domingo, diciembre 22, 2024
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Los Secretos de «El Jardín de las Delicias» de El Bosco

No hay pintura más enigmática en la Historia del Arte. La fantasía desbocada de este delirio erótico, sus mensajes cifrados, su fabulación poética… han fascinado durante siglos a todos los que han tenido la fortuna de contemplar este tríptico de cerca. Muy de cerca. Uno no sabe adónde mirar y no puede dejar de comentar lo que ven sus ojos.

¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir? Una «pintura de conversación» sobre la que charlarán personalidades del mundo de la cultura en una película que está realizando José Luis López Linares. Desde los primeros años del siglo XVI, cuando «El Jardín de las Delicias», de El Bosco, lucía en el palacio de los Nassau en Bruselas, ha dado pie a todo tipo de interpretaciones: una herejía para unos, una utopía para otros, una sátira moralizadora del mundo entregado al pecado para la mayoría.

No sabemos su título original, ni quién fue su comitente (Engelberto II de Nassau o su sobrino Enrique III), ni siquiera la fecha de su ejecución (se suele datar entre 1500-1505, pero recientes estudios lo sitúan hacia 1494-98). Lo que sí sabemos es que Felipe II se encaprichó de esta obra, la compró y la llevó al Escorial en 1593.

Congrega a diario, en la sala donde se exhibe en el Prado, a miles de personas a su alrededor, que se afanan en descifrar el jeroglífico más hermoso pintado nunca. ABC trata de conseguirlo de la mano de Pilar Silva, jefe del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del museo y comisaria de la gran exposición que la pinacoteca dedicará al pintor a partir del 31 de mayo

El Bosco no escoge el pasaje en el que Dios crea a Eva de la costilla de Adán, ni siquiera cuando ella muerde la manzana del pecado. Inmortaliza el momento en el que Dios presenta a la pareja y bendice la unión: coge la mano de Eva, mientras los pies estirados de Adán rozan el manto del creador. Adán, que acaba de despertarse, mira embelesado a la seductora Eva, arrodillada y que baja la mirada. A la izquierda de la escena, un drago canario.

«Nunca vio El Bosco uno directamente, sino a través de algún grabado», dice Pilar Silva. Representa el árbol de la vida. Pero, justo encima de la escena, asomado en un hueco de la fuente de los cuatro ríos, vemos una lechuza, que se repite en varias zonas del tríptico. Encarna la maldad y el pecado. Junto a Adán, El Bosco pinta animales (un elefante, aves) que representan la fuerza, la inteligencia… Junto a Eva, una jirafa, un cisne, un conejo…, símbolos de pureza, soberbia y fecundidad.

El tríptico, un óleo sobre tabla de roble del Bático, de 220 x 389 centímetros, representa el episodio del Génesis. En las puertas exteriores El Bosco pintó en grisalla el tercer día de la creación del mundo. Junto a estas líneas, detalle de la tabla izquierda, dedicada al Paraíso. Pilar Silva nos llama la atención sobre una roca antropomorfa, en la que advertimos el perfil del diablo. Fue utilizada por Dalí en obras como «El gran masturbador».

Sobre la roca, una palmera, que simboliza el árbol de la ciencia, del bien y del mal, pero la serpiente tentadora baja por su tronco y por la roca reptan alimañas. El Bosco nos advierte con todo ello de que, pese a estar en el Paraíso, el pecado ya está acechando. Es una premonición de lo que se avecina.

El Bosco hizo una composición muy equilibrada, que distribuye en tres planos en cada una de las tablas, siempre con un elemento de agua en medio. La tabla central está presidida por esta escena, en la que jinetes cabalgan a lomos de jabalíes, unicornios, caballos, osos, toros, leones, panteras, que simbolizan pecados como la gula, la avaricia, la ira, la soberbia o la lujuria. Ésta última domina la escena. El Bosco lo pinta como un cortejo de vicio y seducción en torno a las mujeres que se bañan desnudas en un estanque.

La tabla central de «El Jardín de las Delicias» es un derroche de fantasía e imaginación. El Bosco hace una inversión del universo: pinta animales reales y fantásticos, plantas y frutos a un tamaño igual o mayor que los seres humanos. «Es un mundo en el que nada es lo que parece. Todo es efímero y se desmorona», comenta Pilar Silva.

Se resquebrajan las fuentes, así como las esferas, burbujas y cilindros, que parecen sacos amnióticos, donde el pintor aprisiona a algunos de los personajes del cuadro. Otros aparecen atrapados en conchas de moluscos. Escoge apetitosas y jugosas frutas asociadas al placer carnal, como cerezas, moras y fresas, símbolos del amor, el erotismo, la fertilidad… También flores como las rosas y peces. Estos se asocian al pecado.

Las figuras desnudas –tanto de personas de raza blanca como negra– inundan el tríptico. El Bosco incluye relaciones heterosexuales y homosexuales (a la izquierda, un personaje agachado tiene flores en el trasero y otro a su lado porta una flor en la mano).

Sorprende, pues Pilar Silva comenta que en el siglo XVI la homosexualidad estaba prohibida y era duramente castigada. Pero advierte de que El Bosco «ha representado a las figuras desnudas tan tenues, tan transparentes, que apenas tienen carne. Es como si representasen el alma humana. No llaman a los sentidos, a la sensualidad». Apenas distinguimos sus edades ni los atributos sexuales masculinos y femeninos. Este tríptico, dice la conservadora del Prado, representa «el mundo entregado al pecado, especialmente a la lujuria».

La tabla del Infierno, explica Pilar Silva, también se conoce como «El Infierno musical», debido a los numerosos instrumentos musicales que aparecen en él: un arpa, un laúd, un tambor, una gaita… Pero en este caso se tornan objetos de tortura, donde se crucifican a los pecadores. La escena está presidida por una gigantesca figura antropomórfica: el hombre-árbol, «el gran engañador, el diablo», que mira al espectador y algunos asocian a un autorretrato del Bosco.

Su cuerpo destrozado deja al descubierto una taberna. Eran numerosas las ventas y burdeles que había en torno a la plaza donde vivía el artista en Hertogenbosch. El hombre-arbol sostiene sus heridas piernas sobre unas barcas. Y es que en el Infierno el agua se torna hielo resquebradizo. «Desde los textos medievales, dice Pilar Silva, el hielo es el castigo de los envidiosos». Ala izquierda de la escena, dos orejas atravesadas por un cuchillo con un claro significado sexual. El cuchillo tiene la letra «M», marca de un platero de la época. A la derecha, unos perros devoran a un hombre con armadura, que sostiene un cáliz en la mano. Es el castigo de los sacrílegos.

La tabla de la derecha, dedicada al Infierno, es donde la fantasía del Bosco se desborda por completo con grupos de imágenes muy complejos, como el que aparece bajo estas líneas. Es uno de los más célebres de «El Jardín de las Delicias». Un monstruo azul mitad pájaro, mitad hombre, sentado sobre una especie de trono-orinal engulle a seres humanos y los defeca sobre un pozo inmundo en el que un hombre vomita y otro expulsa monedas de su trasero (avaricia).

 Abajo, a la izquierda, una mujer con un sapo en el pecho es abrazada por un demonio (la imagen alude a la lujuria). Su rostro se refleja en el espejo que tiene en sus nalgas otro demonio verde (simboliza la soberbia). «El Bosco crea una obra absolutamente original, sorprendente, fascinante, que capta la atención y asombra a todas las generaciones posteriores», advierte Pilar Silva.

No solo los pecados capitales están representados en «El Jardín de las Delicias». En la época se perseguía y se castigaba la bebida, los juegos de azar, la prostitución… En esta escena aparece un hombre clavado a la mesa donde ha estado jugando y una mano atravesada por un puñal con un dado en sus dedos. Al lado, naipes y el tablero de una especie de backgamon. De nuevo, la inversión de papeles. Aquí vemos un conejo que lleva clavado sobre un palo a una persona que acaba de cazar.

Llama la atención esta imagen, en la que El Bosco pinta un cerdo, con el tocado de una monja clarisa (forma parte de la orden franciscana), que trata de convencer a un hombre, con unos documentos sobre sus piernas, para que los firme. A un lado, el tintero; al otro, una figura porta los sellos. «Es una crítica a los que hacen malos usos: jueces, notarios… –dice Pilar Silva–. Pero también a cómo manejaban el dinero las órdenes mendicantes. Critica a los franciscanos, nunca a los dominicos».

Fuente: ABC


Otros ojos para ver el Prado: El Jardín de las delicias, de El Bosco

Alejandro Vergara, Jefe de Conser­vación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado y Javier Tejada, catedrático de Física de la Universidad de Barcelona, comentan el tema «Física: Creación del Universo» en relación con El Jardín de las Delicias de El Bosco.

En el tríptico abierto se incluyen tres escenas. La tabla izquierda está dedicada al Paraíso, con la creación de Eva y la Fuente de la Vida, mientras la derecha muestra el Infierno. La tabla central da nombre al conjunto, al representarse en un jardín las delicias o placeres de la vida. Entre Paraíso e Infierno, estas delicias no son sino alusiones al Pecado, que muestran a la humanidad entregada a los diversos placeres mundanos. Son evidentes las representaciones de la Lujuria, de fuerte carga erótica, junto a otras de significado más enigmático. A través de la fugaz belleza de las flores o de la dulzura de las frutas, se transmite un mensaje de fragilidad, del carácter efímero de la felicidad y del goce del placer. Así parecen corroborarlo ciertos grupos, como la pareja encerrada en un globo de cristal en el lado izquierdo, en probable alusión al refrán flamenco: “La felicidad es como el vidrio, se rompe pronto”.

«Otros ojos para ver el Prado» es un proyecto realizado en colaboración con FECYT, el GISME y el Museo Nacional del Prado.

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