La Hora de la Revolución

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Una vez que se supo el resultado de la elección primaria de la DC para definir su candidato o candidata presidencial, la senadora Ximena Rincón, quien resultó vencedora de la jornada, declaró con encomiable entusiasmo que había llegado la hora de «la revolución de la dignidad».

No se había escuchado a un democratacristiano usar la palabra «revolución» desde hace a lo menos, cincuenta y cinco años.

Por esa razón, probablemente, se oye como una de aquellas frases de las que recomiendan los asesores de imagen, publicistas y jefes de propaganda.

Suena a retórica muy «desarrollista», muy siglo XX…las alusiones a la Revolución en Libertad del fundador de la DC y ex presidente Eduardo Frei Montalva, suenan un poco extrañas, después del giro de la falange al liberalismo, la economía social de mercado, el gradualismo y las reformas incrementales que caracterizaron sus administraciones de los años 90 y su actuación francamente timorata a lo largo de todo el período de Piñera.

No se pueden comparar, ciertamente, las reformas inspiradas en la estrategia de la Revolución en Libertad de los años sesenta, con las medidas que caracterizaron a los gobiernos de la Concertación y para las que amistosamente, la DC ha prestado sus votos también durante la segunda administración derechista post dictadura, en materia de pensiones, salarios, etc.

Por cierto, no faltan las explicaciones que insisten en las recetas «responsables», «gradualistas», «consensuadas», atavismo nostálgico de la política noventera, de los «buenos» viejos tiempos de la globalización neoliberal.

Ello es expresión de una inexplicable perseverancia, considerando especialmente que todos quienes sostienen o han sostenido posiciones como esa, de un tiempo a esta parte, son verdaderos cadáveres políticos.

Partidos, dirigentes, ex ministros, instituciones que se niegan a ver lo evidente ya han caído en la intrascendencia -de lo que incluso dan cuenta las encuestas del sistema- aunque parecen no darse por enterados o esperar pacientemente una nueva oportunidad.

Es como intentar la cuadratura del círculo. Una Nueva Constitución, es todo lo contrario del gradualismo y la reforma dentro de lo posible. Es establecer nuevas reglas, un nuevo orden.

Ello, con independencia de que el conservadurismo político y cultural de nuestra sociedad intentará escamotear -y lo viene haciendo desde el 15 de noviembre del 2019- este anhelo popular ratificado en el plebiscito del 25 de noviembre pasado.

Lo cierto es que la sociedad se ha pronunciado clarísimamente -en las calles y en las urnas- por un cambio estructural, le pese a quien le pese y respecto de lo que ni el gradualismo ni la paciencia tienen explicación ni receta.

Esa es la razón para que pese a su celebrada unidad en la confección de la lista para convencionales, la derecha esté, cuchillo en mano, viviendo una verdadera guerra civil interna.

Ya la confección de la propia lista a la Constituyente, estuvo cruzada por el hedor del sapo de JAK que a varios les costó, y les sigue costando, soportar. Pero como la necesidad tiene cara de hereje, todos los dizque «liberales» de la derecha, aparte de arrugar un poco la nariz, finalmente se lo tragaron, aunque sea difícil pronosticar por cuánto tiempo más podrán seguir soportándolo.

La definición de su candidato presidencial ha sido también una verdadera telenovela para todos los partidos del sector, la que no se ha caracterizado precisamente por su glamour, sino todo lo contrario, por las prácticas mafiosas, la extorsión, el oportunismo y la deshonestidad, partiendo desde la Moneda para abajo.

En realidad, lo único que la mantiene unida, es la defensa de lo que se pueda defender todavía del modelo. Pero respecto del futuro, del -como dicen- «nuevo Contrato Social», sólo gruñidos, ni una sola idea.

Por eso, las alusiones de la candidata DC a la «Revolución», aun siendo superficiales, poco claras y parecer oportunistas, dan cuenta del momento que está viviendo nuestra sociedad.

Se trata de una forma ideologizada de decir que -efectivamente- es sólo un cambio estructural lo que podría sacarla del marasmo en que la tiene un neoliberalismo moribundo, sin reemplazante a la vista, en medio de una pandemia que ha golpeado de manera brutal la moral y la voluntad de un pueblo atemorizado pero también indignado por tanta injusticia y desigualdad.

Para la izquierda, no se trata sólo de un asunto «ético» como podría serlo para el pensamiento católico; se refiere precisamente a lo que la define: la aspiración de una nueva sociedad. Y aun cuando esto nunca ha sido fácil y considerando que es y ha sido la fuerza política más interesada y que más esfuerzo, creatividad e incluso vidas ha puesto en este empeño, resulta curioso que sea la DC la que usa el término.

Lamentablemente, el giro a nivel mundial, de la socialdemocracia hacia el liberalismo, la caída de los socialismos reales a fines del siglo XX, y un largo etcétera de explicaciones que a los y las jóvenes de hoy debe provocarle bostezos, lo hacen complicado.

Así y todo, desde el FA al PCCH, todos o casi todos los partidos y movimientos de izquierda se definen a sí mismos por el socialismo -aun en diferentes variantes- pese a que rara vez utilicen el término para referirse a su objetivo final.

Hoy en día, el concepto del socialismo adquiere todavía más actualidad y relevancia considerando lo que precisamente ha señalado la presidenciable DC, como la tarea que debe emprender la sociedad chilena en la actualidad.

La capacidad de resolver las contradicciones que hay entre ésta y las reformas coyunturales que se deben y se pueden abordar en lo inmediato -en salarios, educación y salud públicas, sistema previsional, democratización de los medios, cambios al régimen político, etc.-, es lo que irá aclarando el abigarrado paisaje opositor actual.

Pero además, irá dejando en claro la autenticidad de las declaraciones de varias ovejas con piel de lobos que han abundado en los últimos años, producto del progresivo desgaste del pacto que dio origen a la transición.

La conformación de una alternativa o de esa «revolución» que reclama la presidenciable DC, obviamente no será el resultado de la claridad de un grupo de expertos -idea muy propia de los años sesenta precisamente- ni de un liderazgo carismático.

Será, como siempre lo ha sido, el resultado de la experiencia, la movilización y los anhelos de millones; también de la unidad del pueblo y como lo ha señalado la senadora Rincón , incluso con toda la imprecisión e ideologismo que se le pueda reprochar, de una voluntad explícita por realizar cambios de fondo a nuestra sociedad.

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