Durante muchos meses ha circulado la siguiente idea de parte de los medios: Ricardo Lagos y Sebastián Piñera serán sí o sí los próximos candidatos que se enfrentarán con tal de recuperar lo que algunos llaman “gobernabilidad”. Y es que pareciera que estos dos candidatos son los que le dan más seguridad tanto a la otrora Concertación como a la derecha.
O mejor dicho, al discurso que por años han alimentado estos dos bloques, quienes se abrazan cada vez que sienten miedo a perder sus beneficios ideológicos.
Pero si uno hila más fino, tal vez ni Piñera sea tan conveniente para esa gobernabilidad que ven en juego quienes creyeron que la democracia consistía en perpetuar acuerdos post dictatoriales. A lo mejor la locura especuladora del ex presidente no sea lo que ambos sectores buscan en días en que necesitan aferrarse a las simbologías de una transición que aún no ha terminado en sus cabezas. Cabe recordar que durante su gobierno los empresarios siempre vieron en hermano del “Negro” más a una competencia que a un aliado, por lo que muchas veces no lo apoyaron en sus iniciativas.
Ricardo Lagos, en cambio, parece ser el hombre indicado según el poder monetario. Su capacidad para dialogar y golpear la mesa cuando es justo y necesario, produce algunas veces hasta pequeños espasmos de excitación en un grupo fáctico que se siente indefenso ante un ambiente país que ha tenido la osadía de preguntarse si es que sus intereses son más importantes que los del resto de la ciudadanía.
Es cierto, Lagos fue tal vez el mejor gobierno que la Concertación en materia de espacios culturales, de sensación que teníamos una República más viva que la que desaparecía bajo la sombra del mercado en los noventa, pero también cometió el error de creer que el debate gobierno-empresariado, partía según las necesidades de los primeros.
Y ahí estuvo don Ricardo para calmarlos, para comportarse como un padre protector asegurándoles que él era un socialista moderno, de esos que no le tenía miedo a la conversación con el otrora poder golpista. Y lo hacía con autoridad y sin doblegarse ante ellos, lo que a los poderosos les parecía aún más excitante. “Es un estadista”, se repetía en los pasillos de CasaPiedra cuando Ricardo Primero caminaba de manera elegante con el Estado a cuestas.
El problema es que hoy en Chile no se necesitan esas conversaciones en donde no se conversaba nada, sino que urge el entendimiento real de los contextos. Si bien Lagos es tal vez el político más avezado de la centroizquierda chilena, no queda muy claro si es que sus propuestas y sus postulados tendrán que ver con ese futuro que ve en sus viajes internacionales, o con el que necesita Chile en años de cuestionamientos fundamentales. No se sabe si es que llegará con los desafíos que hoy que la izquierda debe afrontar, o hará un refrito de lo que hizo en los comienzos de los 2000.
Porque ¿A quién viene a salvar Ricardo Lagos?, ¿Viene a rearmar una coalición que necesita de un liderazgo para lograr cometidos en dirección progresista? No se sabe, porque parece ser que quienes lo piden a gritos son los del otro lado, los de al frente y los que dicen compartir su moderación política, la que hoy en día no parece más que una excusa para perpetuar lógicas innecesarias en una realidad que necesita replantarse el motor democrático de los últimos 25 años. Es cosa de esperar y ver. Antes sólo nos queda especular.
Fuente: El Quinto Poder