por Felipe Portales (*).
La aceptación del veto de la derecha por parte de la ex Concertación –a través del aberrante quórum de 2/3 para aprobar una nueva Constitución- no nos debiese sorprender, a la luz del profundo proceso de derechización experimentado por el liderazgo de dicho conglomerado político desde fines de los 80.
En efecto, como lo reconoció en 1997 con toda crudeza Edgardo Boeninger, el principal ministro de Aylwin (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago), el liderazgo concertacionista experimentó a fines de los 80 una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (Ibid.; p. 369) y que “la incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación, se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes” (Ibid.; pp. 369-70).
Lo anterior explica una de las acciones más insólitas en la historia política de la humanidad: el deseo de una coalición política de tener minoría parlamentaria en lugar de mayoría. De este modo, la Concertación –a través del acuerdo de reformas constitucionales concordado con Pinochet a mediados de 1989- ¡le regaló a la futura oposición de derecha la mayoría parlamentaria que habría tenido segura de mantenerse el texto original de la Constitución del 80!
En efecto, pensando obviamente en que Pinochet sería ratificado como presidente en 1988 y teniendo en cuenta la histórica minoría electoral de la derecha, la Constitución estipulaba que el Gobierno a establecerse en 1990 tendría mayoría parlamentaria con la mayoría absoluta en una cámara y un tercio de la otra.
Y en ese contexto, Pinochet habría tenido el tercio de los diputados -más que asegurado con el sistema electoral binominal- y mayoría en el Senado, gracias a los senadores designados.
Como Pinochet perdió el plebiscito de 1988, dicho prospecto le iba a ser plenamente favorable al inminente Presidente, Patricio Aylwin, y a la Concertación. Esta iba a tener, naturalmente, la mayoría en la Cámara de Diputados e iba a alcanzar de todas maneras el tercio del Senado, pese a los senadores designados.
Esto último, dado que el Senado original estaba compuesto por 26 senadores electos (dos por cada una de las entonces 13 regiones) y 9 designados, es decir, 35 senadores. El tercio de 35 es 12 y la Concertación tenía completamente asegurado elegir al menos uno en cada región, es decir, 13.
Sin embargo, en el “paquete” de 54 reformas del 89 se incluyó solapadamente una que subía los quórums a mayoría absoluta en ambas cámaras -hecho que, hasta el día de hoy, la generalidad de la población chilena ignora- manteniendo los senadores designados, con lo cual el evidente efecto práctico iba a ser que la Concertación perdería su mayoría parlamentaria.
La explicación de este acto, aparentemente demencial, la encontramos perfectamente razonable con el reconocimiento posterior que hizo Boeninger: que la Concertación había llegado a una convergencia con la derecha que políticamente no estaba en condiciones de reconocer.
Por lo que, si hubiese tenido mayoría parlamentaria no habría tenido excusas válidas para no cumplir con sus bases los compromisos programáticos de transformación del sistema neoliberal heredado de Pinochet.
Como no la tuvo, en los años 90 pudo recurrir siempre al argumento de que no tenía las mayorías parlamentarias para hacerlo. Lo que era cierto, ¡pero ocultando decir que no la tenía porque la había regalado!
De tal manera que a lo largo de los 90 le fue políticamente posible al liderazgo de la Concertación ir legitimando, consolidando y “perfeccionando” poco a poco el modelo y las estructuras económico-sociales impuestas por la dictadura. Ello, además, pudo hacerlo más fácil dado el contexto económico internacional favorable y la gran afluencia de capital extranjero, que permitió hasta 1998 un extraordinario crecimiento de la economía, con el consiguiente “chorreo” y disminución significativa de los niveles de pobreza.
De este modo, se consolidaron todas las estructuras y políticas económico-sociales que dejó en herencia Pinochet: El Plan Laboral, las AFP, las Isapres, la LOCE, maquillada por la LGE, las universidades privadas sin (con) fines de lucro.
No solo eso, además la ley minera que permitió la creciente desnacionalización de la gran minería del cobre; el sistema que ha permitido la elusión tributaria de las grandes fortunas y que les ha brindado gigantescas formas de exención impositivas; la privatización de los servicios públicos, las concesiones de autopistas a través de contratos leoninos, la carbonización de la matriz energética, la existencia cada vez más grave de “zonas de sacrificio”, junto con el virtual monopolio de la venta de medicamentos a precios escandalosos por tres cadenas de farmacias, la concentración del poder económico en pocas decenas de grandes grupos económicos; la atomización social de los sectores populares y medios, a través de la pérdida de poder de los sindicatos, juntas de vecinos, cooperativas y de los colegios profesionales y técnicos.
Ya a fines de los 90, diversos líderes concertacionistas se permitían expresar públicamente su adhesión al neoliberalismo e, incluso, grandes elogios a la obra económica, social y cultural de Pinochet.
Especialmente ilustrativos fueron los casos del destacado intelectual PPD, Eugenio Tironi y Alejandro Foxley, quien fue el ministro de Hacienda de Aylwin, ex senador, expresidente del PDC y excanciller de Bachelet.
Así, el primero escribió en 1999 que “la sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de ésto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…) las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las élites. Chile en el cambio de Siglo; Edit. Grijalbo, Santiago, 1999; pp. 36, 62 y 162).
Y Foxley expresó en una entrevista en 2000:
“Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró en ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza, en forma modesta y en cargos secundarios, pero que fueron capaces de persuadir a un gobierno militar (…) de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile (…) que ha terminado siendo aceptada prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal es que, por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).
A su vez, connotados intelectuales, economistas, políticos y empresarios de la derecha nacional e internacional han planteado grandes elogios a los líderes concertacionistas por su completa derechización y, particularmente, de quien menos lo esperaban: Ricardo Lagos.
Así, tenemos al cientista político RN y ex embajador de Piñera, Oscar Godoy, quien al ser consultado si observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió:
“Sí y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación, en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).
Por otro lado, el entonces presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, señaló a fines de 2005:
«A Ricardo Lagos mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (Foro de Cooperación de Asia Pacífico) como acá (en Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque, además, se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005).
A su vez, el destacado empresario y economista, César Barros, sostuvo el día final del gobierno de Lagos:
“Las alabanzas empresariales dejan pequeñas a las ‘declaraciones de amor’ que le hiciera la cúpula empresarial una vez finalizada la APEC. Un grupo de amigos empresarios que denominaban a Don Ricardo «El Príncipe» -tanto por aquello de Maquiavelo como por ser el primer ciudadano de la República- han optado en llamarlo, de ahora en adelante «el Zar de todos los Chiles’ (…) Antes de este gobierno, los empresarios repetían el padrenuestro del rol subsidiario del Estado. Y por lo tanto, un príncipe socialista solo podría hacernos daño. Pero el hombre, trabajando con cuidado y con inteligencia, los convenció de que estaba siendo el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos y el temor y la desconfianza se transformaron en respeto y admiración” (La Tercera; 11-3-2006).
Por su parte, el dirigente de la UDI, Herman Chadwick, señaló:
«El gobierno de Lagos fue muy bueno, el ex Presidente tiene una importancia a nivel mundial que no podemos desaprovechar” (El Mercurio; 21-3-2006).
Y el destacado empresario pinochetista, Ricardo Claro, declaró en lo que probablemente fue la última entrevista de su vida:
“Lagos es el único político en Chile con visión internacional y está muy al día. No encuentro ningún otro en la derecha ni en la DC” (El Mercurio; 12-10-2008).
Pero el reconocimiento más relevante y universal fue el que le hizo el número 2 -luego de Milton Friedman- de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, Arnold Harberger, quien en 2007 señaló:
“Estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia y quien habló inmediatamente antes de mí fue el expresidente, Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica, es una bendición para el mundo” (El País, España; 14-3-2007).
Y en 2010, el mismo Harberger dijo en una visita a Chile:
“Yo creo que ha habido una gran evolución de política económica en Chile durante el período del gobierno militar y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin, con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos anteriores y eso ha seguido hasta hoy día” (El Mercurio; 19-12-2010).
Y, si la aceptación del veto de la derecha para impedir una Constitución que refleje la opinión mayoritaria de los chilenos en orden a sustituir el modelo de sociedad legado por la dictadura, va unida a una total carencia de autocrítica por haber consolidado dicho modelo, no podemos más que concluir que la profunda derechización del liderazgo de la ex Concertación continúa plenamente vigente y que puede perfectamente continuar, con la política de los “consensos” que le permitieron consolidar el “modelo chileno”.
Y con la misma lógica con que le regaló a la derecha, en 1989, la mayoría parlamentaria, hoy, en 2019, se apresta a regalarle el poder de veto en la elaboración de una ¿nueva? Constitución.
Fuente: El Mostrador