jueves, noviembre 21, 2024
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Informe Especial: Marx, el Humanista Todoterreno

A 201 años de su nacimiento, es innegable que la historia ha iniciado el proceso de hacerle justicia al más grande pensador de todos los tiempos. Pero todavía falta en el terreno donde era más fuerte: su condición humana.

Así como Leonardo representa el epítome de las artes y el pensamiento del renacimiento, Marx lo es en todas las facetas que definen al humanismo.

Su vida es el mejor ejemplo.

Ese es el espíritu que intentamos imprimirle a este Informe Especial.

Cabe consignar que la selección de títulos obedece estrictamente a criterios de interés para el debate, que no necesitan coincidir con la política editorial de este medio, la cual presupone independencia y apertura del lector.

Preventivamente, dejamos específicamente sentada la inocencia de mi madre, muy contraria a estas ideas, por lo demás.

Indice

La inapelable vigencia de Marx

por Francisco Herreros.

Existe una categoría de hombres que podríamos llamar históricos, en el sentido de que dejan el mundo mejor de lo que encontraron. Son los casos, por ejemplo, de Beethoven o Mozart en música, Van Gogh en pintura y Cervantes o Shakespeare en literatura.

Hay una categoría especial de héroes del pensamiento, que han dado vuelta una página de la historia sea por la creatividad u originalidad de sus contribuciones, o por la universalidad, relevancia y pertenencia de las mismas.

En ella brillan, en mi opinión, Aristóteles, insigne acuñador de categorías y conceptos; Leonardo da Vinci, el más ilustre exponente de la cultura enciclopédica; Galileo, padre legítimo del método científico y Albert Einstein, quien dio vuelta nuestras concepciones sobre el tiempo y el espacio.

Pero, para mí, el más grande de estos personajes gigantescos es Carlos Marx.

No sólo por la creatividad, originalidad, universalidad, pertinencia y relevancia de sus aportes en diversas disciplinas.

En filosofía, estableció sólidamente el materialismo dialéctico; está entre los creadores de la sociología, la antropología y la ciencia política; fue uno de los primeros en introducir modelos matemáticos en la teoría económica; revolucionó la concepción de la historia, y un largo etcétera. Prácticamente no hay campo de la ciencia social que no haya recibido el aporte iluminador de Carlos Marx.

Pero no es el mejor por eso, sino por la anchura y profundidad de su compromiso con una causa, la causa del incipiente proletariado, en el crisol fundacional del capitalismo y la modernidad, que fue la Europa de mediados del Siglo XIX.

Compromiso vital

Marx era de origen pequeño burgués y se casó con Jenny Westphalen, hermana del Ministro del Interior de Prusia e hija de un típico exponente de la pequeña aristocracia alemana.

Sin embargo, su compromiso con la causa proletaria fue absoluto, inquiebrantable, vital.

Contra ese compromiso nada pudieron la miseria, que lo persiguió hasta el último de sus días; la enfermedad, que terminó con su vida prematuramente, a los 65 años, e incluso, la muerte de tres de sus hijos, asociada a sus padecimientos.

No es un secreto para nadie que Federico Engels, con quien mantuvo una amistad de conmovedora lealtad recíproca, lo sostuvo económicamente hasta el final.

Una vaga idea del estado de apremio en que desarrolló su obra monumental se puede atisbar de su intercambio epistolar con Engels:

“Por otra parte, hago ahora un gran esfuerzo y, es extraño, a pesar de toda la miseria que me rodea, mi cerebro funciona mejor que en todos estos años pasados” (18 de junio de 1862).

“Es un verdadero milagro que, tal como van las cosas, yo pueda avanzar en mis trabajos teóricos” (2 de agosto de 1862).

“Actualmente trabajo como una bestia de carga; es preciso que utilice todo el tiempo de que soy capaz para trabajar, pues continuo padeciendo los carbunclos, y sin embargo no me molestan sino en determinados lugares, sin afectarme el cerebro” (20 de mayo de 1865).

“Estuve enfermo durante todo el año pasado, aquejado de ántrax y forúnculos. De no haber sido por ello, mi libro El Capital, la economía política, ya se habría publicado. Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestarle a la burguesía, en el plano teórico, un golpe del cual no se recuperará jamás” (carta a Klings, 4 de octubre de 1864).

Como en la mayor parte de su obra, Marx tenía razón. Efectivamente, en el plano teórico, le asestó al capitalismo un golpe del que no se recuperará jamás.

Marx sólo alcanzó a terminar el primer tomo. Otros dos los editó póstumamente Engels, sobre notas manuscritas de Marx, y un cuarto, bajo el título Teoría de la Plusvalía , se publicó ya entrado el Siglo XX.

El golpe habría sido todavía más demoledor si hubiera podido completar su plan original, que contemplaba el estudio sistemático, en ese orden, del capital, la propiedad del suelo, el trabajo asalariado, el comercio exterior, el mercado mundial, el crédito y el capital accionario.

Marx es, ante todo, el principal y más entrañable de los humanistas porque a pesar de las extremas penurias, nuncas se rindió, nunca perdió el norte de la causa histórica que sirvió, y en muchos sentidos, inauguró.

Desde luego, no era inmune a la vida de privaciones a la que su causa lo condenó, en la etapa adolescente, y por tanto arrogante, del capitalismo; y sufría por ellas como el que más.

Pero las encajó con voluntad inquebrantable, sin una queja.

El siguiente testimonio de su hija Eleanor, ilumina esa faceta de fortaleza humana, injustamente desconocida.

Es la explicación, que le dio, poco antes de morir, acerca de las razones que lo movieron a rechazar su noviazgo con Prosper-Olivier Lissagaray, un izquierdista radical, que presumía de su condición de sobreviviente de La Comuna de París, en los círculos del exilio revolucionario de Londres:

“Hija mía, si tu crees que quieres realmente estar al lado de ese hombre mucho mayor que tú, y con tan pocas condiciones de darte una vida estable, sin sobresaltos y dificultades, me doy cuenta que nada más puedo hacer.

Traté como pude de evitar que tuvieras los mismos sufrimientos que, sin querer, le causé a tu madre.

Como le dije también a Paul, cuando me pidió la mano de Laura, y que infelizmente también de nada sirvió, todos ustedes saben cómo sacrifiqué toda mi suerte a la lucha revolucionaria.

No lo lamento, muy por el contrario. Si tuviera que nacer otra vez, haría lo mismo.

Pero no me casaría.

Si estuviera en mi poder, me gustaría salvar a mis hijas de los arrecifes en los cuales la vida de su madre naufragó.

Siempre juzgué que era mi deber de padre no permitir que por lo menos tú, mi última hija, tuviera la misma vida,

Pero veo con mucha pena que un padre, por más que trate y le duela, no tiene el poder de garantizarla felicidad de una hija.

Y realmente lo único que realmente quiero, es verte feliz, mi niña”. (1)

Aún con su enfermedad, no dejó de asistir un solo día a la biblioteca de Londres, donde estudió al capitalismo como nadie lo ha vuelto a hacer desde entonces.

Legado imperecedero

De hecho, jamás se repuso de la enfermedad, y murió en 1883.

Su amigo del alma, Federico Engels, le dedicó unas palabras que inevitablemente me conmueven:

“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.

Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

Pero no es esto sólo.

Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él.

El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida.

Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. (…) Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. (…) Marx era, ante todo, un revolucionario.

Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. (…)

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban.

Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía.

Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California.

Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.

Matonaje intelectual

Aún inconcluso, El Capital es, sin duda, el más lúcido estudio del sistema capitalista que se haya hecho hasta la fecha. Y si hoy podemos hablar de economía como una ciencia, en gran medida obedece al riguroso e impecable método analítico de Marx.

En lo personal, leí el primer tomo de El Capital cuando estudiaba en la universidad, a mediados de los setenta. A consecuencia de un libro que escribí, acerca de 20 años de historia del Partido Comunista, quedé con la inquietud de profundizar sobre la esencia que guiaba la conmovedora historia de lucha de ese partido, y me di a la tarea de acometer nuevamente El Capital.

Leí metódicamente los tres tomos, a principios del siglo XXI, tarea que me insumió a lo menos un par de años.

A diferencia de lo que opinan algunos, en cuanto a la aridez de El Capital, fue una tarea gratificante, desde el punto de vista intelectual, pues Marx era ante todo un gran escritor, dotado de un talento que derrochaba a raudales y un estilo inimitable.

No es accesorio consignar que sus escasos ingresos provenían de su corresponsalía en el New York Tribune.

Lo releí en la época en que la insolente ignorancia neoliberal lo declaró anacrónico, obsoleto y pasado de moda, entre otras tonterías de parecido jaez.

Y me pareció que describía con exactitud el Chile actual, con su insolente arrogancia neoliberal.

Sucede que Marx describió con lúcida precisión el capitalismo emergente de Inglaterra de mediados del siglo XIX. A contrapelo de la jactancia del Chile neoliberal, que pretende haber ingresado al desarrollo y la modernidad, la característica tipificante del actual modelo económico no es sino el retorno al capitalismo salvaje y desregulado que describió Marx, cien años atrás.

Como sus adversarios y enemigos no pueden refutarlo, en el ámbito de la ciencia y la teoría económica, es apenas natural que prefieran arroparse en el matonaje intelectual de ignorarlo y declararlo pasado de moda.

Total, para eso son los dueños de las universidades y los medios de comunicación.

Es tan ridículo como declarar fuera de moda a Shakespeare o Cervantes.

A pesar de que lo declaran muerto y enterrado, para asegurarse, no pasa un día sin que vuelvan a enterrarlo. Pero, vana ilusión, las categorías marxistas resurgen una y otra vez para explicar un modo de producción que puede revolucionar los modos de producción, pero es incapaz de explicarse a sí mismo.

Contribuciones en la economía

Entre las principales contribuciones de Marx a la teoría económica, está, desde luego, el valor trabajo, pero no en abstracto al modo de los clásicos, sino como la más fundamental de las relaciones de producción, en rigor, la única capaz de atribuirle valor a las mercancías, es decir, el trabajo social, o más bien, la fuerza de trabajo socialmente determinada por el modo de producción capitalista.

Asociadas a este fundamental descubrimiento, aparecen categorías como la plusvalía absoluta y relativa, o si se prefiere, la teoría de la explotación del trabajo; capital constante y capital variable; capital fijo y circulante, y composición orgánica del capital, entre otras.

En el Tomo 1, Marx describe con su rigurosidad característica, la transformación de plusvalía en capital, el rasgo distintivo de este modo de producción, así como la disminución relativa del capital variable, donde ubica al trabajo, conforme progresa la acumulación y centralización del capital.

Eso explica, entre otras cosas, por qué, aún con su capacidad de revolucionar permanentemente los modos de producción con base en la técnica y la tecnología, el capitalismo, por definición, es incapaz de asegurar progreso y bienestar a las mayorías, obnubilado como está por su voracidad insaciable de acumulación de ganancias y apropiación de trabajo humano.

Otra categoría fundamental acuñada por Marx es la contradicción entre el carácter social de la producción y el y el carácter individual de la acumulación, que lo lleva a pronosticar el fin del capitalismo, devorado por sus contradicciones.

En los tres tomos de El Capital, Marx formula y acuña conceptos y categorías de enorme poder explicativo y predictivo, que es, entre otras cosas, el propósito de la ciencia social.
Entre ellas, la rotación y circulación del capital; la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la irrefrenable tendencia del capital a convertirse en capital financiero y la tendencia a la centralización del capital.

Asimismo, describió con indesmentida exactitud los ciclos del capitalismo, o sea, la teoría de las crisis cíclicas del capitalismo:

“La naturaleza no planificada de la producción, combinada con el impulso capitalista hacia la acumulación, significa que pronto la oferta sobrepasa la demanda. Cuando el boom se acerca a su pico, los productos del nuevo capital fijo llegan al mercado.

Dada la multiplicidad de productores en cada esfera, los capitalistas son impulsados a competir por compradores y por trabajadores.

Estas condiciones generan una superproducción, especialmente de bienes de consumo. La crisis se dispara cuando una cantidad considerable del capital producido no se puede realizar, o sea, ser vendido a los compradores que necesitan los bienes producidos y que están dispuestos a pagar el valor de cambio de las mercancías”.

Las crisis pueden obedecer a sobreproducción de mercancías, como la de 1929-1933. o a sobreproducción de capital, como la actual, originada en los bonos tóxicos subprime.

Explotación, hoy

A pesar de que Marx formuló con precisión inapelable la teoría de los ciclos, el capitalismo es incapaz de prevenirlos. Entre otras cosas, por las citas del Tomo 1, que extraigo del resumen de Alejandro:

“En su impulso ciego y desmedido, en su hambre canina devoradora de trabajo excedente, el capital no sólo derriba las barreras morales, sino que derriba también las barreras puramente físicas de la jornada de trabajo”.

“El capital no pregunta por el límite de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es única y exclusivamente el máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante una jornada”.

“La producción de plusvalía o extracción de trabajo excedente, constituye el contenido específico y el fin concreto de la producción capitalista”.

El sentido de estas citas apunta a que 126 años después de la muerte de Marx, la descripción de las relaciones de explotación del trabajo por el capital siguen conservando una inexorable vigencia, especialmente en el arrogante Chile neoliberal.

Qué es sino, la resistencia empresarial a la ley de semana corrida, o su inclaudicable afán por la “flexibilidad laboral”.

Qué es si no, la amputación de todos los derechos laborales operada durante la dictadura y mantenida por los gobiernos de la Concertación.

Necesidad de leer a Marx

Entre las contribuciones de Marx que conservan plena vigencia, mencionaría, por de pronto, la naturaleza depredadora del capitalismo; la división de la sociedad en clases y su resultante natural, la lucha de clases; la centralización del capital y su tendencia a transformarse en capital financiero; la división internacional del trabajo y la dominación de unas naciones sobre otras; la mercantilización de las relaciones sociales y la enajenación del ser humano, que de productor, el sistema capitalista se empeña en reducir a mero consumidor.

Hay, por cierto, ciertas predicciones de Marx que no se han cumplido, y algunas categorías que deben ser revisadas, a la luz de la experiencia histórica.

En lo personal, le objeto a Marx una concepción un tanto teleológica y determinista del tránsito del capitalismo al socialismo, aunque en rigor, de todo lo que le he leído, la he encontrado solo en un pasaje, la famosa predicción del capítulo XXXI del primer volumen, que cito de modo textual del resumen hecho por Alejandro:

“El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.

Es decir, no niego que eso vaya a pasar. Pero no como el producto inevitable de las fuerzas ciegas de la historia. Cuando ocurra, como espero, va a ser el resultado de luchas históricas, pero muy concretas, de masas humanas impulsadas por proyectos y partidos políticos.

Con esto quiero decir que hay que leer a Marx.

Así como el que pretende escribir un libro tiene primero que aprender a leer, o como el que quiere construir una casa no puede empezar por el techo, todo militante de la causa social tiene que leer a Marx.

Pero a Marx no hay que leerlo como a un oráculo, un dios o un generador de dogmas. A Marx hay que leerlo de la manera como a él le hubiera gustado, es decir, con sentido crítico, cabeza propia y conciencia vigilante.

Marx no era un dios, sino apenas un ser humano, por más que fuera el más grande humanista de todos los tiempos.

Marx no era un taumaturgo que conjuraba una bola de cristal, sino apenas un científico, por más que sea el principal exponente de las ciencias sociales de todos los tiempos.

A Marx, sus enemigos lo matan todos los días. Como no pueden con él, fingen ignorarlo. Es apenas natural que lo declaren fuera de moda los que viven de la moda.

Pero ustedes no les crean. Como dijo Engels ante su tumba, Marx vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

Marx no sólo está presente en la vigencia de sus categorías analíticas, como demuestra la actual crisis global del capitalismo, sino en la inspiración de millones de hombres y mujeres que no aceptamos el injusto orden social que nos tocó padecer y luchamos incansablemente para cambiarlo.

Por eso, agradezco la valiosa contribución de Alejandro Yánez, puesto que este resumen facilita el acceso de Marx a las mayorías, tanto desde el punto de vista del ahorro de tiempo, como el de los recursos económicos.

Por lo mismo, me ha provocado una sincera alegría escuchar que ya está en la tarea de resumir los otros dos volúmenes de El Capital, el mayor tratado de economía política de todos los tiempos.

Quedamos a la espera.

(*) Ponencia del autor en la presentación de la versión resumida del primer tomo de El Capital, de Alejandro Yánez, en la Fiesta de los Abrazos 2009.

(1) Eleanor Marx, hija de Karl; María José Silvera; Lom Editores, 2005.

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Cinco ideas de Karl Marx que siguen vigentes

Desde la ley de la plusvalía hasta la alienación en el trabajo son hitos de la obra marxista que han trascendido a pesar del tiempo.

Karl Marx, político, filósofo y economista alemán, es recordado y leído por millones de personas en el mundo dada su vasta obra. Su teoría cambió la forma de entender y estudiar el mundo y la economía capitalista.

1.- “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestro días es la historia de la lucha de clases”

2.- La contradicción esencial en la sociedad capitalista es la contradicción entre el capital y el trabajo

3.- La alienación en el trabajo

4.- La idea de la plusvalía

5.- El valor de uso, el valor de cambio, el dinero y el mundo de las mercancías

Fuente: Telesur

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En su 201 natalicio: Karl Marx, una breve biografía

por Iván Ljubetic Vargas (*)

Recuerdo que a poco de llegar al exilio en 1974 a la ciudad alemana de Marburg, tuve una controversia con mi amigo y compañero alemán Harmut Andermann. Fue por el nombre de la ciudad natal de Karl Marx. Harmut me porfiaba que era Trier; yo, que era Tréveris.

Y los dos teníamos razón.

Los primeros 25 años de Marx (1818-1843)

Karl Marx nació en la ciudad alemana de Trier, (Tréveris, en español), el 5 de mayo de 1818.

El padre era un abogado judío convertido al protestantismo. Su familia era acomodada y culta. Después de cursar los estudios secundarios en Tréveris, siguió Derecho en las Universidades de Bonn y de Berlín, dedicándose especialmente a la Historia y a la Filosofía.

En 1818, Marx se encontraba en la Universidad de Bonn, donde llevó una vida estudiantil particularmente agitada -escribió poemas, fue sancionado por .la autoridad académica y se batió en un duelo- tras la cual se trasladó a la Universidad de Berlín orientado por su padre.

Éste le ordenó que estudiara derecho, cosa que hizo, aunque lo fue sustituyendo por la filosofía. En la capital de Prusia, Karl Marx cambió de hábitos, leyó vorazmente y alternó poco, mientras seguía escribiendo versos.

Al finalizar sus estudios universitarios en 1841, era un idealista hegeliano.

En Berlín se incorporó al Círculo de los “hegelianos de izquierda”, que intentaban sacar de la filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Luego Marx se trasladó a Bonn en 1842 con la intención de ganar una cátedra, lo que no consiguió.

La gaceta del Rin

Los burgueses radicales renanos (de la región del Rin), que tenían ciertos puntos de contactos con los hegelianos de izquierda, fundaron en Colonia un periódico de oposición, la “Gaceta del Rin”, cuyo primer número salió el 1 de enero de 1842.

Uno de sus principales colaboradores fue Carlos Marx, que en octubre de 1842 fue nombrado redactor jefe del periódico, trasladándose de Bonn a Colonia.

Bajo su dirección la tendencia democrática y revolucionaria de la “Gaceta del Rin” fue acentuándose.

El gobierno reaccionario ordenó el cierre del periódico.

Entonces, Marx se dedicó a estudiar economía política.

Matrimonio con Jenny Von Westphalen

Jenny von Westphalen, había nacido baronesa el 12 de febrero de 1814 en Salzwedel, Reino de Prusia. Se crió en Tréveris y fue amiga de Marx desde la infancia.

Ella pertenecía a una reaccionaria familia de la nobleza prusiana.

Jenny participaba de las recepciones que brindaba su aristocrática familia y era conocida como “la reina de los bailes de Tréveris”.

Pero Jenny abandonó ese estilo de vida para elegir otro camino: el de la lucha de la clase obrera. Ya desde joven cuestionaba las ideas de su padre, simpatizando con la “fiesta de Hambach”, una manifestación de 1832 en la que estudiantes, intelectuales, campesinos y burgueses liberales proclamaron la unidad de Alemania.

Con su hermano Edgar y su amigo Karl Marx pasaban largas horas hablando sobre la revolución.

Su hermano mayor era el barón Ferdinand von Westphalen, fue Ministro del Interior de Prusia, durante una de las épocas más reaccionarias, entre 1850 y 1858, y ordenó el arresto y deportación de su cuñado, iniciando Marx su largo exilio en Londres.

Jenny y Karl Marx se encontraban regularmente cuando niños. Ella era cuatro años mayor que él.

Durante la adolescencia se convirtieron en amigos íntimos, ya que ambos eran cultos y apasionados por la literatura. En el verano de 1835 comenzaron su noviazgo. Según Marx, quien confesaba estar muy enamorado, ella era la joven más linda de Tréveris.

El Barón Ludwig von Westphalen, padre de Jenny, era también amigo de Heinrich, el padre de Marx.

El joven Karl también se convirtió en amigo y admirador del barón; juntos solían realizar largas caminatas, durante las cuales hablaban de filosofía y de literatura inglesa.

Jenny y Karl se comprometieron en 1836, un año después él le dedicaría a ella un compendio de numerosos poemas de amor.

Por ejemplo en 1837, Marx escribió su poema “Amor nocturno”, describiendo la pasión desbordada que sentía por Jenny. Conozcamos un fragmento de éste:

“Frenético, él la abraza,
y mira oscuramente en sus ojos.
“Ardes dolorosamente, querida,
y en mi respiración suspiras”.
“¡Ah, has bebido de mi alma,
y en verdad mío es tu resplandor!
Mi joya, brillas por entero,
y resplandece tu sangre de juventud”.
“Tú, la más dulce, tan pálido tu rostro,
tan maravillosamente extrañas tus palabras,
ves al través de la gracia de la música
cómo se deslizan los universos más elevados”.

Finalmente, se casaron el 21 de mayo 1843 en la iglesia de San Pablo en Kreuznach. Jenny fue la fiel compañera de Marx.

El período de París (octubre 1843-1845)

Poco tiempo después, en octubre de 1843, Karl y Jenny se trasladaron a París. y se hicieron amigos del poeta alemán Henrich Heine.

La idea de Marx era publicar en la capital francesa una revista de tipo revolucionario.

Logró publicar un primer cuaderno de “Anales Franco-Alemanes”. Fue el único que vio la luz.

Jenny, escritora, fue una importante colaboradora y una significativa interlocutora intelectual de Marx. Era la primera en leer sus trabajos, escritos en una letra indescifrable, excepto para su esposa.

Por eso, Jenny fue la encargada de “traducir” sus textos, pasarlos en limpio y enviarlos a la imprenta.

Así, se convirtió en una de las primeras personas en comprender sus ideas. Dedicando su vida a luchar junto a la clase obrera y participando incluso en las discusiones con el filósofo Ludwig Feuerbach y los anarquistas Proudhon y Bakunin.

Con razón, Eleanor, su hija menor, dirá posteriormente: “se casó mi padre con su amiga y camarada.”

En 1844 dos hechos importantes: nació su hija Jenny y Marx conoció en septiembre a Friedrich Engels.

A partir de ese momento fue su gran amigo y compañero.

Ambos participaron en las actividades de los grupos revolucionarios de la capital francesa.

El período de Bruselas (1845–1848) y el duro exilio

La familia vivía de préstamos en Francia. Y la situación se agravó cuando Marx fue expulsado de París por revolucionario peligroso, en enero de 1845.

Se establecieron en Bruselas, Bélgica.

Jenny siempre se preocupó de pagar las deudas, empeñando lo poco que tenían; pedía préstamos o adelantos de herencias a sus familiares.

Soportaba las adversidades, las penurias.

Ella no sólo había elegido a Marx como su marido, sino también eligió libre y conscientemente, la lucha por la revolución proletaria.

El Manifiesto del Partido Comunista

En 1847, Marx y Engels se afiliaron a la Liga de los Comunistas, una sociedad secreta. Tomaron parte destacada en el II Congreso de esta organización, celebrado en Londres en noviembre de 1847.

Fue en ese evento cuando se les encargó escribieran el programa de la Liga.

Marx, Engels y Jenny, que fue la primera mujer militante de la Liga de los Comunistas, se sumergieron en la tarea. Ella trascribía, redactaba, opinaba.

El resultado fue el famoso “Manifiesto del Partido Comunista”, cuya primera edición apareció en Londres, en alemán, el 24 de febrero de 1848.

Es considerado el acta de nacimiento de la doctrina marxista, que se inicia diciendo:

“La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clase. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros artesanos y jornaleros, en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante, mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que terminó siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, bien por la destrucción de las dos clases antagónicas”.

“Esta obra –escribió Lenin- expone con una claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y el papel revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista”.

En 1847 nació el hijo Edward, que moriría en Londres ocho años después.

El período de Colonia (1848–1849) y la Nueva Gaceta del Rin

Al estallar la revolución de febrero de 1848, Marx fue expulsado de Bruselas.

Se trasladó nuevamente a París, desde donde, después de la revolución de marzo, pasó a Alemania, quedándose en Colonia.

Desde el 1 de junio de 1848 al 19 de mayo de 1849, apareció en esta ciudad la “Nueva Gaceta del Rin”, que tenía a Marx como director jefe.

Los planteamientos de Marx fueron confirmados por los acontecimientos revolucionarios de 1848 y 1849.

El 16 de mayo de 1849 fue expulsado de Alemania por el hermano mayor de su esposa Yenny, el barón Ferdinand von Westphalen.

Marx, con su familia, vivió un breve período en París, de donde fue expulsado después de la manifestación del 13 de junio de 1849.

En Alemania, Ferdinand Lassalle, abogado y político socialista alemán, realizó una colecta en beneficio de Marx.

Con lo reunido, éste pudo cancelar los pasajes para Inglaterra.

Entonces, se dirigió con su familia a Londres, donde pasó el resto de su vida.

El período de Londres (1849 – 1883)

Las condiciones de vida de la familia de Carlos Marx en el exilio fueron muy penosas. A no ser por la constante ayuda económica de Friedrich Engels, la familia habría sucumbido bajo el peso de la miseria.

Tres de sus hijos murieron en la infancia, en Londres, cuando atravesaban extraordinarias dificultades económicas.

Sólo sobrevivieron a esos tiempos difíciles sus hijas Jenny, Laura y Leonor.

Evocaciones de Wilhelm Liebknecht:

Wilhelm Liebknecht, político socialista alemán, uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata de Alemania, padre de Karl y Theodor Liebknecht, escribió varias obras sobre Marx. Una de ellas fue “Por los campos y los eriales”.

En ella relata:

“Marx perdió varios hijos, entre ellos dos varones; el uno, nacido en Londres, murió casi en seguida; el otro, nacido en París, falleció después de una larga enfermedad crónica: la muerte de este último fue un terrible golpe para Marx.

Recuerdo aún las tristes semanas de aquella enfermedad, sin esperanza de curación. El chiquillo se llamaba Edgard, en recuerdo de su tío, pero era más conocido por nosotros con el sobrenombre de «Mosco”; manifestaba gran inteligencia, pero desgraciadamente era muy enfermizo: el pobre pequeñito tenía dos ojos espléndidos y una cabeza que prometía mucho, pero que parecía demasiado pesada para su cuerpo raquítico.

Si el pobre «mosquito» hubiera podido recibir cuidados constantes, a la orilla del mar o en el campo, tal vez se habría salvado; pero la vida errante, los viajes continuos y forzados, la existencia miserable que sobrellevó en Londres, no eran nada apropiados para preservar y proteger aquella frágil naturaleza en la lucha por la vida; el tierno amor de sus padres y los cuidados infinitos de su madre, fueron impotentes. «Mosco» murió.

Nunca olvidaré esta escena… La madre abismada en un dolor mudo, inclinada sobre el cadáver de su hijo; Lenchen, de pie, muy cerca, sacudida por los sollozos; Marx víctima de una terrible excitación, rehusando duramente, casi con hostilidad, todo consuelo; las dos chiquillas, llorando dulcemente y estrechándose contra su madre.

La madre, hundida en el dolor, anudaba convulsivamente sus brazos alrededor de las dos criaturas, como si hubiera querido fundirlas con ella y protegerlas contra la muerte que acababa de arrebatarle a su hijo”. (Edgard había nacido en 1847 y falleció en 1855)

Un día en el exilio

Jenny Westphaler en carta dirigida a un amigo, Joseph Weydemeyer, fechada en Londres el 20 de mayo de 1850, le relata un terrible día de 1849:

“Le describiré un día de esta vida, exactamente –tal como era, y comprenderá usted que pocos emigrantes quizá han pasado por algo semejante. Como las nodrizas son aquí demasiado caras decidí alimentar yo misma a mi hijo, a pesar de que sufría de terribles dolores en el pecho y en la espalda.

Pero el pobre angelito bebía tanta preocupación y acallada ansiedad, que se alimentaba mal y sufría terriblemente de día y de noche. Desde que vino al mundo no ha dormido una sola noche completa, dos o tres horas cuando más y eso raramente.

Ha sufrido recientemente también de violentas convulsiones y no ha dejado de estar entre la vida y la muerte. En medio de su dolor, mamaba tan desesperadamente que mi pecho se irritó, la piel se agrietó y muchas veces la sangre llenaba su boquita temblorosa.

Estaba sentada con él un día, en estas condiciones, cuando entró nuestra casera. Le habíamos pagado 250 táleros en el invierno y habíamos acordado que en el futuro no le entregaríamos el dinero a ella sino a su casateniente, que tenía un auto judicial contra ella.

Negó el acuerdo y exigió cinco libras que todavía le debíamos. Como no teníamos el dinero en ese momento vinieron dos alguaciles y me embargaron los pocos objetos que poseía —ropa, camas—, todo, hasta la cuna de mi pobre hijito y los mejores juguetes de mis hijas, que se pusieron a llorar amargamente.

Amenazaron con llevarse todo en el término de dos horas. Habría tenido que dormir sobre el piso, con mis hijas heladas y mi pecho enfermo. Nuestro amigo Schramm se apresuró a ir al centro de la ciudad, en busca de ayuda.

Subió a un coche, pero los caballos tropezaron y salió despedido del coche y lo trajeron sangrando a la casa, donde yo me encontraba en sollozos con mis pobres hijos que temblaban de frío.

Tuvimos que abandonar la casa al día siguiente. Hacía frío, llovía y estaba oscuro. Mi marido, nos buscaba acomodo. Cuando mencionaba a los cuatro niños nadie nos aceptaba.

Por fin un amigo nos ayudó, pagamos la renta y rápidamente vendí todas las camas para pagar al farmacéutico, al panadero, al carnicero y al lechero que, alarmados ante el embargo, de repente me asediaron con sus cuentas.

Las camas que habíamos vendido fueron sacadas y colocadas en una carretilla. ¿Qué sucedía? Ya se había puesto el sol.

Estábamos contraviniendo las leyes inglesas. El dueño de la casa nos alcanzó con dos guardias, sosteniendo que podía haber algunas de sus pertenencias entre nuestras cosas y que queríamos marchamos al extranjero.

En menos de cinco minutos había dos o trescientas personas reunidas, frente a nuestra puerta: toda la gente de Chelsea. Las camas fueron traídas de nuevo, no pudieron ser entregadas al comprador sino después de salir el sol, al día siguiente.

Cuando vendimos todas nuestras pertenencias me fui con mis pequeños a las dos pequeñas habitaciones que ahora ocupamos en el Germán Hotel, Leicester St., Leicester Square 1. Allí, por 5 libras a la semana se nos dio una acogida humana”.

De como Marx amaba a su fiel compañera

Marx amó profundamente a Jenny. En una carta que le escribió el 21 de junio de 1856 le decía:

“Querida mía: De nuevo te escribo porque me encuentro solo y porque me apena siempre tener que charlar contigo sin que lo sepas ni me oigas, puedes contestarme… Te veo, siento, toda delante de mí, como de carne y hueso…

“La separación temporal es útil y que la comunicación constante origina la apariencia de monotonía que lima las diferencias entre las cosas. Hasta las torres de cerca no parecen tan altas, mientras que las menudencias de la vida diaria, al tropezar con ellas, crecen desmesuradamente.

Lo mismo sucede con las pasiones: los hábitos consuetudinarios que, como resultado de la proximidad se apoderan del hombre por entero y toman forma de pasión, dejan de existir tan pronto desaparece del campo visual su objeto directo.

Las pasiones profundas, que como resultado de la cercanía de su objetivo se convierten en hábitos consuetudinarios, crecen y recuperan su vigor bajo el mágico influjo de la ausencia.

“Así es mi amor. Al punto que nos separa el espacio, me convenzo de que el tiempo le sirve a mi amor tan solo para lo que el sol y la lluvia sirven a la planta: para que crezca.

Mi amor por ti, cuando te encuentras lejos de mí, se presenta tal y como es en realidad: como un gigante; en él se concentra toda mi energía espiritual y todo el vigor de mis sentimientos.

“Adiós, querida mía, te mando a ti y a nuestras hijas miles y miles de besos.

Tu Carlos”.

El Capital: su método de estudio

Unánimemente considerada como la obra esencial de Karl Marx, El Capital es un magno tratado en tres volúmenes. El primero se publicó en Hamburgo en 1867; el segundo y el tercero fueron publicados por Engels después de la muerte del autor, respectivamente en 1885 y en 1894.

Karl Marx se sobrepuso a las persecuciones y a la agobiante situación económica y escribió numerosas obras, entre ellas El Capital. Pero también actuó en la práctica como un revolucionario.

La forma en que Marx enfrentó el trabajo de “El Capital” nos sirve para conocer su método de estudio, de investigación científica.

Antes de publicar el primer tomo de esta obra monumental, la más importante de todas las que escribió, laboró una serie de grandes trabajos preliminares a modo de monografías.

Éstas no estaban destinadas a ser publicadas, sino que le servían al propio Marx para dominar las cuestiones a tratar.

Estas monografías llenaban siete cuadernos.

Esta gigantesca labor previa de investigación científica la inició el año 1843 y sólo en 1853 se lanzó a la tarea de redactar “El Capital”.

Marx consideró posible publicar el trabajo “Contribución a la crítica de la Economía Política”, que constituye los dos primeros capítulos del primer tomo, sólo después de 15 años de estudio y elaboración crítica de la literatura económica.

Y 24 años después de haber iniciado sus investigaciones científicas publicó “El Capital”.

Debemos tener en consideración la difícil existencia material de la familia de Marx, lo que le exigía ganarse el sustento; además tenía la enorme tarea de ser el jefe y organizador del partido revolucionario, junto a ello, la constante y tenaz lucha contra las corrientes pequeñoburguesas hostiles al partido.

Todo esto le ocupaba mucho tiempo y energías, por lo que parece imposible que la enorme labor preparatoria de “El Capital” haya sido hecha por una sola persona. Pero, sin embargo, Marx la hizo.

Y para entender lo gigantesco de esta labor, digamos que datos incompletos indican que estudió y resumió más 1.500 libros para su obra “EL Capital”.

Marx se pasaba trabajando diez horas diarias en la biblioteca del Museo Británico.

Jenny fue una importante colaboradora en la transcripción de los originales de El Capital, que la sabía una obra que marcaría la historia, desenmascarando a la burguesía y mostrando a los trabajadores la existencia finita de un sistema de explotación que los oprime a diario.

Por eso ayudó a promocionarlo, escribiendo cartas a diferentes redactores de periódicos alemanes.

También se encargó de la correspondencia de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional.

Paul Lafargue: de cómo estudiaba Marx

Paul Lafargue, periodista, médico, miembro de la Primera Internacional, revolucionario franco-español de origen cubano, se casó con Laura una de las hijas de Karl Marx.

Escribió un libro titulado “Recuerdos sobre Marx”, en donde relata sobre la forma en que trabajaba Karl Marx. Señala;

“A pesar de que se acostaba muy tarde, Marx se levantaba siempre entre las ocho y las nueve de la mañana, tomaba un poco de café negro, leía los periódicos y se dirigía a su estudio, donde trabajaba hasta las dos o tres de la madrugada.

Sólo interrumpía su trabajo para comer y, cuando lo permitía el tiempo, para dar un paseo por Hampstead Heath al atardecer.

Durante el día dormía algunas veces una o dos horas en el sofá.

En su juventud trabajaba con frecuencia toda la noche. Marx sentía pasión por el trabajo. Se absorbía tanto en él que muchas veces se olvidaba de comer.

Frecuentemente había que llamarlo varias veces para que fuera al comedor y apenas había terminado con el último bocado cuando regresaba a su estudio.

Comía muy poco y hasta sufría de falta de apetito.

Trataba de vencerlo con alimentos muy condimentados: jamón, pescado ahumado, caviar, pepinillos. Su estómago tenía que resentir la enorme actividad de su cerebro.

Sacrificaba todo su cuerpo al cerebro”.

La actividad de Marx en el movimiento obrero

En la biografía escrita por su hija Eleonor Marx titulada “Mi Padre” escribe:

“El movimiento obrero llegaba a tener tal importancia que Marx pensó en realizar el proyecto que tanto le interesaba: organizar una Internacional Obrera a base de los países más adelantados de Europa y América.

En abril de 1864, los trabajadores de distintos países se reunieron para manifestar sus simpatías por Polonia. En aquel acto se acordó fundar la Internacional, llevándose a efecto en Saint Martin’s Hall (Londres) el 28 de septiembre de 1864, bajo la presidencia del profesor Beesly.

Se eligió un Comité o Consejo provisional y Marx redactó un llamamiento inaugural y unos Estatutos que no eran aún definitivos.

En tal llamamiento pinta Marx la miseria de la clase obrera, miseria que se manifiesta incluso en épocas de prosperidad comercial, y pide la unión de esfuerzos a los obreros de todos los países.

Como diez años antes en el ‘Manifiesto Comunista’, el llamamiento contenía esta frase de Marx: ‘¡Proletarios de todos los países, uníos!’.

Puntualizar la actividad de Marx en la Internacional, equivaldría a escribir la historia de ésta. Fue mi padre Secretario de las secciones proletarias de Alemania y Rusia en la Internacional y animador de los Congresos sucesivos.

Los manifiestos, con excepción de uno o dos, desde el llamamiento inaugural a ‘La Guerra Civil en Francia’, fueron redactados por Marx.”

Marx y sus hijos

Recuerdos de su hija Eleanor Marx:

“Era en su relación con los niños donde Marx era quizás más encantador. No ha habido compañero de juegos más agradable para los niños.

El recuerdo más antiguo que tengo de él data de mis tres años de edad, y «Mohr» (Moro es español) un viejo apodo familiar, me llevaba cargada sobre sus hombros alrededor de nuestro pequeño jardín en Grafton Terrace poniéndome flores en mis cabellos castaños.

Mohr era, en opinión de todos nosotros, un espléndido caballo.

Antes —yo no recuerdo aquellos días pero me lo han contado— mis hermanas y mi hermanito —cuya muerte poco después de mi nacimiento fue una pena de toda la vida para mis padres— «arreaban» a Mohr, atado a unas sillas sobre las que se «montaban» y que él tenía que arrastrar…

Personalmente —quizás porque no tenía hermanas de mi edad— prefería a Mohr como caballo de montar.

Sentada sobre sus hombros, agarrada a su gran crin de pelo, negro por aquella época, apenas con un poco de gris, me dio magníficos paseos por nuestro pequeño jardín y por los terrenos —ahora construidos— que rodeaban nuestra casa de Grafton Terrace”.

Recuerdos de Paul Lafargue:

“Marx se pasaba horas jugando con sus hijas. Éstas recuerdan todavía las batallas marítimas en una gran tina de agua y el incendio de las flotas de barcos de papel que les hacía y a los que prendían fuego después para su gran entusiasmo.

Los domingos sus hijas no lo dejaban trabajar; les pertenecía por todo el día.

Si el tiempo era bueno, toda la familia iba a dar un paseo por el campo. En el camino, se detenían en alguna posada modesta a comprar pan, queso y cerveza de gengibre.

Cuando sus hijas eran pequeñas les hacía sentir más corto el camino durante un largo paseo contándoles interminables historias fantásticas que inventaba en medio de la marcha, desarrollando y haciendo más tensas las complicaciones de acuerdo con la distancia que tenían que recorrer, de modo que las pequeñas se olvidaran del cansancio al escucharlo.

Tenía una imaginación incomparablemente fértil”.

Recuerdos del obrero Friedrich Lessner

“La casa de Marx estuvo abierta para todos los compañeros; nunca olvidaré las horas agradables que he pasado yo y otros en compañía de su familia. ¡Cómo brillaba allí la incomparable señora Marx!

Alta, de apariencia distinguida, de una rara belleza, pero tan extraordinariamente buena, amable y espiritual y tan desprovista de todo orgullo, de toda displicencia, que uno se sentía en casa de ella como al lado de una madre o de una hermana.

Toda ella hacía evocar los versos del poeta popular escocés, Robert Burns:

«Mujer, encantadora mujer, el cielo te ha destinado para suavizar al hombre”.

Plena de entusiasmo por el movimiento obrero, se sentía transportada de alegría ante cada victoria obtenida en la lucha contra la burguesía.

Las hijas de Marx estaban acostumbradas, desde niñas, a sentir un profundo interés por el movimiento obrero. Y se explica, pues éste era el principal tema de conversación en casa de Marx, y las relaciones entre él y sus hijas eran lo más tiernas y libres que se puede imaginar.

Sus hijas lo trataban como se trata a un hermano o a un amigo, pues Marx desdeñaba todos esos atributos exteriores de la autoridad paterna. Era el camarada de sus hijos cuando tenía tiempo de jugar con ellos, y en los asuntos serios era su consejero.

Decía que lo que más le gustaba del Cristo de la Biblia era su amor por los niños. Cuando no tenía nada que hacer en la calle y se iba de paseo por Hampstead Heath, podía verse con frecuencia al autor de El Capital jugar a la ronda con una banda de pilluelos.

Marx apreciaba siempre todo esfuerzo sincero y toda posición independiente; como todos los hombres verdaderamente superiores, estaba desprovisto de vanidad. Ya he dicho que tenía inmenso interés por la opinión de los más simples obreros y que venía con frecuencia a mi casa por las tardes y me llevaba a pasear y a discutir toda clase de cuestiones.

Naturalmente, yo lo dejaba hablar tanto como era posible, pues se experimentaba un gran placer escuchándolo y viendo cómo desenvolvía sus ideas, y su conversación me apasionaba de tal modo que lo dejaba con pena.

Era un compañero tan agradable que atraía y encantaba, podría decir, a todo el que se le aproximaba. Tenía una risa cordial y una ironía que respiraba franqueza.

Cuando se tenían noticias del éxito de nuestros camaradas en un país cualquiera, manifestaba su alegría en la forma más bullanguera, arrastrando con él a todos los que lo rodeaban. ¡Y se alegraba tanto del más insignificante éxito electoral de nuestros camaradas de Alemania, de toda huelga ganada, como se hubiera alegrado hoy de las manifestaciones monstruosas de mayo último!

En cuanto a los ataques de sus adversarios, no hacía sino reír y había que ver con qué ironía, con qué sarcasmo hablaba de ellos”.

Las respuestas de Marx

En un manuscrito de Laura, una de las hijas de Marx, en inglés, de puño y letra suyos encontramos las respuestas que Karl Marx había dado a un cuestionario preparado por sus jóvenes hijas en una especie de juego cultural, y que son las que aquí se reproducen:

Virtud favorita: La sencillez.
Virtud favorita en el hombre: La fortaleza.
Su rasgo principal: La unidad de propósito.
Idea de la felicidad: Luchar.
Idea de la desgracia: La sumisión.
El vicio que más excusa: La credulidad.
El vicio que más detesta: El servilismo.
Ocupación favorita: Ratón de biblioteca.
Poeta favorito: Shakespeare, Esquilo, Goethe.
Prosista favorito: Diderot.
Héroe favorito: Espartaco, Kepler.
Flor favorita: Dafne.
Color favorito: Rojo.
Nombre favorito: Laura, Jenny.
Plato favorito: Pescado.
Máxima favorita: Nada de lo humano me es ajeno.
Lema favorito: Hay que dudar de todo.

Muerte de Jenny y Karl

El 2 de diciembre de 1881 murió en Londres, víctima de un cáncer hepático su heroica y abnegada esposa, Jenny von Westphalen. Fue un golpe terrible para Marx. Éste, que desde su juventud fue aficionado a escribir poesías, al fallecer su compañera le dedicó “Soneto Final a Jenny”:

Una cosa, pequeña, debo aún decirte:
gozoso acabo esta canción de adiós
las últimas ondas de plata van a buscar
el aliento de Jenny para encontrar su alma.

Saltando alegres por rocas y torres,
corriendo a través de torrentes y lluvias,
mientras las horas con el pulso vital
buscan consagrar en ti su plenitud.

Envuelto en el amplio manto de mi ardor
elevado y brillante el corazón de orgullo,
triunfalmente libre de fuerzas y presiones.

Recorro con firmeza el espacioso terreno,
el dolor se deshace ante tu cara luminosa
y del árbol de la vida brotan los sueños.

A poco más de un año de morir su compañera, el 14 de marzo de 1883, Marx, el principal creador de la doctrina marxista, se dormía para siempre. Estaba por cumplir los 65 años de edad.

Principales obras de Karl Marx

• — 1845 Tesis sobre Feuerbach.
• — 1847 Trabajo asalariado y capital.
• — 1847 La miseria de la filosofía.
• — 1848 Discurso sobre el libre cambio.
• — 1849 Trabajo asalariado y capital.
• — 1850 Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.
• — 1851-1852 El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.
• — 1859 Contribución a la Crítica de la Economía Política.
• — 1864 Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
• — 1865 Salario, precio y ganancia.
• — 1867 El Capital.
• — 1871 La guerra civil en Francia.
• — 1874 Acotaciones al libro de Bakunin El Estado y la Anarquía.
• — 1875 Crítica al Programa de Gotha.

Obras en colaboración con Engels

• — 1845 La ideología alemana.
• — 1845 La sagrada familia.
• — 1848 Manifiesto del Partido Comunista.
• — 1850 Circular del Comité Central a la Liga Comunista.
• — 1872 Las pretendidas escisiones de la Internacional.

MARX en su 210 natalicio

Se han cumplido 201 años del nacimiento de Karl Marx y 136 años de su desaparecimiento físico.
Pero sigue viviendo a través de sus obras que, en sus puntos relevantes, mantienen palpitante actualidad.

También permanece su ejemplo de revolucionario, su heroica existencia, su humanismo, su genialidad indiscutible.

Junto a él trabajaron Jenny, su fiel compañera, y Friedrich Engels, su leal amigo y camarada.

(*) Historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER

Indice


El discurso crítico de Marx y la vigencia de un proyecto civilizatorio

por Ricardo Orozco (*)

Contrario a lo que ocurre con la obra de otros pensadores —la mayoría de ellos convertidos en referencias insignes de los discursos científicos que se los apropiaron: Aristóteles, Descartes y Kant, en Filosofía; Maquiavelo, Hobbes y Rousseau, en Ciencias Políticas; Weber y Durkheim, en Sociología, Ricardo y Smith, en Economía; etc.—; la de Marx es una propuesta a la que constantemente se la cuestiona por su sentido, por y sobre su vigencia y validez de cara a un espacio-tiempo que se percibe indetenible en su marcha, y que cada vez se aprecia más distante de los marcos contextuales que en su momento condicionaron y permitieron la emergencia de la propuesta reflexiva de este autor.

Múltiples y variadas son las razones por las cuales se presenta dicha situación, yendo desde la absoluta ignorancia de lo que tratan las reflexiones de Marx hasta el asedio permanente de discursos que, por advertir en él una real amenaza a intereses particulares, lo denostan, lo censuran y descalifican; lo doblan, lo recortan, lo fragmentan y (re)construyen como un razonamiento de opresión, de esclavitud, de violencia e ignorancia; pasando, por supuesto, por infinidad de derivaciones y apropiaciones enunciativas con pretensiones de clarificación, profundización, ampliación, etc., de la crítica de la economía política que, ya desde la ortodoxia o desde la heterodoxia, conducen a su vaciamiento epistémico y a la neutralización de su contenido y de su potencial emancipador —respecto de una estructura civilizatoria específica— por medio de su ideologización.[2]

La enorme proliferación de marxismos con los que nació, se desarrolló y murió el siglo XX; la indiscriminada adjetivación de cada uno de esos ismos con la intensión de ofrecer, a través del calificativo, una versión más pura y acabada del mismo; su compartamentalización, disciplinamiento y especialización, tanto como la pugna sostenida por el derecho de arrogarse la mejor interpretación o lectura del legado de Marx, son claros ejemplos de ello. Y es que, si bien es cierto que esta pluralidad de ismos es representativa de la riqueza del pensamiento del propio Marx, de las vertientes que sus palabras abren y de las respuestas y problematizaciones que fundan, sugieren o (re)plantean; también lo es que es igualmente ilustrativa de las vulgarizaciones que de su discurso crítico se han realizado.[3]

De aquí que la generalización colectiva de la percepción sobre la crítica de Marx como reflejo de un pensamiento añejo, ya caduco ante un espacio y un tiempo tan alejados de los que ofrecieron a Marx todo su material de trabajo, no sea una coincidencia, sino una causalidad. Después de todo, sumida la humanidad dentro de una percepción espacial-temporal de corte lineal, unidireccional, progresivo y ascendente, la distancia que coloca como mediación entre el presente y el capitalismo que vivió Marx es la de la sentencia firme y segura de las categorías de éste como expresiones anquilosadas en un pasado que hace mucho la sociedad global transitó y superó, a través y dotándose de una versión de sí cuantitativa y cualitativamente mejor.[4]

Así pues, no sólo las preguntas realizadas por Marx son observadas bajo una óptica de varios y sucesivos desfases generacionales, sino que sus respuestas, además, ya no parecen ofrecer nada (o, en su defecto, ofrecen cada vez menos, entre más avanza el tiempo), en virtud de que las condiciones sociales por las cuales fueron definidas ahora no pasan de ser meros fragmentos de historia. La abrumadora cantidad de acontecimientos sucedidos en el mundo en los ciento cincuenta años posteriores a la publicación del libro primero de El Capital, al final del día, por ello, no tendría por qué ser minimizada, descartada o colocada al margen únicamente para ratificar la validez de unos postulados que en su origen fueron formulados para las particularidades de las sociedades industriales europeas del siglo XIX.

De hecho, en estricto, entre el crepúsculo y el ocaso de las luchas obreras que ocurrieron en diferentes locaciones del orbe, del Estado de bienestar y de la práctica real del socialismo existente; y en los albores del tránsito hacia una sociedad global, «abierta»,[5] posneoliberal,[6] posideológica,[7] posveritas,[8] posmodernista,[9] pospolítica[10] etc.; la defensa de la vigencia o de la actualidad de Marx supondría una intransigente negación de las lecciones de la historia del fracaso de la única posible experimentación de sus postulados en la praxis concreta: un signo de involución civilizatoria.[11]

Por eso, y apelando a esas barreras académicas que de manera tan férrea sectorializan al Saber, a cada discurso que es posible extraer del pensamiento de Marx se le acusa y condena desde frentes tan distintos, pero todos ellos articulados en torno de la necesidad de hacer socialmente inutilizable cada idea y cada palabra por él expresada: a los discursos filosóficos se los acusa de metafísicos, toda vez que las clases sociales no pueden ser más que abstracciones incorroborables cuantitativa y cualitativamente; a los politólogos, de reaccionarios y anárquicos; a los sociológicos, de reductivistas y funcionalistas; a los historicistas, de formalistas; a los economicistas, de utópicos antitéticos a toda existencia de riqueza, de propiedad, de producción, de consumo, progreso; etcétera.

Desde sus vertientes más laxas hasta las más doctrinarias, juicios como los anteriores llegan, incluso, a equiparar las reflexiones de Marx con los postulados que sustentan las expresiones más violentas y avasallantes del capitalismo moderno (las neoliberales) afirmando que unas y otras son, por igual, manifestaciones de una concepción mecanicista de la vida humana, en donde todo se resuelve en los grados de relativa eficiencia que se desplieguen en los niveles operativos de los planos de la producción y el consumo mercantiles; ordenándolos de conformidad con su eficiencia terminal. La estructura y la superestructura de las que escribió Marx, así, son reducidas a representaciones mentales de causalidades de tipo economicista,[12] a determinaciones de carácter unilateral —a la manera en que el estructural-funcionalismo de corte anglosajón entiende ambas nociones, y su unidad organizativa: las pautas-rol.[13]

Ni Marx ni los marxismos que lo siguieron, en esta línea de ideas, pues, habrían sido capaces de superar el idealismo alemán, la filosofía especulativa por excelencia, pues ni aquel ni estos dejaron de ser, nunca, remanente suyo.[14] Bastaría, de acuerdo con lo anterior, con llevar hasta sus últimas consecuencias las concepciones marxistas (de Marx mismo y de los marxismos), entorno de la historia y del sujeto social, para mostrar que a la primera la recubren con un halo de misticismo, de trascendentalismo teológico, y al segundo, es decir, al sujeto, lo postran como una construcción filosófica, desprendida de toda experiencia material.[15]

De tal suerte que, aunque es cierto que el grueso —en ocasiones su totalidad— de estas descalificaciones, acusaciones y condenas, cuando no provienen de quien jamás ha leído directamente a Marx, en sus obras; o de un deliberado movimiento de denostación doctrinaria; son elementos residuales, derivaciones del propio proceso de disciplinamiento y vulgarización de la crítica de Marx, para todos sus efectos prácticos, al interior de esas discursividades, se concluye en que cualquier desprendimiento, variante o adaptación del pensamiento de Marx no alcanza ya a responder satisfactoriamente ni a la velocidad con la que se suceden los cambios y los problemas de la sociedad global ni a la complejidad, ya no únicamente de las relaciones laborales vigentes, sino de la totalidad de fenómenos que se desenvuelven y desarrollan en la cotidianidad, atravesados por múltiples relaciones de poder, de producción, de consumo, de subjetivación, etcétera.

Así, tanto en términos nominales como prácticos, a la crítica de Marx, asimilada a los marxismos que la siguen, se la empequeñece y presenta a los imaginarios colectivos como puros modelos, esquemas incompatibles con el dinamismo y la complejidad de los varios conjuntos de conflictos, reivindicaciones y movilizaciones que, lejos de centrarse en la clase, hacen de los procesos de racialización, de construcción de género y de preferencia sexual, de la pertenencia cultural y la adscripción teológica, etc., su propio nicho de disputa —imitando la compartamentalización de los Saberes de la modernidad capitalista.

Ahora bien, observar la circularidad de estas dinámicas no representa, por supuesto, ninguna dificultad si se aprecia, en primera instancia, que su recorrido comienza con la vulgarización de la crítica de Marx a la sociedad capitalista —en particular, con mayor grado cuando en lugar de recurrir a su texto insignia, el libro primero de El Capital, se opta por acudir a otros textos, más afines al campo disciplinar al que se pretende que sean aplicados—; y en segunda instancia, sobre todo, que el mayor número y la mayor profundidad de acusaciones en su contra están edificadas sobre la lectura y la recepción de uno o varios marxismos, antes que en la crítica de la economía política desplegada directamente por la pluma de Marx.

Pero la realidad de esta situación no es para sorprenderse: reducido a un par de consignas, muchas veces inconexas, en donde todo el aparato crítico de Marx es acotado a la visibilización de la lucha de clases y de la utilidad (y lo necesario) que es el empleo de la violencia revolucionaria para hacerse con el control del aparato de Estado y de sus medios de producción —colapsando toda su reflexión en El Manifiesto del Partido Comunista, y en las agendas programáticas a partir de éste fundadas—; lo menos que se podía haber esperado como resultado era la construcción de todo cuanto el socialismo realmente existente significó en el siglo XX —empezando, claro está, por la asimilación marxismo-socialismo-comunismo, suponiendo que son conceptos, términos o categorías intercambiables, que designan las mismas dinámicas.

La justificación política y ética del socialismo realmente existente,[16] ¡desde las filas del propio marxismo!, no se comprende salvo por este demoledor abandono del contenido crítico que Marx planteó en su cavilación sobre la economía política: ese que no es, en absoluto, de corte economicista; sino filosófico. Y es que, en efecto, contrario a ese posicionamiento —tan generalizado en distintos marxismos— que se lanza hacia la vindicación del pensamiento de Marx como una propuesta esencial y fundamentalmente de crítica económica (a la economía política capitalista), y que por ese sólo hecho edifica, asimismo, en las contradicciones presentes en los principios de la propiedad privada, de la apropiación de los excedentes de la producción, de la relación de la tecnología con el capital y el trabajo, del excedente poblacional como reserva industrial de fuerza de trabajo, del crecimiento y expansión de los monopolios, del incremento en los grados de concentración y centralización de capital, de la aceleración de la circulación del capital, etc., la base y los pilares de una multiplicidad de crisis (de una crisis multidimensional del capital, en acepción mainstream del siglo XXI); lo crítico en y del discurso de Marx se encuentra, antes bien, en la deconstrucción que realizó, no siempre de los fundamentos, pero sí del funcionamiento de una forma social específica; esto es, de una estructura productiva/consuntiva, de un determinado y muy particular proyecto de civilización.

De manera tal que, si se comienza por aquí, lo primero que se observa es que aún si parte o cada una de las dinámicas económicas recién señaladas van variando en tiempo-espacio, en términos de su amplitud, de su profundidad, de su velocidad, etc., no es ahí en donde debe buscarse la actualidad de las reflexiones de Marx, sino en la crítica que realiza a ese nervio que, en principio, es el que estructura al todo, el que lo sostiene y lo mantiene funcionando, con esas contradicciones que, aunque es cierto que son los contenedores de un potencial disruptivo y emancipador, son, igualmente, procesos imprescindibles que habilitan, refuerzan y propulsan el autorreciclamiento de la estructura.

Sin lugar a dudas, regresar a Marx por estos detalles, en los momentos en que la tensión presente entre tales contradicciones se perciben (viven) más insoportables que de costumbre, es importante —y necesario— justo porque al hacerlo se contribuye a colocar en el centro de la atención pública (o por lo menos de sectores poblacionales más amplios que aquellos a los que se accede en condiciones regulares del funcionamiento del capitalismo moderno) la trascendencia y los efectos devastadores que tiene en las vidas de millones de seres vivos alrededor del planeta.

El problema viene, no obstante, cuando en ese retornar a Marx el imperativo de recuperar sus reflexiones se asimila a los eventos de coyuntura que, en primera instancia, fueron los que inspiraron su supuesta restauración analítica. De entrada, porque al hacerlo el rescate del pensamiento de Marx (o, en el peor de los escenarios, de marxismos y otras corrientes vulgarizadas del siglo XX) vuelve a centrar la deliberación propiciada en esas eventualidades que fueron las que exigieron la actualización de Marx. Pero más aún, porque en ese proceso se vuelve a alimentar, a vigorizar y a afianzar la creencia de que son esas contradicciones tan recurrentes, tan sistemáticas, las que constituyen, de un lado, el objeto primordial de la crítica de la economía política de Marx; y del otro, las dinámicas que verdaderamente muestran tanto las disfuncionalidades y la insostenibilidad del capitalismo cuanto las dinámicas que llevan en sí el universo de posibilidades objetivas para lograr su trascendencia.[17]

Y es que, claro, Marx dedicó una abultada proporción de su obra a desentrañar los secretos que se esconden a la vista en el funcionamiento de los dispositivos, los mecanismos y las estrategias que mantienen al capitalismo en un estado de permanente reciclamiento.

La cuestión es, sin embargo, que incluso dentro del discurso de Marx, en su crítica a la economía política, estas contradicciones son, siempre, de segundo orden, derivadas, de lógicas y procesos de socialidad mucho más profundos y elementales que son, en estricto, los que posibilitan la existencia de la totalidad, es decir, del proyecto de civilización moderna capitalista en curso.

Si la crítica de Marx comenzara, transitara y se agotara en el plano económico (o en sus variaciones y derivaciones), quizá centrar el estudio, la relectura, el retorno o la recuperación de su pensamiento en esas contradicciones de segundo orden haría todo el sentido concebido. Pero lo cierto es que no es así. Por lo contrario, si el discurso crítico de Marx es tan potente, disruptivo y revolucionario, tanto por su forma cuanto por su contenido, se debe, justo, a que éste rebasa por mucho el plano de lo puramente económico —con independencia de si se enuncia desde perspectivas políticas, económicas, sociológicas, filosóficas, antropológicas, etcétera.

Al cuestionarse por la consistencia que sostiene a la realidad; esto es, por aquello que le confiere a la experiencia del sujeto social, en su realidad particular, su concreción, Marx no se pregunta por la síntesis económica que la actividad productiva y consuntiva adopta —mucho menos lo hace por las múltiples oposiciones o contradicciones que esta síntesis desarrolla en su interior.

Antes bien, Marx le cuestiona a la sociedad que observa sobre las condiciones en las que se encuentra ella misma: en medio de la nada, postrada en su firme decisión de desaparecer, de aniquilar, todo cuanto sea capaz de presentarse frente al sujeto en calidad de asidero y articulador de la propia sujetidad de éste, de su mantenimiento y potenciación.

De aquí que, cuando Marx, en el Manifiesto del Partido Comunista, expresa su crítica a la modernidad capitalista haciendo gravitar sus palabras alrededor de un lenguaje sumamente poético, lo haga no como un recurso discursivo más que le permita afianzarse en la actitud reaccionaria de las bases proletarias y —en menor medida— campesinas a las que se dirige, sino como una acusación al hecho de que en la modernidad capitalista todas las relaciones de convivencia solidificadas en la praxis del sujeto son disueltas en el aire.

Marx no pasó por alto, a la manera en que sí lo hicieron aquellos a quienes consideró economistas burgueses, la necesidad de deconstruir a la realidad misma, haciendo notar que ésta se fundamenta, toda ella, en el mantenimiento de una vida marcada por su empuje constante hacia la resolución permanente de ese trauma histórico y ontológico que la escasez originaria le suponía a la humanidad en sus estadios primarios.[18]

Más aún, en tanto Marx no sólo no ignora el revolucionamiento[19] técnico y productivo que se requirió para vencer la hostilidad de su Otro ontológico (Naturaleza, en términos cartesianos), sino que, además, centró en ello su crítica; observa en la inversión de la correlación de fuerzas entre la sujetidad social y lo Natural la más básica, genésica, de las contradicciones que soportan a la vida moderna y a su modo de producción privativo, el capitalismo.

Así pues, si las contradicciones que desde distintos marxismos se observan como las causales de aquello que con tanta naturalidad se denomina crisis del capitalismo (refiriéndose, por lo general, con mayor exactitud a crisis económicas), y si estas son tan devastadoras cuando se presentan en la cotidianidad de las colectividades que las padecen, se debe menos a la lógica de su funcionamiento interno que a la racionalidad presente en aquella otra contradicción que llevó a la modernidad a decantar su devenir histórico en una opción o vía productiva/consuntiva dominada por la acumulación de capital —traicionando su promesa de emancipar a la humanidad de la escasez que le amenazaba. Por eso el nervio más profundo de la crítica de Marx al proyecto de civilización moderna capitalista tiene que ver con su observación de una ausencia de sentido en la realización de la experiencia del Ser-humano en la realidad que aquella estructura despliega, subsumiéndolo a sus necesidades de reciclamiento propias.

Por supuesto, Marx señala este hecho (la condición barbárica del capitalismo moderno) en múltiples ocasiones, directa e indirectamente, a través de una variedad de textos, de recursos discursivos y de ejemplificaciones tomadas de la praxis social efectiva.

Sin embargo, su condensación reflexiva más certera sobre la temática es el punto de partida de su crítica de la economía política; esto es, la deconstrucción de la forma mercantil del valor, y su consecuente exposición en tanto contradicción fundamental de la totalidad.

No prestar atención a este punto llevó al siglo XX a consumirse dentro de un «ethos reflexivo»[20] absorbido por el mito de la consecución de la revolución por medio de la reforma de los elementos nocivos del funcionamiento del sistema (del tipo de: niveles salariales precarios e insuficientes para cubrir una canasta básica de necesidades; la ejecución de prácticas monopolísticas; la supresión de derechos y prerrogativas laborales; las disparidades en la recaudación fiscal del aparato estatal; la privatización de medios de producción; la desproporción o la nula redistribución de la riqueza socialmente producida entre los miembros de la colectividad, etc.), sin reparar en el hecho de que esa convalidación de la marcha histórica del capitalismo moderno, por las vías del revisionismo y de la socialdemocracia, no únicamente vaciaron de su contenido crítico al discurso de Marx, sino que, asimismo, despolitizó a todo movimiento social que se propuso oponerse a tan tremenda fatalidad; facilitando y potenciando los alcances cualitativos y cuantitativos del capital en las periferias globales.

De tal suerte que, acotada por los marxismos del siglo XX a un mero recurso metodológico empleado por Max para facilitar el despliegue del resto de su teoría, reducida a elemento tangencial, sin importancia relativa propia que representase algún cambio en profundidad sobre la manera en que la realidad se (re)produce dentro del capitalismo moderno; sin trascendencia alguna frente a esos grandes complejos de axiomas que se desarrollaron alrededor de las tasas de ganancia o de acumulación y de concentración de capital; la mercancía, el elemento sobre el cual se funda todo el aparato reflexivo de Marx, fue supeditada a las necesidades que dieron cuerpo al edificio del reformismo.

Y lo cierto es que con dicho ocultamiento se veló, también, el hecho —reconocido por Marx— de que mientras la forma mercantil del valor, mientras el valor abstracto, puramente cuantitativo o de cambio de los objetos producidos y consumidos mantenga su vigencia, todas las demás oposiciones del funcionamiento de la estructura capitalista son secundarias, pues la vigencia de ésta se funda en la mercancía y no en los ciclos, las velocidades, los niveles o los espacios de (re)producción, circulación, acumulación y centralización de capital.

Querer reformar los elementos del capitalismo que lo hacen funcionar como un modo de producción injusto, sin llegar siquiera a cuestionar la propia forma que adquieren los objetos de la vida dentro de su marco de (re)productibilidad, es un posicionamiento político que, no obstante, nunca trasciende de mera acusación ética fundada en aspiraciones de abstracción o sustracción de la matiz axial que le es inherente a la estructura en cuestión.

Compensar las brechas que se abren entre los desposeídos, por un lado; y quienes se apropian de los medios de producción, por el otro; ayuda a resolver el dilema moral que el capitalismo plantea, haciendo valer la ética de los dominados y los explotados por encima de la de los capitalistas propiamente dichos.[21]

El problema es, sin embargo, que la emancipación del sujeto, respecto de la estructura, no es una condición que transite o se logre conseguir por intermediación de un acto moral —en su acepción más corriente. Por supuesto, la acusación ética es insorteable, pero para que ésta sea efectiva su orientación debe darse hacia la recuperación del valor de uso de los objetos, hacia la restitución del sentido de la experiencia del Ser anclada en él, en sus valoraciones.

Se podrá argumentar —y de hecho se argumentó— que este error, esta omisión, modificación, derivación u apropiación, consistente en sacar a la mercancía de la ecuación por la que se propone trascender al capitalismo, no es más que un hecho menor, pues en lo fundamental, su pleno o nulo tratamiento no importa en absoluto si a través de algunas correcciones matemáticas a los ciclos del capital es posible ofrecer condiciones de vida mínimas y respetables a la mayor cantidad de individuos posible —obviando que, lo que de un lado de la ecuación adquiere signo positivo se compensa en el otro con signo negativo.[22]

Pero ni es menor ni es estéril este posicionamiento frente a la forma mercantil del valor, porque mientras para el marxismo más vulgar y dogmático (tanto como para los discursos burgueses que desde su origen buscan anular el legado de Marx), el elemento que realmente vale la pena poner en cuestión (y que de hecho lo ponen) es el del logro efectivo en la distribución de los bienes que se producen y consumen; mientras que para Marx lo que en verdad ya estaba en cuestión desde la génesis del capitalismo moderno era la desaparición del hombre, su indetenible mutilación.[23]

De aquí que, ante la insistente acusación de que Marx ya no tiene nada que decirle a las generaciones más jóvenes —toda vez que el contenido del pensamiento de aquel ya habría agotado toda su vigencia histórica en los dos siglos pasados, y porque en la actualidad ya no es posible hallar el objetivo de su crítica, la problemática central de la que trata, en una forma tan pura y tan bien definida como lo habría estado con anterioridad, y que ahora se ve atravesada por innumerables problemáticas que se le contraponen—, en lugar de comenzar a contrastar o verificar la validez de su discurso crítico preguntándose sobre los componentes, las dinámicas, los ciclos, las leyes y los axiomas que el capitalismo mantiene relativamente estables, en condiciones operativas similares a las que alcanzó a observar Marx en sus días, deba de iniciarse, antes bien, por cuestionar qué procesos, dinámicas, dispositivos, etc., presentes en la cotidianidad de los sujetos sociales, individuales y comunitarios, son los que mantienen a éstos en condiciones de sujeción.

Y es que, en efecto, si Marx parece (y sólo parece) ya no decir nada, a siglo y medio de distancia, se debe menos a los contenidos que le son inherentes a su crítica de la economía política que al grado y la profundidad en la que el sujeto social se encuentra alienado, subsumido, en la lógica de la valorización del valor.

De manera que, mientras no se ponga en el centro de la problematización, en torno de la vigencia de la crítica de Marx al proyecto de civilización en curso, el desdoblamiento de los múltiples planos en, sobre y a través de los cuales el sujeto social hace soportable la violencia avasallante con la que el capitalismo lo mutila y lo reconstituye en un conglomerado de mercancías, el revisionismo de Marx seguirá avanzando diversas problemáticas de la vida económica de las sociedades contemporáneas, pero seguirá, igualmente, varada en la comprensión del carácter ontológico del capitalismo y del sujeto en el capitalismo.[24]

Consideraciones finales

Sin duda, mucho ha cambiado en el capitalismo desde los tiempos y los espacios en los que Marx lo experimentó. En el ocaso de la segunda década del siglo XXI, no únicamente las magnitudes y las velocidades con las que el capital se (re)produce, circula y se acumula son abrumadoramente mayores a las que observó y estudió Marx en su momento, sino que, además, los objetos susceptibles de valorización —y los efectivamente subsumidos a ésta— son más; las estrategias empleadas por el capital para darse continuidad son distintas; los mecanismos y los dispositivos de poder utilizados para hacer valer su legalidad son significativamente más eficientes y efectivos; la violencia que despliega se generaliza cada vez más; los aparatos ideológicos de los que se vale para justificar su funcionamiento son interiorizados por las sujetidades con mayor rapidez y menor resistencia, etcétera.

Sin embargo, a pesar de estas y otras modificaciones que se han dado (y continúan dándose) dentro de él, en su funcionamiento, una constante que se mantiene inalterada desde aquel entonces —y más atrás— sigue siendo la existencia de la forma mercantil del valor, de ese «inmenso cúmulo de mercancías»[25] que se presenta como la riqueza objetiva de la materialidad que produce y consume el Ser-humano, afirmándose como la única forma de valor real y dominante. Y es que, en efecto, en el siglo XXI, tanto o más que en el XIX, el sujeto y el proceso de (re)producción orgánica de su socialidad se mantienen atomizados por la vigencia de un valor abstracto que coloniza tanto al valor de uso, concreto, históricamente determinado, de los objetos, cuanto al sujeto mismo.

No hay, pues, sentido en la existencia del Ser, ya que todo cuanto lo tenía (gracias a la capacidad del sujeto de colocar, de donar valores a la materialidad que lo envuelve), y la propia capacidad de éste para ejercer esa valoración, continúan siendo permanentemente sustituidas por el atesoramiento de valores abstractos. Y la cuestión es que mientras esta dinámica continúe, mientras esta desvalorización de lo concreto siga su curso, no importará cuánto cambien las magnitudes del capital, este seguirá siendo tal, y su racionalidad la misma.

Por eso el pensamiento de Marx no pierde su vigencia: porque mientras la forma mercantil de los objetos mantenga la suya, la crítica que le es inherente se mantendrá en toda su validez. Pero no se trata, por supuesto, ni de tomar cada palabra y juicio de Marx al pie de la letra para aplicarlo al presente con intransigencia y dogmatismo ni de colocarlo al servicio de justificaciones ideológicas del tipo de aquellas que, en el siglo XX, llevaron al discurso de aquel a convertirse en mera ornamentalización, fetiche, de configuraciones estatales y nacionales tan capitalistas como los centros industriales de Occidente.

En última instancia, no debe perderse de vista que la resistencia al capitalismo, para ser tal, debe postrarse de frente a éste, antes que nada, bajo un carácter anticapitalista. El reformismo no lo hace, pues apenas aspira a cubrir con un espeso velo de romanticismo, de insoportable pero insalvable fatalidad, la sangre que por el mantenimiento de la estructura se hace correr. Por mérito propio, tanto en su forma cuanto en su contenido, el discurso de Marx es, por definición, resistencia, emancipación. Comprometerlo con causas políticas cuya única finalidad es la de mantener bajo un régimen de dominio a cualquier colectividad es, por igual, una traición y un contrasentido.

(*) Lic. en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Fuente: Marxismo Revolucionario

Indice

Notas:

[2] Luis Villoro hace notar la ironía y la tragedia que envuelve a la práctica reiterativa de los detractores de Marx —pero también de los marxismos que se asumieron como sus legítimos herederos—, en torno del despojo del contenido crítico de las reflexiones de aquel, al colocarlo al servicio y consolidación del capitalismo bajo formas aparentemente revolucionarias, críticas o de ruptura, cuando en realidad no transitaban, en el mejor de los casos, de su condición de reformismos; o en el peor, de velos que transfiguraron unos sentidos por otros —como cuando al pensar en democracia se la asimila al sistema capitalista occidental, para encubrirlo y para reproducir las condiciones de lo segundo a través de la primera. Así, mediante operaciones como ésta se revierte la crítica de Marx, respecto de la falsa conciencia que permite el reciclamiento sostenido del capitalismo, para hacer del propio marxismo una falsa conciencia. Da tal suerte que es justo el tránsito, el ocultamiento, la superposición y la sustitución del sentido crítico del discurso de Marx por el sentido del capitalismo la condición que constituye el primer paso para la ideologización de Marx y de los marxismos; convirtiendo lo que en su génesis era crítica liberadora en un mecanismo de dominación. Cfr. Villoro, L. (2007). El concepto de ideología. México: Fondo de Cultura Económica.

[3] Sobre esta manera de designar a ciertas corrientes señaladas o autodenominadas como marxistas, Bolívar Echeverría escribió: «Resulta sumamente difícil hablar de un marxismo en general puesto que ello implica una suposición que puede ser cómoda, pero que carece de una base real, la de que existe algo así como un conjunto estructurado de ideas, más o menos amplio y complejo, que sería compartido por toda esa serie muy variada de posturas y aproximaciones teóricas que se dicen (o se decían) marxistas —o de las que se dice que lo son o lo fueron— y que justificaría el incluir a todas ellas en un solo “ismo” teórico, el “marxismo”. Es una suposición que no se sostiene porque la invocación del nombre de Marx que hacen esas posturas y aproximaciones teóricas sirve para identificar elementos y estrategias teóricas que en muchos no sólo son ajenos sino incluso incompatibles y hostiles entre sí. Forzado a parecer uniforme en la época del “socialismo real”, el panorama de “los marxismos” —incluso el de los varios “Marx” que fue el propio Karl Marx— fue siempre sumamente variado, ambivalente e incluso contradictorio». Vid. Echeverría, B. (1998). Valor de uso y utopía. México: Siglo XXI Editores, pp. 37-38.

[4] Walter Benjamin ancla su crítica al progresismo y a los reformismos de corte marxista señalando que: «Tal como se pintaba en las cabezas de los socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso de la humanidad misma (y no sólo de sus destrezas y conocimientos). Segundo, era un progreso sin término (en correspondencia con una perfectibilidad infinita de la humanidad). Tercero, pasaba por esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente un curso sea recto o en espiral). […]. La idea de un progreso del género humano en la historia de es inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar por un tiempo homogéneo y vacío». Vid. Benjamin, W. (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México: Ítaca-UACM, pp. 50-51.

[5] Popper, K. R. (2010). La sociedad abierta y sus enemigos. Argentina: Paidós.

[6] El concepto es empleado con frecuencia para designar una suerte de ciclo político y económico de corte progresista en América Latina. Con tratamiento de categoría en algunos análisis, su uso a veces remite a nociones de transición o superación (en temporalidad lineal) del neoliberalismo, mientras que en otros tantos afirma un cambio cualitativo en la actividad productiva y consuntiva —aunque sin llegar a la superación del capitalismo como tal. Cfr. Rhó, M. G. (2016). ¿Ciclo pos-neoliberal? Una aproximación histórico-conceptual a la crisis del neoliberalismo en Sudamérica. Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea, 122-132.

[7] Recurriendo al análisis psicoanalítico de Jacques Lacan y a la filosófica de la cultura, de Peter Sloterdijk, Slavoj Žižek problematiza la reflexión de Marx, en torno de la ideología que permite al capital reciclarse permanentemente a través de la praxis social de los sujetos, para estructurar su análisis sobre el abandono del sujeto de su ejercicio crítico.-ideológico en las sociedades contemporáneas; apuntando, con ello, la idea de que ese abandono, esa ausencia de visibilización y de reconocimiento de las propias condiciones efectivas de la ideología del capitalismo es el sustento de una civilización posideológica. Anota Žižek: «Si nuestro concepto de ideología sigue siendo el clásico, en el que la ilusión se sitúa en el conocimiento, entonces la sociedad actual ha de parecer posideológica: la ideología que prevalece es la del cinismo; la gente ya no cree en la verdad ideológica; no toma las proposiciones ideológicas en serio». Vid. Žižek, S. (2003). El sublime objeto de la ideología. Argentina: Siglo XXI Editores, p. 61.

[8] Sin entrar en consideraciones a profundidad sobre la naturaleza de toda verdad como un ejercicio de Saber-poder que, a su vez, es resultado, constructo de múltiples relaciones y ejercicios de Saber y de poder en el seno de una colectividad, el término posverdad (transliterado, aquí, en el latinismo posveritas) ha tendido hacia su empleo en contextos en los que se resalta el ejercicio de una ética (y por extensión, de una política) sin atributos, desublimada de elementos metafísicos, como lo sería toda verdad. Una aproximación al tema, pese a haber sido elaborada por lo menos dos décadas antes de que el diccionario Oxford de la lengua inglesa la declarase palabra del año (postruth), se encuentra en el ensayo aquí referenciado de Xavier Rubert de Ventós. Cfr. Ventós, J. R. (1996). Ética sin atributos. España: Anagrama.

[9] En los términos en los que Jean-François Lyotard desarrolló el concepto. Cfr. Lyotard, J-F. (2000). La condición postmoderna: informe sobre el saber. España: Cátedra.

[10] En su ensayo En defensa de la intolerancia, Žižek anota sobre esta noción: «En la postpolítica el conflicto entre las visiones ideológicas globales, encarnadas por los distintos partidos que compiten por el poder, queda sustituido por la colaboración entre los tecnócratas ilustrados (economistas, expertos en opinión pública…) y los liberales multiculturalistas: mediante la negociación de los intereses se alcanza un acuerdo que adquiere la forma del consenso más o menos universal». Vid. Žižek, S. (2010). En defensa de la intolerancia. España: Diario Público, p. 33.

[11] En este punto no sobra señalar que una de las mayores vulgarizaciones del discurso de Marx experimentadas por la humanidad, de entre todas a las que se alude líneas arriba, es la de aquello que se concedió en nombrar socialismo real, socialismo realmente existente, socialismo de Estado, comunismo soviético —o similares y derivados. Esa involución a la que aquí se hace referencia se esgrime, en los distintos imaginarios colectivos nacionales, desde el recuerdo de que los socialismos y los comunismos del siglo XX (aunque en realidad no son tales, ni unos ni otros) ya demostraron, por medio del despliegue de todas sus perversiones, ser ese extremo de izquierda que toca, que imita, a los totalitarismos de corte nacionalsocialista y fascista. Por supuesto, en este tipo de discursos no se visibiliza que el sovietismo del siglo XX, así como sus derivaciones y apropiaciones en distintas sociedades, es, justo, una vulgarización del pensamiento de Marx, por completo distanciada e, incluso, contraria al mismo. Una visión de mayor profundidad sobre este aspecto se encuentra en el ensayo ¿Ser revolucionario, hoy? El abandono historiográfico de la Revolución de Octubre. Cfr. Orozco, R. (Diciembre de 2017). Marxismo y Revolución: Filosofía de la praxis desde América Latina. Recuperado el 24 de Enero de 2018, de Marxismo y Revolución: Filosofía de la praxis desde América Latina: http://marxismoyrevolucion.org/?p=775.

[12] La postura que aquí se adopta en torno de esta problematización en Marx es que la estructura no es económica, ni en sentido amplio ni en sentido estricto. Es, más bien, una estructura productiva/consuntiva (dentro de la cual se desarrolla la vida económica de una colectividad), toda vez que es el proceso de producción y consumo de la materialidad que envuelve al sujeto, la base sobre la cual éste edifica toda su socialidad.

[13] Acúdase a las obras de Talcott Parsons y Robert K. Merton para profundizar en esta propuesta teórico-metodológica, tan popular en los circuitos académicos estadounidenses a mediados del siglo XX. Cfr. K. Merton, R. (2002). Teoría y Estructura sociales. México: Fondo de Cultura Económica. / Parsons, T. (1976). El sistema Social. España: Revista de Occidente.

[14] El ensayista y economista Rodrigo Negrete arroja una idea que sintetiza claramente lo hasta aquí expuesto. Negrete anota: «El materialismo filosófico no deja de ser una metafísica. Nada que ver con el pensamiento científico que reúne evidencias a partir de prueba y error para juntar las piezas del rompecabezas y hacerse una idea del conjunto sin prejuzgar cómo es. En el marxismo, como en toda filosofía especulativa, se sabe de antemano cómo luce la totalidad y a dónde conduce. De la epifanía del Manifiesto comunista a El capital de 20 años después, hay mucho trabajo de biblioteca, pero no la disposición a reconsiderar la tesis inicial. Tendrán que llegar los años de la filosofía analítica en el siglo XX para purgar a la tradición filosófica de Occidente de sus deslices metafísicos, del pensamiento embrujado por el lenguaje y la confusión de sus propios procesos mentales con la realidad». Vid. Negrete, R. (Octubre de 2017). Nexos. Recuperado el 24 de Enero de 2018, de Nexos: https://www.nexos.com.mx/?p=33927.

[15] Idem.

[16] Una recopilación de los argumentos generales a partir de los cuales se construyeron estas justificaciones se encuentran en la obra de Duran-Cousin, quien pasa revista a casos como los de la Rusia soviética, la República Popular de China, Checoslovaquia, Yugoslavia, Cuba, Vietnam, Laos y Corea del Norte. No sobra advertir que estos Estados-Nacionales son sistemáticamente señalados por las democracias liberales de Occidente como países comunistas engendrados desde la ideología marxista —pese a que desde Marx el comunismo, en la acepción que éste le confiere, se presenta como una forma de organización social, productiva y consuntiva, por entero incompatible con la figura del Estado-Nación moderno. Cfr. Duran-Cousin, E. (2002). Comunismo: principio y fin de un sueño. Ecuador: Abya-Yala-AFESE.

[17] En 2008, con motivo de los ciento cincuenta años de la publicación de los Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), primera sistematización de las reflexiones que más tarde llevarían a Marx a la consecución del libro I de El Capital, Eric Hobsbawm hizo notar dos dinámicas cada vez más recurrentes cuando de recuperar, actualizar o releer a Marx se trata. La primera de ellas tiene que ver con la aproximación cada vez más profunda y creciente que las clases burguesas tienen con el pensamiento de Marx, buscando encontrar en sus cavilaciones puntos orientadores que los lleven a resolver algunas de las contradicciones más molestas, recurrentes o peligrosas del capitalismo moderno. Hobsbawm no profundiza en esta crítica, sin embargo, no debe olvidarse añadirle que no es azaroso el hecho de que algunas de las principales universidades y centros de investigación de las economías centrales sean las principales fondeadoras de investigaciones sobre la obra de Marx, justo en pos de perfeccionar la estructura productiva/consuntiva. La segunda observación que hace se centra en lo trágico que resulta que a Marx se regrese siempre por intermediación de una crisis (entendiendo por crisis su acepción más general, en el lenguaje común), so pretexto de encontrar una respuesta que permita a la humanidad, o a las colectividades que la padecen, superarla mediante la correcta aplicación de las leyes del análisis económico marxista. Cfr. Hobsbawm, E. (Septiembre de 2008). Sin Permiso. Recuperado el 24 de Enero de 2018, de Sin Permiso: http://bit.ly/HobsbawmG.

[18] Sobre esta fatalidad, Echeverría señala: «la primera determinación concreta que puede asumir el proceso de reproducción social es aquella que responde a la situación de escasez absoluta que lo Otro deparó en tiempos arcaicos a lo humano, determinación que lleva a que unas configuraciones del mismo se distingan frente a las demás por el tipo de productivismo que les fue dado desarrollar en sus respectivas situaciones singulares, es decir, por el tipo de organización del conjunto de su vida en torno a la producción, el mantenimiento y la acumulación del producto excedentario». Vid. Echeverría, B. (2010). Definición de la cultura. México: Fondo de Cultura Económica, p. 199.

[19] En su Definición de la cultura, Bolívar Echeverría propone dos grandes modelos —en una suerte de tipos ideales o puros— de generalización de las opciones productivistas por las que la humanidad ha optado históricamente. Una de ellas (la que aquí interesa, en todo caso, debido a lo hondo que se enraíza en la crítica de Marx), es aquella que distingue a la manera de producir y consumir la realidad en el Occidente capitalista. Denominada por Echeverría como productivismo abstracto, esta vía se caracteriza porque en ella: «aparece la privatización o la atomización del proceso de producción social. En esta versión abstracta del productivismo, el proceso de producción mantiene una determinada división del trabajo, hay una determinada cooperación del conjunto de individuos sociales, sean estos individuos sociales singulares o colectivos (familias, tribus). Pero es una colaboración en exterioridad, no orgánica, que se da por la concatenación casual, mediada por la circulación mercantil, de los diferentes enfrentamientos privados con la naturaleza». Vid. Ibid., p.205.

[20] Echeverría, B. (1998), op. cit.

[21] Ante la creciente tendencia a recurrir a Marx sólo cuando las colectividades sienten, perciben, viven su realidad como una realidad cuya injusticia ya es insoportable (o por lo menos fuera de los causes de algún grado de normalidad relativamente aceptable), no deben perderse de vista los señalamientos que hace Marx en su Crítica del programa de Gotha, texto en el que hace notar, por un lado, que la matriz axial de una sociedad dada depende de los criterios que hacen funcionar al modo de producción en vigencia, en condiciones de totalidad histórica; y por el otro, que el pretender superar al capitalismo a partir de una posición de indignación o de desaprobación moral, es, en sí misma, la puesta en práctica del idealismo más ingenuo —en términos de determinación de la realidad por las ideas, a la manera en que lo expuso Hegel. Cfr. Marx, K. (1977). Crítica del programa de Gotha. Rusia: Editorial Progreso.

[22] Uno de los principales mitos en torno de la socialdemocracia tiene que ver con la idea de que condiciones de pleno empleo, de cobertura completa de servicios básicos, redistribución equitativa de la riqueza, etc., son posibles siempre y cuando se apliquen las fórmulas correctas al desarrollo de la actividad productiva y consuntiva (en la tónica en la que John Maynard Keynes expone el modelo), con independencia de un esquema proporcional de externalización de costos. Sin embargo, ello no es acertado, pues cuando esas correcciones se realizan siempre se requiere de algún grado de externalización de costos y consecuencias indeseadas a otros espacios-tiempos. La manera en la que opera el neoliberalismo en las periferias globales, compensando la instauración de Estados de bienestar en los centros económicos y financieros a través de esquemas de transferencias de capital —basadas en la precarización de las condiciones laborales en las sociedades periféricas, en la instauración de regímenes preferenciales a la actividad industrial, del saneamiento (por la vía de los rescates públicos) de las finanzas de sendos sectores productivos, o de tener que lidiar con los estragos medioambientales que industrias como la extractiva causan, etcétera—, es ejemplificadora de ello. Cfr. González Casanova, P. (2015). De la sociología del poder a la sociología de la explotación: pensar América Latina en el siglo XXI. México: Siglo XXI Editores.

[23] Echeverría, B. (2017). El discurso crítico de Marx. México: Fondo de Cultura Económica.

[24] En sus Tesis sobre Feuerbach, Marx mostró que la acusación que hace Feuerbach a la enajenación religiosa del sujeto no es suficiente para explicar dicha dinámica justo porque afirma que el desdoblamiento de la experiencia del sujeto en mundos paralelos o alternativos al que se le presenta en su materialidad no se corresponde con ninguna necesidad de éste. En tales términos, Marx es incisivo en señalar que los mundos ficticios que el sujeto se crea y (re)produce no son productos banales o residuales de la socialidad, sino, por lo contrario, satisfactores, históricamente determinados, de una necesidad concreta. Pero una necesidad concreta que no es de cualquier tipo, sino que sólo aparece cuando la experiencia de la vida su vuelve tan insoportable y está tan desgarrada en su funcionamiento que se hico necesario crear una experiencia alternativa, paralela. En la etapa actual del capitalismo, quizá sea necesario comenzar a pensar cómo el desdoblamiento del Ser en cúmulos cada vez más vastos de mercancías, en realidades virtuales y mundos informáticos profundiza la enajenación, el alineamiento de éste en la lógica de la valorización del valor, proyectándolo hacia existencias menos mundanas, menos avasalladoras e insoportables que, en varias sentidos, anestesian los momentos de ruptura en el ejercicio de su politicidad —de fundación refundación y revolución de su identidad, de acuerdo con Echeverría. Cfr. Marx, K. (1970). Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos. México: Grijalbo. / Echeverría, B. (2010), op. cit.

[25] Marx, K. (2014). El capital. Crítica de la economía política: el proceso de producción del capital. México: Fondo de Cultura Económica, p. 41.

Referencias.

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Indice


Marx ha vuelto: Paradojas de un regreso inesperado

por Horacio Tarcus

El bicentenario del nacimiento de Karl Marx se produce en un mundo muy diferente al del centenario de su muerte. La «vuelta» del pensador alemán presenta, sin embargo, varias aristas: se trata de un Marx emancipado de las derivas del socialismo real, la edición de sus obras se volvió más profesional y, al mismo tiempo, su lectura es menos ideologizada. El marxismo ya no tiene el monopolio del pensamiento crítico, pero diversos movimientos emancipatorios dialogan con él, sabiendo que, a diferencia de antaño, el «Genio de Tréveris» ya no tiene todas las respuestas.

Los aniversarios pueden ser inoportunos. Es lo que aconteció con el centenario de la muerte de Karl Marx, allá por marzo de 1983: no podía haber coincidido con una coyuntura menos favorable. Eran los tiempos grises del comunismo heredero de Leonid Brézhnev, del golpe de Estado del general Wojciech Jaruzelski en Polonia y de la apoteosis de Juan Pablo ii, heraldo del anticomunismo internacional. En una París que hasta poco tiempo atrás fuera epónimo de Revolución, brillaban en la tevé unos «nuevos filósofos», hijos desencantados de la revuelta estudiantil de los años 60.

Uno de ellos, Jean-Marie Benoist, había anunciado este clima apenas dos años después de Mayo de 1968, cuando sentenció a muerte al filósofo de Tréveris no solo por anacrónico, etnocéntrico y metafísico, sino sobre todo por precursor del totalitarismo comunista del siglo xx1. Pero a fines de la década de 1970 e inicios de la siguiente, la perspectiva de los «nuevos filósofos» alcanzaba su clímax cuando la edición londinense del semanario Time los convierte en noticia internacional bajo un título de tapa que recuperaba el título de Benoist y ofrecía una síntesis elocuente de aquellos tiempos: «Marx is dead».

Para mayo de 1983, los países del Cono Sur de América Latina –Chile, Uruguay, Argentina, Brasil– todavía estaban sometidos a dictaduras militares. Solo recordaron el cumpleaños del viejo Marx algunas revistas semiclandestinas, aunque en el año de gracia de 1983 no faltó en el diario La Nación de Buenos Aires la nota de uno de los «filósofos» del régimen militar, Jorge L. García Venturini, sobre el totalitarismo de Marx y su maestro Hegel, que desafiaban el «espíritu de Occidente». Pasaron desde entonces 35 años. No me atrevería a afirmar que nuestro mundo es mucho mejor que el de 1983, pero todo indica que el bicentenario del nacimiento de Marx está siendo celebrado a escala global en un clima mucho más propicio.

Por lo pronto, el cumpleaños 200 de Marx se ha transformado en un acontecimiento global. A diferencia de lo ocurrido en 1983, los principales diarios y revistas de todo el globo le han dedicado durante 2018 portadas o suplementos especiales, desde Le Monde hasta Time, desde Der Spiegel hasta Newsweek. La bbc, la rai o France Culture han ofrecido programas especiales sobre la vigencia de Marx. Ya no son los partidos socialistas y los comunistas los que ostentan el monopolio de la celebración, como ocurría en 1918, cuando el centenario del natalicio del pensador alemán coincidía con el desenlace de la Primera Guerra Mundial y los albores de la Revolución Rusa.

Marx era entonces el padre fundador del movimiento obrero, mientras que hoy las sedes de la celebración son las universidades de todo el globo, las mismas que resistieron durante décadas la llegada del pensamiento de Marx a las aulas. Las casas de estudio superior más reconocidas del mundo –desde la Universidad de Québec y la Universidad Federal Fluminense (uff) hasta la Universidad de Chile y la de Buenos Aires (uba), pasando por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), la Universidad de Londres, la Complutense de Madrid (ucm), la Universidad de París-x en Nanterre o la École Normale Supérieure (ens) de París– han celebrado este año coloquios o seminarios internacionales en torno de la actualidad de Marx.

Casi todas las conmemoraciones tuvieron lugar en países gobernados por figuras de derecha o centroderecha, desde Donald Trump, Emmanuel Macron y Angela Merkel hasta Michel Temer, Mauricio Macri y Sebastián Piñera. El Teatro Nacional Cervantes organizó en Buenos Aires el pasado 7 de abril una multitudinaria jornada llamada Marx nace con el apoyo del Instituto Goethe. El Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (cedinci/unsam) y la sede porteña de la Fundación Rosa Luxemburgo organizaron un ciclo de conferencias sobre Marx, acompañado de una muestra de libros, revistas, afiches y sellos postales llamada Los mil rostros de Karl Marx.

La Fundación Jean Jaurès y la Fundación Friedrich Ebert (fes) organizaron el 19 de junio pasado un encuentro franco-alemán en París en torno de la posteridad y la actualidad de Marx. Pero incluso en el centro mismo del Imperio, el Pittsburgh Cultural Trust y el Centro de Humanidades de la Universidad Carnegie Mellon inauguraron en abril pasado la muestra Marx@200 en la Galería Space, en el centro de Pittsburgh, con la participación de 25 artistas de todo el mundo.

La celebración excedió incluso estos espacios culturales y comprometió los ámbitos oficiales más imprevistos. La apoteosis tuvo lugar en la República Popular China, donde Xi Jinping encabezó en mayo pasado una solemne ceremonia en el Palacio del Pueblo de Beijing. El presidente de la segunda potencia mundial, escoltado por un monumental retrato de Marx, no dudó en definirlo como «el más grande pensador de los tiempos modernos».

Además, el gigante asiático obsequió a la ciudad natal de Marx una escultura de bronce de más de cinco metros de altura que fue descubierta el 5 de mayo pasado en el centro del casco urbano de Tréveris como inicio de una exposición permanente y una sucesión de eventos desarrollados hasta octubre de este año en su casa natal, recientemente remodelada, y en dos museos de la ciudad.

El presente chino fue resistido por el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (afd, por sus siglas en alemán) y por los vecinos más recalcitrantes de Tréveris, pero la votación que tuvo lugar en el ayuntamiento en marzo de 2017 dio 42 votos a favor y tan solo 7 en contra. «¿Queremos conocer a Karl Marx realmente o nos hemos quedado con una única y sesgada faceta?», preguntaba públicamente Malu Dreyer, la presidenta del estado federal de Renania-Palatinado2. Y añadía: «No podemos responsabilizar a Marx por los crímenes cometidos en su nombre»3. Mientras que Wolfram Leibe, el alcalde socialdemócrata de la antigua ciudad renana, inauguraba este año un semáforo peatonal con las imágenes luminosas de un pequeño Marx detenido en rojo y de otro Marx andando en verde, uno de los modos –señalaba– de «humanizar» al «hijo más universal de Tréveris».

En un artículo reciente publicado en el sitio de la bbc que reprodujeron numerosos diarios de América Latina, el periodista Max Seltz se interrogaba por la vigencia de una serie de postulados marxianos «a pesar del fracaso del comunismo»4. Y aunque buscaba una explicación de la actualidad, sobre todo por su capacidad de prefigurar el carácter inequitativo y monopólico del capital globalizado, también llegaba a admitir «que el comunismo no se materializó tal cual lo plantearon Marx y Engels». Esta simple distinción entre la teoría de Marx y los «socialismos reales», sostenida antaño a contracorriente por León Trotski y unos pocos autores izquierdistas, era inconcebible en los grandes medios tan solo dos décadas atrás.

Todavía llegó más lejos el presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, en el acto de apertura de las celebraciones de Tréveris, el 4 de mayo pasado. No dejó de sorprender que fuera este encumbrado político socialcristiano quien declarara en su discurso inaugural que Marx no era responsable de las atrocidades cometidas en su nombre después de su muerte, sino que eran sus supuestos «herederos» quienes debían responder por ellas5.

No deja de constituir una paradoja que Juncker invitara este año a recordarlo como «ciudadano europeo» cuando Marx, que había perdido la ciudadanía prusiana y no logró obtener la inglesa, murió en Londres como un paria. Sin embargo, buena parte de aquel establishment político e intelectual que denostaba a Marx en 1983 hoy lo recibe en sus brazos como a un abuelo recuperado.

Cuando el comunismo ya no aparece como una alternativa en el Este ni en el Oeste y las amenazas al orden provienen de la ultraderecha, el centro político e incluso la centroderecha más modernizante pueden reconciliarse con Marx.

Al menos, hasta nuevo aviso.

Un nuevo ciclo editorial

Otro de los signos visibles de este nuevo interés por Marx es la proliferación contemporánea de reediciones de su obra. Al estancamiento editorial de cultura marxista propio de las décadas de 1980 y 1990 –años de la quiebra de Éditions Sociales y de Maspero de París, de Fontamara de Barcelona, de la absorción de Grijalbo y de Einaudi por los grandes conglomerados editoriales–, le siguió un mini boom editorial en lo que va del nuevo siglo.

En verdad, el revival editorial de Marx podría datarse dos años antes del fin del siglo, en 1998. Con motivo de los 150 años del Manifiesto comunista, se lanzaron ediciones masivas en alemán, inglés, francés, español, portugués, italiano, griego, turco, kurdo, árabe, hebreo, islandés, esloveno, eslovaco, sueco… El deseo de Marx y Engels de ver publicado su texto simultáneamente en diversas lenguas, anunciado en las primeras líneas del Manifiesto, finalmente se hacía realidad… 150 años después.

Es que el mundo globalizado de fines del siglo xx y comienzos del tercer milenio resultaba asombrosamente parecido al descripto en el Manifiesto comunista. Los hombres y mujeres del nuevo siglo entendían que aquella profecía de que un sistema anónimo, impersonal y regido por la lógica de su propia acumulación, entonces bautizado «capitalista», se extendería por todo el globo, subordinaría antiguas tradiciones y formas de vida, y vencería todas las resistencias culturales o nacionales, se había cumplido puntualmente. Pero esa «profecía» no solo anunciaba la expansión geográfica del capital por todo el globo, sino también la generalización ilimitada de las relaciones mercantiles, a punto tal que la casi totalidad de los bienes y los servicios que producimos y consumimos en el tercer milenio, ya sean materiales o digitales, no adoptan otra forma que la de mercancías.

El Marx redescubierto esos años era sobre todo el profeta de la modernización capitalista, entonces rebautizada «globalización». En sus versiones más simplificadas, Marx aparecía celebrando antes que impugnando el capitalismo.

Sin embargo, diez años después, la crisis mundial que estalló en 2008 vino a recordarnos que el diagnóstico crítico de Marx sobre la dinámica de expansión del capitalismo sujeta a sus crisis periódicas y con su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, también estaba vivo.

Las reediciones de El capital, interrumpidas durante muchos años, se reactivaron entonces en todo el globo. El diario londinense The Times publicaba en el otoño de 2008, bajo el estridente titular «¡Ha vuelto!», una foto del presidente conservador francés Nicolas Sarkozy hojeando la ópera magna de Marx6. El nuevo best-seller en materia económica que vino a mostrar la relación entre el aumento de la tasa de acumulación del capital y el crecimiento de la desigualdad se tituló, precisamente, El capital en el siglo xxi7.

Incluso para los exponentes más rigurosos de la ciencia económica, que desde hacía décadas venían dándole la espalda a Marx, era irrelevante una explicación de la explosión de la burbuja financiera como la mera consecuencia de la irresponsabilidad de algunos bancos en el otorgamiento de créditos hipotecarios «basura». La olvidada teoría de Marx según la cual las crisis económicas no eran el mero resultado accidental de agentes exógenos, sino que eran inherentes al capitalismo, volvía al centro de la escena.

El nuevo siglo viene presenciando no solo una mayor demanda de textos de Marx, sino también una creciente exigencia de rigor en el cuidado de la edición. Hoy no resultan aceptables, ni siquiera para el lector medio, las políticas de intervención de los textos que llevaban a cabo los editores soviéticos, con sus cortes, sus interpolaciones y sus notas al pie que exaltaban a los justos y denostaban a los réprobos.

Quizás más que la de otros libros de Marx, la historia editorial de El capital estuvo atravesada a lo largo del siglo xx por interminables querellas ideológicas en torno de la canonicidad del texto original, así como de la autoridad de quienes podrían anotarlo y completarlo 8.

En la actualidad, los responsables editoriales ya no son los partidos socialistas o comunistas, ni los institutos de marxismo-leninismo dependientes de ellos, sino equipos de investigadores y editores profesionales. Las ediciones de las obras de Marx han ganado en lectores, pero también en desideologización.

Durante los 70 años que gobernaron, los soviéticos fueron incapaces de concluir el tantas veces anunciado plan de edición de las Obras completas de Marx y Engels. La Internationale Marx-Engels-Stiftung (Fundación Internacional Marx-Engels), con sede en Ámsterdam, viene llevando a cabo un colosal plan de edición crítica en 120 tomos, lo que constituye a su vez un cantero extraordinario para nuevas y más cuidadas traducciones9.

Es posible que exageren los anuncios que prometen la revelación de un «Marx desconocido», pero lo cierto es que la reposición de los manuscritos inéditos, los borradores sucesivos de una misma pieza y los textos minuciosamente corregidos nos devolverán la imagen de un autor más próximo al laborioso maestro artesano que pule y corrige su lente que a la de un dios con su visión ilimitada, inamovible e infalible10.

Ayudarán a comprender mejor, como reclamaba Pedro Scaron, que una obra como El capital no brotó de la cabeza de Marx tan cabalmente formado como Atenea de la cabeza de Zeus11. Al mismo tiempo, la edición definitiva de la extraordinaria correspondencia de Marx y Engels viene constituyendo una cantera formidable para los nuevos biógrafos del siglo xx, asunto sobre el que volveremos unas líneas más abajo.

La reubicación de Marx en el pensamiento crítico

Aunque el marxismo ya no es «el horizonte intelectual de nuestra época» como quería Jean-Paul Sartre, ni el «careo con Marx» sigue siendo la piedra de toque de todo pensador, como pretendía Georg Lukács12, la producción de obras sobre el pensamiento de Marx también conoce en este comienzo de siglo un notable incremento. Su teoría del valor, su concepción del fetichismo, su noción de autonomía de lo político en las experiencias bonapartistas o sus tesis sobre la expansión del capitalismo a la periferia inspiraron obras contemporáneas tan diversas como las de Slavoj Žižek, Alain Badiou, Jacques Rancière, Daniel Bensaïd, Bolívar Echeverría, Ernesto Laclau, Álvaro García Linera o Moishe Postone. Y si la última generación de viejos marxistas actualizaron ese paradigma –Immanuel Wallerstein con su teoría del sistema-mundo, Giovanni Arrighi con su concepción de los ciclos capitalistas y sus crisis– o lo expandieron hacia nuevas dimensiones del saber –Fredric Jameson hacia la crítica cultural, David Harvey hacia la geografía, Mike Davis hacia el urbanismo, Perry Anderson hacia la filosofía política, Toni Negri hacia el nuevo orden mundial posnacional–, una nueva generación de pensadores radicales –no necesariamente «marxistas»– recupera ciertos núcleos teóricos de la obra de Marx para pensar nuevas subjetividades y renovadas formas de resistencia. Como ha señalado Razmig Keucheyan en Hemisferio izquierda, el marxismo ya no es hegemónico en el universo del pensamiento crítico, pero ni la teoría queer, ni los poscoloniales, ni los acontecimentalistas, ni los deconstructivistas, por mencionar algunas variantes, han dejado de dialogar con Marx13.

Reescribir la vida

Con la aparición sucesiva en lo que va del nuevo siglo de una decena de nuevas biografías, también el itinerario vital de Marx conoce ahora un interés que no podía preverse dos décadas atrás. En 1999 había aparecido Karl Marx, del periodista británico Francis Wheen, que inmediatamente se tradujo a diversas lenguas, incluida la española14. Documentada y al mismo tiempo amena, por momentos punzante, parecía que había venido a destronar a las dos grandes biografías con las que se habían formado generaciones de militantes en todo el mundo: Carlos Marx. Historia de su vida (1918), del socialdemócrata alemán Franz Mehring15, y La vida de Carlos Marx (1936), escrita conjuntamente por el menchevique ruso Boris Nicolaïevski y el erudito austríaco Otto Maenchen-Helfen16. Sin embargo, en estos pocos años siguieron a la de Wheen más de diez nuevas biografías.

En 2005 aparecía Karl Marx o el espíritu del mundo, del polígrafo francés Jacques Attali17. En 2008, Karl Marx, del alemán Klaus Körner y, un año después, dos nuevos estudios biográficos: Marx, del economista británico Vincent Barnett, y Los fantasmas que convocó, del multifacético Rolf Hosfeld, director de cine y autor de una historia monumental de la Alemania moderna18. En 2011 aparecía una biografía familiar de los Marx: Amor y capital, de la estadounidense Mary Gabriel, subtitulada Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución19.

Al año siguiente aparecía el Karl Marx que preparó el profesor de la Universidad de California Paul Thomas, un especialista en la historia del pensamiento marxista20.En 2013 aparecía Karl Marx de Jonathan Sperber, una aguda y documentada biografía elaborada por un historiador de la Universidad de Chicago cuyo elocuente subtítulo, Una vida decimonónica, anunciaba por sí solo todo un programa21. Apenas tres años después, Penguin lanzaba Karl Marx.

Grandeza e ilusión, un volumen de 800 páginas de notable agudeza y erudición del historiador de la Universidad de Londres Gareth Stedman Jones22. El filósofo alemán Michael Heinrich, formado en la escuela del marxismo crítico de Elmar Altvater, lanzó este año la primera parte de Karl Marx o el nacimiento de la edad moderna, una biografía monumental en tres volúmenes cuyo subtítulo no menos elocuente parece desafiar la voluntad de los historiadores anglosajones por restituir a Marx al siglo xix23. También este mismo año apareció en Brasil la primera biografía de Marx de alto vuelo escrita por un latinoamericano, el profesor Angelo Segrillo: Karl Marx, una biografía dialéctica24.

¿Cómo puede entenderse que tanto los investigadores como los lectores contemporáneos hayan declarado vetustas la totalidad de las cerca de 40 biografías que el siglo xx le había consagrado a Marx? Ciertamente, muchas de ellas ya no son más que piezas de arqueología historiográfica. Hoy serían ilegibles los abordajes propios de los años de la Guerra Fría, como El prusiano rojo, de Leopold Schwarzschild25, o la soporífera biografía preparada por el Instituto de Marxismo-Leninismo de Berlín26. También perdió actualidad una obra meritoria como la de David Riazánov, donde Marx era una suerte de Lenin avant la lettre27.

Además, la renovación que conoció la historiografía en la segunda mitad del siglo xx volvió obsoletas aquellas perspectivas centradas en la vida de los «grandes hombres». Los ensayos biográficos que nos querían develar el «espíritu» de una figura histórica, o los estudios psicológicos que buscaban explicar comportamientos a partir de tal o cual «complejo» del biografiado, hoy apenas nos arrancan una sonrisa piadosa28.

Nuevas perspectivas como la historia de la vida privada o la historia de las mujeres impulsaron a reescribir la biografía de Marx reponiendo, al lado de las «grandes ideas», la dimensión de su vida cotidiana en los barrios pobres de la Londres victoriana. En Love and Capital, la biografía familiar de Mary Gabriel, el amor tiene tanto peso o incluso más que el capital, y la heroína del relato pasó a ser Jenny von Westphalen.

Sin embargo, las obras más sólidas del siglo xx lograron sortear mejor el paso del tiempo, de modo que hoy podrían leerse con provecho la biografía conjunta que el comunista francés Auguste Cornu consagró en la segunda posguerra a Marx y Engels en sus años de formación, así como la clásica vida y obra de Marx del británico David McLellan, discípulo de Isaiah Berlin29.

Como sea, el siglo xxi quiere reescribir ex novo la biografía de Marx. Una preocupación que excede con creces el horizonte de las minorías politizadas, pues algunas de las biografías mencionadas –como las de Wheen y Gabriel– alcanzaron públicos muy vastos.

En el mismo sentido puede entenderse el interés internacional que concitó El joven Karl Marx, el film del haitiano Raoul Peck estrenado en la Berlinale en febrero de 2017, o la amplia difusión alcanzada por El fantasma de Karl Marx, una biografía contada a los niños por el francés Ronan de Calan e ilustrada por Donatien Mary, que se tradujo enseguida al inglés, alemán, italiano y español30. ¿Cómo entender esta obsesión del nuevo siglo por volver una y otra vez sobre la vida de Marx? Signo elocuente, o acaso síntoma, de una necesidad epocal: repensar el lugar de Marx en la historia contemporánea.

Descentramientos, recentramientos

Todos los biógrafos nos prometen reescribir la vida de Marx conforme las renovadas demandas del tiempo presente. Pero quizás fue Jonathan Sperber quien expresó esta voluntad del modo más claro y provocativo. Como nos lo anticipa en el mismo subtítulo, el Karl Marx de Sperber ya no es el profeta de los tiempos modernos sino un hombre plenamente inserto en el horizonte y en el drama de su propio tiempo. «Parece oportuno –ironiza Sperber– preguntarse cómo un ser humano mortal y no un mago –Karl Marx y no Gandalf el Gris– puede ser capaz de adelantarse 150 o 160 años a su tiempo»31.

El rigor de la biografía histórica exigiría romper definitivamente con aquellas perspectivas anacrónicas, ya fueran comunistas o anticomunistas, que no dejaban de ofrecernos un «Marx contemporáneo». Ha «llegado el momento –sostiene el biógrafo estadounidense– de entenderlo de otro modo: como una figura de una época histórica pretérita, cada vez más alejada de la nuestra», la época de la Revolución Francesa, de la filosofía de Hegel, de la primera industrialización inglesa y de la economía política que emanó de ella…

Incluso cuando realizó proyecciones sobre el futuro, Marx lo hizo partiendo de las circunstancias de la primera mitad del siglo xix. Por ello, concluye Sperber, es más provechoso entender a Marx «como un personaje anclado en el pasado» antes que como el «intérprete clarividente» del presente32. En tanto que académico «comprometido con la comprensión del pasado en sus propios términos y que se abstiene de juzgarlo según concepciones actuales», confiesa que si bien «algunos momentos» de la vida y el pensamiento de Marx le resultan «próximos», sobre todo le han resultado fascinantes «las diferencias entre el mundo de Marx y el contemporáneo»33.

Sperber cierra su obra con un brevísimo capítulo sobre la iconización de Marx después de su muerte y la transformación de su legado en «marxismo». El busto colosal que el Partido Comunista británico hizo colocar en 1956 en el Cementerio de Highgate para reemplazar la modesta losa que Engels y sus amigos habían depositado en 1883 sobre la tumba de Marx era para Sperber «la manifestación física de la transformación de un ser vivo en un icono, una representación estática de ideas, posiciones políticas e identidades, muchas de las cuales tenían un vínculo solo tangencial con la realidad de su vida»34.

Gareth Stedman Jones comienza Grandeza e ilusión por el final de la historia, esto es, en el punto exacto donde Sperber había concluido: el marxismo. Dado que su objetivo expreso es también «situar a Marx de vuelta en el ámbito del siglo xix», el británico toma como punto de partida las operaciones que la posteridad ha hecho con el legado de Marx.

El historiador contemporáneo, munido con las herramientas de la más reciente historia intelectual, se ve obligado a deconstruir desde el vamos esas operaciones y a resituar los textos del filósofo de Tréveris «como las intervenciones del autor en determinados contextos políticos y filosóficos que el historiador ha de reconstruir luego puntillosamente». Marx no era «un explorador solitario», sino que «sus escritos aspiraban a ser intervenciones en campos ya existentes del discurso conocido. Es más, tales intervenciones iban dirigidas a sus contemporáneos y no a sus herederos de los siglos xx y xxi».

Marx, viene a recordarnos Jones, no escribió para la posteridad, sino para intervenir en su presente.

Sin embargo, la «posteridad» –esto es, sus herederos– arrancaron sus textos de aquel entramado epocal que les daba sentido35. Hasta tal punto la labor del historiador consiste en restituirlos a su lugar, que Jones se figura su propio trabajo como el «del restaurador, que va removiendo los retoques y alteraciones hechos a una pintura en apariencia conocida, para devolverla a su condición original»36.

La mitología que rodeó la vida y la obra de Marx no fue para Jones una invención del régimen soviético, sino que había comenzado a forjarse en la época de su muerte, para desarrollarse en los 30 años siguientes. La invención de lo que llegó a ser rotulado como «marxismo» fue, al principio y en buena medida, una creación de Engels en sus libros y panfletos, partiendo del Anti-Dühring (1878). Fue también, sigue Jones, una elaboración de los líderes del Partido Socialdemócrata de Alemania (spd, por sus siglas en alemán), particularmente de August Bebel, Karl Kautsky, Eduard Bernstein y Franz Mehring.

Esta entidad era, en los años previos a 1914, el mayor partido socialista del mundo y ejerció una influencia preponderante en el devenir de este movimiento en todo el planeta. En parte por convicción, pero ante todo para reforzar la autoridad del partido, sus líderes juzgaron oportuno velar por la reputación de Marx y promoverlo como el fundador revolucionario de la ciencia de la historia37. Cuando el marxista libertario Maximilien Ruben formuló por primera vez, en 1970, la tesis de Engels como fundador del marxismo, los organizadores del Congreso reunido en Wuppertal para celebrar los 150 años del natalicio del gran amigo de Marx no dudaron en retirarle la invitación38.

Sin embargo, esta tesis –ciertamente depurada de sus formas más provocativas, como las que hoy sostiene el británico Norman Levine39– fue abriéndose camino, a punto tal que devino uno de los pilares sobre los que se erigió la Historia del marxismo que dirigió Eric Hobsbawm una década después40.

En el presente, la distinción entre Marx y marxismo ha ganado amplio consenso historiográfico. Salvo las izquierdas más recalcitrantes, nadie cree que Lenin sea el continuador necesario y único de Marx, sino uno de los tantos marxistas del siglo xx que hizo una original y exitosa apropiación del legado marxiano. En la historia del marxismo, Lenin tiene su propio y decisivo capítulo, pero ha pasado a ser uno entre muchos otros. La totalidad de los nuevos biógrafos de Marx toman esta distinción como premisa, aunque cada uno la formule a su modo, con diversas inflexiones.

Esto no quiere decir que se desentiendan del legado dejado por Marx, sino que se abstienen de ingresar en un terreno que consideran distinto y que en todo caso amerita otras obras: qué es lo que ha hecho la posteridad con ese legado. Donde termina la biografía de Marx, comienza la del marxismo. Pero para volver a abordar la vida decimonónica de Marx es necesario desbrozar la historia del marxismo de fines del siglo xix y del siglo xx. Jones lleva este juego tan lejos que nombra a su biografiado simplemente como «Karl», un modo irónico de tomar distancia de las múltiples connotaciones asociadas al significante «Marx».

Incluso para un marxista crítico como Michael Heinrich, es necesario distanciarse de aquellas corrientes que, designándose «marxistas», transformaron a Marx en un «icono» y escindieron su obra de «su proceso de creación», para convertirla en «un sistema de afirmaciones atemporales». Sin embargo, levanta toda una serie de reparos ante ciertas demandas de «historización» que buscarían simplemente reponer a Marx en su siglo de modo tal que hoy ya «no tenga nada que decirnos»41. Ciertamente, como argumenta Sperber, los industriales textiles de la época de Marx poco tienen que ver con los capitalistas globalizados de Silicon Valley o de Shanghái.

El mundo capitalista, en efecto, ha vivido en estos dos siglos transformaciones colosales. Sin embargo, para Heinrich, el periodo revolucionario que transcurrió entre 1790 y 1860 constituyó una «ruptura fundamental entre épocas históricas», sin parangón con las transformaciones sufridas luego por el capitalismo contemporáneo.

Estas acontecieron, durante el último siglo y medio, dentro de los límites de las estructuras económicas y sociales establecidas entonces. «Marx fue un producto de esa ruptura epocal y, al mismo tiempo, representa una excepcional instancia de reflexión sobre ella»42. De allí el título de esta nueva biografía, que nos ofrece un Marx resituado en las coordenadas del siglo xix pero como un testigo lúcido y crítico del «nacimiento de la sociedad moderna», una época histórica que sigue, nos guste o no, siendo la nuestra.

Representaciones imaginarias

El debate en torno de Marx permanece (y permanecerá) abierto, pero es otro que el del siglo xx. El último triunfo póstumo de Marx fue verse liberado de la pesada hipoteca de las últimas décadas del siglo pasado, cuando era considerado el responsable intelectual de los comunismos reales. El siglo xx había concluido con la esperanza de «liberar a Marx», de abordar un Marx «sin ismos»43.

El desprestigio de estos «ismos», la desaparición de los centros de codificación y edición del «marxismo» (Moscú, Berlín o Beijing), el descrédito de los manuales de «marxismo-leninismo» y de las interpretaciones canónicas que culminaban en el triunfo inexorable del comunismo, con sus líderes infalibles y sus Estados guía, arrastraron en un primer momento a Marx y su obra. Sin embargo, Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de Berlín. No el mismo Marx, claro, sino un pensador más secularizado, menos sujetado a las experiencias políticas y los sistemas ideológicos del siglo xx.

Su descolocación respecto de las viejas genealogías y su actual recolocación en el pensamiento moderno han transfigurado también nuestra imagen de Marx. Para corroborar esta mutación en el imaginario social, basta contrastar la solemne iconografía de los viejos retratos del barbado Marx con las irreverentes intervenciones a las que los jóvenes diseñadores gráficos han sometido sus daguerrotipos en la web, en las revistas estudiantiles, en los fanzines, en los afiches, en los pines.

Este Marx con su barba teñida de verde, sus ojos maquillados con rímel o sus labios con carmín dialoga mejor con las jóvenes generaciones del siglo xxi que aquel Marx hierático de las estatuas.

Las representaciones icónicas de Marx, Engels y Lenin, los enormes carteles de Marx, Lenin, Stalin y Mao que portaban en la década de 1950 y 1960 los manifestantes chinos, mostrándolos en simultaneidad, como si hubieran sido coetáneos, parecen remitirnos a un pasado remoto. Marx y Engels siguen apareciendo como los prototipos de una amistad fraternal y de una comunidad de ideas extraordinaria, pero ya no son el monstruo de dos cabezas de las representaciones del pasado, donde las biografías y las obras se solapaban y confundían.

Marx no aparece hoy, como en 1900, en compañía de Charles Darwin, ni como en 1920, preludiando a Lenin y los bolcheviques. Lenin sigue siendo marxista, pero Marx ya no es leninista. Hoy es frecuente encontrarlo más próximo a figuras como Nietzsche y Freud, formando parte de aquel curioso trío que Paul Ricoeur bautizara «los maestros de la sospecha»44.

El autor de El capital parece haber descendido de su pedestal para dialogar de igual a igual, como seguramente le hubiera complacido, con Spinoza o con Pascal, para discutir con Hannah Arendt o con Carl Schmitt, y con muchas otras figuras antes excluidas del canon comunista.

Las feministas y los ecologistas lo interrogan con desenfado, buscan sus puntos ciegos frente al orden patriarcal o los recursos naturales no renovables del planeta. Los descoloniales le enrostran una visión eurocéntrica; los posmodernos, una metafísica de la historia; los liberales, su crítica del derecho y de la representación política. Ya no tiene respuestas para todas las preguntas, pero seguimos dialogando con Marx.

Y si bien en la estatua de bronce que el artista chino Wu Weishan esculpió para Tréveris Marx se eleva algunos metros por sobre la cabeza de los simples mortales, se lo ve más pensativo y menos asertivo que en los monumentos del pasado.

Fuente: Nueva Sociedad

Indice

Notas:

1. J.-M. Benoist: Marx est mort, Gallimard, París, 1970. Para un análisis de esta obra y sus circunstancias, v. Roger Mondoué: «Nouveaux philosophes» et antimarxisme, L’Harmattan, París, 2009.

2. Paulina Andrade: «Karl Marx: Tréveris, su pueblo, abre la mayor exposición» en La Tercera, 6/5/2018.

3. Cit. en Gemma Casadevall: «División en Alemania en los actos del bicentenario del nacimiento de Karl Marx» en Efe, 5/5/2018.

4. M. Seltz: «200 años de Karl Marx. 4 ideas del ideólogo de la Revolución Rusa que siguen vigentes a pesar del fracaso del comunismo» en BBC Mundo, 4/5/2018.

5. Agencia Efe: «Juncker pide situar a Marx en su contexto sin culparle de crímenes comunistas» en Eldiario.es, 4/5/2018.

6. Jonathan Sperber: Karl Marx. Una vida decimonónica, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013, p. 12.

7. Thomas Piketty: El capital en el siglo XXI, FCE, Ciudad de México, 2015.

8. H. Tarcus: La Biblia del Proletariado. Editores y traductores de El capital en el mundo hispanohablante, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2018.

9. V. al respecto el artículo de Pedro Ribas sobre el proyecto mega en este mismo número.

10. Theodor Shanin: «El último Marx: dioses y artesanos» en T. Shanin (ed.): El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo, Revolución, Madrid, 1990, pp. 56-58.

11. P. Scaron: «Advertencia del traductor» en K. Marx: El capital. Crítica de la economía política t. 1 vol. 1, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1975, p. x.

12. J.-P. Sartre: Critique de la raison dialectique. Précédé de Questions de méthode: Théorie des ensembles pratiques, Gallimard, París, 1985, p. 105 [hay edición en español: Crítica de la edición dialéctica, Losada, Buenos Aires, 2004, 2 vols.]; G. Lukács: «Mi camino hacia Marx» en El joven Lukács, Pasado y Presente, Córdoba, 1970, p. 134.

13. R. Keucheyan: Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Siglo Veintiuno, Madrid, 2013.

14. F. Wheen: Karl Marx, Fourth Estate, Londres, 1999. [Hay edición en español: Karl Marx, Debate, Barcelona, 2000].

15. F. Mehring: Karl Marx. Geschichte seines Lebens [1918], e-artnow, Praga, 2018. [Hay edición en español: Carlos Marx. Historia de su vida, Cenit, Madrid, 1932].

16. B. Nicolaïevski y O. Maenchen-Helfen: Karl Marx: Man and Fighter, J.B. Lippincott, Filadelfia, 1936. [Hay edición en español: La vida de Carlos Marx, Ayuso, Madrid, 1973].

17. J. Attali: Karl Marx ou l’esprit du monde, Fayard, París, 2005. [Hay edición en español: Karl Marx o el espíritu del mundo, FCE, Buenos Aires, 2007].

18. K. Körner: Karl Marx, DTV portrait, Múnich, 2008; V. Barnett: Marx, Routledge, Londres, 2009; R. Hosfeld: Die Geister, die er rief. Eine neue Karl-Marx Biografie, Piper, Múnich, 2009.

19. M. Gabriel: Love and Capital: Karl and Jenny Marx and the Birth of a Revolution, Little, Brown & Co., Nueva York, 2011. [Hay edición en español: Amor y capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, El Viejo Topo, Barcelona, 2015].

20. P. Thomas: Karl Marx, Reaktion Books, Londres, 2012.

21. J. Sperber: Karl Marx: A Nineteenth-Century Life, Liveright, Londres-Nueva York, 2013. [Hay edición en español: Karl Marx. Una vida decimonónica, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013].

22. G. Stedman Jones: Karl Marx. Greatness and Illusion, The Belknap Press of Harvard UP, Cambridge, 2016. [Hay edición en español: Karl Marx. Grandeza e ilusión, Taurus, Madrid, 2018].

23. M. Heinrich: Karl Marx und die Geburt der modernen Gesellschaft. Biographie und Werkentwicklung 1: 1818-1841, Schmetterling, Stuttgart, 2018.

24. A. Segrillo: Karl Marx: uma biografia dialética, Prismas, Curitiba, 2018.

25. L. Schwarzschild: Karl Marx: The Red Prussian, Grosset & Dunlap, Nueva York, 1947. [Hay edición en español: El prusiano rojo. La vida y la leyenda de Karl Marx, Peuser, Buenos Aires, 1956].

26. Heinrich Gemkow: Karl Marx. Eine Biographie, Dietz, Berlín, 1967. [Hay edición en español: Carlos Marx. Biografía completa, Cartago, Buenos Aires, 1975].

27. D. Riazánov: Marx et Engels. Conférences faites aux cours de marxisme près l’Académie Socialiste [1922], Éditions Sociales Internationales, París, 1923.

28. Otto Ruhle: Karl Marx. Leben und Werk, Julius Hellerau-Avalun Verlag, Dresde, 1928. [Hay edición en español: Carlos Marx, Ercilla, Santiago de Chile, 1934]; Arnold Künzli: Karl Marx. Eine Psychographie, Europa Verlag, Viena, 1966.

29. A. Cornu: Karl Marx et Friedrich Engels, Presses Universitaires de France, 4 vols., 1955, 1958, 1961, 1970. [Hay edición en español: Carlos Marx / Federico Engels. Del idealismo al materialismo histórico, Stilcograf / Platina, Buenos Aires, 1965]; D. McLellan: Karl Marx: His Life and Thought, Macmillan, Londres, 1973, reeditada como Karl Marx. A Biography en 1995, 2006 y 2014.

30. R. de Calan y D. Mary: Le fantôme de Karl Marx, Les Petits Platons, París, 2010. [Hay edición en español: El fantasma de Karl Marx, Panamericana, Bogotá, 2013].

31. j. Sperber: Karl Marx. Una vida decimonónica, cit., p. 12.

32. Ibíd., p. 13.

33. Ibíd., pp. 17-18.

34. Ibíd., p. 512.

35. G. Stedman Jones: Karl Marx. Grandeza e ilusión, cit., p. 17 y ss.

36. Ibíd., p. 14.

37. Ibíd., p. 18.

38. M. Rubel: Marx critique du marxisme, Payot, París, 1974.

39. N. Levine: Tragic Deception: Marx Contra Engels, Clio Books, Londres, 1975; Marx’s Rebellion Against Lenin, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2016.

40. E. Hobsbawm, George Haupt, Franz Marek, Ernesto Ragionieri, Vittorio Strada y Corrado Vivanti (dirs.): Historia del marxismo, Bruguera, Barcelona, 1979-1983, 8 vols.

41. M. Heinrich: Karl Marx o el nascimento da sociedade moderna, Boitempo, San Pablo, 2018, vol. 1, p. 12.

42. Ibíd., p. 22.

43. Fracisco Fernández Buey: Marx (sin ismos), El Viejo Topo, Barcelona, 1998.

44. P. Ricoeur: Freud: una interpretación de la cultura [1965], Siglo Veintiuno, Ciudad de México, 1999, p. 32 y ss.

Indice


Marx, la historia y los historiadores: Una relación para reinventar

por Enzo Traverso

Marx no «ha vuelto» en el mundo de la historia y los historiadores. La «posmodernidad» no parece suficiente para explicar el retroceso del marxismo en la historiografía. Este se debe más bien a causas políticas, al peso de una derrota más general del socialismo sobre una corriente con concepciones teleológicas y totalizadoras de la historia. Si las luchas del presente se alimentan del recuerdo de los combates perdidos, hay ahí una vía para recuperar un marxismo capaz de descifrar el pasado con menos certezas, pero más atención a las acciones y los combates humanos.

El «retorno a Marx» iniciado en los últimos años –muy visible en lo que suele llamarse el nuevo pensamiento crítico– no alcanzó a la historia. Para la mayoría de los jóvenes historiadores, Marx constituye una suerte de terra incognita; para los mayores, una figura olvidada, cuando no proscripta. Desde luego, muchos historiadores marxistas siguen siendo activos y prolíficos, sobre todo en el mundo anglófono, pero la historiografía en su conjunto aún no ha dado vuelta la página de la «crisis del marxismo».

Eric Hobsbawm, uno de los más célebres historiadores marxistas, observaba este fenómeno con lucidez: «Los 25 años siguientes al centenario de la muerte de Marx fueron los más oscuros en la historia de su legado»1.

En Francia, Thierry Aprile trazaba un cuadro más sombrío. En su reconstrucción de la trayectoria del marxismo en la historiografía, señaló, ante todo, su reconocimiento, que comenzó en la década de 1930 y que continuó tras la Segunda Guerra Mundial –sobre todo, gracias a la Escuela de los Annales, con su entrada, todavía tímida, en el campo universitario–, luego su hegemonía –Aprile no duda en hablar de «dominio»–, que se establece en las décadas de 1960 y 1970, cuando acompaña el auge del estructuralismo, antes de comenzar, a partir de mediados de los años 70, un ocaso que lo llevaría, finalmente, a desaparecer a lo largo de la década siguiente, con su deceso simbolizado por el giro de 1989. Se inicia entonces un periodo durante el cual, según Aprile, «incluso la referencia al marxismo podría significar descalificación»2.

Con un enfoque similar, Matt Perry distinguió tres etapas principales en la historiografía marxista, que identifica, de manera algo apresurada, con «generaciones» diferentes. En primer lugar, la de los fundadores, Karl Marx y Friedrich Engels, a los cuales se podría añadir una figura como Franz Mehring. Luego, una etapa intermedia, que ubica entre las dos guerras mundiales, caracterizada por teóricos marxistas que escriben y reflexionan sobre la historia (Georg Lukács, León Trotski, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui) y por algunos grandes historiadores (David Riazánov, Arthur Rosemberg, C.L.R. James, Karl A. Wittfogel, W.E.B. Du Bois).

Finalmente, una tercera etapa, la de la Guerra Fría (1947-1989), en la que surgió una historiografía marxista original y potente, cuyos batallones se lanzaron a la conquista de la universidad (de la que, salvo excepciones, siempre habían sido expulsados) y transformaron los paradigmas de su disciplina. En este periodo se constituyen nuevas corrientes que transforman literalmente, tanto por sus métodos como por sus objetos de estudio, el taller del historiador.

Siguiendo los pasos de Albert Mathiez y Georges Lefebvre, una pléyade de investigadores (Albert Soboul, Claude Mazauric, Michel Vovelle) elabora una historiografía marxista de la Revolución Francesa que le disputa terreno a la Escuela Conservadora (Richard Cobb, François Furet) e impone su hegemonía durante un largo periodo.

En el Reino Unido, la «historia desde abajo» (history from below) (Eric Hobsbawm, Christopher Hill, E.P. Thompson, Raphael Samuel) revisita la historia de la Revolución Inglesa y la Revolución Industrial, descubre la cultura obrera y replantea el concepto de clase, mientras que los estudios culturales (Stuart Hall, Raymond Williams) introducen la antropología en el marxismo para analizar los imaginarios y las culturas populares. En Estados Unidos, los teóricos del «sistema mundo» (world-system) (Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi) reinterpretan a Fernand Braudel a la luz del marxismo y elaboran una historia global del capitalismo.

Paralelamente, surge una «nueva historia del trabajo» (new labor history) que reescribe la historia del movimiento obrero colocando en el centro del análisis al «obrero-masa» (unskilled) en lugar de las ideologías y los partidos políticos (Herbert Gutman, Harry Braverman y más tarde Mike Davis). En los países del socialismo real, la escuela de medievalistas y modernistas polacos (Witold Kula, Jerzy Topolski) relanza la reflexión sobre la transición del feudalismo al capitalismo, que vive un resurgimiento en la década de 1980 con el debate Brenner.

En la India, los estudios subalternos (subaltern studies) (Ranajit Guha, Dipesh Chakrabarty) reinterpretan los conceptos gramscianos de subalternidad y hegemonía para reescribir la historia desde la perspectiva de los dominados, más allá de las visiones transmitidas por los colonizadores y las elites autóctonas. En todas partes, a partir de la década de 1960, la historia social y cultural vive un auge impresionante –caracterizado por el surgimiento de revistas y asociaciones–, en el marco de un marxismo abierto y antidogmático.

La historiografía en su conjunto se transforma en el contexto de un diálogo y una confrontación casi obligatorios con el marxismo. Todas las nuevas corrientes que la atraviesan –de la historia de las mujeres a la historia oral, de la microhistoria a la historia de los intelectuales– llevan las huellas, más o menos profundas, de su influencia.

Sin embargo, este profuso ciclo acabó por agotarse. Quedan hoy varios representantes de esta tercera etapa, pero su vínculo con el marxismo se ha atenuado sensiblemente y, hasta el momento –observa Perry– no se percibe en el horizonte ninguna señal que anuncie el advenimiento de una «cuarta generación»3.¿Cómo explicar esta ruptura de la continuidad? El argumento a menudo esgrimido de que habría un eclipse general de la razón histórica arrastrada por la ola posmodernista no me parece seriamente defendible.

Pensar que la irrupción de un irracionalismo hostil hacia la historia, que hace de ella una mera construcción del lenguaje, un discurso autónomo e independiente de la realidad exterior, y por ende de la verificación fáctica, habría puesto en peligro las categorías interpretativas del marxismo (clases, fuerzas productivas y relaciones sociales de producción, capitalismo, etc.), es una simplificación muy discutible. Por un lado, los marxistas reaccionaron rápidamente al giro lingüístico (linguistic turn), en cuanto sus efectos se manifestaron en la historia4; por el otro, el posmodernismo no socavó en absoluto la existencia de la historiografía como disciplina, cuya producción continuó, e incluso se incrementó, tanto en la investigación como en la edición. En algunos casos, tuvo incluso consecuencias positivas para la historiografía, al ampliar su campo de investigación a nuevos temas u obligar a los historiadores a reflexionar sobre la dimensión vinculada a la escritura de su práctica, sin por ello dejarse devorar por el «maelström textualista» que pretende suprimir toda diferencia entre la historia y la literatura5.

En varios aspectos, en su búsqueda de una síntesis entre el antiimperialismo, la crítica del eurocentrismo y la valoración de la subjetividad de los dominados, el poscolonialismo es producto del encuentro entre el marxismo y el posmodernismo6. La postura meramente defensiva que sugieren Hobsbawm o Ellen Meiksins Wood –que consiste en convertir el marxismo en la fuerza motriz de un «frente de la razón» para contener la amenaza de una ola irracionalista hostil hacia la historia7– me parece corta de miras. La crítica desde la historia (no solo marxista) del posmodernismo ha sido vigorosa y se ha mostrado más fecunda cuando vio en este último un desafío en lugar de un enemigo8.

El peso de la derrota

El retroceso del marxismo en la historiografía se debe más bien a causas políticas. Desde luego, la hegemonía marxista en las ciencias sociales (entre ellas, la historia) se vio reforzada por el advenimiento de la universidad de masas en la posguerra, pero devino posible ante todo por un avance generalizado de las luchas sociales y políticas. Entre la Resistencia y la década de 1970, pasando por la descolonización y las revoluciones en Asia y América Latina, se establecieron nuevas relaciones entre los intelectuales y los movimientos políticos, a menudo partidos de masas, que encarnaban el legado de Marx. La Revolución conservadora de la década de 1980, cuyo apogeo fue el vuelco de 1989, invirtió la tendencia.

El impacto fue brutal y los efectos acumulativos de esta derrota histórica son hoy particularmente perceptibles en una disciplina como la historia, por definición orientada hacia el pasado. En el curso de los últimos 25 años, la historiografía se ha renovado (basta pensar en la historia cultural, la historia de género, la historia de la memoria) bajo el signo de su despolitización. La historia política, por su parte, se caracterizó por el regreso a paradigmas tradicionales –a veces, por una verdadera regresión ideológica, tal como lo demostraron los debates sobre la Revolución Francesa, el comunismo y el totalitarismo9– que favorecieron considerablemente la transformación de la disciplina en una consultora para los medios de comunicación, la industria cultural y los poderes públicos.

El retroceso del marxismo dejó un vacío que fue llenado por una historiografía de tono conservador. De espacio de elaboración de una conciencia crítica del pasado se transformó en un poderoso vector de conformismo cultural: la Revolución Francesa fue conmemorada para enterrar el siglo de los comunismos; el totalitarismo, analizado para legitimar la democracia liberal como horizonte insuperable de la historia; la memoria, monumentalizada como virtud del humanitarismo postotalitario; el pasado nacional, patrimonializado con un interés conservador. La campaña de protesta desencadenada por el proyecto de una Casa de la Historia de Francia (componente cultural de la política de defensa de la «identidad nacional») parece esbozar un giro saludable, basado en el rechazo a toda pretensión del poder de ejercer un control sobre el pasado10.

Lo cierto es que, si la historiografía marxista vivió un declive evidente, es necesario sin embargo ubicarlo en su justa perspectiva. Así, ciertas precauciones elementales deberían conducirnos a relativizar tanto su hegemonía en las décadas de 1960 y 1970 como su retroceso a partir de la década siguiente. Muchos historiadores marxistas no se alejaban demasiado, desde el punto de vista metodológico, de sus colegas conservadores.

Entre las historias de la Internacional Comunista escritas por el trotskista Pierre Broué, el eurocomunista Paolo Spriano y el anticomunista Franz Borkenau11, no existen grandes diferencias en cuanto al método, las fuentes y las categorías analíticas. Su apreciación de los acontecimientos y sus conclusiones varían, pero todos comparten una visión de la historia del movimiento obrero más bien convencional, centrada en los aparatos y los debates estratégicos durante los congresos. Se trata siempre de una historia política, incluso ideológica, con poca carne y hueso. En resumen, para muchos historiadores, el abandono del marxismo no significó sino un cambio de orientación política o de objeto de investigación. La historiografía marxista, que, por definición, no podía considerarse «axiológicamente neutral» (wertfrei) en el sentido de la ciencia social weberiana, sufrió necesariamente las consecuencias del giro de 1989.

La caída del comunismo ha sido mucho más que el fin de un sistema de poder ya desacreditado a los ojos de la opinión pública internacional. Puso fin a una época signada por el «principio esperanza»: una utopía emancipadora que, nacida con la Revolución Rusa, estuvo impulsada por una concatenación de luchas y revoluciones. Ahora bien, el siglo xx concluyó con una derrota histórica del socialismo; el siglo siguiente vio la luz en un mundo privado de utopías.

El «presentismo» –el régimen de historicidad actualmente dominante– es el resultado de una ruptura de la dialéctica de la historia, que hace del presente, según Reinhart Koselleck, el punto de tensión entre el pasado como «campo de experiencia» y el futuro como «horizonte de expectativas»12. Este horizonte se presenta ahora difuso, invisible.

Según modalidades diferentes, sobre la base de compromisos políticos más o menos explícitos, los historiadores que se inscribían en la tradición de Marx permanecían atados al postulado según el cual la interpretación del mundo debía apuntar a su transformación.

Veían el cambio revolucionario de la realidad como un proceso cuyo motor, el proletariado, seguía siendo, a través de múltiples mediaciones, su referente social. El historiador reconstruía e interpretaba el pasado desde una perspectiva de clase, según la fórmula de Georg Lukács, para quien, gracias al marxismo, el sujeto del conocimiento histórico coincide con su objeto13.

Desde este ángulo, no hay historia que no sea una historia de las luchas entre clases, y la historia marxista, cualquiera sea su objeto, adopta siempre el punto de vista de los dominados. Incluso para un marxista heterodoxo como Walter Benjamin, «el sujeto del conocimiento histórico es la clase combatiente, la propia clase oprimida. En Marx aparece como la última clase esclavizada, la clase vengadora que, en nombre de generaciones de vencidos, lleva a su fin la obra de liberación»14.

Una historiografía basada en estas premisas difícilmente podía salir indemne de una derrota de grandes proporciones del socialismo. Después de 1989, el movimiento obrero parecía aniquilado en sus realizaciones históricas (el socialismo real), en sus formas políticas (el ocaso o el fin de los partidos que reivindicaban el comunismo) e incluso en su cuerpo social (las transformaciones estructurales de las clases trabajadoras generadas por el fin del fordismo).

La ola memorial que estalló a lo largo de las últimas tres décadas, uno de cuyos vectores ha sido la historiografía, se centró en las víctimas de la violencia de la historia, de la esclavitud a los genocidios del siglo xx, y relegó así al olvido a los actores de las luchas que atravesaron una época de sangre y fuego. La memoria de clase pareció desvanecerse con la fábrica fordista, su marco social de transmisión, y con los partidos que habían sido sus voceros.

Hoy se perpetúa como una memoria marrana, invisible en el espacio público, donde los testigos traen el recuerdo de una humanidad herida, y no el de hombres y mujeres que libraron luchas de resistencia o liberación.

La memoria de la Shoah ocupó el lugar de la memoria antifascista; la compasión por las víctimas de las catástrofes humanitarias eclipsó el recuerdo de las luchas contra el colonialismo. La tendencia a hacer de los genocidios y los totalitarismos un prisma casi exclusivo de lectura del siglo xx es el síntoma de una regresión de la inteligibilidad del pasado cuyo espejo ha sido a menudo la historiografía.

Teleología

Durante los primeros años de mi formación intelectual y política, en la Italia de los años 70, el marxismo tenía una vocación «totalizadora» –en el sentido hegeliano del término– que le confería un estatuto no solo de «ciencia», sino también de verdadera ciencia maestra, una suerte de «ciencia de las ciencias».

Un artículo de Ernest Mandel de 1978 resume bastante bien el espíritu de la época: «La gran fuerza de atracción intelectual del marxismo reside en el hecho de que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas, sin equivalente hasta hoy»15. Afirmándose como una suerte de «superación dialéctica» de las ciencias humanas y sociales, el marxismo había podido enriquecerse relacionándose con todos los campos del saber y sacando provecho de su renovación epistemológica.

Su simbiosis con el existencialismo, el estructuralismo, el psicoanálisis, la antropología y la sociología lo había enriquecido y le había permitido alcanzar resultados considerables. En este contexto, los historiadores marxistas oscilaban entre una suerte de panhistorismo (su expresa voluntad de integrar el conjunto de saberes en la historia) y la disolución de la historia en un marxismo concebido como ciencia global de la sociedad.

Para Pierre Vilar, Marx no era «historiador» en el sentido tradicional del término, sino que había pensado siempre históricamente, lo que convertía la «crítica histórica de la razón» en su verdadero «descubrimiento». Señalaba pues en este historicismo radical la esencia misma del marxismo: «Pensar todo históricamente, eso es el marxismo. (…) En todos los niveles, la historia marxista está por hacerse. Y es simplemente la historia»16.

El marxismo no se concibe sin la historia y, al mismo tiempo, la historia se incorpora al marxismo. Pero esta concepción perdió su fuerza de atracción cuando, en un nuevo contexto, la síntesis entre interpretación y transformación del mundo, que habitaba el marxismo desde su nacimiento, pareció quebrarse. Durante la década siguiente, muy pocos historiadores habrían podido suscribir la conclusión de Vilar.

A pesar de su gran variedad, las corrientes historiográficas surgidas desde la muerte del fundador del materialismo histórico –del marxismo como ciencia positiva de la historia al marxismo como historicismo humanista y dialéctico– pueden inscribirse en la línea de su pensamiento, apoyándose, privilegiando, a veces radicalizando de manera unilateral tal o cual aspecto de una teoría abierta, atravesada por tensiones fecundas, no siempre resueltas.

Existe un Marx teleológico, positivista, teórico del socialismo como resultado casi ineluctable del progreso y el desarrollo de las fuerzas productivas. Es el Marx del célebre «Prólogo» de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política, canonizado por la historiografía positivista (con la ayuda de Engels y Karl Kautsky), cuyo pensamiento fue transformado en escolástica en los países del socialismo real17. Junto a ese Marx, hay otro: un Marx dialéctico y antipositivista, adversario del eurocentrismo y el colonialismo, crítico de la explotación capitalista y la civilización burguesa en su conjunto, partidario de la autoemancipación de los oprimidos más que del progreso técnico.

Es el Marx que, en sus cartas a los populistas rusos, advertía a los lectores de El capital sobre la transformación de su análisis de la génesis del capitalismo en Europa occidental en «una teoría histórico-filosófica de la evolución general, fatalmente impuesta a todos los pueblos, cualesquiera sean las circunstancias históricas en las que se encuentren»18.

Es el Marx que analiza las revoluciones del siglo xix y que, en las antípodas de toda teleología, formula una visión de la historia como resultado de una acción humana sometida a una compleja red de restricciones materiales y culturales a la vez. «Los hombres hacen su propia historia –escribe en El 18 brumario de Luis Bonaparte–, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias libremente elegidas, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla en el cerebro de los vivos»19.

En la historiografía marxista, la visión del pasado como evolución ineluctable de las formaciones sociales coexistió a menudo con una visión voluntarista basada en una acentuación casi exclusiva de la agencia (agency) y el empoderamiento (empowerment), según el léxico de las teorías críticas contemporáneas.
La primera, defendida por una tradición positivista que llega hasta Louis Althusser, ve a los seres humanos como instrumentos inconscientes de la historia20. La segunda encontró su formulación más concluyente en Trotski, en 1938, cuando escribió que «la crisis histórica de la humanidad» se reducía finalmente a la ausencia de una dirección revolucionaria21.

Entre ambas, la historiografía marxista no ha sabido librarse de cierta teleología implícita en sus dispositivos de historización, que tendían a adoptar esquemas eurocéntricos, tanto para definir las rupturas históricas como para elegir los criterios de periodización. Los debates clásicos sobre la transición del feudalismo al capitalismo o sobre las revoluciones modernas suponían una secuencia cuyo modelo era Europa y cuya finalidad, implícita y necesaria, era el socialismo22.

A menudo, esta postura teórica era el espejo de una cultura difusa en el movimiento socialista, tal como lo recuerda Hobsbawm al citar la anécdota del sindicalista británico de origen obrero que, en los años 30, se dirigía a un hombre de Estado conservador tratándolo de vestigio del pasado:

«Su clase es una clase en decadencia; mi clase representa el futuro»23.

Isaac Deutscher interpretaba el estalinismo como un avatar ligado a las contradicciones del proceso de acumulación socialista primitivo, contradicciones cuya solución residía en última instancia en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Una vez liberado de las trabas generadas por el retraso soviético, el socialismo conquistaría el mundo24.

La tetralogía consagrada por Hobsbawm a la historia de los siglos xix y xx, cuyo primer volumen se publicó en 1960 y el último en 1994, muestra claramente la transición de la antigua teleología marxista a la lúcida constatación de una derrota histórica que cuestiona toda idea de una secuencia necesaria de las formaciones sociales.

El primer volumen estudia las revoluciones burguesas entre 1789 y 1848, año que anuncia el advenimiento de las revoluciones proletarias y socialistas25. El último volumen llega a la conclusión de que el fracaso del comunismo estaba inscripto en sus propias contradicciones: «La tragedia de la revolución de octubre estriba precisamente en que solo pudo dar lugar a este tipo de socialismo, rudo, brutal y dominante»26.

El título mismo de la última obra de Giovanni Arrighi, Adam Smith en Pekín27, que ve en el capitalismo y el mercado la culminación de la Revolución China, ilustra de manera emblemática el cuestionamiento de la visión marxista tradicional de la transición del capitalismo al socialismo.

En 1989, la teleología parece haber abandonado definitivamente el marxismo para instalarse con fuerza en el campo de los apologistas del mercado y el liberalismo. Según Furet, el comunismo, al igual que el fascismo, no fue sino un simple paréntesis en el avance ineluctable de la historia hacia la democracia liberal28.

Sin embargo, los trabajos más interesantes de la historiografía posterior a 1989 abandonaron todo enfoque teleológico: el siglo xix tiene ahora fronteras cronológicas abiertas, sus revoluciones burguesas no anuncian las revoluciones proletarias del siglo xx y se inscriben en ciclos en los cuales Europa aparece como un momento, y ya no como el epicentro. Existe primero un ciclo «atlántico», que se inicia en Estados Unidos en 1776 y culmina en Haití en 1804, pasando por la Revolución Francesa; luego una segunda ola de revoluciones desconectadas entre sí, cuyo punto de partida se sitúa en Europa continental en 1848 y cuyo punto de llegada es eeuu en 1865, fecha del fin de la Guerra Civil.

Durante esas dos décadas, se desarrollan la rebelión Taiping en China y la revuelta de los cipayos contra el colonialismo británico en la India29. Así reconfigurados, los años 1789, 1848, 1871 y 1917 ya no constituyen los sucesivos momentos de una única secuencia que jalonan el camino de la humanidad hacia el socialismo.

La historia se dibuja como un laberinto, una ruta hecha de bifurcaciones y desvíos. En el fondo, el propio Marx lo reconocía cuando criticaba la tendencia de las revoluciones a alimentarse de «reminiscencias tomadas de la historia universal para cegarse sobre su propio objeto»30.

Reactivar el pasado

Creo haber aprendido, a lo largo del tiempo, a establecer con el marxismo una relación de tensión crítica –más fuerte hoy que en el pasado–, susceptible de integrar nuevos aportes escapando a los dilemas planteados por la adhesión (o el rechazo) a un sistema de pensamiento construido como un edificio cerrado. No creo en el marxismo como arsenal conceptual autosuficiente. Desconfío actualmente de todo dispositivo teórico listo para ser aplicado en realidades dinámicas como un conjunto de categorías normativas.

Trato de hacer un uso fructífero de algunos conceptos legados por la tradición marxista –clase, lucha de clases, hegemonía, reificación, modo de producción, capitalismo o imperialismo–, pero detesto su transformación en nociones comodín. Esto vale para otros conceptos hoy muy difundidos como la deconstrucción, la «práctica discursiva», el biopoder, el campo y el subcampo, el habitus o la reproducción.

Si bien la visión crítica de la historia esbozada por Marx sigue siendo para mí un logro ineludible, la hermenéutica histórica legada por un marxismo transformado en doctrina me parece dudosa. La actitud de E.P. Thompson, quien hacia el final de su vida se consideraba «posmarxista», reafirmando su adhesión al marxismo frente a sus detractores y su alejamiento frente a los devotos ingenuos o ciegos, me parece a fin de cuentas la más honesta31. Se negaba a ver «la historiografía marxista como subordinada a algún corpus general del marxismo como teoría, situado en alguna parte» (especialmente en la filosofía). Escribía:

La historia no es una fábrica para la producción de una Teoría Máxima (…), tampoco es una cadena para la producción de teorías enanas en serie. No es tampoco ninguna estación experimental gigantesca en la que la teoría fabricada en otra parte pueda ser «aplicada», «contrastada» y «confirmada». Esta no es en absoluto su tarea. Su tarea consiste en rescatar, «explicar» y «comprender» su objeto, la historia real.32

¿Qué le queda a una historiografía que se ha desprendido de la teleología y el determinismo? Mucho: la tarea de descifrar el pasado concebido como totalidad abierta, como una historia moldeada –según la expresión de Marx– por las mujeres y los hombres a través de sus acciones y combates, sobre la base de condiciones sociales y culturales dadas.

En este esfuerzo de situar en la historia, es decir, de contextualización, objetivación y conceptualización del pasado, el historiador construye un relato (la escritura de la historia) que selecciona, ordena e interpreta la materia heterogénea del universo histórico (la realidad fáctica, pero también el pensamiento y el imaginario). En ese trabajo, algunas herramientas epistemológicas aportadas por Marx pueden resultar indispensables (pero no siempre y a veces menos que otras).

Marx nos ayuda a detectar relaciones y conflictos sociales, lógicas culturales y políticas subyacentes a los acontecimientos y sus actores. Se trata de interacciones y no de causalidades mecánicas, cuya inteligencia permite la construcción de un discurso crítico sobre el pasado. Este enfoque se opone a la historia como discurso del poder, tradicionalmente presentado por el Estado (con sus archivos, museos, conmemoraciones) y, actualmente, cada vez más, por los medios de comunicación y la industria cultural, que actúan como poderosos vectores de reificación del pasado. Necesitamos, pues, a Marx. Pero si puede dudarse de una historiografía crítica que prescindiera de Marx, se debe desconfiar también de los intentos de anexar la historia al marxismo. El siglo xx demostró en gran medida hasta qué punto el marxismo mismo podía ser esclavizado y transformado en ideología.

Esta tensión crítica respecto de la tradición marxista es, sin duda, la única manera de evitar los escollos simétricos de la apostasía estéril y la fidelidad ciega. En el fondo, los antimarxistas se dividen en dos categorías: los críticos y los «renegados», no en el sentido en el que Lenin definía a Kautsky, es decir, estigmatizándolo en el plano ético y político, sino en el sentido en el que Isaac Deutscher y Hannah Arendt calificaban a los ex-comunistas en la época de la Guerra Fría33.

Muchos liberales (Max Weber, Benedetto Croce, Raymond Aron, Isaiah Berlin, Norberto Bobbio) o incluso conservadores y reaccionarios (Werner Sombart, Carl Schmitt, Augusto Del Noce) reconocieron el carácter fecundo de una confrontación crítica con el pensamiento de Marx. Los «renegados», es decir, los ex-comunistas, pasaron de una adhesión total a un rechazo también total al pensamiento de Marx: podría citarse, entre los historiadores, a Borkenau, Eugene D. Genovese, Annie Kriegel y el ya mencionado Furet. A menudo, se trata de ex-estalinistas que conservaron una visión del mundo esquemática y sectaria y se limitaron a cambiar de lado.

Estos dilemas nunca afectaron a historiadores que se sirvieron, en mayor o menor medida, del aporte de Marx, sin preguntarse jamás si debían considerarse «marxistas». Es el caso de un historiador de la Antigua Grecia como Pierre Vidal-Naquet, quien reconocía su deuda respecto de Moses Finley, o de un historiador del mundo contemporáneo como Arno J. Mayer. Desde este punto de vista, me identifico con las palabras de Georges Duby: «Mi deuda con el marxismo es inmensa. Me complace señalarlo. Por lealtad. (…) Sin embargo, afirmo con la misma claridad no creer en la objetividad del historiador, ni que pueda distinguirse ‘finalmente’ el más determinante de los factores del cual proviene la evolución de las sociedades humanas»34. Quizás en este sentido Vilar señalaba la «convergencia de las lecciones de Lucien Febvre y la lección de Marx»35, o Hobsbawm reconocía lo mucho que el nacimiento, en 1952, de una empresa marxista como la revista británica Past and Present le debía al modelo de los Annales de Fernand Braudel36.

Una relación fecunda con el pensamiento de Marx me parece que se desprende de los escritos históricos de Benjamin, del Libro de los pasajes a sus tesis «Sobre el concepto de historia». En Marx, Benjamin no buscó un esquema de lectura del mundo, sino más bien una sensibilidad, una Stimmung, un estilo de pensamiento. Benjamin participa de lo que podría definirse, tomando la expresión de Michael Löwy y Daniel Bensaïd, como un «marxismo melancólico»37, susceptible de entrar en una tensión productiva con otras tradiciones –en este caso, el mesianismo judío– y libre de toda ortodoxia. Fue así como derribó los cánones marxistas de su época: ya no veía la revolución como una «locomotora de la historia» que conducía a la humanidad hacia el «Progreso», sino como el «freno de emergencia» que detiene la ciega carrera de la civilización –uno de cuyos rostros era el fascismo– hacia la catástrofe38. Benjamin introdujo en el marxismo una melancolía que proviene de la obsesión por las derrotas acumuladas a lo largo de la historia y que rememora el recuerdo de los vencidos.

Este enfoque se percibe hoy en historiadores que mantuvieron una relación más o menos consciente de complicidad con el pensamiento de Benjamin, provenientes de tradiciones diferentes. Entre ellos, podría mencionarse a Carlo Ginzburg, el fundador de la microhistoria –autor de una obra como El queso y los gusanos, que analiza la cultura popular restituyendo la voz de los humildes, los anónimos, aquellos que han sido borrados de la Historia39–; Adolfo Gilly, quien recuperó el espíritu de los campesinos zapatistas en la Revolución Mexicana40, o Ranajit Guha, preocupado por escuchar la «pequeña voz» de los insurgentes indios del siglo xix, oculta entre las líneas de la prosa colonial41. Para Benjamin, la historia es ante todo una rememoración de los vencidos, cuyo recuerdo es portador de una «promesa de redención». Un historiador de los conceptos como Koselleck formuló muy bien este enfoque epistemológico, al señalar que la historia escrita por los vencedores es siempre teleológica y apologética: «A corto plazo, puede suceder que la historia esté hecha por los vencedores, pero a largo plazo, los logros históricos de conocimiento provienen de los vencidos»42.

Escribir una historia crítica adoptando la perspectiva de los vencidos –tratando a veces de escuchar sus voces subterráneas, inaudibles en la superficie, ignoradas por los archivos oficiales o borradas por el discurso dominante– es, sin duda, la manera más fecunda, para los historiadores, de recibir la herencia de la Tesis 11 sobre Feuerbach. Interpretar el mundo para transformarlo no significa convertirse en defensores de una estrategia o combatientes de una ideología, como lo fueron los «intelectuales orgánicos» del movimiento comunista del siglo xx. Quiere decir, para el historiador, no considerar el pasado como un continente clausurado, definitivamente cerrado.

La antropología cultural nos enseña que las luchas del presente se alimentan del recuerdo de los combates perdidos, las derrotas del pasado. En determinadas circunstancias, el presente puede entrar en consonancia con el pasado y reactivarlo.

Según Siegfried Kracauer, «como Orfeo, el historiador debe descender al inframundo para traer los muertos a la vida»43. Benjamin, por su parte, comparaba al historiador con un «ropavejero» (Lumpensammler) dedicado a recoger objetos abandonados, olvidados, considerados inútiles, sabiendo que podrán servir un día, como los acontecimientos de un pasado que permanece a la espera de una redención por venir44.

Algunos dirán que semejante concepción de la historia significa rehabilitar, en una versión secular, la dimensión mesiánica del marxismo, que este último había rechazado esforzándose por convertirse en una «ciencia».

Pues bien, este mesianismo secularizado me parece un excelente remedio para los fracasos de un marxismo concebido como ciencia de la historia.

Fuente: Nueva Sociedad

Versión original publicada con el título «Marx, l’histoire et les historiens. Une relation à réinventer» en Actuel Marx No 50, 2/2011. Traducción de Gustavo Recalde.

Indice

Notas:

1.

E. Hobsbawm: Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo, 1840-2011, Crítica, Barcelona, 2011.
2.

T. Aprile: «Marxisme et histoire» en Christian Delacroix, François Dosse, Patrick Garcia y Nicolas Offenstadt (dirs.): Historiographies 1, Folio / Gallimard, París, 2010, p. 515. En la mayor parte de los manuales o diccionarios críticos de marxismo publicados en los últimos diez años, la historia no es objeto de artículos específicos. V., por ejemplo, Jacques Bidet y Eustache Kouvélakis (eds.): Dictionnaire Marx contemporain, puf, París, 2001. Tan solo dos historiadores –E.P. Thompson, fallecido en 1993, y Mike Davis– figuran en la «cartografía de los nuevos pensamientos críticos» establecida por Razmig Keucheyan: Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Siglo Veintiuno, Madrid, 2013.
3.

M. Perry: Marxism and History, Palgrave, Nueva York, 2002, pp. 4, 158. Un cuadro similar, aunque más atento a las articulaciones del marxismo con la historiografía en su conjunto, fue elaborado por Carlos Antonio Aguirre Rojas: La historiografía en el siglo xx. Historia e historiadores, Montesinos, Madrid, 2004, caps. 2 y 3.
4.

Terry Eagleton: Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Buenos Aires, 1997; Alex Callinicos: Contra el posmodernismo, Razón y Revolución, Buenos Aires, 2011.
5.

Elías Palti: Giro lingüístico e historia intelectual, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 1998.
6.

Esta filiación es subrayada y cuidadosamente reconstruida en Robert C. J. Young: Postcolonialism: An Historical Introduction, Blackwell, Oxford, 2001.
7.

E. Hobsbawm: «Marxist Historiography Today» en Chris Wickam (ed.): Marxist History-writing for the Twentieth Century, Oxford University Press, Oxford, 2007, p. 185; Ellen Meiksins Wood: «What is the ‘Postmodern’ Agenda?» en E. Meiksins Wood y John Bellamy Foster (ed.): In Defense of History: Marxism and the Postmodern Agenda, Monthly Review Press, Nueva York, 1997.
8.

Perry Anderson: Los orígenes de la posmodernidad, Akal, Madrid, 2016.
9.

Para una reconstrucción de estos debates, v. E. Traverso: La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo xx, fce, Buenos Aires, 2012.
10.

Jean Chesnaux: ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores, Siglo Veintiuno, Madrid, 1977 (una de las mejores síntesis de historiografía marxista de los años 70).
11.

P. Broué: Histoire de l’Internationale communiste, 1919-1943, Fayard, París, 1997; P. Spriano: I comunisti europei e Stalin, Einaudi, Turín, 1983; F. Borkenau: World Communism: A History of the Communist International, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1962.
12.

R. Koselleck: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós Ibérica, Barcelona, 1993.
13.

G. Lukács: Historia y conciencia de clase y Estética, Crítica Filosófica, Madrid, 1975.
14.

W. Benjamin: Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, Itaca, Ciudad de México, 2008.
15.

E. Mandel: «Pourquoi je suis marxiste» [1978] en Gilbert Achcar (ed.): Le marxisme d’Ernest Mandel, puf, París, 1999, p. 206.
16.

P. Vilar: «Histoire marxiste, histoire en construction» [1973] en Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.): Faire de l’histoire, Folio-Gallimard, París, 2011, p. 282. [Hay edición en español: Hacer la historia, Laia, Barcelona, 1974].
17.

K. Marx: Contribución a la crítica de la economía política, Siglo Veintiuno, Ciudad de México, 1980.
18.

K. Marx: «Lettre à la rédaction de l’Otetschestwennyje Sapiski» en Maurice Godelier (ed.): Sur les sociétés précapitalistes. Textes choisis de Marx, Engels, Lénine, Éditions Sociales, París, 1970, p. 351.
19.

K. Marx: El 18 brumario de Luis Bonaparte, Ariel, Barcelona, 1985, p. 11. Para una presentación de conjunto de los escritos de Marx sobre historia, v. S.H. Rigby: Marx and History: A Critical Introduction, Manchester up, Manchester, 1987.
20.

L. Althusser: La revolución teórica de Marx, Siglo Veintiuno, Ciudad de México, 1974.
21.

Ver E. Mandel: Trotski, Maspero, París, 1979, pp. 134-147. La posición de Trotski es presentada como ejemplar de esta «tendencia voluntarista» por Ales Callinicos: «The Drama of Revolution and Reaction: Marxist History and the Twentieth Century» en Chris Wickham (ed.): ob. cit., pp. 161-162.
22.

V. Dipesh Chakrabarty: Al margen de Europa. Pensamiento postcolonial y diferencia histórica, Tusquets, Barcelona, 2008.
23.

E. Hobsbawm: Cómo cambiar el mundo, cit.
24.

I. Deutscher: «Marxism in Our Time» (1965) en Marxism, Wars & Revolutions, Verso, Londres, 1984.
25.

E. Hobsbawm: La era de la Revolución 1789-1848, Crítica, Barcelona, 2001.
26.

E. Hobsbawm: Historia del siglo xx, Crítica, Barcelona, 1995, p. 494.
27.

G. Arrighi: Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo xxi, Akal, Madrid, 2007.
28.

F. Furet: El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo xx, fce, Madrid, 1995.
29.

Jürgen Osterhammel: Die Verwandlung der Welt. Eine Geschichte des 19. Jahrhunderts, C.H. Beck, Múnich, 2009.
30.

K. Marx: El 18 brumario de Luis Bonaparte, cit.
31.

Penelope J. Corfield: «The State of History» en Journal of Contemporary History vol. 36 No 1, 2001, p. 156. Entre los devotos, podemos incluir a Paul Blackledge: Reflections on the Marxist Theory of History, Manchester up, Manchester, 2006.
32.

E.P. Thompson: La miseria de la teoría, Crítica, Barcelona, 1981, p. 79. Es solamente reduciendo el marxismo a la «primacía de las fuerzas económicas, la objetividad del método científico y la idea de progreso» como Georg G. Iggers puede concluir, tomando como ejemplo a Thompson, el pasaje de la «ciencia histórica marxista del materialismo histórico a la antropología cultural». G.G. Iggers: Historiography in the Twentieth Century: From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge, Wesleyan up, Middletown, 1997, p. 88.
33.

I. Deutscher: «1984: The Mysticism of Cruelty» [1954] en Heretics and Renegades, and Other Essays, Cape, Londres, 1969; Hannah Arendt: «The Ex-Communists» [1953] en Essays in Understanding 1930-1954, Schocken Books, Nueva York, 1994.
34.

G. Duby: L’Histoire continue, Odile Jacob, París, 1991, p. 107.
35.

Pierre Vilar: ob. cit., p. 245.
36.

E. Hobsbawm: Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo, 1840-2011, cit.
37.

M. Löwy, Robert Sayre: Révolte et mélancolie, Payot, París, 1992; D. Bensaïd: Le pari mélancolique, Fayard, París, 1997. Sobre la melancolía de izquierda, v. la conclusión de E. Traverso: ob. cit.
38.

W. Benjamin: Gesammelte Schriften, Suhrkamp, Fráncfort, 1977, tomo i vol. 3, p. 1232.
39.

C. Ginzburg: El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo xvi, Península, Barcelona, 2016.
40.

A. Gilly: La revolución interrumpida, Era, Ciudad de México, 2007. Gilly explicitó su relación con la obra de Benjamin en El siglo del relámpago, La Jornada Ediciones, Ciudad de México, 2002.
41.

R. Guha: «The Small Voice of History» en Subaltern Studies vol. ix, 1996.
42.

R. Koselleck: «Mutation de l’expérience et changement de méthode» en L’expérience de l’histoire, Gallimard / Le Seuil, París, 1997, p. 239.
43.

S. Kracauer: Histoire. Des avant-dernières choses, Stock, París, 2005, p. 140.
44.

W. Benjamin: «Un marginal sort de l’ombre» [1930] en Oeuvres ii, cit., p. 188.

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