El 22 de enero falleció en Santiago de Chile el juez Juan Guzmán Tapia, un personaje especial de nuestro tiempo.
Tuvo la dignidad y valentía de someter a juicio al dictador Augusto Pinochet. Recuperaba así para el Poder Judicial de nuestro país la honra perdida al no haber sido capaz dicha institución de al menos intentar aplicar las normas jurídicas frente a la dictadura. Recordemos además que la Corte Suprema de 1973 fue cómplice del derrocamiento del gobierno legítimo del presidente Salvador Allende.
La brillante historia de este juez comenzó cuando el 12 de enero de 1998 un grupo de abogados comunistas presentamos la primera querella criminal en contra de Pinochet por todos los asesinatos, desapariciones de personas, torturas y detenciones ilegales perpetradas en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. José Cavieres, Julia Urquieta, Graciela Álvarez, Alberto Espinoza, Ramón Vargas y quien escribe estas líneas formamos ese grupo y fue Gladys Marín, por entonces Secretaria General del PC chileno, quien encabezó la delegación que llegó hasta el Palacio de los Tribunales en Santiago para iniciar esa histórica experiencia.
Debo señalar que varios conocidos abogados no estuvieron de acuerdo con esa querella que consideraban destinada al fracaso. Algunos con argumentos jurídicos comprensibles, otros por razones muy poco éticas.
Ni siquiera los periodistas de tribunales pensaron que sucedería algo. La sorpresa vino horas después cuando la Corte decidió aceptar a trámite esa querella y designó como magistrado a cargo al entonces ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, don Juan Guzmán Tapia. Entonces sí fue noticia que sobrepasó las fronteras nacionales. Comenzaba el cambio en el Poder Judicial.
Sin embargo, circuló una opinión, privada pero generalizada, en el sentido de que no sucedería mucho dada la circunstancia que se consideraba al juez designado como un hombre conservador y que lo probable sería que tras algunas diligencias menores cerraría el proceso sin incriminar a nadie.
¡Cuán equivocados estaban esos agoreros!
Lo que en enero de 1998 se inició con el juez Guzmán ha sido no sólo un hecho histórico para Chile, sino además todo un acontecimiento jurídico internacional. Porque no sólo se juzgó a Pinochet, no sólo estuvo detenido, sino que se inició un conjunto de decenas y luego de centenas de nuevas querellas contra el dictador y demás culpables de las gravísimas violaciones a los derechos humanos.
Hoy, a más de 20 años desde entonces persiste una enorme cantidad de acciones judiciales a lo largo de Chile y se ha debido designar a numerosos jueces especiales a cargo de esos procesos. En paralelo, permanecen en las cárceles chilenas numerosos ex oficiales de las Fuerza Armadas y de Carabineros que fueron autores, cómplices o encubridores de crímenes horrorosos y que sin duda morirán en prisión, como ya ha sucedido con varios de ellos.
Nada de lo cual habría sucedido jamás sin la actuación inicial de ese gran chileno que fue el juez Juan Guzmán Tapia.
Este magistrado era un hombre culto nacido en una hermosa familia. Hijo del gran poeta y diplomático chileno don Juan Guzmán Cruchaga (Alma no de digas nada que para tu voz dormida ya está mi puerta cerrada) y de doña Raquel Tapia Caballero, hermana del gran pianista chileno Arnaldo Tapia Caballero.
Con el apoyo de la entonces excelente Brigada de Derechos Humanos de la Policía civil de Investigaciones, recorrió el país entero descubriendo entierros clandestinos de cadáveres, centros de torturas desconocidos hasta entonces y elementos como los pesados hierros con los que ataban a quienes lanzaban vivos al mar desde aviones, a objeto que no pudieran flotar y quizás salvarse.
En el desarrollo de su excelente investigación fue además dictando resoluciones de procesamiento en contra de numerosos uniformados. A la par, comenzaron las amenazas en contra de su vida, la de su esposa y la de sus hijas. En varias ocasiones, detuvieron el auto en que se trasladaba el juez y le mostraron fotos de sus hijas advirtiéndole que, de seguir con el proceso, ellas pagarían con su vida. Pero nada le detuvo y junto con recuperar toda la verdad histórica fueron marchando a prisión los criminales, algunos de ellos incluso que se habían fugado al extranjero como el caso de Paul Schaeffer, creador y jefe del centro de torturas llamado “Colonia Dignidad”, que fuera detenido en Buenos Aires, Argentina, en un espectacular operativo de la PDI.
Guzmán, hombre del Derecho y la Cultura, se desempeñó además en actividades académicas, tanto en el país como en el exterior y participó en una cantidad de foros y conferencias en diversos lugares, prestigiando a Chile. Por lo que, más allá de la Pandemia, ha llamado la atención que, producida su muerte, haya sido notoria la ausencia tanto en la ceremonia fúnebre religiosa como en sus funerales, de personeros del Poder Judicial.
No hubo delegaciones formales ni declaraciones públicas. Ni qué decir de los medios de prensa del sistema o del mundo de la política y de las autoridades del Estado. Quien sí se hizo presente de modo personal fue la actual Subsecretaria de Derechos Humanos del gobierno chileno, que había sido su alumna, y además se conoció el saludo del Partido Comunista de Chile.
Dos miradas muy diferentes pero que coincidieron en valorar el extraordinario mérito de un juez que, más allá de los indiferentes o de los partidarios de Pinochet, ha entrado de lleno y exitosamente a la Historia de Chile.
Así lo reconoce también otra gran personalidad internacional como es el Juez español Baltasar Garzón quien acaba de hacer público su homenaje a su amigo, el juez Guzmán.