Toda sociedad se enfrenta cada cierto periodo a la pregunta sobre su viabilidad histórica como proyecto colectivo, ocasión en donde emergen con claridad las posiciones sobre el qué hacer, a la vez que se expresan de mejor forma tanto relaciones de poder como concepciones de orden y mundo. Chile está en medio de ese tránsito enfrentado una vez más a la nunca acabada construcción del orden deseado.
Esos escenarios presentados como constituyentes de un nuevo orden, se los puede observar en diversas sociedades y períodos, y expresan, tanto el fin de ciclos, periodos, procesos o como se les llame, en donde las fuerzas que pugnan por la mantención o preservación, resuelven por diversas vías o medios el modo en que tendrá lugar la resolución de lo que se torna crisis en un momento.
A nivel macro, hemos sido observadores del colapso del orden feudal luego de la revolución burguesa francesa, en 1789, crisis que se extendió hasta mediados del siglo XIX; la revolución de las colonias inglesas en lo que fue Estados Unidos, en 1776; o las emancipaciones anticoloniales de las naciones latinoamericanas frente al decadente imperio español a contar de 1810. En el siglo XX el fin de imperio ruso a manos de los bolcheviques, la descolonización de África, los procesos de liberación nacional en América Latina, como en Cuba de 1959, Nicaragua en 1979, o las recientes emancipaciones antioligárquicas y nacionales como la revolución Bolivariana o la conquista del Estado por los pueblos originarios en Bolivia.
Chile ha vivido sus propios procesos de reforma y revolución. Tras el colapso del imperio español, luego de la invasión napoleónica a la península, se vieron enfrentadas fuerzas conservadoras y transformadoras; en lenguaje actual, los primeros buscaban acuerdos para avanzar en la medida de lo posible con los representantes del rey y quienes lideraban la ruptura democrática, los “ultras” de entonces, hoy nuestros héroes, símbolos de las Fuerzas Armadas. Mismo proceso que tuvo lugar en 1891, 1973 o 1988.
El patrón de comportamiento es similar. Quienes se han visto beneficiados o han vivido de privilegios tenderán a procesos de reforma y acuerdos intra élites, buscando los acuerdos que impliquen la menor merma a sus patrimonios y posiciones de poder. Los reformistas, en última instancia están del lado de los poderosos al igual que aquellos que se declaran neutrales.
Por otro lado, quienes abogan por cambios estructurales, serán las grandes mayorías sociales que padecen las consecuencias de las restricciones impuestas por los grupos acomodados. Eso lo vivió el presidente Salvador Allende y pagó con su vida el haberse atrevido a cambiar unas reglas que beneficiaban a una minoría, que tras el golpe de Estado, se hizo de la mayor parte de los bienes estatales económicos y tornó a Chile en una especie de republiqueta cuprífera.
Los perfiles de la crisis en desarrollo
En el escenario político actual, puede afirmarse que la disputa reforma – revolución se ha actualizado en gran medida por la fuerza de las movilizaciones estudiantiles y la integración gradual de trabajadores, sin contar las innumerables expresiones autónomas de los movimientos sociales que hoy libran acciones para defender sus territorios, denunciar los abusos, proponer cambios, entre otras, casi completamente al margen o escindidos de la elite política.
Tenemos, por un lado, a los defensores del orden y la institucionalidad —el bando reformista diríamos—, donde cabe desde los sectores de la Alianza hasta la Nueva Mayoría, pasando por demagogos neoliberales. Su apuesta se orienta a efectuar cambios por la vía institucional, sabiendo que ese camino es la reproducir el Chile de los últimos 23 años, dado que las generaciones que lo reproducen son las mismas del SI y el No de 5 de octubre con escasa adhesión de las generaciones de los jóvenes transicionales.
Por el bando de los revolucionarios, término que seguro espantará a quienes poco o nada saben de historia o la ocultan, se ubica un amplio campo de fuerzas, proyectos, colectivos, redes, movimientos, que orientan su accionar sea hacia el campo de disputa presidencial, parlamentario, económico social, político o cultural.
Tratándose de un evento sociopolítico generador de grandes transformaciones, la revolución es parte de la política. ¿Por qué acaso Chile habría de estar ajeno a los cambios que tienen lugar en países como Egipto, Ecuador, Venezuela o Bolivia? ¿Acaso las enormes dificultades que vive la política institucional, degradada por la carencia de representatividad y por un orden institucional impuesto a sangre y fuego ilegítimo a los ojos de la mayoría ciudadana debe mantenerse en pie por obra y gracia del espíritu santo? ¿No será hora que las demandas de cambio político y económico sean de una vez procesadas o escuchadas antes de que la hora de la revolución toque la puerta?
¿Qué revolución es posible avizorar?
Desde luego no es posible trazar hoy los perfiles de lo que podrá ser el proceso revolucionario chileno, no obstante, si pueden observarse algunos procesos que tendrán lugar en esa hora.
En primer término, será una revolución democrática, afincada en la soberanía popular y el respeto irrestricto de los derechos humanos; será una revolución ciudadana, con mucha diversidad en su composición, de carácter nacional, esto es, que se pondrá al centro, la recuperación de las riquezas nacionales entregadas por la elites económicas y políticas chilenas a transnacionales; será antioligárquica y democrática, que buscará democratizar el acceso a las mayorías a los privilegios de unos pocos. Esto supondrá, necesariamente, que la igualdad como principio impulsor exigirá a las elites, reducir expectativas y practicar la solidaridad activa y no el asistencialismo reproductor de las desigualdades.
A diferencia de la revolución democrática promovida por la Unidad Popular y liderada por Salvador Allende, esta deberá defenderse con más democracia y poder ciudadano organizado.
Nuestras fuerzas armadas, está vez no se prestarán para lanzar cuerpos de detenidos al mar, abusar de mujeres indefensas, hacer desaparecer a torturados y asesinados, es decir, violar los derechos humanos. Con seguridad intentarán limpiar su imagen y respetarán la decisión de la soberanía popular, alejándose de la figura de Pinochet que tanto daño les causó ante la sociedad.
Pese a las apariencias engañosas que intentan generar los medios de comunicación, en Chile se mueven profundos movimientos que anhelan cambios democráticos y justicia social. Lo que no sabemos es de qué modo ni cuádo ese momento de tensión se tornará una tendencia en desarrollo.
(*) Coordinador Académico, Escuela de Latinoamericana de Postgrado, Universidad ARCIS