por Miguel Salas (*).
La historia acumula numerosos juicios trucados, abundantes sentencias ignominiosas y muchas condenas injustas. Una de las más terribles y de mayor repercusión social e internacional fue la que condenó a la silla eléctrica a Sacco y Vanzetti.
Nicolás Sacco (1891-1927) y Bartolomé Vanzetti (1888-1927) fueron dos italianos que emigraron a Estados Unidos, como muchos otros millones de personas, buscando mejorar sus condiciones de vida.
Enseguida comprobaron que la vida del emigrante era dura y con pocos derechos, vamos como ahora. Trabajaron duramente en lo que pudieron, Sacco se convirtió en zapatero y Vanzetti en vendedor de pescado y se hicieron anarquistas para luchar contra las injusticias que se encontraron.
En la década de los años 20 era duro ser emigrante, italiano, o judío, o negro, y más si se era anarquista.
Los llamados “felices años 20” solo lo fueron para quienes acumularon grandes beneficios después de la guerra y para los que recibieron sus migajas, que acabó con el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929. Fue una época de grandes luchas sociales y es en ese marco en el que hay que explicar la falsa acusación y posterior condena a Sacco y Vanzetti.
La Primera Guerra Mundial había dejado exhausta a Europa. Tres imperios habían desaparecido, el ruso, el alemán y el austro-húngaro, Estados Unidos había aparecido como una primera potencia mundial y, sobre todo, el mundo estaba convulsionado por la victoria de la primera revolución obrera y socialista, la revolución rusa.
Los grandes oligarcas norteamericanos vieron venir el peligro y empezaron a implantar medidas represivas. Una ley aprobada por el Congreso hacia el final de la guerra estipulaba la deportación de los extranjeros que se oponían al gobierno o que defendían la destrucción de la propiedad privada.
En diciembre de 1919, cogieron a 249 extranjeros nacidos en Rusia (incluidos Emma Goldman y Alexander Berkman, conocidos anarquistas), los metieron en un transporte y los deportaron a lo que ya era la Rusia Soviética. En enero de 1920 fueron detenidas 4.000 personas por todo el país, aisladas durante mucho tiempo y deportadas posteriormente.
En Boston, agentes del ministerio de Justicia ayudados por la policía local, arrestaron a seiscientas personas, realizando redadas en los centros de reunión o invadiendo sus hogares. Fueron esposados a pares y obligados a caminar encadenados por las calles.
En la primavera de 1920, un impresor anarquista llamado Andrea Salsedo fue arrestado en Nueva York por agentes del FBI en el piso decimocuarto del edificio Park Row, sin que se le permitiera ponerse en contacto con su familia, amigos ni abogados. Más tarde encontraron su cuerpo aplastado en la acera del edificio y el FBl dijo que se había suicidado saltando por la ventana.
El Congreso impuso duras medidas contra la inmigración y cerró su flujo (14 millones entre 1900 y 1920) aprobando cuotas de inmigración que favorecían a los anglosajones, cerraban el paso a negros y orientales y limitaban seriamente la llegada de latinos, eslavos y judíos. Ningún país africano podía enviar a más de cien personas.
A China se le impuso la misma limitación. En los años veinte renació el Ku Klux Klan, que se extendió hacia el norte. [Del libro La Otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn]
Aldino Felicani, amigo de Vanzetti, escribió posteriormente en Cómo se urdió la trama el ambiente de la época, siendo uno de sus impulsores el ministro de Justicia, A. Mitchell Palmer, cuyo departamento pagaba a los periódicos para que insertaran determinados artículos.
El fin era soliviantar a los ciudadanos contra “extranjeros” e “izquierdistas”. Menciona asimismo un escrito de la época (El delirio de la deportación en 1920) sobre el “reinado del terror” en Estados Unidos, en el que “millares de inocentes fueron sometidos a todo tipo de persecuciones y malos tratos; los derechos constitucionales fueron pisoteados”.
Esa reacción era la respuesta al gran impulso de la lucha de clases durante esa época. La prosperidad se concentró en unos pocos. Una décima parte del 1% de las familias ricas obtenían los mismos ingresos que el 42% de las familias pobres. Durante los años 20, unos 25.000 trabajadores morían cada año en accidentes laborales y 100.000 quedaron permanentemente discapacitados. En Nueva York, 2 millones de personas vivían en pisos que en caso de incendio eran una ratonera.
En 1919 se declaró una huelga general de cinco días en Seattle, 350.000 trabajadores de la siderurgia fueron a la huelga y arrastraron a toda la ciudad. En Nueva Inglaterra y Nueva Jersey fueron a la huelga 120.000 trabajadores textiles y en Paterson se pusieron en huelga 30.000 trabajadores de la seda.
Así lo relata John Reed: “Hay una guerra en Paterson, Nueva Jersey. Pero es un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las fábricas. Su servidumbre, la policía, golpea a hombres y mujeres que no ofrecen resistencia y atropella a multitudes respetuosas de la ley. Sus mercenarios a sueldo, los detectives armados, tirotean y matan a personas inocentes” (Guerra en Paterson)
La policía se declaró en huelga en Boston. Lo mismo hicieron en Nueva York los fabricantes de puros, los camiseros, los panaderos, los camioneros y los barberos. En Chicago, la prensa dijo: “Junto con el calor del verano, tenemos más huelgas y cierres patronales que nunca”. Cinco mil trabajadores de International Harvester y otros cinco mil trabajadores urbanos se echaron a las calles.
En 1922, los trabajadores del carbón y los ferroviarios fueron a la huelga. Ese mismo año fracasó una huelga textil de trabajadores italianos y portugueses en Rhode Island, pero se despertaron los sentimientos de clase y se reforzaron las organizaciones sindicales.
Los hechos y el juicio
En esta coyuntura política y social, el 15 de abril de 1920 se robaron las nóminas de una empresa en la localidad de South Braintree (Massachussets). En el curso del asalto murieron un contable de la empresa y un guardia de seguridad.
Al cabo de pocos días fueron detenidos Sacco y Vanzetti, como no tenían nada que temer se dejaron detener y acompañaron a la policía a la comisaría. Para su sorpresa fueron acusados del robo y del doble asesinato.
Durante siete años estuvieron en prisión y tuvieron que soportar las mentiras, falsos testimonios y provocaciones que acabó en la pena de muerte ejecutada el 22 de agosto de 1927.
Durante el juicio no pudieron demostrar ninguna de las acusaciones. El día de autos, 15 de abril, Sacco estaba en Boston informándose en el consulado italiano de los trámites para obtener el pasaporte. El funcionario que le atendió escribió una carta, pues había vuelto a Italia, confirmando la información.
Testigos declararon que habían visto a Vanzetti vendiendo pescado esa misma mañana a muchos kilómetros de donde habían sucedido los hechos. Una testigo, Mary E. Splaine, que declaró haber reconocido a uno de ellos se equivocó sobre la vestimenta que supuestamente llevaba el acusado.
Poco después de ocurrido el crimen, la agencia de investigadores Pinkerton mostró a la señorita Splaine una colección de fotografías, y eligió la de un individuo llamado Tony Palmisano como el bandido que ella pudo ver ese día.
Sin embargo, catorce meses más tarde, en el juicio, identificó a Nicolás Sacco como la persona a quien había visto en el automóvil.
En la búsqueda de testigos, la policía llevó a Lewis Pelser a que los identificara. Declaró que no podía reconocerlos. Entonces Pelser, que trabajaba en una fábrica de calzado vinculada con la empresa que había sido robada, fue súbitamente despedido y sin poder hallar trabajo en otras fábricas.
Pocas semanas después a Pelser se le refrescó la memoria. Fue readmitido en la misma fábrica que lo había despedido, y de pronto se encontró en condiciones de identificar, sin lugar a dudas, a Sacco y Vanzetti como los autores del robo y asesinato. No fue el único.
En el caso de un testigo tras otro, la memoria y el despido aparecían íntimamente ligados. A veces, cuando no se podía esgrimir el arma del despido, el fiscal del distrito y sus colaboradores, en su encomiable celo por condenar a los acusados, usaron toda clase de amenazas, directas o implícitas.
A veces este procedimiento era tan descarado que en las mismas actas taquigráficas del juicio han quedado las pruebas y constancias de sus manejos. [Del libro de Howard Fast. La pasión de Sacco y Vanzetti]
Cuando Sacco y Vanzetti fueron detenidos, Sacco tenía una pistola. Esa pistola fue presentada en el juicio como un elemento de prueba, y un famoso experto en balística, el capitán Proctor, fue invitado a examinar la pistola para confirmar si una de las balas podía haber sido disparada por esa arma.
El experto confirmó que la bala hallada en el cuerpo de la víctima no podía haber sido disparada por la pistola de propiedad de Sacco. Más hechos exculpatorios. En 1925, cuando ya se había dictado sentencia, Celestine Madeiros, conocido delincuente, declaró que él había participado como elemento de apoyo en el robo de South Braintree y declaró que ni Sacco ni Vanzetti formaban parte de la banda.
No sirvió de nada. Los jueces no quisieron hacerle caso ni revisar la sentencia, pero si decidieron condenarle a muerte y murió en la silla eléctrica el mismo día y en la misma cárcel que Sacco y Vanzetti.
Para la historia de la ignominia han quedado unas declaraciones que el juez del caso, Webster Thayer, comentó al jurado:
“Este hombre (Vanzetti), aunque no haya en realidad cometido ninguno de los crímenes que se le atribuyen, es sin duda culpable, porque es un enemigo de nuestras instituciones”.
En Estados Unidos y en todo el mundo hubo impresionantes muestras de solidaridad, probablemente fue una de las primeras e importantes campañas de solidaridad obrera internacional y hasta la misma noche en que fueron asesinados legalmente millones de personas en todo el mundo permanecieron en vigilia esperando el indulto que nunca llegó.
En el recuerdo quedarán las palabras de Vanzetti ante el Tribunal:
“Quiero decir esto: que no le deseo a un perro ni a una serpiente, al ser más bajo y despreciable de la tierra, no le deseo lo que yo he tenido que sufrir por crímenes de los que no soy culpable. Pero mi convicción más profunda es que yo he sufrido por otros crímenes, de los que sí soy culpable. Yo he sufrido y sufro porque soy un militante izquierdista, y es cierto, lo soy. Porque soy italiano, y es cierto, lo soy. He sufrido más por lo que creo que por lo que soy; pero estoy tan convencido de estar en lo cierto, que, si ustedes pudieran matarme dos veces, y yo pudiera renacer otras dos volvería a vivir como lo he hecho hasta ahora”.
No es un ejercicio de historia
No hemos escrito esto solo para recordar, sino también para alertar. Hace ya varias semanas que se está desarrollando el juicio contra los dirigentes políticos y sociales del procés catalán. Conforme se van conociendo las declaraciones de los testigos de la acusación va aumentando el desatino sobre el juicio.
Se les acusa de sedición y rebelión, pero ni la fiscalía ni la acusación mencionan las palabras y todas sus intervenciones y preguntas a sus testigos van destinados a crear un ambiente que demuestre que policías y guardias civiles se vieron rodeados de una violencia de la masa tumultuaria.
Pero, ¿dónde está la rebelión y sedición de los acusados? ¿En qué actos concretos participaron? ¿Qué hechos concretos lo demostrarían? ¿No estaremos viviendo lo que el profesor Javier Pérez Royo explica como “delito imaginario”?
Si este juicio ya no debería haberse celebrado, porque se trata de acciones políticas y no penales; si el juicio no debería estar en manos del Tribunal Supremo, ya que lo que se juzga sucedió en Cataluña y debería ser juzgado allí, y si se juzga un delito imaginario, porque ni siquiera se intenta demostrar lo que se les acusa…el juicio de Sacco y Vanzetti no es solo cosa de la historia.
Las comparaciones son odiosas y que cada hecho histórico forma parte de su tiempo y tiene sus particularidades, pero, como estamos mostrando en esta serie sobre juicios históricos, demasiadas veces se han cometido parecidos errores, y estamos viviendo uno de ellos.
Muy tarde, demasiado tarde, cincuenta años después, en julio de 1977, el gobernador del Estado de Massachusets, Michael Dukakis, reconoció y proclamó que el juicio en que se condenó a Sacco y Vanzetti no fue “justo ni equitativo por haberse desarrollado en un ambiente de perjuicio contra los trabajadores extranjeros y por la conducta de algunos funcionarios que intervinieron en el caso y que carecían totalmente de parcialidad”.
Mientras, seguimos teniendo presente lo que Joan Baez y Georges Moustaki cantaron sobre Sacco y Vanzetti: “dormís en lo más profundo de nuestros corazones”.
(*) Sindicalista, miembro del consejo editorial de Sin Permiso
Fuente: Sin Permiso
Nota de la redacción:
Los cinco anteriores artículos de esta serie «Juicios para la historia» pueden leerse en los siguientes enlaces:
http://www.sinpermiso.info/textos/juicios-para-la-historia-i-la-semana-tragica-y-el-fusilamiento-de-ferrer-i-guardia
http://www.sinpermiso.info/textos/juicios-para-la-historia-ii-yo-acuso-el-caso-dreyfus
http://www.sinpermiso.info/textos/juicios-para-la-historia-iii-el-proceso-1001
http://www.sinpermiso.info/printpdf/textos/juicios-para-la-historia-iv-la-revolucion-de-1905-ante-el-tribunal
http://www.sinpermiso.info/textos/juicios-para-la-historia-v-el-proceso-de-burgos