lunes, diciembre 23, 2024
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Leicester Campeón de la Premier League: El Cuento de Hadas que Empezó con una Orgía en Tailandia

A finales de mayo de 2015, el Leicester City decidió celebrar su milagrosa salvación —siete victorias en los últimos nueve partidos que le llevaron del último puesto al decimocuarto de la clasificación— con una gira promocional por Tailandia. La cosa tenía sentido: el atractivo del fútbol británico en Asia oriental supera cualquier entendimiento…

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Y, además, Tailandia era la patria chica del dueño del club Vichai Srivaddhanaprabha, un multimillonario con el puño algo apretado a la hora de invertir en su equipo de fútbol.

La gira fue bien mientras estuvieron allí. Cuando volvieron, surgió el escándalo. De alguna manera, la prensa consiguió acceder a unas cintas de vídeo y unas fotografías de la orgía que tres de los miembros de la plantilla habían montado con varias prostitutas tailandesas.

El escándalo no estaba en el sexo en sí —la sociedad británica tiene una extraña relación con la sexualidad, a veces por exceso y a veces por defecto— sino en los insultos racistas con los que acompañaron la fiesta. Eso ya sí que no. Menos en un club en el que, hay que insistir, el que pagaba las nóminas era también un «ojos rasgados».

Los jugadores en cuestión eran Tom Hopper, Adam Smith y James Pearson. Ninguno era una gran estrella —¿quién podría ser una gran estrella en el Leicester City?— pero en el caso de Pearson se daba una circunstancia agravante: era el hijo del entrenador, el mismo entrenador que había obrado el milagro unas semanas antes, un ídolo para la afición.

A Srivaddhanaprabha no le tembló el pulso: despidió inmediatamente a los tres jugadores y llamó al entrenador a su despacho. Si no era capaz de controlar al equipo en una gira y ni siquiera era capaz de atar en corto a su propio hijo, lo mejor era que se fuera de ahí.

Y Pearson se fue. Con una mezcla de rabia y bochorno, pero se fue.

Así que estábamos ya a finales de junio, quedaba menos de un mes para que empezara de nuevo la liga y el Leicester City no solo era de nuevo el gran candidato al descenso sino que no tenía ni entrenador.

La directiva se lanzó en busca del sustituto ideal y solo encontraron a Claudio Ranieri. El recuerdo que los españoles tenemos de Ranieri no es exactamente malo: un tipo simpático, con buenos resultados en su primera etapa en el Valencia y de alguna manera el pionero del equipo che que llegaría después a dos finales de la Champions League con Héctor Cúper. De sus nueve meses en el Atleti del descenso, mejor no hablamos.

Sin embargo, de aquel Ranieri habían pasado dieciséis años. Lo último que se sabía de él era que había sido seleccionador de Grecia durante cuatro partidos. Ganó uno y perdió tres, incluyendo una infame derrota ante las Islas Feroe que le costó el puesto.

Antes había pasado por media Europa, casi siempre en su papel de apagafuegos: ya había empezado su carrera como técnico rescatando a la Fiorentina de la Serie B y consolidándola en la élite europea gracias a los Batistuta, Rui Costa y compañía, y en los últimos años había reflotado a la Juventus de después del Moggigate, cuando también descendió de categoría, y al Mónaco francés, al que subió de la segunda división para dejarle en puestos europeos.

Ranieri era una elección para equipos desesperados y el Leicester City era un equipo muy desesperado. Cuando Gary Lineker, el famoso exfutbolista del Barcelona, comentarista de la televisión inglesa, conoció la noticia, se limitó a comentarla en Twitter con solo dos palabras: «Claudio Ranieri???». Sí, Claudio Ranieri. El hombre que pasaba de la Fiorentina, el Valencia, la Juventus, el Atlético de Madrid, el Chelsea o la Roma… al Leicester City del hombre de apellido impronunciable.

El desastre se podía oler a distancia.

Mahrez, Vardy y Huth y otros chicos sin piedad

Y es que, además, el club hizo poco por reforzar la plantilla, hecha de jirones de otros equipos de las distintas divisiones del fútbol británico. El tailandés sería muy multimillonario pero no iba fardando por ahí y su interés en tener un club de fútbol bajo su dirección no pasaba de un hobby al que dedicar el dinero justo. Por ejemplo, a los dos años de llegar al club fichó al delantero James Vardy.

Ahora, Vardy es el segundo máximo goleador de la Premier League y habitual de la selección inglesa, pero entonces era un temporero del Fleetwood Town, de la quinta división del fútbol inglés, valorado en poco más de un millón de euros.

En 2014, se le unió en la delantera el argelino Riyad Mahrez, proveniente del Le Havre francés, otro equipo de categorías inferiores que aceptó de buena gana el medio millón de euros que el Leicester ofrecía por un jugador muy talentoso pero que no había conseguido acostumbrarse al ritmo profesional de competición.

Con los años, se unieron el resto: Schmeichel en la portería, después de fracasar en el Chelsea, Robert Huth, cedido del Stoke City para poner orden en el juego defensivo, y Danny Drinkwater, canterano del Manchester United, como mediocampista con llegada, después de pasar por cinco cesiones en cinco equipos distintos.

En total, el presupuesto del Leicester City al inicio de temporada era de unos sesenta y cinco millones de euros, el decimoséptimo de la liga. Por comparar con los verdaderos candidatos al título, el Chelsea se iba a gastar trescientos millones de euros solo en sueldos, el Manchester United rozaba los doscientos cincuenta, mientras que Manchester City y Arsenal superaban con creces los doscientos veinticinco.
De hecho, pese a la fama de ser una liga muy competitiva, lo cierto es que en los más de veinticinco años de Premier League solo cinco equipos habían ganado el título: Manchester United, Arsenal, Chelsea, Manchester City… y el Blackburn Rovers de Alan Shearer, aquel año loco de 1995.

Y, sin embargo, diez meses después de la llegada de Ranieri, el Leicester City está donde está. Empezó poco a poco, metiéndose en puestos europeos, conformándose con ser una sorpresa agradable que ya caería de madura, como ha caído el Eibar en España, por poner un ejemplo.

En esas, llegó la tremenda racha de Vardy, con once partidos seguidos marcando al menos un gol, un récord que hasta entonces estaba en manos de Ruud Van Nistelrooy. Por último, las sucesivas pájaras del Chelsea de Mourinho, el United de Van Gaal, el Arsenal de Wenger y el City de Pellegrini le acabaron situando en la primera posición.

Para entonces, la locura Leicester ya se había apoderado del país y de buena parte de Europa. Gary Lineker se ofreció a presentar en calzoncillos su programa si el equipo quedaba al final campeón, la típica apuesta que haces cuando sabes que tu equipo no tiene opción alguna. Las ventajas de uno, dos, tres puntos se fueron convirtiendo en cinco o seis, y el segundo dejó de ser el Arsenal o el City para pasar a ser el Tottenham Hotspurs de Mauricio Pocchetino, otro club que lleva cincuenta y cinco años sin ganar una liga. A falta de solo cinco jornadas para la finalización de la temporada, la diferencia entre ambos equipos es de siete puntos. El Arsenal, tercero, ya queda a trece, aunque con un partido menos.

El campeón con el que nadie contaba

Algunos critican que el Leicester City no juegue demasiado bien al fútbol. Como crítica, de por sí, es absurda. Un equipo que iba el último hace doce meses tiene que seguir siendo un equipo con limitaciones. El problema es que, además, es una crítica injusta. El Leicester juega bastante bien, como el Valencia en su momento jugaba bastante bien dentro de sus posibilidades. Cediendo a menudo la posesión, basándose mucho en el balón largo y con una querencia natural al contraataque y las jugadas de estrategia.

Ahora bien, hacer todo eso y hacerlo bien no es fácil y menos en Inglaterra, donde ese tipo de tácticas están tan vistas que es difícil pillar a alguien por sorpresa.

Aparte, nadie puede dudar de la calidad de Mahrez. Por encima de los veintiún goles de Vardy está el dominio absoluto del juego del argelino, que ha metido otros dieciséis y ha colaborado en una decena de tantos más. En cada partido deja una o dos maravillas que hacen que el encuentro merezca la pena.

El Leicester, por tanto, es algo más que un equipo aguerrido, defensivo y con suerte. Al Arsenal le pegó un baño en su casa aunque acabara perdiendo después de quedarse con diez. Al City le metió tres en Manchester y también fue capaz de ganar al Tottenham en Londres. Aún tiene que jugar en Stamford Bridge, pero la ida se saldó con victoria de los de Ranieri.

De hecho, de los cinco partidos que le quedan, el del Chelsea se presenta como el más complicado. Para ser campeón, necesita sumar nueve puntos. Eso, en el caso de que el Tottenham lo gane todo, que no tiene pinta. De esos cinco partidos, tres serán en casa, contra el West Ham United, que se está jugando entrar en Champions, el Swansea y el Everton. Fuera, aparte del Chelsea, espera el Manchester United, una auténtica caja de sorpresas.

No es un calendario fácil, más que nada porque esos partidos en casa ante equipos más flojos los carga el diablo, y si no que se lo cuenten al Deportivo de Arsenio Iglesias, cuando encarriló tres empates a cero en los últimos cuatro partidos de la temporada 1993/94 ante Lleida, Rayo y Valencia y acabó perdiendo la liga empatado a puntos con el Barcelona. Más fácil lo tiene el Tottenham: también tiene que visitar Stamford Bridge pero sus otros cuatro partidos son relativamente asequibles. En cualquier caso, no conviene olvidar que la liga inglesa no es como la escocesa o la española. Ganar cinco partidos seguidos es una heroicidad, especialmente esta temporada.

Ha llegado, por fin, el momento en el que la lógica y el corazón se unen. La historia de la Cenicienta está a un paso de convertirse en realidad y ese paso va más allá de nuestro deseo. Durante meses, el Leicester City se ha convertido en algo así como los Golden State Warriors en baloncesto: ese equipo que ha estado bajo el radar durante décadas y del que de repente todo el mundo se hace aficionado por una cuestión de narrativa. Incluso en el improbable caso de que se venga abajo, cual Jordan Spieth en el hoyo doce de Augusta, esto quedará para siempre: las apuestas imposibles, la emoción del cuento de hadas, las televisiones de todo el mundo programando sus partidos como si fueran ellos los que se hubieran gastado doscientos millones en fichajes.

Un cuento de hadas que empezó en una orgía en Tailandia. No me podrán negar que hay pocas historias con tanta fuerza. De todos modos, por si acaso, la semana que viene intentaremos contarles alguna otra.

Fuente: Jot Down

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N. de la R. El artículo fue escrito días antes de que Leicester, merced a su empate a 1 gol ante Manchester United, y el empate del Tottenham ante Chelsea, se coronora por primera vez en su historia, campeón de la Premier League. Acá va la noticia.

El Leicester culmina su epopeya y alza la Premier

El pasado verano las casas de apuestas pagaban 5000 a 1 si el Leicester salía campeón de la Premier. La cuota fue bajando, pero siempre semejó una monumental sorpresa. Parece ficción, pero hoy es real: la cenicienta de la Premier se ha alzado con el título después de que el Tottenham no pudiese ganar en el feudo del Chelsea (2-2) en el último partido de la antepenúltima jornada del campeonato. Igualó una desventaja de dos tantos el equipo de Stamford Bridge con un gol de Hazard a diez minutos del final, prácticamente lo único que hizo esta campaña el mejor jugador de la pasada liga.

Los jugadores del Leicester recibieron la noticia reunidos ante el televisor en la casa del goleador Jamie Vardy mientras su técnico Claudio Ranieri iba a bordo de un avión tras visitar en Roma a su madre.

El Tottenham buscó la victoria en un campo donde no gana desde hace más de 26 años. Pareció que podía conseguirlo porque se adelantó justo antes del descanso con goles de Kane y Lamela, pero el Chelsea respondió. Descontó Cahill con más de media hora por jugar y a diez minutos del final marcó Hazard y le dio el título al Leicester ante el alborozo de la afición local.

“Hacedlo por Ranieri”, rezaba una pancarta en el coliseo del último campeón de la Premier, ahora en mitad de la tabla tras una decepcionante temporada. “Odiamos al Tottenham”, cantaron sus aficionados durante varias fases del partido. Y así el anterior campeón le dio el relevo al nuevo, el más inesperado, un Leicester cuya eclosión se puede explicar en una serie de claves:

La dinámica. A nueve partidos del final de la pasada campaña, el Leicester era colista a siete puntos de la salvación. Acabó seis por encima de ella tras ganar siete partidos, empatar uno y caer contra un Chelsea embalado hacia el título. Era la campaña de su regreso a la Premier League tras diez años lejos de ella, incluso con un paso fugaz en 2008 por el tercer escalón del fútbol inglés y una traumática derrota hace ahora tres años en un play-off de ascenso ante el Watford, con un penalti a favor errado en el último minuto de la prolongación y una contra inmediata del rival que les eliminó. Schmeichel, Morgan, Drinkwater o Schlupp jugaron aquel partido. Jamie Vardy, que no disputó ni un minuto, y Harry Kane, máximo goleador actual de la Premier con el Tottenham, estaban en el banquillo de suplentes aquella aciaga tarde. Hoy conforman la delantera de la selección inglesa.

El verano. A finales del pasado mes de junio el Leicester destituyó a Nigel Pearson, el técnico que lo había devuelto a la Premier y salvado del descenso. El club alegó “diferencias fundamentales de perspectiva”. Pocos días antes se había filtrado un video con tres jóvenes futbolistas del club en una orgía con mujeres durante una gira de post-temporada en Tailandia, la tierra del propietario de la entidad. En ellas proferían varios comentarios racistas y el club rescindió sus contratos. Uno de los jugadores era el hijo de Pearson, al que también se le reprochaban episodios pendencieros con rivales, periodistas e incluso aficionados.

El entrenador. Gary Lineker, gloria del club, del fútbol inglés y ahora respetado presentador de Match of the Day, el emblématico programa que resume cada jornada de liga en la BBC, fue taxativo tras el despido de Pearson. “El fútbol no deja de sorprender con su estupidez”. Cuando se supo el nombre de su sustituto no se cortó en su cuenta de twitter: “¿Claudio Ranieri? ¿De verdad?”. Le calificó como una opción “aburrida”. El italiano arribó tras un estrepitoso fracaso con Grecia, su primera experiencia como seleccionador. Había firmado por dos años y le dieron pasaporte tras cuatro meses, un empate y tres derrotas, la última en Atenas frente a Islas Feroe. Leicester llegó como su séptimo destino en ocho años cuando el equipo ya preparaba la temporada en un retiro austriaco. “No hay mucho que cambiar, apenas unas conceptos tácticos”, apuntó.

El dinero. El plantel actual del Leicester costó en traspasos menos de 30 millones de euros, la mitad de lo que pagó este verano el Manchester City por Sterling, un suplente. Por Mahrez, mejor futbolista de la temporada, pagó medio millón de euros; por Vardy abonó millón y medio. Ya con el nivel de precios actual en la Premier llegaron el pasado verano Kanté, tras pagar ocho millones al Caen galo, y Okazaki, por once millones pagados al Mainz, el fichaje más caro de la historia del club. El bajo coste del Leicester es relativo en parámetros de la liga española. Vardy cobra cinco millones de euros por año y el coste salarial de la plantilla, aunque está entre los más bajos de la Premier, supera los 60 millones de euros y en la Liga BBVA sería el sexto, equivalente al del Villarreal. Más de media Liga española está entre los 30 y los 14.

El estilo. “Sangre, corazón y alma”, detalla Ranieri sobre su equipo, que desprecia la importancia de la posesión del balón y equilibra los partidos en base a la presión y el contragolpe. Domina el juego aéreo y se mueve con una máxima. “Disfrutamos al dejar nuestra portería a cero”, explica el técnico. Con máxima presión se ancló en ese credo porque en seis de los últimos ocho partidos no encajó gol. En las nueve primeras jornadas le habian marcado en todas. Antes de la décima prometió invitar a una pizza a sus chicos si cerraban la meta. Lo lograron, pero tuvieron que preparar la masa para poder degustarla. “Deben trabajar para lograr las cosas”, ilustró Ranieri.

El esfuerzo. Cuando el Leicester ya era una amenaza para los grandes, Manuel Pellegrini, técnico del Manchester City, buscó una explicación. “Juegan un partido por semana y siempre con los mismos. Eso se nota, pero el mérito es muy grande”. Doce jugadores acabarán la liga tras haber participado al menos en treinta partidos. En los parones por los partidos de las selecciones, Ranieri llegó a conceder siete días de vacaciones a la mayoría de sus hombres, que hasta marzo apenas contaban a ese nivel.

Los rivales. El éxito del Leicester es el fracaso de los grandes del fútbol inglés, de Arsenal, Manchester City, Manchester United, Chelsea o Liverpool, de técnicos como Mourinho y Rodgers, que perdieron su trabajo, de Pellegrini, que no continuará en su cargo, o de Wenger y Van Gaal, muy discutidos por sus aficionados. Pero hay que darle crédito al Leicester, derrotado apenas en tres ocasiones en lo que va de temporada, las mismas que el Chelsea la pasada campaña, menos por ahora que ningún otro campeón en los últimos once años.

La campaña. La cota más baja del equipo fue la octava plaza tras la séptima jornada, pero a apenas cuatro puntos del líder. A finales de noviembre llegó a la primera posición. “Nuestro objetivo es llegar a los 40 puntos”, aclaró Ranieri. Holló a esa cota justo en el ecuador del campeonato y desde la jornada 23 nadie le apeó de la primera plaza. Desde entonces solo perdió un partido, en el tiempo de prolongación en casa del Arsenal y con diez hombres sobre el campo.

La gente. La epopeya del Leicester tiene un alcance universal. Es el equipo de los neutrales. “Merecemos un final feliz como el de las películas”, dijo Ranieri la pasada semana. Ya se ha apuntado el interés de alguna productora por llevar a las pantallas la historia del goleador Jamie Vardy, que con 23 años jugaba en la sexta categoría del fútbol inglés, llevó una tobillera electrónica durante un tiempo tras estar involucrado en una trifulca y compaginó el fútbol con el trabajo en una fábrica de materal ortopédico. Ranieri no se disgustó cuando le apuntaron que Robert de Niro podía hacer su papel en el celuloide. “Muero porque ganen el campeonato”, confesó hace unas semanas el príncipe Guillermo, seguidor del descendido Aston Villa. Todos quieren ver al Leicester: el equipo ya ha cerrado su participación en amistosos de pretemporada contra Celtic, Barcelona y PSG, este último en California.

Fuente: El País

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