Las ciudades que fueron destruidas por los mapuches o araucanos aproximadamente en 1600 (es el caso de Villarrica), se cubrieron de vegetación y desaparecieron bajo los enormes árboles. Cuando se encontraron las ruinas a fines del siglo XIX y el bosque estaba ya crecido; pero habían pasado casi trescientos años.
El modelo forestal
La tercera observación se refiere al modelo de plantación que se adoptó en Chile. Por las razones dichas fue un modelo apto para zonas desérticas o desertificadas, con poca población o en algunos casos con población que ha abandonado el campo. Es un modelo de plantación forestal que es muy fácil aplicar, y considero que es adecuado para zonas donde no hay vegetación, donde no existe población o donde las condiciones del suelo se han deteriorado de tal suerte que ya “no hay vuelta atrás” hacia la agricultura.
Este modelo consiste, como se sabe, en plantar a poca distancia los árboles y construir una masa vegetal lo más tupida posible que elimine otras especies competitivas. El área se cierra fuertemente a la intervención humana. Se coloca una puerta con candado y se espera el crecimiento. Como se puede notar es una reedición moderna de la cultura extractiva. Se planta una masa tupida de árboles para cosecharlo completamente en el menor tiempo posible.
Este sistema de plantación es totalmente diferente a lo que normalmente se entiende por un “bosque”. En el bosque hay vida animal; en las plantaciones no la hay y, cuando la hubiere, como en el caso de los conejos y liebres, se busca la manera de eliminarlos ya sea por la vía del veneno o de los leones, como señalamos en nuestro ejemplo surrealista.
En estas plantaciones no hay caminos ni senderos por los que caminar. No hay espacio para el ser humano. No hay frutos del bosque fuera de la madera que se va a obtener. Mas aún, tanto el pino como el eucaliptos matan a la vegetación al ras del piso. Acidifican de tal suerte la tierra que la vuelve improductiva por largo tiempo. Los bosques tienen un equilibrio entre diferentes especies naturales; estas plantaciones son monocultivos.
Las áreas en que se ha implementado masiva y homogéneamente este “modelo de plantación forestal” han tenido todas las mismas consecuencias: reemplazo de tierras deterioradas por bosques tupidos, primero de pinos y desde hace unos años de eucaliptos; desaparición de los restos de bosques nativos existentes; en algunos casos, reemplazo de bosque nativo, dada su lentitud reproductiva y bajo rendimiento económico de corto plazo; transformación radical del paisaje del área; desaparición de otras especies de árboles, de la fauna local y emigración de la población.
Los casos son muy conocidos.
La parte norte de la Cordillera de Nahuelbuta fue “reconvertida” en la década del setenta de manera drástica. El viajero que conocía esas montañas en los sesenta se encuentra hoy día con un paisaje natural y humano totalmente cambiado. Por cierto que el cambio de propiedad de la tierra es una consecuencia evidente.
Años antes ocurrió algo similar con los campesinos y las tierras que ocupaban en Constitución y los alrededores en la costa de la zona central.
Ciertamente la corta del bosque nativo había sido casi total y el ciclo triguero se había terminado ya en la década de los treinta. Como han dicho muchos especialistas forestales, se ha cambiado la desertificación producto de la sobreexplotación agrícola por el “desierto verde”.8
Plantaciones y comunidades
La cuarta observación se refiere al problema de la expansión del modelo de plantación forestal fuera de las áreas desérticas o desertificadas. Mientras este modelo operó en áreas previamente desertificadas nadie dijo nada o solamente hubo alabanzas. Un grupo de investigadores forestales de la Universidad Austral de Valdivia, en el sur de Chile, llama tempranamente la atención por el carácter de “monocultivo” que adquiría el modelo y los peligros de plagas, saturación, cambio climático y que podría traer.
Las críticas muchas veces se refirieron también a las condiciones de trabajo de la mano de obra. Diferente es la situación cuando la expansión forestal comienza a ocupar áreas donde habitan comunidades humanas. En muchos casos las comunidades o personas que allí vivían debieron, en las últimas décadas, abandonar el campo. La expansión forestal fue un factor coadyuvante al necesario impulso de urbanización y modernización de la sociedad. Se trataba de personas que vivían las postrimerías del ciclo triguero o cerealero en general, y por tanto sufrían condiciones penosas de pobreza. No hubo grandes defensas de esas personas.
En algunos casos se señaló claramente que la alternativa era migrar al “polo de desarrollo” que se levantaba en la ciudad y trabajar en las actividades forestales modernas (Constitución). Las poblaciones que se ubican en los cerros de esa ciudad son mudos testigos de los campesinos desplazados por efecto del «modelo de plantación forestal» empleado masivamente en la costa de la séptima región.
Diferente comenzó a ser la situación cuando la expansión forestal llegó a las fronteras de las áreas previamente desertificadas. Aquí hay dos observaciones que hacer. En las que denominamos “fronteras agrícolas”, no está demasiado clara la diferencia entre “suelo de aptitud agrícola” y de “aptitud forestal”, por ejemplo. Al mismo tiempo, hay personas que viven, o sobreviven, de la agricultura y no estamos en presencia de una situación de ausencia de comunidades humanas o a punto de desaparecer.
En la comuna de Los Sauces, un pueblo ubicado en la parte norte de la Cordillera de Nahuelbuta, en la provincia del Malleco, en medio de la Araucanía, hay plantaciones de eucaliptus que están separadas por un alambre de púas de siembras de trigo.
En la Comuna de Tirúa, en la Costa de la Provincia de Arauco, sector Lleu Lleu, la empresa Volterra, de capitales nacionales y canadienses, “sembró” eucaliptos (porque así debería llamarse a esas plantaciones en línea y dispuestas a ser cosechadas con máquinas -choper- en forma mecánica), un fundo que hasta ese entonces era de cereales y una vega que era de muy buena producción de papas.
Decenas de familias vivían de esas siembras. La comuna entera se beneficiaba de esas actividades agrícolas. La transformación a un predio forestal condujo al empobrecimiento de los comuneros medieros y de la comuna entera. La empresa ha cerrado por veinte años los campos con candados esperando el crecimiento natural de los eucaliptos. No paga impuestos ni contribuciones en la comuna. No deja nada. Y cuando llegue la época de la cosecha lo hará con una maquinaria que casi no requiere mano de obra.
Los ejemplos se multiplican en el último tiempo.
Hay una “competencia” entre la plantación y la actividad agrícola. Es evidente que esta última se relaciona estrechamente con la vida de las comunidades humanas y, como se ha dicho, el modelo forestal se relaciona con su expulsión.
Por muchas razones, fáciles de entender desde un punto de vista puramente económico, las plantaciones se realizan en lugares accesibles y con vías fáciles de comunicación. Hay una enorme cantidad de áreas absolutamente desiertas y que no se han forestado por estar o muy distantes de los centros de acopio o ser muy costosa la faena de ponerlas en producción.
Las antiguas haciendas de áreas relativamente extensas por lo general son más fáciles de adquirir por las empresas. Es muy notable observar que en las inmediaciones de la Cordillera de Nahuelbuta las plantaciones ocupan principalmente las alturas intermedias.
El valle (Angol, por ejemplo), mantiene la vigencia agrícola. Las alturas o valles de altura siguen en manos de campesinos, sobre todo en la parte sur de la Cordillera. En las alturas intermedias, en antiguas haciendas de tierras de calidad baja y expulsadas del mercado de producción cerealero, se han realizado las plantaciones.
La presión de la actividad forestal sobre las tierras agrícolas es la primera fuente de conflicto y explicación a nuestro entender de lo que ocurre en la actualidad.
Es por ello que la expansión forestal se “topa” con las comunidades humanas y no sabe cómo actuar frente a ellas. Es un modelo de plantación para áreas desiertas o con tendencia a despoblarse. Es un modelo, aunque sea fuerte decirlo, de producción forestal incompatible con la vida humana.
Para quienes manejan el recurso forestal, el individuo es la causa de todos los peligros del bosque, con excepción de plagas y otras consecuencias del monocultivo. Las personas no deben transitar por el bosque ya que son causantes de incendios, y disrupciones de todo orden. La plantación debe reposar vacía. Por otra parte, las consecuencias provocadas por la enorme masa vegetal sobre las comunidades aledañas son enormes.
Hemos visto el proceso de desertificación que se produce en áreas vecinas a plantaciones por la consecuente succión del agua. Comunidades que tenían actividades agrícolas
hoy día ya no las tienen o van disminuyendo cada vez más sus posibilidades de realizarlas.
En muchos casos ocurrió que el “encuentro” entre la expansión forestal y las comunidades humanas se dio con campesinos que venían concluyendo un ciclo agrícola; en otros casos, se habían encargado durante varias generaciones de deforestar el campo. La presión no tuvo que ser demasiado fuerte para que abandonaran el terreno, vendieran y migraran.
En cambio la situación ha sido distinta cuando la expansión forestal se ha enfrentado a comunidades indígenas mapuches en las cuales las condiciones de la relación hombre/tierra son diferentes. Por diversas razones el mapuche tiene mayores dificultades de vender la tierra. Por una parte existe un elemento cultural enraizado. Por otra parte, y consecuencia de lo anterior, tienen un régimen legal de mayor protección.
Esto llevó a que en ciertas áreas de expansión forestal las comunidades mapuches quedaran encerradas como verdaderas islas entre “el mar forestal”. El deterioro de las tierras y las condiciones productivas, como consecuencia de esta verdadera “invasión” de un ecosistema extraño al medio, tenía que producir una ruptura.
Así lo hicimos notar muchos observadores hace ya casi quince años al mirar cómo se expandía el sistema forestal sobre áreas de alta densidad indígena. Se agrega a esta relación confrontacional estructural el hecho de que en muchas áreas las plantaciones se realizaron hace muchos años por parte del Estado y posteriormente pasaron a manos de las empresas privadas.
Durante el año 90 fueron diversas las voces que se alzaron para llamar la atención sobre este hecho, común en las Provincias de Arauco y sobre todo Malleco. Muchos fundos expropiados por el Estado en los sesenta y principios de los setenta fueron reforestados por la Corporación Nacional Forestal (CONAF), o la Corporación de la Reforma Agraria (CORA), que eran la instituciones del Gobierno encargadas del asunto en esa época.
Los campesinos mapuches trabajaron en las faenas de plantación. Algunas veces se formó un asentamiento9. Otras veces se le entregó a la comunidad esas tierras, ya que se trataba de tierras en litigio, alegadas por los indígenas como usurpadas. Esas plantaciones quedaron en la conciencia como pertenecientes a los indígenas. Después la propiedad se “regularizó”, saliendo a remate los predios y pasando de mano en mano hasta llegar a las actuales empresas forestales.
El aumento en el nivel de confrontación era esperable en el momento que los árboles crecieran y comenzaran las labores de cosecha.
Consecuencias sobre las comunidades
Finalmente, y es la quinta observación, la actividad forestal que se pensó en un primer momento, años sesenta y setenta, como muy demandadora de mano de obra ahora cada día lo es menos. Las tecnologías de plantación, raleo y cosecha han cambiado fuertemente, mecanizándose a un grado extremo. Las poblaciones y comunidades locales no tienen el beneficio de emplearse como mano de obra. Más aún, la actividad forestal es absolutamente ajena a las características de la vida local.
Esto es lo importante y peligroso.
Las empresas obviamente no son locales ni tienen intereses en la localidad; las decisiones no se toman localmente sino de acuerdo a un cronograma fríamente elaborado en oficinas lejanas e impersonales. Las faenas se instalan con personal extraño a las localidades. Los camiones rompen caminos y puentes y son vistos negativamente por la población local. Las empresas no pagan impuestos en las localidades. En fin, todo el mundo lo sabe, las actividades forestales son extractivas de recursos locales pero no aportan mayormente a las localidades.
En algunos casos no sólo no aportan sino que destruyen y provocan subdesarrollo local. Las consecuencias en materias de salud, como señalamos al comenzar este artículo, son quizá las de mayor impacto y amenaza a las comunidades. Contaminación producto de los pesticidas que se lanzan en avionetas para controlar las pestes, polilla principalmente, de esas grandes masas de monocultivos. Si bien se han realizado experimentos con biocontroladores, éstos no han pasado de ser planes pilotos. La fumigación aérea, que contamina
de manera indirecta a todo el ecosistema provocando graves consecuencias en las comunidades, es el método más utilizado.
No cabe duda, y es nuestra experiencia, que las comunidades se sienten acosadas por las plantaciones forestales. El acoso es incluso visual: enormes masas de árboles que aprisionan los pequeños valles dónde viven los campesinos y los mapuches.
Es un acoso permanente en la medida en que se secan las vertientes de agua por la presencia de esa masa verde que actúa como un “secante” o “esponja”. Es una relación poco amable ya que son predios cerrados con candado y guardias.
La presencia humana no es bienvenida.
La amenaza del monocultivo
Consideramos que se ha llegado a una situación de contradicción entre un modelo de expansión forestal en el sur de Chile y la supervivencia de las comunidades humanas, en particular las indígenas. No se trata de un asunto de buena o mala voluntad. Es una cuestión objetiva. Las consecuencias son muy claras.
Una primera alternativa es que el proceso de expansión forestal continúe su marcha sin modificaciones y se produzca una creciente expulsión de campesinado del campo y desaparición de las comunidades rurales por la vía del cercamiento.
Es un panorama posiblemente muy conflictivo.
Una segunda alternativa es que se detenga el proceso de expansión forestal en las zonas de presencia masiva de población indígena. Las dos alternativas me parecen altamente negativas. Una tercera posibilidad, que es aquella en la que participo, debería ser repensar el modelo de expansión forestal y el futuro de las comunidades humanas que viven en el sur de Chile.
Una primera cuestión que surge de lo aquí observado es la necesidad de encontrar diversas alternativas tecnológicas y productivas al proceso de expansión forestal. Los ejemplos son muchos: primero, determinar el tipo de áreas donde es aconsejable la plantación de bosques homogéneos, según especie, etc.; segundo, establecer Estudios de Impacto Ambiental para las plantaciones mayores a un determinado volumen de superficie; tercero, el impulso decidido a la reforestación con bosque nativo; cuarto, masificación de sistemas de silvopastoreo en áreas de mayor densidad poblacional; quinto, investigación de especies arbóreas alternativas, etc.
Una segunda cuestión surge de la necesidad de respetar a las comunidades humanas y su entorno. Considero que es un asunto fundamental de política de población la existencia de pueblos, aldeas, comunidades y población dispersa en forma homogénea por el territorio; en particular me refiero a las comunidades indígenas.
No considero que sea una política adecuada la existencia de enormes espacios desiertos. Es un error creer que todas las comunidades mapuches deben ser forestadas con pino o eucaliptus porque sus tierras no tienen aptitud agrícola o ganadera alguna. Las personas que han propuesto pagar un subsidio a las familias que foresten todo y que con ese dinero sobrevivan mientras “ven crecer los árboles” no conocen las tierras del sur, no saben de la vida de los campesinos y plantean soluciones que sólo pueden sonar bien a muchos kilómetros de distancia.
Una tercera cuestión pasa por la aclaración y el establecimiento de las fronteras agrícolas y la determinación de no invadir tierras de aptitud cerealera o parecidas. Sería un grave error plantar pinos y eucaliptos en todo el sur del país hipotecando la calidad de la tierra por décadas o siglos. Hay áreas que aún resisten a esos intensos procesos de plantación.
Un cuarto punto se refiere a aclarar la propiedad de la tierra. Es un asunto muy complejo pero que es necesario realizar sin tapujos. No se puede vivir en la incertidumbre absoluta dando la razón al más fuerte o al más audaz. El horizonte de subdesarrollo se abre con claridad si no se aborda este tema.
Hay que analizar la historia de la propiedad sin encerrarse en la tesis de que los “papeles están buenos”. El sur ha sido una gran fábrica de papeles notariales, certificados y documentos que son capaces de probar lo increíble. Es preciso, de buena fe, analizar este asunto y encontrar vías de resolución.
En quinto lugar está la necesidad de hacer participar a las comunidades, especialmente a las mapuches, en el proceso y actividad forestal. El carácter exógeno de esta actividad conspira contra la tranquilidad de las faenas y de los procesos productivos en el largo plazo.
Es absolutamente necesario encontrar sistemas creativos de convivencia entre la gran empresa forestal y las comunidades locales. Es necesario que el progreso y riqueza forestal quede de alguna manera y en alguna proporción, por pequeña que sea, en la localidad. No es posible pensar que en el futuro tendrá sostenibilidad una actividad, que es una de las más ricas de Chile y una de las que entrega más divisas al país, con condiciones de pobreza como las que se viven en las áreas donde la actividad es dominante. Ya hay algunas experiencias positivas en materia de relaciones entre empresas y comunidades humanas.
Sin embargo, la mayor parte de las políticas de “buena vecindad” son simplemente de mínima caridad (por ejemplo, dejar que las comunidades saquen gratuitamente el resto de maderas que quedan luego de una cosecha, los rastrojos…o algunas vergonzosas donaciones disfrazadas de responsabilidad social empresarial, como pomposamente se las denomina hoy en día).
La plantación de las tierras de las comunidades también es un asunto importante. Habría que desarrollar creativamente un modelo de plantación apropiado a las características de la propiedad, la cultura y la vida de las comunidades indígenas. En las comunidades de Boroa y Almagro, ubicadas cerca de la ciudad de Temuco, en plena Araucanía, hay varios ejemplos muy interesantes apoyados por el Fondo de las Américas, una institución semi pública, y realizado por técnicos mapuches.
Especies nativas de rápido crecimiento y capaces de retener la humedad, combinación de bosques con siembras, recuperación de suelos, etc., son asuntos técnicamente posibles y que permiten que las comunidades mejoren sus condiciones de vida y no migren necesariamente a las ciudades.
A partir de 1997 comenzó una fuerte reacción de las comunidades mapuches contra las empresas forestales; es lo que se ha denominado “el conflicto mapuche”. Numerosas organizaciones indígenas se han enfrentado a las faenas forestales provocando incendios de bosques, maquinarias e instalaciones. La respuesta policial ha sido extremadamente dura. Tres comuneros han sido muertos por la policía en esos enfrentamientos. Son numerosos los jóvenes dirigentes de estas organizaciones indígenas que están en prisión y muchos otros son perseguidos por los servicios policiales. Es quizá el mayor conflicto social y político que hay en Chile y está relacionado directamente a la cuestión de la expansión forestal 10.
La cuestión es sin duda muy compleja. En estas líneas solamente hemos querido señalar unas observaciones y algunas “pistas” de por dónde creemos que deberían ir las investigaciones. No nos cabe duda de que estamos ante una situación muy difícil. No es obra de un grupo de “jóvenes afiebrados” la reacción que se ha observado en las comunidades mapuches en contra de las empresas forestales 11.
Se trata de la colisión de dos modelos de funcionamiento, manejo de los recursos y finalmente de dos formas de vida. Nada se logrará, es nuestra opinión, tratando que prevalezca una sobre la otra. El respeto a la vida de las comunidades humanas es un principio que no se puede obviar. Las agrupaciones mapuches requieren, además de que se las respete, gozar del desarrollo y salir de las condiciones de pobreza en que se encuentran.
También tienen derecho a reclamar por tierras y territorios, y a veces plantaciones, que les pertenecieron. Las empresas, el país y la actividad forestal deberían también seguir creciendo y el sector tiene el derecho a trabajar con entusiasmo y tranquilidad.
Comprender el fenómeno más allá de lo que aparenta puede servir para iniciar un diálogo fecundo. Ojalá que estas observaciones sirvan en algo para ello 12.
(*) Profesor de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano de Santiago de Chile. Artúculo publicado en el libro Azúcar Roja, Desiertos Verdes, publicado por la Fundación FIAN Internacional, diciembre de 209
NOTAS
1 En 2009 ha sido profesor invitado de la Universidad de Leiden, Holanda, Cátedra Andrés Bello y profesor en la Cátedra Chile de la Universidad de Salamanca, España. Años anteriores fue profesor invitado en las Universidades de París, Francia, Complutense de Madrid, España, Cambridge, Inglaterra, Indiana y Bloomington, Estados Unidos y diversas instituciones universitarias de América Latina. Es experto independiente del Comité Consultivo del Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Miembro nominado por la Presidenta de la República, Sra. Michelle Bachelet, en la Comisión del Bicentenario de la República de Chile. Ha escrito entre otros libros: Historia del Pueblo Mapuche, Ediciones Lom, Séptima Edición, Santiago de Chile, 2008; Historia de los antiguos mapuches del Sur, Editorial Catalonia, Segunda edición, 2008; Historia de un Conflicto. Los mapuches y el Estado nacional en Chile, Editorial Planeta, Tercera Edición, 2008; Trilogía del Bicentenario, Tomo I La comunidad perdida, Segunda edición, Tomo II La comunidad reclamada, Segunda Edición, Tomo III, La comunidad fragmentada, Editorial Catalonia, octubre 2009. En inglés se puede ver: “Chile mestizo, Chile Indígena”, en: Manifest destiny and Indigenous peoples, Edited by David Maylbury Lewis et al., Harvard University press. 2009.
2 Proyecto Fondecyt 109 50 24, Conmemoraciones y Memorias Subalternas, 2009. Ver: www.identidades.cl
3 La Isla Grande de Chiloé se ubica más al sur de la zona de expansión forestal. Este archipiélago, habitado también por mapuches
huilliches, tiene una historia diferente a la de la región continental.
4 La historia de la colonización se puede encontrar en los libros señalados antes, en particular en Historia del Pueblo Mapuche. Una
descripción detallada de la colonización del sur de Chile se puede ver en: José Bengoa, Historia Social de la Agricultura chilena, Segundo
Tomo, Haciendas y campesinos, Ediciones Sur. 1989. Copia digitalizada en www.memoriachilena.cl
5 El detalle se puede ver en el libro de Víctor Toledo Llancaqueo, Pueblo mapuche. Derechos colectivos y territorio. Desafíos para la sustentabilidad
democrática, Programa Chile Sustentable, Heinrich Boell Foundation, Santiago, 2005; y en José Bengoa, Historia de un conflicto, Editorial
Planeta, Tercera edición, Santiago de Chile, 2008.
6 El Atriplex Numunralia es una planta híbrida procedente de Australia que tiene la capacidad de crecer en zonas áridas y sirve de forraje para animales menores como los caprinos.
7 Sobre este asunto se puede ver: José Bengoa, Quinquén. Cien años de historia pehuenche, Editorial Cesoc, 1992. Edición digitalizada en: www.memoriachilena.cl
8 Ver el libro ilustrado, La Tragedia del bosque chileno: defensores del bosque, Ocho libros editores, Santiago, 1999.
9 Los asentamientos campesinos fueron creados por la reforma agraria chilena entre el año 1967 y 1973.
10 A continuación, el cuadro de expansión de la producción de celulosa en Chile en los últimos años y el mapa de ubicación de los casos que llevan los Tribunales de Justicia en contra de los mapuches en el que se indica el tipo de acusaciones que se les hacen. Como es fácil percibir, el mapa de los casos se superpone a las áreas de expansión forestal.
12 El conflicto mapuche no es el tema de este artículo. Como es sabido, es uno de los asuntos más complejos en la actualidad en Chile y uno de sus fundamentos es la expansión forestal aquí tratada. Ver www.identidades.cl
13 Para profundizar se puede consultar: Territorio mapuche y expansión forestal. Sara Mc Fall (comp.), Instituto de Investigaciones Indígenas, Universidad de la Frontera, Temuco. 2001.