por Oscar Azócar (*)
El rechazo a la campaña del gobierno de Estados Unidos que busca la intervención militar en Venezuela -respaldada por la política exterior del gobierno de Chile- ha suscitado una fuerte confrontación política e ideológica en nuestro país.
Los comunistas y otros sectores han llamado al gobierno chileno a desalinearse de la postura de intromisión en los asuntos internos de ese país, mientras la derecha y un sector democratacristiano y concertacionista defienden la postura pronorteamericana de la cancillería, profiriendo destemplados ataques anticomunistas.
¿Qué fenómenos son los que están cursando en el fondo?
El intervencionismo norteamericano en América Latina
La idea de una intervención militar estadounidense en Venezuela no es un artificio. En América Latina hay un vasto historial al respecto. Desde que en 1823 se formuló la Doctrina Monroe, haciendo pié en la idea de “América para los americanos”, el gobierno estadounidense ha recurrido a anexiones, invasiones militares, golpes de estado, dictaduras terroristas, mecanismos represivos continentales como la Operación Cóndor, el Plan Colombia, etc.
En el caso de Venezuela, el presidente Obama decretó una Orden Ejecutiva que considera a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”, y el presidente Trump anunció “una posible opción militar si es necesario”, en el marco de la Estrategia de Seguridad Nacional para 2018, que contempla como uno de sus objetivos el cambio de régimen en ese país.
Al mismo tiempo, el Secretario de Estado, Rex Tillerson, recorrió recién América Latina para crear un ambiente favorable a la intervención militar.
La OEA ha sido pieza clave de esta campaña, que hoy se concentra en el propósito de excluir a Venezuela de la Cumbre de las Américas que se celebrará en Lima en abril, coincidiendo con la ruptura del diálogo que se había iniciado entre el gobierno y la oposición en República Dominicana, luego que el gobierno norteamericano le ordenara a la oposición retirarse de las elecciones presidenciales de abril próximo.
Aunque el anticomunismo ha sido el fundamento principal del intervencionismo norteamericano, éste ha sido desplegado por igual contra gobiernos y políticos que no eran de izquierda, como lo muestran el asesinato en 1948 del candidato liberal favorito a las elecciones presidenciales de Colombia, Jorge Eliecer Gaitán; el derrocamiento en 1954 del gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala; el golpe de estado contra Joao Goulart en Brasil en 1964; el golpe de estado contra el gobierno constitucional de Juan Bosch en República Dominicana en 1963, y la posterior invasión militar norteamericana en 1965, entre otros.
El concepto de imperialismo
Las invasiones militares a Afganistán, Libia, Irak, Siria, entre otros países, evidencian que el imperialismo no es cosa del pasado. Hubo un tiempo -décadas de los 80 y 90- en que algunos reemplazaron el concepto de imperialismo por globalización, interdependencia de las naciones, imperio, etc.
Era la época de avance del neoliberalismo, de derrumbe del socialismo y de la crisis de la izquierda.
En el mundo actual, los problemas de la guerra y la paz, la preservación del medio ambiente, la justicia, la libertad, la igualdad y la democracia, están indisolublemente vicnulados con la existencia del imperialismo. Los únicos que se abstienen de hablar de ello, son sus apologistas abiertos o encubiertos.
Aunque se derrumbó la URSS y el socialismo en Europa del Este, no terminó la guerra fría.
El gobierno de Estados Unidos –que es el núcleo organizador del imperialismo- rápidamente definió nuevos enemigos, aumentando su agresividad, como lo muestran el crecimiento de las bases militares, los golpes de estado en Honduras, Paraguay, las amenazas y provocaciones permanentes contra Venezuela, Ecuador y Bolivia, el genocidio palestino, etc.
Está plenamente vigente la definición del imperialismo como fase superior del capitalismo, en que impera la concentración de la producción y del capital, la fusión del capital bancario e industrial, el predominio de la exportación de capitales por sobre la exportación de mercancías, la puja por el reparto de los mercados a escala planetaria, el reparto territorial del mundo.
Agreguemos los cinco monopolios que caracterizan el funcionamiento del capitalismo contemporáneo según Samir Amin: el tecnológico, el control de los mercados financieros, el acceso a los recursos naturales, el de los medios de comunicación, y el de las armas de destrucción masiva.
El antiimperialismo
Consecuentemente, el antiimperialismo sigue siendo un componente fundamental de la lucha de los pueblos, particularmente en América Latina.
En su época en Chile, el programa de la Unidad Popular y el accionar del gobierno de Salvador Allende daban cuenta de la fortaleza de la lucha antiimperialista y de su irradiación en la conciencia popular. Tanto así que la nacionalización del cobre llevada a cabo en 1971 fue aprobada por unanimidad en el Congreso Nacional.
Años antes, el gobierno de Eduardo Frei Montalva, que de una parte se encuadró en la estrategia norteamericana de la Alianza para el Progreso para contener el avance de la izquierda en América Latina, tuvo ciertos reflejos en la “chilenización del cobre” y en el rechazo a la invasión norteamericana en República Dominicana en 1965.
Estados Unidos vive hoy un proceso de debilitamiento de su poderío global. Algunos de los rasgos de esta declinación son el desplazamiento del centro de gravedad de la economía mundial hacia el Asia Pacífico, la emergencia de rivales más numerosos y poderosos, entre ellos Rusia y China, los avances en la resistencia al imperialismo, como la derrota del ALCA en 2005 o el reconocimiento del fracaso del bloqueo a Cuba.
El sistema internacional se ha tornado más plural y equilibrado, pero también más inestable, evidenciando que en su fase de descomposición, el imperialismo se torna aún más agresivo, y América Latina es para Estados Unidos la región más importante del planeta y su retaguardia, por su valor estratégico y su dotación de recursos naturales.
Los cambios democráticos y revolucionarios solo serán posibles si se plantean como parte de un mismo proceso a nivel continental, fortaleciendo las experiencias de integración que hoy cursan. Ese fue el carácter de la guerra de liberación por la independencia, que tuvo como campos de batalla toda la geografía americana, y como objetivo, en las mentes más lúcidas que la condujeron, el sueño de la unidad.
Si los procesos de cambios se quedan en el ámbito nacional, perecerán o serán presa fácil de “golpes blandos” o duros, de maniobras desestabilizadoras, que las fuerzas reaccionarias locales siguen impulsando bajo la dirección de Estados Unidos.
Conquistar en América Latina una correlación de fuerzas democráticas y progresistas a favor de los cambios, que limite la injerencia externa, es una cuestión clave. De allí la importancia de la lucha antiimperialista.
(*) Sociólogo