lunes, diciembre 23, 2024
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La Aberrante Persecución a Santiago Montenegro

por Carmen Avendaño.

Santiago Montenegro, sobreviviente de la matanza de Corpus Christi, donde murieron 12 de sus compañeros, y de la tuberculosis que contrajo en su encarcelamiento a raíz de la también llamada Operación Albania, hoy enfrenta una prueba mayor: llegar vivo al juicio oral mientras la pandemia del COVID-19 amenaza la cárcel de Talca, donde se encuentra desde mayo de 2019 acusado de un delito común.

Tras años de litigar y enseñar derecho penal, Montenegro sabe que acabará sumándose a los más de 33 mil inocentes que han estado en prisión preventiva en los últimos 18 años. Mientras las detenciones aumentan y los juicios -eminentemente presenciales- se postergan, los contagios crecen. Es la otra Batalla de Santiago, contra una sentencia adelantada.

Pocos recordarán el robo frustrado al banco de Talca en febrero del 2018, donde murió un asaltante. Cuando Santiago Montenegro lo vio en la tele de la cocina reconoció a Patricio Zuluaga, un hombre al que le había tendido la mano, recomendándolo con conocidos para hacer unos fletes.

Entonces no se le cruzó por la cabeza las repercusiones de ese pequeño gesto y siguió con su vida hasta que lo detuvieron poco más de un año después, acusado de participar en el asalto.

“Habíamos vuelto de la cuarta región de las vacaciones familiares y estábamos en Santiago, tomando desayuno tarde, era verano (28 de febrero de 2018). Vi las fotos de Patricio y le digo a mi señora: mira, murió esta persona que yo conocía. Zuluaga llegó a un estudio jurídico donde yo era procurador, en los 90. Había un pasado político parecido, uno solidariza con la gente. No lo vi más. Cinco años atrás apareció en mi oficina. Había estado doce años preso. Doce. Me contó que se había comprado un camión de tres cuartos y me preguntó si yo lo podía recomendar para hacer algunos fletes. Yo lo recomendé con varias personas, entre ellos a un empresario de la quinta región, con el cual estableció una relación de trabajo”.

“Nunca pensé que me tenían intervenido el teléfono desde el mismo día del asalto. Y seguí haciendo mi vida normal. Me detuvieron con todo un operativo en mayo de 2019. Ahora me pregunto por qué. Lo único que determinaron con ese seguimiento es que yo tengo una vida normal, familiar”.

Preso político

“Cuando le encontraron el celular a Patricio chequearon los números, llegaron a mi nombre, me googlearon y vieron que fui del Frente, que había estado preso. Me transformé inmediatamente en sospechoso principal porque según ellos la persona que murió también era frentista, cosa que yo desmiento, aunque no niego su pasado subversivo. Nunca fui compañero de él. Hay una diferencia de edad de cinco años. Yo era uno de los más jóvenes del Frente, uno de los últimos en entrar”.

“Al día siguiente del asalto el empresario que le presenté me llama para decirme que Zuluaga le había pedido buscarle una casa en Talca para arrendar con su señora y sus dos hijos en Talca, que le había enviado por celular algunas opciones, y que incluso había pagado de su cuenta el arriendo a pedido de Zuluaga, que tenía una buena situación como para responder al préstamo. Cuando Zuluaga llegó a la casa de Talca se hizo pasar por el empresario. Le aconsejé que entregara la casa. Tú no tienes que esconderte, le dije”.

“Cuando fue a devolverla, estaba afuera el Labocar (Laboratorio de Carabineros). Me llama y le digo: ahórrate el mal rato, yo voy en tu nombre con un poder. Me presento ante la arrendadora y ella llega con Carabineros. Hago devolución de la casa, entrego las llaves, pago un saldo. Al otro día llamo a la fiscalía y mando un correo como representante del empresario respecto a la casa que al parecer había sido usada por las personas involucradas en el asalto, poniéndonos a disposición para las investigaciones del caso. Eso fue todo. Al año siguiente me detienen. El empresario está preso también. El fiscal dice que nosotros sabíamos que este grupo iba a asaltar el banco y facilitamos la casa para que la asaltaran. Están pidiendo 13 años. Y mientras esto se resuelve me niegan el arresto domiciliario por considerarme un peligro para la sociedad”.

Quédate en cana

Recientemente se difundió que 79 reos trasladados de la cárcel Santiago 1 a la de Rancagua dieron positivo en el examen de COVID-19. Santiago, quien contrajo tuberculosis cuando estuvo preso tras caer en la llamada Operación Albania, carraspea y explica:

“Aquí no hay condiciones para el tratamiento. Hay una enfermería con uno o dos funcionarios. No hay ventiladores mecánicos. A nosotros nos pasaron una mascarilla, tres meses atrás, de esas como de papel. La misma que tengo ahora. A las audiencias, que son por videoconferencia, tienes que salir con mascarilla y si no, te la debes conseguir con otro preso. Es absurdo, porque no hay”.

“Cuando comenzó la pandemia nosotros voluntariamente suspendimos las visitas. Un mes después lo hizo gendarmería. Llevamos cuatro meses sin ver a la familia. Encomiendas, se siguen recibiendo, a este módulo deben entrar unas 50 que pasan por el familiar, gendarmería, el preso que lo trae. El espacio para los cursos se habilitó con camas para los posibles contagios. Se sabe que aquí se contagiaron tres personas y al parecer están recuperadas. Existe un comité de los presos que recibe las galletas que nos da gendarmería y nos las vende a nosotros mismos. Con esa plata se compra cloro para los baños. En las celdas no hay ventilación, abajo sí, porque las ventanas no tienen vidrios, sólo barrotes, pero es frío”.

“Hace poco se suicidaron dos muchachos, uno de 20 y otro de 30, aproximadamente. Yo me imagino que les pasó lo que a la mayoría. Para un muchacho de 20, 10 años de condena es harto, y con problemas en las cárceles. Ahí empiezan las depresiones. Afortunadamente la mayor parte de los intentos no da fruto. ¿Por qué en esos casos dio fruto? Los nuevos que caen van a cuarentena, por el COVID, y están solos en la celda. Si hubieran estado aquí, con los imputados, no se hubieran podido suicidar. En esta pieza somos siete, con el baño adentro. Nos estamos mirando todo el día”.

Santiago mantiene el hilo de las ideas en la isla de los desesperados. ¿El secreto? tirar la huincha.

“Así se llama la costumbre necesaria de los presos de caminar de un lado a otro donde el espacio lo permite. En el módulo de imputados, donde me encuentro, lo hacemos en una cancha pequeña. Yo camino 3 horas diarias aproximadamente. Se dice que una persona camina 5 km., por hora en promedio. Es decir, en estos 13 meses y medio que llevo preso he caminado unos 6.600 km. Prefiero decir que he ido a Arica y he vuelto una vez a Talca. Luego fui de nuevo y ahora vengo caminando de regreso y estoy pasando por mi querida Región de Coquimbo”.

«Para mí era un país invivible»

“Nací en Los Mantos, pueblo minero de la cuarta región que ya no existe. El único lugar en Chile donde se producía mercurio. Toda mi familia trabaja en la minería. Me crié con mis abuelos. Mi abuelo era obrero, comunista sin militancia, consciente del mundo, de la vida, muy tolerante, optimista. Lo quise mucho y él me quiso mucho. Me inculcó confiar en las personas, hacer algo por los demás. Eso derivó a lo político. Y yo leía mucho, desde chico”.

“Al morir ellos me fui a El Salvador (Atacama) con un tío que es como mi papá. Cuando salí de cuarto medio fui puntaje nacional y me becó la Universidad Católica del Norte para estudiar Ingeniería Comercial. Los rectores eran militares. Se cometían abusos en todo orden de cosas. De ahí fui expulsado en 1984 por razones políticas. Para mí era un país invivible. Sé que mucha gente podría haber vivido perfectamente cien años más en ese sistema, en esas condiciones, como si nada; pasar a aceptarlo en forma sumisa. Yo pensaba que había que dar la pelea por una cuestión de dignidad. Que después uno tenga hijos y tu hijo te pregunte ¿qué hiciste? Nada, no hice nada. Es como haber vivido en la esclavitud y no hacer nada para abolirla”.

“Me fui a Temuco, yo ya estaba militando, y el año 86 fui detenido por la CNI. Pasé cinco días en un cuartel que nunca supe dónde estaba. Estuve cuatro meses detenido. Caí preso de nuevo al año siguiente en Santiago, en 1987, en lo que se llamó la Operación Albania, (en la que agentes de la CNI acribillaron a 12 integrantes del FPMR haciéndolo pasar por un enfrentamiento), durante la cual recibí un impacto en la cabeza. La bala sigue ahí, en la región occipital derecho”.

“Cuando yo estaba preso el Frente se dividió entre el Frente Autónomo, que continuó la lucha armada, y el Frente partido que decidió volver al Partido Comunista. Yo volví al partido, entendiendo que las cosas habían cambiado. El mundo estaba sufriendo cambios inmensos. Y no puede haber un grupo político militar sin ningún apoyo interior y exterior. Aunque yo valoro la actitud de lucha de los compañeros que continuaron la vía armada, creo que las condiciones habían cambiado. Además había un problema de seguridad que no se había analizado bien”.

“Estuve en prisión hasta marzo de 1990 y colaboré como encargado de contrainteligencia en la gran fuga de los 49 presos políticos de la Cárcel Pública (en cuya historia se basó la película Pacto de Fuga). Dos semanas antes me trasladaron al hospital de la penitenciaría porque me dio tuberculosis. Ahí viví la fuga. Mi causa pasó a los tribunales ordinarios y fue sobreseída, no encontraron méritos para inculparme. Por eso pude jurar como abogado. El 93 la Universidad Arcis creó la cátedra de derecho con abogados de derechos humanos, Fernando Castillo Velasco era el presidente del directorio y José Galeano era el director de la escuela, quien me honró con su cátedra cuando ya no la pudo realizar”.

“Al salir libre seguí militando hasta que cerró Arcis. Entonces seguí participando en actividades abiertas del partido. Me titulé el año 2006. Después hice un magister en derecho penal y derecho procesal penal en la Universidad Diego Portales, un diplomado en litigación en la UDP y uno en Derecho Penal Económico en la Universidad de Talca, sede Santiago. Abrí mi oficina en el centro de Santiago desde el año 94, cuando empecé a procurar”.

“Dediqué parte de mi vida al tema político en el Frente, sabiendo que era imposible derrotar a la dictadura desde el punto de vista militar. Se trataba de desprestigiar al Ejército con acciones audaces, evidenciar que no eran los superhombres, desmentir que todo estaba bajo control, que la gente estaba contenta y por eso no hacía nada. Cuando empezó a aparecer el Frente, con acciones que fueron miles, se estaba diciendo que hay chilenos que estamos desconformes. Es como la locomotora que tiraba al resto de los carros. Y que los familiares de las víctimas también supieran que había gente que luchaba por ellas, que no sólo estaba de observador en este país, que había personas dispuestas a dar la pelea. Mucha gente luchó contra la dictadura en forma anónima, periodistas, médicos, trabajadoras, dueñas de casa. Fuimos parte de un movimiento”.

La otra batalla de Santiago

“Estoy luchando por el cambio cautelar. Tengo fecha para agosto pero están suspendiendo todos los juicios. Cuando uno está en audiencia te sacan de la celda como a las siete y media. Te llevan a otra celda que le dicen la jaula, donde están todos los imputados que van a juicio, hasta las ocho. Te desnudan, te revisan la ropa. Te ponen los grilletes que van de las manos hasta los pies, pasando por adentro del pantalón. Dañan harto los tobillos. De ahí te llevan en camión al tribunal y luego al calabozo a esperar tu turno. De lunes a viernes a las tres, cuatro de la tarde con algunos altos. Sin almuerzo, sin nada. Al día siguiente lo mismo, con la tensión de estar viendo a tu familia, a los abogados sin poder intervenir excepto cuando te interrogan”.

“Es distinto estar en libertad, llegar a un hotel, levantarte, darte una ducha. Caminar al tribunal. Cuando hay recesos sales a la calle por un café, comentas con los abogados. Mi opinión es que va a tomar al menos un mes y medio. Tienen que hablar más de setenta personas, entre peritos y testigos. Al final uno queda en los huesos. Como el juicio oral es una contienda, tiene que hacerse con los peritos, con todos, presencial”.

La huincha suave de la costura se amolda al cuerpo; la huincha rígida de la construcción, a los muros. Tal vez “tirar la huincha” se refiere a tomar la medida diaria al castigo espacial, pero también al cuerpo temperamental de la cárcel, esa casa de hombres donde los presos cocinan, hacen el aseo, traen la comida, pintan los baños, arreglan la luz, que se va una o dos veces al día.

La caminata permite mover las ideas, liberar tensiones, armar y desarmar alianzas. Todos saben que Santiago es abogado y se le acercan a consultarlo tanto por su profesión como por su edad. Tiene 57 años. Para el promedio de los imputados es una edad avanzada. Como se sabe, respecto al COVID-19, los jóvenes pueden ser portadores sin mostrar síntomas.

“Hoy estoy de cumpleaños -me dijo un muchacho que en ‘la cuenta’ no podía decir su número en la fila. Mostró tres dedos. Nadie sabía que era tartamudo-. Cumplo 19. No recibiría encomienda con un pequeño presente, como suele suceder en estos casos, pues su mamá está metida en las drogas. ¿Y tu papá?, le pregunté. Lo mataron… le pegaron unos balazos aquí -me dijo, señalando su pecho-. Yo tenía 10 años”.

“Dicen que es como un resfrío fuerte, pero tú no sabes cómo va a reaccionar tu organismo. Aquí se enferma uno y caemos varios. En el comedor, que es la mitad de una cancha de baby futbol, hay 120 personas, 8 o 10 por mesa. ¿Van a llevar a 50 personas al hospital de Talca? Tendrían que llevar un ejército de gendarmes, así funciona el protocolo”.

“Los gobernantes trabajan con la calculadora en mano, no hacen todo lo que pueden hacer. Ellos dicen que pedimos cosas imposibles y la verdad es que eso es falso. Es una construcción que han hecho muy bien y que han metido en la cabeza de la gente. En la derecha hay gente corrupta, irresponsable, inepta. Hay gente que está en el gobierno por contacto, porque nacieron con plata. Hay mucho descontento, mucha rabia. Se viene mucha cesantía. Cuando el miedo se diluya, van a haber protestas fuertes, similares a las que hubieron el año pasado”.

El estallido

“Ese día me levanté a las 06:45 para mi rutina de ejercicios en la pieza. Prendí la tele para evitar prender la luz y me di cuenta lo que estaba pasando. Nunca dimensioné el tamaño, la magnitud de la protesta. Me dejó sorprendido. Nunca pensé que podía explotar de esa forma. Aquí había de todo tipo de reacciones. Mira cómo destruyen, decía algunos. Es raro eso. Se dejan influenciar por la televisión. A pesar que mucho roban por necesidad, no tienen esa conciencia”.

¿Ya no perteneces al Partido Comunista?

“Porque caí preso, no me gusta ser problema de nadie. El partido no nació para estos problemas sino para pelear por cuestiones políticas. Viendo que están dando la pelea yo me siento bien. Mi pelea la doy yo con los medios que tengo al alcance. Esto es parte de una lucha que damos muchos”.

“Yo creo que somos mayoría. Si no, diría que el país se merece lo que estamos viviendo. Creo que la fortaleza que tenemos es nuestra debilidad. Las distintas posiciones, las distintas organizaciones. Que no haya un líder único. Tampoco estoy de acuerdo en que un país tenga un partido único. Se presta para puro abuso. Boris Yeltsin era ultracapitalista. ¿Por qué estaba en el Partido Comunista? Porque no había alternativa. El tema de la homosexualidad. ¿Por qué uno le va a imponer a otro que actúe de determinada forma? Las distintas manifestaciones políticas que tiene la izquierda es nuestra debilidad pero podemos transformarla en nuestra fortaleza si nos ponemos de acuerdo en cosas básicas como salud y educación gratuita y de calidad para todos”.

“Creo que se puede construir un país mejor. Tiene los recursos para hacerlo, es cosa de redistribuirlos. Disminuir por ejemplo el gasto militar. La mejor defensa es la buena vecindad con Argentina, con Bolivia, con Perú”.

¿Te arrepientes de haber ayudado a Zuluaga?

“Lo que me pidió no era nada del otro mundo. Como montón de gente que ha llegado a la oficina, me dice ‘Santiago, estoy sin trabajo’. Yo, como muchos compañeros, buscaba algunas opciones. No me arrepiento de haberle tendido la mano. No. Nadie es culpable de que yo esté preso excepto el fiscal. Los ministros, la mayor parte en la zona, son gente de derecha. A lo mejor la persona abusó de la confianza, de la buena voluntad, pero yo digo que por las cosas que la que estoy no hay motivo para que yo esté preso. ¿Adonde me voy a arrancar yo? ¿Con qué plata, si perdí mis clientes? ¿Qué país te brindaría ayuda por un delito común? El fiscal lo sabe.

¿Qué valor le das a la solidaridad en el contexto en que estamos?

“En nuestra cultura la solidaridad es determinante. De alguna forma suple las deficiencias que tiene el Estado. La solidaridad no es solamente la palmadita en la espalda o una ayuda que alguien te pueda brindar. Es un aspecto anímico. Es fuerte sentirse acompañado. En mi caso ha sido fundamental el apoyo de los amigos y compañeros que difunden. Mi señora, mis hijos no se sienten tan solos. Cuando yo estaba con visitas mi señora venía todos los sábados. Mis hijos no tan seguido porque para mí también es triste verlos. Mañana o pasado quiero salir con la frente en alto. Afortunadamente no me están acusando de un delito tan feo como tráfico de drogas, pornografía infantil”.

Debe ser raro en la cárcel alguien que no habla con garabatos

“Por la edad que tengo acá uno tiene que mostrar el ejemplo, sin hacerse el distinto. yo estudié, soy abogado, di clases. Tengo que ser consecuente con la persona que soy. Trato de conversar con las personas que no han tenido las mismas posibilidades. Muchos roban para drogarse. Viven la vida en forma bastante rápida. Se juntan a compartir, la verdad es que se crían como hermanos. Son las familias para ellos. Tú entras acá y la cárcel no se hace cargo de nada. Se forman bandas de muchachos indestructibles. De alguna forma uno tiene que hacerles ver algunas cosas. Estamos sin acceso a la biblioteca porque el profesor a cargo no entra desde que comenzó la pandemia. Somos unos cinco que íbamos a pedir libros. Me quedé con ‘La muerte del comendador’, de Haruki Murakami y ‘Caballos desbocados’, de Yukio Mishima”.

Fuente: El Ciudadano

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