por Homar Garcés.
Entre el 26 de marzo al 27 de mayo de 1871 ocurre en París la última insurrección popular europea del siglo XIX. Este acontecimiento histórico es analizado por Karl Marx, quien considera la acción de los obreros parisinos como un “asalto a los cielos”.
Ante el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Marx llegará a destacar, entre otros elementos de importancia, que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la maquinaria del Estado y servirse de ella para sus propios fines”.
Los integrantes y defensores de la Comuna de París llegarán a entender que no bastaría con solo tomar el poder y, en consecuencia, se impusieron actuar para hacer factible una revolución social, política, cultural y económica profunda.
Entre las medidas revolucionarias adoptadas por la Comuna de París resaltan la supresión del ejército regular y, en su lugar, se proveyó de armas al pueblo para su defensa; la elección por sufragio universal de consejeros municipales, quienes serían responsables de sus respectivas gestiones ante sus electores y podrían ser relevados directamente en el momento que los mismos así lo decidieran.
Estos procedían de la clase trabajadora y formaban parte, al mismo tiempo, del poder ejecutivo y del poder legislativo. Todas las estructuras y funciones del Estado pasaron a control directo de la Comuna: la policía, los jueces, los magistrados y los servicios públicos.
Los funcionarios públicos percibirían salarios iguales a los de los obreros; de este modo, se eliminaría la segmentación usual, de naturaleza económica y social, entre representados y representantes, impidiendo el desvío de los intereses que estos últimos debieran siempre defender y promover a favor de las mayorías.
La Comuna de París decretó, asimismo, la separación entre la Iglesia Católica y el Estado, lo mismo que la expropiación de todos sus templos, en vista que el clero constituía una corporación conservadora de amplio poder e influencia entre los sectores populares, en beneficio de los intereses de los sectores dominantes. Instituyó, igualmente, la educación de forma absolutamente gratuita para la población en general, despojándola de su carácter elitesco.
Todo ello representó un gran avance en cuanto al significado y a los logros de la revolución social en general.
La Comuna de París era primordialmente un gobierno de la clase obrera.
Fue la manifestación política de la lucha de clases, sostenida desde largo tiempo entre productores y capitalistas expropiadores, en lo que sería el establecimiento de una república social y la emancipación definitiva del proletariado en relación con la hegemonía del capital, lo que terminaría por extenderse también al campesinado en una alianza social que aboliría para siempre la dominación de las clase tradicionales.
Sin embargo, sus esfuerzos revolucionarios fueron truncados de manera brutal por los sectores reaccionarios franceses.
Derrotados por las fuerzas alemanas, ahora eran sus aliadas, lo que les permitió emprender una ofensiva sin contemplaciones de ningún tipo contra los integrantes y defensores de la Comuna de París.
Algo que, con pocas variantes, se repetiría posteriormente con el surgimiento de la Unión Soviética, así como en la mayoría de las naciones que lucharan, en guerras asimétricas, contra las opresiones colonialistas e imperialistas.
No es casualidad que el legado y la experiencia de la Comuna de París cobren vigencia cuando los pueblos siguen confrontando a los sectores dominantes y al sistema capitalista -ahora global- en demanda de una mayor participación y protagonismo en los espacios y en las decisiones que, de uno u otro modo, afectan su existencia.
Su contribución a la lucha por una democracia real es, por consiguiente, innegable, lo que hace de este acontecimiento histórico uno de los de mayor renombre e influencia al momento de definir las acciones que harían posible una verdadera democracia entre nosotros.
Fuente: Alainet