jueves, diciembre 26, 2024
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Joao Saldanha: Contrabandista de Armas, Comunista Ilegal y Padre del Brasil del 70

Cuando en 1923 un rapaz de poco más de seis años pasaba armas escondidas entre su ropa a los guerrilleros a los gauchos de Alegrete, en Rio Branco do Sul, nadie podía imaginar que Joao, hijo de Gaspar Saldanha, líder del Partido Libertador, sería un día el padre del Brasil del 70, el hombre que se atrevería a jugar con ‘cinco camisas número 10’.

La vida de Joao Saldanha va mucho más allá de las batallas del banquillo, porque él vio la guerra de verdad, tanto en su país como en Europa, ya que fue corresponsal de guerra en el desembarco de Normandía junto a las tropas del general Montgomery.

Criado entre armas y el movimiento de resistencia en la calle y en las aulas al dictador Getulio Vargas, Saldanha entró con 18 años en la Alianza Internacional Libertaria junto a su hermano Aristides. Implicado en los movimientos brasileños antifascistas y contra el nazismo, su evolución ideológica le llevó al marxismo-leninismo. En 1945, restablecidas las relaciones diplomática entre Brasil y la URSS, Saldanha ingresó en el Partido Comunista Brasileño, en el que fue creciendo hasta llegar al Comité Central, en el cual seguía ejerciendo cuando la muerte le sorprendió en Roma durante el Mundial de 1990, acontecimiento que cubría para una radio de su país.

A pesar de la ilegalización, represión y la persecución a los comunistas brasileños, especialmente a partir del golpe de 1964, jamás renunció a su militancia activa, legal e ilegal, en el PCB.

Futbolista de clase media, Joao Saldanha se convirtió en un excelente técnico. En el Botafogo arrancó una carrera triunfal que nunca separó de su actividad política. En 1949 fue herido de bala por la policía en una manifestación que protestaba por la creación de la OTAN y lo que se consideraba un paso decisivo hacia la III Guerra Mundial.

Tras el fracaso del Mundial de 1966, la Seleçao era un caos, una guerra entre Río y Sao Paulo hasta el punto que ni el himno era respetado en los partidos. Así, el presidente de la CBF, Joao Havelange, un hombre más cercano al waterpolo que al fútbol, se puso el mundo por montera y recurrió al periodista rojo, el aventurero del fútbol, al proyecto de actor para ponerse al mando de la selección brasileña.

Cuentan que aquella tarde, Joao Saldanha pidió un fotógrafo en la redacción de su periódico, ‘Última hora’, porque en la CBF se anunciaba el nuevo seleccionador. «¿Sabes quién es?», le preguntó el responsable de deportes. «Ni idea», respondió.

Hora y media más tarde, Joao Havelange le nombraba seleccionador. En esa misma rueda de prensa, a dos años vista para el Mundial de México de 1970, anunció los 22 que iban a ir, los once titulares y los once suplentes.

Arrancó una etapa en la que Joao Saldanha recuperó la magia de Brasil. Jugaban los mejores y sus ideas cambiaron el fútbol: «Nadie tiene una parte del campo propia. Cuatro hombres parados en fila sólo sirven si para ejercicios militares, no para jugar al fútbol».

Sus nueve primeros partidos fueron victorias, un récord en el banquillo de una selección que duró hasta que lo superó Del Bosque con La Roja en 2009, ganó todos los partidos de la fase de clasificación para el Mundial y se hizo tan popular en Rio como en Sao Paulo. Y sin embargo, no fue el seleccionador de Brasil en México.

A pesar de que al dictador brasileño, Emilio Garrastazu Medici, sentía una cierta simpatía por el hombre que había devuelto la ilusión al pueblo, tuvo que ceder a las presiones de su ministro de Educación, Jarbas Pasarinho, que no admitía la popularidad de un seleccionador que no ocultaba su devoción a Stalin y Mao. De hecho, estuvo en la Larga Marcha que condujo a los comunistas chinos al poder representando al PCB.

Antes del desenlace que acabaría con la destitución de Saldanha pocas semanas antes del Mundial de México, la diplomacia brasileña se había visto en problemas a causa de su seleccionador. En una entrevista en la BBC, junto a Alf Ramsey, se irritó cuando se acusó a los árbitros brasileños de ser corruptos.

«Inglaterra es un país muy honesto ¿verdad?. Por eso tiene tanta fama Scotland Yard en todo el mundo». Días más tarde, el problema fue mayor. Invitado a un programa de gran popularidad en Hamburgo se le preguntó que pensaba del genocidio de los indios del Amazona. La respuesta hizo que el teléfono del embajador brasileño en Berlín no parara de sonar durante varios días:

«En 469 años de la historia de Brasil hemos asesinado a menos gente que los alemanes en 10 minutos de una de las muchas guerras que habéis tenido».

Dentro, con un militar infiltrado en el cuerpo técnico (el capitán de artillería Claudio Coutinho, que luego sería seleccionador), sus discursos no fueron más suaves. Defensor de la igualdad racial, no dudó, a pesar del régimen ‘problanco’ de Garrastazu, en defender que los negros son superiores para el deporte:

«Puskas y Di Stéfano fueron muy buenos, pero ninguno de ellos se acerca a Pelé o juega en la banda como Garrincha. Si los negros no son buenos en natación es porque no se les deja acceder a las piscinas».

La ruptura definitiva llegó cuando el dictador brasileño, aconsejado por sus ayudantes, quiso que Dario un delantero del Atlético Mineiro fuera al Mundial pese a no estar en los planes del seleccionador. «Que el presidente elija bien a los ministros y no se meta en las cosas serias», contestó Saldanha.

Habían pasado 406 días desde que era seleccionador, su Brasil, el de los cinco 10 juntos, había ganado 10 partidos de 11, pero su teléfono sonó y Havelange le comunicó que dejaba el cargo y que el nuevo seleccionador era Zagallo. El ‘Lobo’, políticamente mucho más correcto, metió a Dario entre los 22 que fueron a México, pero no jugó un solo minuto.

El equipo que asombró al mundo, el Brasil del 70, el que aún hoy es una referencia de equipo espectáculo, ganó el Mundial jugando con Félix, Brito, Wilson Plaza, Carlos Alberto, Clodoaldo, Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé, Rivelino y Everaldo. El mismo equipo que anunció dos años antes, el día de su nombramiento, Joao Saldanha.

Sin quejarse de nada, regresó a su máquina de escribir, a sus micrófono, su tabaco y a centrarse en el Comité Central del PCB en la clandestinidad, desde donde fue candidato a vicealcalde de Río en 1985 en una candidatura de izquierdas que abogaba por la legalización del Partido Comunista en lo que eran los últimos coletazos de la dictadura militar.

Mordaz siempre en sus comentarios y fiel a su máxima de «si hablas es para decir la verdad», no regateaba ningún tema hasta el punto de que no dudó en decir y escribir, desde una total naturalidad, que en aquel mítico Brasil del 70 había al menos tres parejas de jugadores homosexuales y que la mitad del equipo había consumido al menos una vez en su carrera deportiva marihuana, cocaína u otras drogas.

Fuente: Marca

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