El viernes 10 en su comentario de Biobío TV, Tomás Mosciatti acusó recibo de las palabras de la Presidenta Michelle Bachelet en su desayuno con los corresponsales de la prensa internacional, cuando dijo que “hemos llegado a un periodismo del rumor y a un periodismo un poquito preso de las redes sociales”. “De renuncias, rumores y pasamontañas” se tituló la réplica de Mosciatti, que fue aplaudida en numerosos posteos en Facebook y en otras redes sociales.
Denostado por el bacheletismo, el entrevistador y comentarista es validado, en compensación, como un comunicador valiente y un virtual héroe de la libertad de expresión que desafía a los poderes.
Ni tanto ni tan poco. El episodio de “la insinuación de la posibilidad de renunciar” de la mandataria –para usar más o menos los términos de Mosciatti- abre un amplio espacio de reflexión sobre la ética periodística, cuestión que muchos han soslayado o manejado en forma parcial, incluyendo al propio comentarista cuestionado.
Recordemos que durante su encuentro con los corresponsales de la prensa extranjera, Bachelet aclaró que su demanda de “responsabilidad” en el ejercicio del periodismo no encierra en ningún caso la pretensión de terminar con la libertad de expresión, principio básico de toda democracia.
La crítica de la Presidenta al “periodismo del rumor” tenía como obvio destinatario a Mosciatti, quien en su triple condición de comentarista y entrevistador de Radio Biobío, CNN y el canal Mega, fue el principal gestor de los rumores sobre su dimisión a través de entrevistas a Osvaldo Andrade en CNN, a Camilo Escalona en Mega TV y de un comentario editorial en la emisora Biobío.
¿Pero estamos realmente hablando de periodismo? ¿La conmoción creada por este entrevistador y comentarista bautizado como el “Larry King chileno” no representa más bien una distorsión de las buenas prácticas periodísticas?
En el cúmulo de opiniones y juicios sobre este episodio llama la atención las pocas referencias a la ética periodística. Una de las escasas excepciones es la de Faride Zerán, periodista y actual vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile. Consultada por el periódico electrónico El Dínamo, la Premio Nacional de Periodismo 2007 dijo, en implícita alusión a Tomás Mosciatti:
“Dentro del clima de suspicacia puedo preguntarme qué es lo que pretende alguien que se supone que adhiere a estándares éticos elementales del ejercicio de periodismo, y que se hace eco de un rumor de ese calibre y lo echa a correr”.
Un rumor que implicaba ni más ni menos un quiebre institucional.
“Una vez más, el periodismo hace eco de la crisis ética que tiene Chile en todos sus niveles”, agregó la periodista y académica. Y tiene razón. Si bien la manifestación fundamental de esta crisis ética radica en la espuria alianza de los negocios y la política, graficada en los casos Penta, Soquimich y Caval, no es menos cierto que hay una responsabilidad enorme de los medios de comunicación que, en manos de poderes empresariales y anclados en rutinas de cobertura, poco han hecho por la fiscalización de los poderes y por producir una información confiable y orientadora para el público.
Tomás Mosciatti se considera una excepción en el escenario criollo de los medios. Dueño de una emisora nacida como empresa familiar, labró su fama como entrevistador inquisitivo. Tuvo el acierto de construirse una imagen asociada a los gruesos lentes y a los suspensores, en una virtual imitación de Larry King, el famoso entrevistador de CNN, para posicionarse en la versión chilena de ese mismo canal.
Hasta ahí todo bien. El problema es que desde la imitación y el prestigio de entrevistador y comentarista independiente, Mosciatti se creyó excesivamente el cuento y asumió que por sobre sus entrevistados, por sobre los temas de la contingencia política, el personaje era él y entró en colisión con la ética periodística.
Las entrevistas a Andrade y Escalona y su comentario editorial “La Presidenta taimada no sirve” pueden ser estudiados como modelos de autorreferencia y de malas prácticas periodísticas.
En sus entrevistas con los dos políticos socialistas, el interrogador inquisitivo de antaño se transformó en una suerte de acosador, al mejor estilo del detective que intimida al delincuente para arrancarle una confesión.
Así dio credibilidad a la fuerza al rumor de la renuncia presidencial, con una suerte de silogismo en que la imposibilidad del entrevistado de desmentir el rumor significaba que el rumor era cierto.
Resulta un tanto cruel comparar a Tomás Mosciatti como entrevistador con la fallecida periodista Raquel Correa. Pero el ejercicio es ilustrativo. Una buena entrevista no descansa en el protagonismo del entrevistador ni en la intimidación del entrevistado o la distorsión sobre la marcha de sus dichos.
Raquel Correa nunca necesitó de trucos escénicos ni de agresividad para poner en aprietos a un entrevistado. Sabía hacer repreguntas y preparaba meticulosamente sus entrevistas. Algo que no se puede decir de Tomás Mosciatti.
Otra comparación. Como versión actualizada del comentarista radial o televisivo, nuestro Larry King está todavía a mucha más distancia de Luis Hernández Parker, el periodista que sentó escuela en nuestro país en las décadas de los 50 y 60.
Siempre estaba bien informado de los entretelones de la política y nunca hacía ostentación de ello, no se hacía eco de rumores especulativos, no pretendía dictar pautas a los gobernantes y sus comentarios eran un modelo de moderación, orientación y buen ejercicio del lenguaje.
Es un consuelo fácil para quienes somos periodistas argumentar que Tomás Mosciatti no lo es, sino que tiene formación de abogado. Pero hace periodismo y hoy por hoy, aunque no le guste, es el mayor exponente del “periodismo del rumor” señalado por la Presidenta Bachelet.
En su comentario del viernes 10 (“De renuncias, rumores y pasamontañas”), Mosciatti sostuvo que no era rumor sino información que Bachelet había insinuado la posibilidad de renunciar en una reunión con directivos de la Asociación de Canales de Televisión (Anatel).
En una carta a La Tercera, la plana directiva de Anatel desmintió el jueves 9 que Bachelet se hubiera referido a ese tema. Mosciatti sostuvo que ese desmentido era falso e invocó la reserva y defensa de la fuente como una práctica esencial del periodismo que, en este caso, legitimaría la información que él conoció “off the record”.
El “off the record” es un recurso bastante polémico en las buenas prácticas periodísticas. No puede ser el validador de una información y es rescatable sólo como primer eslabón para una investigación periodística, trayecto que obviamente Mosciatti no hizo.
Un aspecto fundamental, recogido por el Código de Ética del Colegio de Periodistas de Chile, es que el periodista y los medios no pueden hacerse eco irresponsablemente de rumores, sin verificar tanto los conceptos como el contexto en que se generan.
Cuestión que tampoco hizo el Larry King chileno, suponiendo que efectivamente Bachelet haya hecho una alusión (en tono de “jolgorio”) a los twitteos con el lema “que se vayan todos” en su encuentro con los directivos de Anatel.
Una cuestión fundamental en materia de ética periodística señala que ante lo relativo de la verdad (como concepto absoluto) el periodista debe apostar a la veracidad, es decir chequear el origen de la información, contrastarla con otras fuentes y aplicar por último filtros de responsabilidad social.
Pasos que no aplicó Tomás Mosciatti.
No resulta aceptable su invocación de la reserva de la fuente, cuyo fin es precisamente la protección de quienes entregan una información verídica y pueden ser objeto de persecución o represalias de los poderes. La periodista Mónica González fue a la cárcel durante la dictadura por proteger a los informantes que le dieron a conocer el escándalo del traspaso de propiedades públicas al dictador Augusto Pinochet.
La reserva de la fuente no puede ser un pretexto para validar como información rumores que no han sido debidamente investigados.
El episodio de la falsa renuncia de la Presidenta pone en debate un tema fundamental, soslayado por nuestras autoridades. El restablecimiento de la libertad de expresión al término de la dictadura, el fin de la censura, la derogación de varias leyes y decretos lesivos para la libertad de prensa y de opinión fueron pasos muy saludables. Pero cuando en la administración de Ricardo Lagos se dictó la actual Ley de Prensa (en rigor Ley de Libertades de Opinión e Información y Ejercicio del Periodismo del año 2010), se dejó en un limbo de ambigüedad tanto el ejercicio profesional como la tuición de la ética.
La dictadura de Augusto Pinochet transformó por la fuerza a los colegios profesionales en asociaciones gremiales y los privó, entre otras facultades, de la potestad para juzgar violaciones éticas en sus respectivos ámbitos.
La legitimación de pautas éticas, a las que se sometan por igual todos los que hacen periodismo, sean o no colegiados o titulados, es un paso fundamental para que los medios de comunicación tengan algún resguardo del creciente desprestigio de la política.
La Presidenta Bachelet y la Nueva Mayoría darían una gran contribución en ese sentido si aprueban el proyecto de ley que restituye la tuición ética a los colegios profesionales, que estuvo estancado desde 2009 en el Congreso y fue reactivado el 15 de marzo de este año.
(*) Periodista
Fuente: No es na la Feria