Cada cierto tiempo, explotan en las plazas públicas verdades que incomodan. Son expresiones de una suerte de “consenso de masas”, que pugnan por salir adelante. Incomodan… porque hieren intereses. Se las califica de “inoportunas”, porque no se habría esperado “el mejor momento” para esgrimirlas. Hasta allí, la “procedencia” o no de algunas declaraciones de altos personeros, parlamentarios, ministros de Estado, etc. Pero, ¿y la verdad?
¿Es verdadero o falso que las desigualdades sociales se manifiestan de tan múltiples formas que para concluir en su vigencia no hay más que hacer un breve recorrido por algunos de los “temas” en boga?
Veamos algunos.
¿Es verdadero o falso que las mayores inversiones públicas en materia de infraestructura vial y servicios en general, se destinan a los barrios “acomodados”?
¿Y que en el Metro, por ejemplo, las estaciones son muy diferentes en cuanto a la comodidad de sus usuarios según sean las comunas que sirve?
¿Es verdadero o falso que muy distinto es el rasero de la ley cuando se trata de un delincuente de cuello y corbata que roba al Fisco o a una masa considerable de usuarios o clientes, que cuando se trata de un “ciudadano de a pie” que ha cometido un delito de baja o mediana monta? ¿Y que incluso las calificaciones de “delito” y “delincuente” están vedadas en el primero de los casos, en los que se da hasta la alternativa de un “arreglo” extrajudicial de manera que los o las honorables puedan seguir siendo llamados así?
¿Es verdadero o falso que en muchos casos la propia ley es injusta?
¿Es verdadero o falso que muchos empresarios –no todos, ¡por favor!- no cumplen lo que les manda la ley en el trato con sus trabajadores? ¿Y que la justicia, en muchos de esos casos, más bien calla que cumple?
¿Es verdadero o falso que todavía, después de tanto proceso y clarificación histórica, se sigue en varios sectores de las fuerzas armadas homenajeando, con monumentos y otras manifestaciones de “adhesión y respeto”, a probados autores de violaciones a los derechos humanos?
¿Es verdadero o falso que hechos tan notorios como la existencia en nuestro país de una suerte de “aborto de masas”, distingue con extrema crueldad entre quienes puedan pagarlo en buenas u óptimas condiciones, y quienes deban someterse a procedimientos clandestinos y, por lo mismo, de alto riesgo para la integridad física y emocional y aún la vida de miles de mujeres en edades que muchas veces confinan con la infancia, y todo ello por el imperio del poderoso Don Dinero?
Y la pregunta que es lícito hacerse, recae, precisamente, en los hoy dudosos o negados fueros de la verdad.
¿Cuándo será oportuna la verdad? ¿Desde cuándo el ocultamiento de la verdad sirve para la justicia social, el progreso social, la igualdad ante la ley y otros atributos y condiciones de una auténtica democracia? ¿Desde cuándo y desde dónde se puede hacer el diagnóstico y decidir las líneas de acción para enfrentar un grave problema, si se le pone límites a la verdad?
¿Cuándo se comprenderá que una verdad acallada equivale, simple y rotundamente, a una mentira?
¿Cuándo se concordará en que en el tratamiento público de un problema y sus soluciones, no son lícitas las invocaciones a dogma alguno, y que no se puede argumentar sobre la base de creencias particulares, por respetables y aun mayoritarias que ellas sean?
¿Cuándo, la verdad tendrá “su hora”?
(*) Editorial Semanario El Siglo