En la antigua democracia chilena la relación de los gobiernos y los partidos políticos oficialistas era mucho más fluida y digna que hoy.
Si bien el poder del Presidente de la República siempre fue muy vigoroso, las colectividades que lo apoyaban tenían mayor gravitación en las decisiones gubernamentales, y en no pocas oportunidades los desacuerdos entre éstas y el Jefe de Estado concluían en severas rupturas, como en la consecuente renuncia de los ministros de estado que militaban en las tiendas que entraban en contradicción con lo que implementaba La Moneda.
De hecho, los programas de gobierno eran diseñados por los partidos y, aunque los cuoteos y otras malas prácticas siempre existieron, estas agrupaciones nunca fueron tan avasalladas por los gobernantes como lo son ahora.
No se habría concebido entonces que las bancadas parlamentarias del oficialismo se enteraran de iniciativas importantes del Ejecutivo en la sede misma del Parlamento, sin que éstas se discutieran, primero, con las bancadas legislativas amigas.
Ya se ve como ahora Sebastián Piñera anuncia darle urgencia a un proyecto de ley sobre matrimonio igualitario pasando a llevar las profundas convicciones de no pocos parlamentarios de la derecha en un tema que compromete sus convicciones morales y religiosas. Esto ha provocado ciertamente las iras de varios políticos, pero sin amenazar, como habría ocurrido en el pasado, la continuidad de sus colectividades en las reparticiones de gobierno.
Lo que vimos en la reciente cuenta presidencial ha dejado atónita a toda la política nacional. Cuando le restan pocos meses de gobierno, el actual Mandatario desafía a sus partidos afines y anuncia una iniciativa ultra polémica y que, de paso, le trae también el severo cuestionamiento de las jerarquías eclesiásticas que, reiteradamente, vienen argumentando que el matrimonio solo puede ser entre un varón y una mujer y no entre personas del mismo sexo.
El católico Mandatario se desmarca también de la voz de sus pastores y confía ganar la aprobación de los sectores más liberales del país que, aunque a regañadientes, no han tenido más que aplaudir su decisión. Pero incluso desde la propia Democracia Cristiana es posible que haya legisladores que se opongan a su proyecto y en quienes todavía el orden episcopal ejerce influencia.
Piñera sabe que ya no está en edad ni en condiciones de volver a La Moneda, por lo que puede darse algunos lujos que, de paso, le permitan culminar su carrera política con la aprobación de algunos referentes que nunca abrigaron confianza en que un gobernante como él se las jugara por una reforma tan audaz y desafiante del conservadurismo nacional.
Es tan baja su popularidad que, en una de esas, el Mandatario confía en retirarse a la vida privada y a sus negocios con un dejo de simpatía en sectores que se sienten discriminados por sus preferencias sexuales. Aunque, de todas maneras, se trataría de una apuesta bastante incierta.
Pese a la inmediata indignación que causó su anuncio, no se aprecia hasta aquí que desde ninguno de los partidos oficialistas se plantee la idea de retirarse del Gobierno, como sin duda hubiera ocurrido ante un desacuerdo tan relevante durante nuestra antigua era republicana.
Un gesto de dignidad que no le sería muy costoso, por lo demás, a los partidos de la derecha si se considera el alto nivel de desprestigio de la actual administración y el escaso tiempo que le queda a estas colectividades para gozar de las prebendas que le otorgan los ministerios, las subsecretarias, las embajadas y otros cargo públicos.
Sin embargo, en un año electoral como el que vivimos, permanecer aferrado a las ubres del poder puede ser muy conveniente para los partidos por los recursos que siempre provee la administración pública.
Además de garantizarle a muchos militantes mantener sus cargos y estipendios hasta fin de año, cuando para todos lo más probable es que la derecha se despida por un buen tiempo de la Moneda a causa de la desastrosa administración de Piñera. Y cuando la Pandemia también de alguna forma ha golpeado también los bolsillos de la política.
Lo que ocurre tampoco es muy distinto de lo sucedido durante los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría en que varias veces se pensó que algunos partidos se alejarían de La Moneda, pero finalmente prefirieron mantenerse a buen resguardo del Palacio Gubernamental, pese a que algunas de las decisiones oficiales realmente violentaban sus principios y compromisos electorales.
No está demás consignar que el sector más afectado con la iniciativa del matrimonio igualitario es el de la candidatura presidencial de Joaquín Lavín quién, como se sabe, es el primero de los precandidatos de la derecha que tomó distancia de Piñera y ha entrado en contradicción con él en varias oportunidades.
Para los otros tres ha sido menos traumática la decisión gubernamental, incluso a dos de éstos les ha permitido apelar a su espíritu liberal para diferenciarse del contrincante UDI y abrigar la idea de empatizar con los opositores del Gobierno. Fue tal el desagrado que le produjo a la bancada del Gremialismo este anuncio presidencial que varios de sus diputados salieron a proponer toda suerte de medidas de corte populista para encarar la pandemia y hacerle daño a las arcas fiscales hasta ayer tan celosamente cauteladas por los mismos. Un puro acto de venganza, a no dudarlo, tanto que han superado con creces las exigencias opositoras en tal sentido.
Lo que no se puede soslayar es que las relaciones entre Piñera y la Derecha han sido siempre difíciles. Especialmente después de su primera administración en que para muchos éste había realizado un gobierno de corte demócrata cristiano y más “izquierdizante” que el de Ricardo Lagos a quien tanto temieron, pero del cual terminaron realmente encantados.
Sin embargo, como la necesidad tiene cara de hereje, concluyeron por apoyarlo nuevamente, aunque fuera a regañadientes. Seguramente por aquello que la derecha sabe muy bien: que las elecciones se ganan o se ganaban fundamentalmente con dinero.
Lo que Piñera más tiene.