Cientos de personas se congregaron en la iglesia San Ignacio, en el centro de Santiago, para despedirse del cura jesuita José «Pepe» Aldunate, conocido defensor de los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile (1973-1990).
La ocasión reunió en la iglesia capitalina a cientos de personas anónimas que de una manera u otra tuvieron relación con el «cura obrero», como se conocía popularmente a Aldunate (Santiago, 5 de junio de 1917) por su apoyo a la comunidad trabajadora del país austral.
Aldunate, quien falleció el pasado sábado a los 102 años, se convirtió en una figura respetada por la clase obrera chilena por su compromiso con los más necesitados y su inmersión en la lucha por los derechos de los trabajadores.
Pero sobre todo, fue conocido por su incansable acción frontal a la dictadura de Pinochet de forma pacífica contra los abusos y violaciones a los derechos humanos.
Durante su funeral, muchas víctimas de la dictadura mostraron sus respetos al fallecido sacerdote, quien recibió en 2016 el Premio Nacional de los Derechos Humanos que entrega el Instituto Nacional de Derechos Humanos.
La ganadora de la última edición del premio, la abogada Fabiola Letelier, envíó a Aldunate una carta de despedida que fue leída desde el altar por el párroco que ofició este lunes la ceremonia, un emotivo momento que se fundió con los aplausos de reconocimiento de los presentes.
«Tu vida fue una celebración, que hizo propios tus valores del evangelio; disciplinado, diste cada paso en pos de la lucha por una vida libre y sin violencia», afirmaba la misiva.
Entre numerosas coronas de flores de diversas agrupaciones de defensa de los DD.HH., el féretro de Aldunate fue llevado desde la iglesia al cementerio de Padre Hurtado, en el sur de la capital chilena, para reposar allí sus restos.
De entre los cientos de ciudadanos presentes, Rosa Flores explicó que Aldunate era el último de los sacerdotes implicados en la defensa de las violaciones de los derechos humanos que todavía permanecía con vida.
«Él fue nuestra voz cuando nosotros estábamos en dictadura. No podíamos hablar, no podíamos salir a ninguna parte, pero él fue la voz del pueblo. Eso me emociona, por eso vengo a despedirle (…) Mucha gente ha estado llorando su pérdida, porque ya nos quedaba uno solo, ya no nos quedan más sacerdotes comprometidos con la causa», dijo.
Otra de las asistentes, María Torres, indicó que solían contar él en los primeros días de la dictadura porque era un «aporte imprescindible».
«Estamos viviendo toda una etapa de gente que nos está dejando, nos sentimos un poco huérfanos pero igual hay que continuar contando nuestra historia de esa época que sufrimos, de mucha gente desaparecida, de familiares presos, de personas exoneradas como yo, pero tenemos que seguir adelante pensando que esto puede cambiar», destacó.
Fuente: Religión Digital