Los líderes políticos, militares y religiosos llevan 13 años a la cabeza de un asombroso saqueo que ha llevado a Irak a ser uno de los cinco países menos transparentes y más corruptos del mundo. «Aquí, cuando la gente roba, lo hace abiertamente. Alardea de ello. Hay un virus, como el ébola, y se llama corrupción. No hay esperanza», dice el director de una oficina anticorrupción, que reconoce que él mismo es corrupto.
El director de una oficina anticorrupción de Irak está sentado en su oficina y agita sus manos con exasperación. «No hay solución», zanja, «todo el mundo es corrupto, de lo más alto a lo más bajo de la sociedad. Todo el mundo. Incluido yo».
La confesión de Mishan Al Jabouri, que llega al inicio de una conversación sobre la difícil gobernanza de Irak y sobre qué se está haciendo para cambiar las cosas, suena estridente. «Al menos yo soy sincero», dice encogiéndose de hombros. «Una persona me ofreció cinco millones de dólares para dejar de investigarla. Los cogí, y seguí procesándola igualmente».
Jabouri dirige una de las dos agencias anticorrupción que tienen la función de proteger el dinero público en el Irak de la posguerra. Ambas tienen más trabajo del que nunca podrán esperar abarcar, incluso aunque quisieran.
Ahora que el desplome de los precios del petróleo está dejando los ingresos de Irak más en peligro que nunca desde la invasión estadounidense, se está poniendo atención en qué han hecho los guardianes de los fondos públicos durante más de una década con decenas de miles de millones de dólares que de otra manera podrían amortiguar esta sacudida presupuestaria.
Si, tal y como se proyecta, los precios mundiales del petróleo se mantienen en mínimos históricos, Irak no podrá pagar a algunos de sus funcionarios ni cumplir sus compromisos de construir carreteras y centrales eléctricas durante el próximo año fiscal.
La gravedad de la crisis ha creado cálculos incómodos para los líderes políticos, militares y religiosos de Irak, los cuales llevan 13 años a la cabeza de un asombroso saqueo que ha llevado a Irak a estar constantemente calificado como uno de los cinco países menos transparentes y más corruptos del mundo.
«Créame, la mayoría de los altos cargos del país han sido responsables de robar casi toda su riqueza», afirma Jabouri. «Hay nombres en lo alto de la jerarquía que me matarían si los persiguiera. Aquí, cuando la gente roba, lo hace abiertamente. Alardea de ello. Aquí hay un virus, como el ébola. Se llama corrupción. No hay esperanza, siento decirlo».
En todos los niveles de la sociedad se está extendiendo la idea de que Irak está en el inicio de una fase que podría ser tan inestable como la guerra contra el Estado Islámico, o incluso más.
Jamal Al Bateekh, líder tribal de relevancia y con influencia en la clase política, explica:
«Durante doce años, hemos pasado por el proceso de abrir el presupuesto en el Parlamento. Pero nunca lo hemos cerrado. Nunca ha habido una rendición de cuentas. En todo ese tiempo han estado repartiéndose el pastel».
«Es algo existencial», afirma el exvicepresidente Ayad Allawi, cuyo cargo fue eliminado a finales del año pasado para ahorrar costes. «Hay asociaciones de corrupción organizada gobernando el país, por no hablar de las milicias. Le seré muy sincero: ningún poder iraquí puede enfrentarse a eso».
En los últimos cuatro meses, algunas de las principales autoridades de Irak, lideradas por el primer ministro, Haider Al Abadi, han intentado hacerlo. Alentado por la más alta autoridad religiosa del país, el ayatolá Ali Al Sistani, Abadi ha tratado de lanzar un plan anticorrupción diseñado para deshacerse de los más culpables e implantar procesos significativos de control de la responsabilidad en todos los niveles de la economía y la política.
Sistani, que se mantuvo taciturno durante la mayor parte de su carrera, ha sido inusualmente estridente durante sus sermones de los viernes, difundidos a través de un portavoz hasta que lo dejó en enero en señal de protesta. «Hablamos mucho hasta que nuestras voces se quedaron roncas, pero nadie nos escuchó», manifestó en ese momento.
«Era más fuerte, más feroz y profundo de lo que había sido nunca», dice Allawi sobre las intervenciones cada vez más directas de Sistani. «Sabe lo grave que es esto».
En Bagdad, el ministro de Economía, Hoshyar Zebari, tiene la tarea de encontrar una salida a la profunda escasez presupuestaria que Sistani, Abadi y otros temen que pueda conducir pronto a la agitación social e incluso a represalias.
«Dependemos al 93-95% de los ingresos del petróleo. Este año, nuestra situación es mucho más complicada que en cualquier otro año», explica Zebari. «Hemos agotado nuestros préstamos internos. Tenemos que pasar por un examen de conciencia. Necesitamos salir de nuestra dependencia del petróleo. Hemos de preparar a la sociedad para el cambio, en cosas como el IVA y otras nuevas medidas. Es una cuestión de cambio de actitud. Aquí la gente no está acostumbrada a eso».
El presupuesto de Irak está hecho a medida de un precio del petróleo en torno a los 45 dólares por barril. Sin embargo, el crudo ha rondado los 27 dólares en los últimos meses, antes de recuperar un 14% la semana pasada. Los expertos en petróleo en Oriente Medio creen que esta última caída de los precios es estructural, no cíclica, con consecuencias muy graves para las economías fuertemente dependientes de las viejas energías.
Zebari explica que a principios de febrero llevó las cuentas financieras del país al completo a Sistani, en la ciudad chií de Najaf, para que el ayatolá de 85 años las examinara. «Habla muy en serio de dar la vuelta a las cosas, pero está frustrado», cuenta.
Iraq tiene una de las mayores ratios de funcionarios per cápita del mundo: unos 7 millones de personas trabajan para el Estado, de una población de 21 millones. Es aquí donde Zebari cree que se oculta buena parte de la corrupción sistémica.
«Nuestro mayor problema está en los soldados fantasma», explica, «hay quizá 500-600 millones de dólares en salarios que se pagan a soldados que no existen. Hay muchísimos conductos por los que este dinero se escapa sin ningún control».
En esos casos, los salarios los recaudan los oficiales. En otros, los soldados pagan a los oficiales la mitad de sus salarios para no tener que cumplir con su deber. El general Babakir Zebari, exjefe de personal del Ejército iraquí retirado el año pasado, admite que el problema de los soldados fantasma afecta a las fuerzas armadas, junto con las licitaciones de armas tremendamente infladas.
«Yo advertía de eso todo el tiempo, todo el mundo sabía mi punto de vista», asegura. «Los concursos son un asunto que requiere mucha atención. Entiendo que falta mucho dinero ahí».
Hoshyar Zebari estima que hay hasta 30.000 soldados fantasmas en el Ejército iraqui y que los oficiales corruptos se están llevando sus salarios. Las consecuencias son incluso más significativas que el balance.
La caída de Mosul, la segunda ciudad de Irak, a mediados de 2014, se achacó en parte a la existencia de muchos menos soldados en sus puestos para defender la ciudad de los que estaban registrados. Los generales y otros altos mandos acusados del fraude aún no han asumido responsabilidades.
«Estaban protegidos», señala Jabouri. «Aquí solo vamos a por los objetivos fáciles. Hace poco un empresario cristiano fue encarcelado dos años por robar 200.000 dólares para construir su casa. Eso no es nada. Ni siquiera se cuenta como delito en comparación con el resto de cosas que están pasando», agrega.
El director anticorrupción explica:
«Hemos pagado 1.000 millones de dólares por aviones de guerra que nunca llegaron. En Tikrit se han pagado presupuestos para juzgados que nunca se han construido. Lo mismo ocurre con proyectos de carreteras por todo el país, o con el puerto de Umm Qasr, cerca de Basra. Si tuviera 50 empleados para ayudarme, apenas podríamos arañar la superficie».
Añade que «aquí los problemas son tan sociales como todo. Eres considerado como débil si no robas. Todo el mundo quiere acaparar poder, porque saben que nadie más va a compartir el poder con ellos».
Allawi relata que llevó a Abadi un plan para invitar a auditores forenses a examinar las cuentas de Irak. «La respuesta fue el silencio y miradas en blanco», afirma, «como si hubiera estallado una bomba en la sala».
Abadi ha colocado buena parte de su valor político en su impulso reformista, que considera esencial para mantener el país unido. Todo el apoyo proclamado de Sistani ha dado a sus movimientos un ímpetu que no habrían podido tener de otra manera. Sin embargo, hasta el momento no ha sido capaz de frenar el saqueo que ha lastrado la gobernanza de Irak.
«Es un buen tipo», valora Jabouri. «Es más limpio que toda la gente del Parlamento. Pero no puede hacer eso. Nadie puede».
¿Y qué hay del director anticorrupción autodeclarado corrupto? «Lo hice porque estoy retando a la gente a perseguirme», dice. «Nadie se atreverá. Tengo expedientes sobre todos ellos».
Fuente: alianza El Diario/The Guardian