Los homicidios de Iván Palacios Guarda y Eric Rodríguez Hinojosa. Palacios estuvieronfue uno de los últimos crímenes de la dictadura. A menos de un año que se fuera Pinochet del Gobierno, los criminales aún actuaban en plena impunidad. El agente-homicida fue encontrado en Iquique, 27 años después.
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La información se entrega después de 27 años de ocurridos los hechos. Se trata de Jorge Rivas Arancibia, ex cabo de Carabineros. El Poder Judicial hizo pública el acta de procesamiento de Jorge Rivas Arancibia, ex cabo de Carabineros a quien se acusa como autor de los homicidios de Iván Palacios Guarda y Eric Rodríguez Hinojosa. Palacios (18 años) y Rodríguez (19) fallecieron en 1989 a manos de agentes de la CNI mientras intentaban instalar una bomba en una torre de alta tensión.
Ambos creían que trabajaban para la resistencia, una célula independiente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
Lo cierto es que Rivas Arancibia, cuya labor para la CNI consistía en infiltrar grupos armados de izquierda, los había reclutado, les dio alguna formación militar y también equipamiento para llevar adelante sus tareas. Fue él quien les encargó poner la bomba en esa torre de alta tensión, ubicada en Avenida San Pablo.
Y, de acuerdo al expediente que es instruido por el juez Mario Carroza, fue el mismo Rivas quien dio aviso a la CNI para frustrar la intentona de los jóvenes y engañados terroristas. Palacios falleció en el lugar de los hechos, el 18 de abril de 1989, producto de múltiples heridas de bala. Rodríguez sobrevivió al fatídico encuentro con los efectivos de inteligencia, pero murió cinco meses más tarde.
Este 4 de septiembre se cumplieron 27 años de su muerte. La historia de Palacios y Rodríguez es conocida entre quienes siguen de cerca los movimientos judiciales en materia de violaciones a los derechos humanos. Uno de los trabajos más completos en torno a ella es el libro «La Trampa», escrito por el periodista Víctor Cofré.
Pero había un cabo suelto.
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Lo único que se sabía del falso reclutador de terroristas era su chapa: Miguel. El procesamiento tramitado ayer por el juez Carroza, en el que se identifica a Rivas Arancibia, viene a cerrar una interrogante de casi tres décadas. La identificación Hasta la semana pasada, Jorge Rivas Arancibia vivía en Iquique y manejaba una empresa de seguridad que incluso tenía contratos con el municipio de la ciudad. Pero en las últimas horas fue detenido y trasladado a Santiago. Una vez en la capital, fue sometido a un careo con ex agentes de la CNI y con ex militantes de grupos de extrema izquierda.
El resultado de estas diligencias permitió al juez Carroza tramitar el ya referido procesamiento.
De acuerdo a los antecedentes del caso, a Rivas Arancibia se le encomendó hacerse pasar por miembro del MIR con el fin de llegar a los altos mandos de la organización. Para ello esgrimió un discurso extremo cuyo objetivo era atraer a quienes parecían desencantados con los aires más moderados que comenzaban a circular en la organización.
Su objetivo fueron jóvenes que tuvieran alguna relación con presos políticos o detenidos desaparecidos. Les decía que la lucha ya no era la misma de antes, que el MIR estaba desgastado y, sobre todo, que no podían tener contacto con otros miembros del movimiento para no contaminarse.
Según las declaraciones que constan en el expediente, algunos miembros de La Resistencia sospecharon de Rivas. Como no tenían acceso a ningún integrante verdadero del MIR, les resultaba imposible comprobar si su estilo marcial y su amplio acceso a toda clase de recursos eran lo habitual en el movimiento.
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Esas sospechas se confirmaron tras el fallido atentado en la torre de alta tensión, en abril de 1989, que terminó con la muerte de Palacios y con Rodríguez agonizante. Después de eso, los del grupo la Resistencia jamás volvieron a ver a Rivas. Hasta el careo del pasado lunes, 27 años más tarde. Este crimen se produjo sólo a menos de seis meses de la elección presidencial que determinó Patricio Aylwin fuera electo presidente de Chile y que Pinochet dejará el cargo como Jefe de Estado. Y los grupos de criminales de la policía secreta de Pinochet aún operaban en plena impunidad, a pesar de la cercanía de la vuelta de la democracia.
El «Ojitos Saltones» que se infiltró en la izquierda
A Ronald Quinteros le cambió la vida en diciembre de 1981, cuando su padre murió a balazos. Tenía ocho años y su progenitor, un militante del MIR, encargado de logística, fue asesinado en la calle por un equipo de la Central Nacional de Informaciones, CNI, el organismo de seguridad del régimen.
A Ronald Quinteros le volvió a cambiar la vida en febrero de 1989, cuando debió salir rápidamente de Chile, en un avión rumbo a Cuba, escabulléndose de una operación de inteligencia que lo tuvo al filo del colapso. Tenía 16 años y creía participar en un apéndice miliciano del MIR. Eso suponían él y otra veintena de menores de edad que participaban clandestinamente en un contingente de izquierda que se instruyó en el uso de las armas. El jefe de ese grupo se hacía llamar “Miguel”, se presentaba como un militante experimentado del MIR y había reclutado a los jóvenes uno a uno en los meses previos.
Pero “Miguel” resultó no ser quien decía y a comienzos de 1989 sus pupilos descubrieron que eran víctimas de una infiltración. En el camino quedaron una docena de menores de edad huyendo de Chile y dos adolescentes muertos en las calles de Santiago. Y de “Miguel” nunca más se supo. Hasta marzo de este año. Ronald Quinteros había aceptado dar la cara y declaró judicialmente en febrero. Contribuyó en esos días con un retrato hablado de “Miguel”. Volvió a ir un mes después a un tribunal en el centro de Santiago, donde le mostraron la fotografía de un hombre, una reproducción de un carné de identidad de hace 20 años.
Y Ronald Quinteros, un cineasta de 43 años, en menos de un segundo reconoció, con una certeza del 100%, según el expediente, al hombre que alguna vez le cambió la vida. Este lunes, Ronald Quinteros estuvo al lado del tipo que conoció como “Miguel”. En las oficinas del ministro Mario Carroza, Quinteros fue careado con el sospechoso y lo volvió a identificar como el infiltrado de fines de los años 80. Veintisiete años después, Miguel aparecía con su verdadera identidad. Un ex carabinero que penetró la periferia del MIR.
La trampa
En la esquina de Radal con San Pablo, en la comuna de Quinta Normal, Iván Palacios y Eric Rodríguez esperaban la oscuridad. Tenían la intención de acercarse a un transformador eléctrico instalado en lo alto de dos postes y detonar una bomba. Cuando se acercaron a su objetivo, la CNI inició el operativo. Los testigos dicen que la luz se fue y comenzaron los disparos, que las ráfagas levantaron a ambos encapuchados en el aire y que luego, en el suelo, uno de ellos se convulsionaba mientras era pateado por civiles no identificados. Que varios vehículos llegaron al mismo tiempo y que los disparos duraron varios minutos, como si fuese un descomunal enfrentamiento.
Eran cerca de las 21 horas del 18 de abril de 1989, la última jornada de protesta oficial contra el régimen de Augusto Pinochet. En la vereda falleció casi al instante Iván Palacios, 18 años, egresado del Liceo A 78. A su lado, en la calzada, agonizaba Eric Rodríguez, un año mayor, otro ex alumno del mismo colegio de Quinta Normal. Falleció en septiembre de ese año, tras varios meses hospitalizado. Rodríguez y Palacios se conocían del A 78, pero habían estrechado vínculos en una misma militancia. Ambos tenían ideas de izquierda y en 1988, antes del plebiscito, se incorporaron a un grupo que se autodenominó La Resistencia y que obedecía, suponían, instrucciones del MIR.
La R.
La CNI informó esa noche que había sido un enfrentamiento, que ambos caídos eran milicianos rodriguistas y que un agente había resultado herido. En las investigaciones que luego hizo la Fiscalía Militar declararon tres agentes, todos con identidades falsas. Dijeron que en un patrullaje se encontraron por casualidad con Palacios y Rodríguez y que hubo un intercambio de disparos. Y que por la CNI sólo estuvieron ellos tres. Lo que declararon era mentira, admitieron años después, con sus nombres reales, al juez Carroza, quien investiga casos de violaciones a los derechos humanos de aquellos años y que reabrió esta causa en 2010.
En realidad, esa noche operaron varios equipos de tres personas cada uno. La CNI llegó al lugar con información privilegiada: sabían de antemano lo que harían Iván Palacios y Eric Rodríguez. Era una emboscada. Luis Arturo Sanhueza Ross, alias “El Huiro”, jefe de la Brigada Azul, que en la CNI perseguía al MIR, declaró en 2014 que en esos días recibieron otro dato de la misma fuente: una línea del Metro sería objeto de un atentado explosivo. La CNI vigiló varias zonas, pero no patrulló la Estación San Pablo, donde el 17 de abril de 1989, a las 15.03 horas, una bomba destruyó vagones de un tren sin gente. Según ex miembros de La R, ahí estuvieron Iván Palacios y Eric Rodríguez. Un día antes de caer bajo una lluvia de disparos.
Veinticinco años después, Sanhueza Ross reconoció que el operativo de la CNI que terminó con dos jóvenes abatidos se hizo por información entregada por un agente de la CNI conocido como “Miguel”, quien estaba infiltrado en grupos de izquierda y que “tenía muchas cualidades de inteligencia, de dominio de operaciones”.
Ex compañeros de los dos muertos sostienen que “Miguel” les dio, ese mismo día, la orden de colocar la bomba en San Pablo con Radal. “Esto fue puro sapeo”, le dijo Eric Rodríguez a su madre semanas después de caer herido, en el Hospital San Juan de Dios, antes de que su salud empeorara sin remedio.
En febrero de 2015, ya desvirtuada la tesis del enfrentamiento, el juez Carroza procesó a seis integrantes de la CNI por el homicidio calificado de Palacios y Rodríguez. Faltaba aún descubrir al agente infiltrado. Sólo se sabía que era originario de Concepción y que en la CNI, en Santiago, tenía acceso directo a la jefatura de la Agencia Metropolitana. A fines del año pasado, el juez Carroza abrió un cuaderno separado para identificar a “Miguel”. Y llegó la pista que esperaba.
La infiltración
La última noche de 1988, media hora antes del Año Nuevo, los discípulos de “Miguel” colocaron tres bombas. Era un inexplicable y descabellado homenaje a la Revolución Cubana, que cumplía tres décadas. Los objetivos eran el Servicio de Vivienda y Urbanismo, la dirección general del Metro y la casa matriz de la automotora Derco. Todo en el centro de Santiago. En los tres ataques simultáneos participaron una decena de jóvenes y con ello coronaron un año febril de acciones armadas.
Asaltaron guardias de azul en la Quinta Normal, colocaron bombas de ruido en los funerales del mirista Pablo Vergara Toledo, atacaron iglesias mormonas, robaron una tienda de andinismo y una botillería, unas veces con cuchillos, otras con revólveres, que eran más bien escasos. El jefe del grupo era “Miguel”, quien se hacía pasar por un comandante de las tres facciones en que se había dividido el MIR, la más militarista. “Miguel” se había acercado a grupos de familiares de presos políticos unos años antes, pero en la primera parte de 1988 comenzó a reclutar jóvenes ligados a esa cultura política: hijos, primos, sobrinos de militantes históricos del MIR.
Territorialmente, la mayoría provenía de Quinta Normal y Pudahuel; más tarde se sumaron otros reclutas en la Villa Francia. Y muchos procedían, además, de dos colegios: el A 78 y el Andacollo. En poco tiempo se sumaron varios estudiantes secundarios a La R. Entre ellos, Iván Palacios y Eric Rodríguez. Entre ellos, Marco Rodríguez, hijo de dos militantes emblemáticos del MIR. Rodríguez participó en ese grupo y años después, en 2002, fue apresado en Brasil por el secuestro del publicista Washington Olivetto, un plagio que perseguía dinero para las Farc de Colombia. Ocho años más tarde se fugó de Brasil y su paradero es hoy desconocido.
Todos los que participaron en ese tiempo eran menores. La ley establecía la mayoría de edad a los 21 años, la que bajó a 18 años recién en 1993. “Miguel” los fotografió con armamento y los instruyó en el manejo de fusiles Aka y Fal, subametralladoras Uzi, pistolas, TNT y mechas. Muchas instrucciones militares las realizaron en capillas de la zona poniente de Santiago.
Uno de esos ex militantes reivindica la adhesión a la causa antipinochetista. “Vivimos y pensamos que estábamos haciendo algo por el país”, analizó hace unos años quien usaba el nombre falso de “Pedro”. Pero la radicalización los cegó. Tanto que en círculos de izquierda eran conocidos como “los ayatolas”. O en jerga revolucionaria, unos “cabezas de pistola”.
Carlos Moreno, dirigente de Pudahuel y encargado regional del MIR, supone que quienes apedrearon y dispararon contra su casa en esos años fueron los discípulos de “Miguel”, quienes criticaban su “amarillismo” y su poco arrojo. A él le tenían dedicado un cuchillo con una consigna inscrita en él: “La R te mata por traidor”. “Miguel” solía criticar al MIR Político.
A comienzos de 1989, las dudas entre los militantes de La R crecieron. Mientras “Miguel” viajaba al sur, como era habitual, cruzaron datos: la abundancia de recursos de “Miguel” -armamento y vehículos- era inusual y su discurso político, radical, estaba lleno de incoherencias. Pero otro dato causó extrañeza: nadie en el MIR lo conocía. Aterrados, varios militantes se contactaron con el Comité de Derechos del Pueblo, Codepu, un organismo de defensa de derechos humanos ligado al MIR, y pidieron auxilio.
En pocas semanas, los precoces subversivos hicieron declaraciones juradas que mantuvieron en secreto y muchos arrancaron. La mayoría cruzó la cordillera en bus, a comienzos de abril, hacia Argentina, donde estuvieron durante años. Iván Palacios y Eric Rodríguez no viajaron. “No estuvieron de acuerdo con la idea (de) que “Miguel” era un infiltrado (…). Se quedaron en Santiago y continuaron en contacto con él”, declaró Ronald Quinteros en febrero.
Tras la muerte de Iván Palacios, la olla se destapó. El Codepu entregó la información a la revista Pluma y Pincel, que publicó la historia de “Miguel”, pocos días después de la balacera de calle San Pablo. Y “Miguel” se borró del mapa.
La caida de «Miguel»
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Jorge Enrique Rivas Arancibia subió caminando las escaleras del Hotel Araucano, en Concepción. Iba con otros dos agentes, un militar y un marino adscritos a la CNI, en busca de un radiotransmisor que había difundido desde allí una proclama de radio Liberación. En el piso 10, en la habitación 1017, estalló una bomba puesta por el MIR. El militar y el marino murieron ese 25 de marzo de 1985. Jorge Rivas, un carabinero en comisión de servicio en la CNI desde 1984, sufrió diversas fracturas, quedó con un trauma acústico severo y una cicatriz en el cuello.
Ex integrantes de La R decían que “Miguel” tenía una cicatriz en el cuello, que se parecía a Alvaro Corbalán, el jefe de la CNI y que tenía ojos como de sapo.
Por las secuelas del atentado del Hotel Araucano, Jorge Rivas se acogió a retiro de Carabineros en junio de 1986, con el grado de cabo segundo y 13 años de servicio. Pero se mantuvo en la CNI hasta 1989. Su nombre llegó a Mario Carroza por boca de una de las militantes de La R.
La topógrafa Evelina Bahamondes tenía 20 años cuando se incorporó al grupo, a fines de 1988. Participaba en la célula de Villa Francia. Al juez le dijo que tuvo severas discrepancias con “Miguel” y que tras una discusión a gritos, y en un descuido de su jefe, husmeó en su bolso y encontró una cédula de identidad. Memorizó un nombre: Jorge Rivas Arancibia.
El juez pidió entonces información al Registro Civil. La copia del carné de identidad emitido en 1994 quedó registrada en la foja 107 del cuaderno separado y el juez comenzó a citar testigos. Evelina Bahamondes lo reconoció de inmediato. “No tengo ninguna duda que corresponde al infiltrado de la CNI”, declaró Ronald Quinteros en marzo. Otras dos personas dijeron lo mismo. También tres agentes de la CNI, entre ellos, Luis Sanhueza, condenado por la Operación Albania y el asesinato de Jécar Neghme.
Jorge Rivas llegó el 1 de julio a la Brigada de Homicidios de la PDI en Iquique, ciudad donde vive y trabaja: es el encargado de seguridad del club Deportes Iquique. En octubre cumple 67 años. En abril de 1989 tenía 39. Rivas negó todo.
“Durante mi desempeño en la CNI nunca se me ofreció realizar alguna misión como agente infiltrado”, dijo en la primera declaración que ha prestado por causas de derechos humanos. El ex uniformado dijo que en la CNI tenía el apodo de “Manolo”, que trabajó como conductor de vehículos y que nunca realizó actividades operativas. Que sólo trabajó en Concepción y que a Santiago iba solamente una vez al mes, a dejar la correspondencia, como estafeta. “Nunca tuve contacto con jóvenes con ideologías políticas contrarias al gobierno militar”, afirmó a los detectives. En su historial figuran dos detenciones por giro doloso de cheques, en 1991 y 1994. Y tiene una pensión de retiro de $ 408 mil, según un informe de Capredena.
Carroza ordenó que trajeran a Rivas a Santiago y lo interrogó el jueves 25 de agosto. Rivas repitió su negativa y afirmó que en la CNI sólo cumplió tareas administrativas y guardias de cuartel. “Nunca se me ha llamado ‘Miguel’”, insistió.
Pero el lunes de esta semana fue careado con quienes vieron alguna vez a “Miguel”, dentro y fuera de la CNI. Y todos lo reconocieron. Siete personas. Evelina Bahamondes, Ronald Quinteros y Carlos Moreno lo identificaron como el infiltrado de 1988. Y también otros cuatro agentes de la CNI. Carroza lo procesó ese día como autor de los homicidios calificados de Iván Palacios y Eric Rodríguez y ahora está recluido en el Centro Transitorio de Detención de Carabineros, en Ñuñoa.
Dos de los agentes con los que fue careado recordaron, al verlo, otro dato significativo que encajaba con su descripción física. En el Cuartel Grajales de la CNI, sus colegas lo conocían como el “Ojitos Saltones”. A Jorge Rivas lo delataron sus ojos.