Hace unas semanas un sindicato de contratistas, entregó en el Ministerio del Trabajo una carta de despido para la hoy renunciada ministra Matthei. ¿La razón? Incumplimiento grave de sus obligaciones. El pago de Chile para Evelyn, dirían algunos. Otro caso más de ese injusto trato que los chilenos suelen dispensar después de grandes sacrificios por la patria, desconociendo tus méritos, tus desvelos y tus esfuerzos.
Y es que, efectivamente, se ha instalado en el ambiente de los trabajadores la idea de que Evelyn fue una ministra que hizo muy mal su trabajo, que, en rigor, consistió en no hacer nada.
Cero logro para los trabajadores, diríamos. De las gestiones más irrelevantes desde el retorno a la democracia —algo nada de fácil—, si miramos los avances en materias laborales en todos estos años.
Pero todo esto es muy injusto con Evelyn.
En un gobierno, como el de Piñera, donde el Ministerio del Trabajo es una oficina de empleos y los ministros son menos relevantes que el director del INJ, la llegada de un político conocido como ella, le dio fuste y brillo a la cartera.
De hecho, podría alegar, y con razón, que de su antecesora en el ministerio ya nadie recuerda ni siquiera su nombre, de hecho, cabe la duda ¿existió alguien antes? Y que de su sucesor —el nuevo ministro— en el mejor de los casos quedará su huella en Google.
Sin embargo, la injusticia es mayor que eso. Y ésta es sostener que Evelyn no hizo nada en su ministerio, como si se hubiere quedado cruzada de brazos, mirando pasar el tiempo en el confortable sillón ministerial.
Eso es profundamente incorrecto.
Ella trabajó mucho por cambiar las cosas, y con ganas furibundas, dignas de encomio y tal vez de premio.
Apenas llegó al ministerio, Evelyn quiso cumplir con un viejo sueño empresarial: eliminar de las indemnizaciones laborales, el pago de las asignaciones de colación y movilización.
Y vaya que lo intentó. La Dirección del Trabajo, un servicio bajo su mando, emitió —sin que nadie se lo pidiera— un dictamen que cambiaba su histórica jurisprudencia sobre la materia y se le quitaba a parte de los trabajadores, de un plumazo, casi un veinte por ciento de sus indemnizaciones por años de servicios.
Ante el escándalo sindical y político, la Dirección del Trabajo echó atrás a los 10 días su vergonzoso dictamen —es el dictamen de duración más breve de esa institución en sus 80 años de existencia.
No resultó, es cierto, pero Evelyn lo intentó.
Después, sostuvo como gran promesa —quizás la única grande— poner fin al multirut, esa práctica fraudulenta para dividir artificialmente empresas con el fin de afectar la actividad sindical y la negociación colectiva.
¿Y qué hizo Evelyn?
Presentó un proyecto que lo complicaba todo, a favor de las empresas por supuesto. Ahora, los sindicatos debían no sólo probar que todas las razones sociales tenían un mismo empleador, sino que además realizaban la “misma actividad o una complementaria” —miel sobre hojuelas para los abogados de la Sofofa.
Por si fuera poco, proponía crear una comisión de expertos que resolviera estos asuntos, cuya conformación era de cinco miembros, todos con un único requisito común: experiencia en asesorías “empresariales”. Y dicen, que ni se arrugó.
Ese proyecto era tan clamorosamente desequilibrado que nunca pasó de los sueños neoliberales de la candidata. Y aunque tampoco resultó lo del multirut, Evelyn lo intentó.
Después, la vimos emocionada con el problema de los empaquetadores de supermercados. Dijo hace como un año atrás que en un mes se solucionaría de raíz el problema de estos jóvenes trabajadores.
Su ingenio aquí superó lo imaginable: trabajadores sin derechos. Presentó un proyecto para declarar que esos jóvenes no “eran trabajadores” de los supermercados —expulsándolos del Código del Trabajo— y que ahora serían algo así como libre prestadores que trabajaban a cambio de propinas.
Sí tenían derecho —no es insensible Evelyn— a usar los baños de los supermercados.
El proyecto duerme en el Congreso por su falta total de tino político y laboral.
Por enésima vez, no resultó, pero Evelyn —aplicada como nadie— lo intentó.
Miradas así las cosas y con tamaño prontuario en materia laboral: ¿quién puede sostener que Evelyn no hizo nada?
Al revés, lo intentó una y otra vez, incansablemente. Y siempre en el mismo sentido: a favor de los intereses empresariales.
De ahí que el despido correcto no era por incumplimiento grave de sus obligaciones. De hecho, sus mandantes deben estar orgullosos de ella. Si la vida fuera justa, en Icare junto con premiar al modelo neoliberal, deberían premiarla, como parte de la estructura del modelo, algo así como una de sus piezas inescindibles.
En rigor, el despido correcto era por necesidades de la empresa. Chile va en otra dirección y sus ideas sobre los trabajadores ya mostraron estar obsoletas.
Evelyn, en todo caso, renunció antes.
Y a diferencia de los trabajadores que intentó perjudicar, sí se va con indemnización por sus servicios.
Ahora es candidata a la Presidencia.
(*) Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
Fuente: El Mostrador