Martín Gusinde (1886-1969), religioso austríaco, realizó cuatro expediciones a Tierra del Fuego desde 1918 a 1924, bajo los auspicios del Ministerio de Instrucción Pública de Chile; resultado de ellas fue su obra Los Indios de la Tierra del Fuego, publicada originalmente en alemán en 1931. Una traducción al castellano fue realizada por el Centro de Etnología Americana de Buenos Aires en 1982. El presente es un fragmento del Tomo I, Vol. I: ‘Los Selk’nam. De la vida y del mundo espiritual de un pueblo de cazadores’.
BAJO LA INFLUENCIA ANIQUILADORA DE LOS BLANCOS
Debo revelar ahora la imagen repugnante de la matanza sistemática de esta magnífica tribu de indios llevada a cabo por blancos codiciosos. ¡En verdad, no es un deber agradable! Tengo el coraje para presentar los hechos manteniéndome fiel a la verdad. Todos preguntan, asombrados, por las causas que han reducido en el lapso de cincuenta años a este pueblo vital, de aproximadamente 4.000 personas, a apenas cien sobrevivientes. Como en otras partes del mundo extraeuropeo, también en este rincón de la tierra el «hombre civilizado», ávido de riquezas, se ha abierto paso con armas de fuego y veneno por los poblados de los desprevenidos indígenas, marcando ese paso con torrentes de sangre y dejando las armas de lado sólo cuando se había apoderado de la totalidad de las tierras ambicionadas. ¡Los derechos humanos más sagrados fueron pisoteados con la más brutal violencia! Una fiera jamás actúa contra sus congéneres con la ferocidad con la que aquellos blancos se comportaron con nuestros indios. Estas líneas son una eterna acusación contra aquellos cazadores de hombres que despiadadamente asesinaron al pueblo selk’nam.
1. Los selk’nam según antiguos viajeros
Para un conocedor de la historia, no necesito describir con más detalle la valoración que recibieron los pueblos primitivos de los viajeros en la época de los descubrimientos. Los forasteros armados consideraron a aquellos confiados y curiosos e, inicialmente, todavía tímidos hijos de la naturaleza, como libres objetos de sus caprichos, desamparados de toda ley. Mientras los indios saludaban al hombre blanco que venía en sus grandes embarcaciones de extraño aparejo, con los signos de sentimientos amistosos y pacíficos, incitaban con su peculiar exotismo tanto más el afán de aventuras de aquél. Sin escrúpulos, tiraban con sus pesados cañones sobre los aborígenes amontonados en la orilla, para disfrutar del efecto de este juego atroz o encerraban en sus barcos a los individuos cazados con artimañas y por la fuerza, para presentarlos a sus compatriotas una vez regresados a su país, como extraordinarios objetos de exhibición.
En casi todos los casos, el primer encuentro entre europeos e indígenas de cualquier tribu tuvo un final sangriento. Está probado que casi siempre fueron los blancos quienes comenzaron la violencia y, así, son culpables del creciente resentimiento de los aborígenes contra los extranjeros recién llegados. Al final los indios descargaron indiscriminadamente su venganza sobre cualquier europeo que trataba de acercarse a ellos.
También, en las relaciones de los blancos con nuestros selk’nam, se va repitiendo esta forma generalizada en los encuentros entre los europeos con los aborígenes. ¿No es característico que los asombrados selk’nam trataran de acercarse a su «descubridor» SARMIENTO DE GAMBOA, después de que, ante sus ojos, habían depuesto sus armas, y sin embargo él dejara desembarcar a sus soldados con la orden de atrapar a uno de esos gigantes para llevarlo a su barco? (pág. 23). El 22 de noviembre de 1598, O. VAN NOORT avistó a un indio en la costa norte de la Isla Grande.
Los marineros enviados no lograron atraerlo, ni mucho menos a los compañeros que aparecieron junto a él; por lo que los soldados «tiraron cinco o seis veces con su fusil que no molestó al primer salvaje porque no sabía lo que era» (pág. 25). Los habitantes de la Bahía del Buen Suceso habían ido confiados y apresurados al encuentro de la tripulación de los dos NODAL, que también trataron de capturar a algunos indios (pág. 26).
Más adelante, también pacíficos y confiados, estos indígenas fueron hacia el navegante inglés JAMES COOK y su acompañante BANKS (pág. 31); «eran de aspecto muy amistoso y más alegres y contentos» que los yámana del Christmas Sound, como dijo G. FORSTER (pág. 35). Por más desagradable que fuera, más tarde, la impresión que causaron al joven DARWIN, nunca se mostraron hostiles (pág. 37).
Los distintos navegantes tienen innegablemente toda la culpa por las diferencias con los aborígenes, porque éstos iban hacia los blancos con la candidez de los primitivos. Pero las amargas experiencias que hicieron cuando uno de los suyos era raptado o alcanzado por las balas, los desconcertaron al principio y, más tarde, los impulsaron a la venganza. Un episodio ocurrido durante el motín bajo CAMBIASO ilustra la animosidad y el nerviosismo creado entre los aborígenes. En aquella noche, algunos refugiados trataron de huir, en un bote, a la costa norte de la Isla Grande «pero se les opuso una partida de indios, que les disparó, hiriendo a uno de los soldados» (BROWN: 55). Los nativos, probablemente asustados por el intento nocturno de un desembarco en su territorio, se decidieron por la defensa armada.
Los aborígenes fueron cada vez más reservados en sus demostraciones de amistad hacia los forasteros europeos. BRIDGES reconoció claramente las bien fundadas razones para ello, cuando, en febrero de 1878, trató de acercarse por primera vez a los selk’nam. Cuando ni un solo indio aceptó su compañía, se dijo: «It rather proves the result of their past intercourse with foreigners to have engendered fear and not confidence. Of course, we know this is largely owing to their own conduct, wich leads to mutual hostilities» (MM: XII, 125; 1878). Los europeos mismos causaron una actitud cada vez más hostil de los fueguinos.
2. Según la opinión de viajeros recientes
Así como antes se dividió la historia de la investigación en dos partes (pág. 18), separo aquí también las opiniones correspondientes a antes y después del año 1876 ó 1880. Hasta el último cuarto del siglo XIX los selk’nam fueron visitados por los europeos en muy raras ocasiones. Sin embargo, hacia fines de la década del 70 los blancos empezaron a inundar literalmente su tierra natal, y, en los años subsiguientes, la ocupación fue tan densa, que para los indios mismos no quedó espacio suficiente. Esos son los pocos decenios de despiadados intentos de exterminio por parte de los europeos.
Si nos fijamos en algún juicio de los blancos de esta época sobre los indígenas fueguinos, se descubren las contradicciones más violentas; porque desde un principio tomaban una actitud contraria frente a los indios. Raras veces las opiniones son objetivas, sino más bien son de una mezquina subjetividad.
En cambio, siento mucho que no dispongamos de una lista de los juicios que los indios habrían podido emitir sobre cada uno de los europeos. Nuestros indios no sólo poseen buenos ojos, sino también una fina sensibilidad para el bien y el mal, para la amabilidad y la grosería, para el aprecio o el desprecio hacia su pueblo que tuvieron que soportar de los extranjeros. Sólo se guardan su opinión frente al blanco mismo; por decencia, por un lado, y por prudente consideración, por el otro, aunque sufran amargamente por humillaciones y violaciones.
a. Los indios ayudan a los náufragos
De nuestros indios se dice que, también en esta época de mayor tránsito naval, repetidamente han demostrado una sincera disposición de ayudar a los náufragos en aquellas apartadas regiones1. PEDRO GODOY, el gobernador argentino del Territorio Magallanes, defiende oficialmente a los selk’nam, como también a los yámana, contra calumnias de ciertos europeos y afirma que «en el territorio no hay peligro por parte de los indígenas. Éstos, de naturaleza dócil, bondadosa y sumisa, vagan en pequeños grupos cazando».
Califica a los intrusos blancos de perturbadores de la paz y, en un informe oficial, advierte: [*] 388 a su propio gobierno contra ellos:
«El gobierno no debe atender a esos amansadores de indios, que vienen a pedirles grandes concesiones de tierras con el objeto de atraerlos a la vida civilizada, y que lo que hacen es explotarlos en beneficio propio».
En dos cartas del 16 de agosto y del 5 de septiembre de 1893 el pastor JOHN LAWRENCE informó a su S. A. Missionary Society sobre el velero inglés «Duchess of Albany», que encalló en la costa nordeste de la Isla Grande. La tripulación era de 28 personas de las que dieciséis se dirigieron a la subprefectura en Bahía Tetis.
Mientras atravesaban esta región, vieron algunos indígenas; «but happily they were friendly, though the sailors were in great fear, knowing that at any moment they might be surrounded by a hostile band of uncivilised Indians. In describing their manner and appearance the shipwrecked men spoke of their feelings of gratitude when the natives showed signs of friendship towards them» (MM: XXVII, 167, 183; 1893). Uno de los tripulantes quedó para siempre con los indios, aprendió su lengua, le permitieron más tarde tomar parte de la fiesta klóketen y él murió también aquí, como me contó TENENESK.
Dos años antes, POPPER recordaba un episodio similar en un informe del 11.6.1891 para el ministro argentino de Justicia, en el cual dice que los indios mismos habían acompañado a un grupo de hombres de mar, después de que ellos habían naufragado, desde el lugar del accidente hasta la misión, junto al Canal de Beagle. En otro caso, devolvieron a su propietario europeo un cargamento de víveres perdido y que, por casualidad, habían encontrado en la costa.
De estas y otras experiencias deriva un juicio muy favorable sobre los indígenas y dice: «I have never found these Indians to display any hostility either to shipwrecked sailors or expedition parties». También en otra parte atestigua que «in spite of their savage mode of life, have repeatedly displayed the most humane feelings».
Este mismo POPPER, sin embargo, ha cometido impunemente salvajes abusos entre ellos. ¡Así han sido pagados los que ayudaron solícitamente a los náufragos! De especial valor es el juicio concluyente del misionero BORGATELLO (e): 47.
b. Testimonios de observadores fidedignos
Traeré a colación seguidamente una corta serie de opiniones de hombres intachables sobre el carácter de los selk’nam. Por un lado, creo que les debo la rehabilitación y, por otro, la brutalidad de los europeos salta tanto más a la vista.2
El alférez de fragata chileno RAMON SERRANO M. fue el primero que atravesó, en 1878, una parte de la Isla Grande (pág. 51). En esta oportunidad logró atraer varios grupos de los tímidos fueguinos, y ganar su confianza. Aunque una noche mataron a tiros algunos de sus caballos, le parecieron «de un carácter suave i fáciles de civilizar; bastaría hacerles comprender prácticamente las ventajas del comercio para atraerlos i civilizarlos poco a poco». El gobernador chileno MANUEL SEÑORET sintió, en esos tiempos de graves persecuciones, la obligación de interceder ante su Gobierno por los indios totalmente desamparados, a los que describió: 25 como «un pueblo interesante, intelijente y vigoroso».
El investigador sueco OTTO NORDENSKJÖLD (e):18 les atribuye valiosas cualidades espirituales y de carácter, por lo que HULTKRANTZ: 127 los caracteriza como «un pueblo física y psíquicamente bien dotado». HOLMBERG (a): 55 dice que nuestro indio fueguino es «confiado y bondadoso». Otros hombres de bien, testigos de las graves violaciones a las que estaban expuestos los indios indefensos, reconocen las excelentes virtudes del alma de esta tribu, y elevan su voz para incriminar a sus acosadores europeos.
Según DABBENE (a): 41 «esos indígenas tienen un fondo bueno, y se hubieran civilizado fácilmente si de manera más humana hubiesen sido tratados por los primeros colonos, en vez de haber sido presa de aventureros ávidos y crueles». F. A. COOK (d): 89 da en la tecla diciendo: «Los indios desconocidos e incomprendidos, fueron expulsados de su antigua tierra natal».
Los misioneros católicos también justipreciaron a nuestros selk’nam objetivamente. Aunque alguno que otro utiliza aún para los aborígenes la expresión «salvajes», quiere referirse con ella a la miseria de su forma de vida exterior. En otras partes nos encontramos con valoraciones inequívocas. DEL TURCO (SN: X, 143; 1904) escribe de la «noble raza de los Onas con sus costumbres relativamente suaves». Y su gran protector FAGNANO de año en año los apreciaba más por las altas cualidades de su alma.
c. Actitud de europeos codiciosos
En aguda contraposición aparecen las disposiciones de aquellos europeos codiciosos y aventureros que penetraron en la tierra de los selk’nam para buscar ventajas personales. Para ellos el indio valía poco más que un animal, y no tenía derecho alguno a la tierra con la que estaba íntimamente ligado desde siglos. Era un mero obstáculo en su intento de acaparar tierras, que les producirían pingües ganancias o abundantes pepitas de oro, por lo que se convirtió en el blanco de sus armas de fuego.
En primer lugar señalo con el dedo el comportamiento cobarde y sin honor del teniente RAMON LISTA que, por orden del gobierno argentino, debía atravesar, a fines de 1886, el este de la Isla Grande. Ya, al desembarcar, se produjo un choque sangriento con los aborígenes. Más tarde, para obtener baqueanos, algunos indios que pescaban en la costa, fueron rodeados por soldados y llevados prisioneros. Contra otras violaciones alzó su voz el capellán castrense FAGNANO.
El médico militar SEGERS informa: «Muchas veces se le escapaban quejas contra el mal proceder de los soldados, que habían cometido tantos atropellos contra gente indefensa y casi desnuda, que huía de ellos y que nada había hecho contra la expedición».3 Ese fue el primer enfrentamiento de una comisión argentina con los indios: ¡un presagio amenazador para el futuro! Poco después aparecieron los franceses WILLEMS y ROUSSON, de triste memoria (pág. 53).
Con el tiempo, los blancos habían echado raíces a lo largo de toda la costa norte de la Isla Grande. Querían aprovechar la tierra para la cría de ovinos y también habían encontrado oro por primera vez. Un enjambre de europeos codiciosos se lanzó entonces sobre la patria de los selk’nam, como una gigantesca ola embravecida.
Anunciando calamidad desde lejos, arrebataba sin piedad las vidas de los indios tomados por sorpresa. ¡Qué terrible es, en sus consecuencias, el choque de representantes de dos niveles culturales diferentes! Un vaho nauseabundo de pseudocivilización se extendió por la tierra hasta entonces virgen, envenenando la vida local y manchando incluso a la naturaleza inerte. Incontables son las fechorías y violencias más crueles, las flagrantes violaciones del derecho natural y los viles asesinatos perpetrados sobre esta isla. ¡El afán de riquezas europeo ha aniquilado sin piedad a toda la tribu!
Los blancos recién llegados forzaron su entrada y su avance por la isla con armas de fuego. Junto a las minas de oro recientemente descubiertas, se agolpó, de la noche a la mañana, una animada chusma de aventureros, borrachos, dudosas existencias con oscuros pasados y fugitivos de la ley. ¡Ojalá aquellos «salvajes» nos hubieran transmitido su juicio sobre cada uno de los blancos «representantes de la civilización»! Como las burbujas son atraídas por remolinos poderosos, así se junta con increíble rapidez la escoria de la humanidad y, por donde pasa, obra desastres.
3. La lucha por su tierra
El brillo del oro y la posibilidad de ganar tierras productivas han hecho que los blancos rapaces cayeran como buitres sobre la Isla Grande, después de que las dos expediciones de reconocimiento de SERRANO y LISTA atrajeron la atención de muchos sobre la isla, anteriormente desacreditada como inservible. Buscadores de oro y de aventuras y osados ganaderos se disputaban las presas. Cualquier medio era bueno cuando había algo para arrebañar.
El indio estorbaba esa ilimitada codicia. En vano se defendió con sus armas débiles. Tenía que sucumbir ante el más fuerte. Su tierra natal fue generosamente regada con sangre de sus hermanos de tribu y, al retirarse a los bosques de las montañas del sur, abandonó su ancestral patrimonio a los desalmados emisarios de europeos ávidos de dinero. La violencia de los blancos que aniquilaron la vigorosa tribu de los selk’nam en el lapso de tres décadas, dejará para siempre una repulsiva mancha en la historia de la humanidad.
a. Los buscadores de oro
La primera invasión de blancos codiciosos llegó a la Isla Grande atraída por el oro. Se encontraron ricos yacimientos -unos más ricos, otros menos- en distintos lugares del territorio magallánico. Los descubrimientos de la gente de R. SERRANO, en su marcha de 1878/79, hicieron que todos los ojos se volvieran a la gran isla del sur. En el río, llamado por ellos Río del Oro,4 y que desemboca en la Bahía de San Felipe, juntaron con facilidad una buena cantidad de pepitas, que luego mostraron a quienes las querían ver en la orilla norte del Estrecho de Magallanes. Así comenzó una agitación febril entre todos los colonos. Cada uno quería enriquecerse rápidamente, antes que los demás. Poco después de 1880, por primera vez, pequeños y osados grupos trataron de penetrar en el interior de la Isla Grande.
Por esos años, no existían allí ni autoridades civiles ni policiales. Nadie era observado en sus acciones y mucho menos llamado a responder por ellas. La fiebre del oro también atrajo a aventureros de los bajos fondos de Europa. Cuando éstos se encontraban con indígenas, las consecuencias para los mismos eran funestas. El indio tenía fama de ser un enemigo peligroso, en cuyo territorio no se había adentrado hasta entonces ningún europeo. Cuando se acercaba a tiro de fusil lo mataban sin miramientos.
Siempre luchaba en la defensiva con desventaja. No faltaban las peores violencias contra las indias; muchos ataques a las familias eran incitados por las bajas pasiones de los buscadores de oro. Su salvaje proceder era tan conocido, que el gobernador SEÑORET: 24 lo admite en un documento oficial, pero no dispone medida alguna para remediarlo. Sus pocas palabras sobre la situación de los indios son significativas: «¡Los mineros los habían maltratado sin piedad, arrebatándoles las mujeres e hijos!»
El lamento de las víctimas indígenas se perdió en los bosques de su otrora pacífica patria.
Cuando también descubrieron oro en algunas cuevas costeras de la entrada oriental del Estrecho de Magallanes, el audaz rumano JULIO POPPER reunió una banda de cincuenta buscadores de oro, a los que se unieron criminales, fugitivos y vagabundos de la peor calaña. Equipó a cada uno con buenas armas y marchó él al frente de esta turba hacia la costa este de la Isla Grande. «El desembarco lo hizo en son de guerra y con su jente amunicionada y armada, estableció el campamento donde mejor le plugo» (FUENTES: II, 139).
En sus salidas de exploración siempre lo acompañó la suerte. Descubrió una vena aurífera muy rendidora en la costa norte de la Bahía de San Sebastián y levantó un poblado como centro de sus operaciones. Le dio el nombre de Páramo. Los éxitos fomentaron el egoísmo y la ambición de este hombre. Cuando el oro comenzó a amontonarse, lo atacó una verdadera megalomanía, en combinación con un aprovechamiento desconsiderado de todos los medios que pudieran servir a sus deseos.
Con violencia tiránica mantenía reunidos a sus mineros, a los que explotaba a fondo. Debían trabajar totalmente desnudos y tenían que entregarle la mitad del oro que encontraban. Hizo acuñar monedas5 propias, e introdujo sellos postales que sólo valían en su Páramo; mantenía, además, su propia guardia de seguridad.
¡Uno se pregunta asombrado cómo el gobierno argentino permitió que actuase así a su antojo! Desde Páramo se dispersaron mineros descontentos por toda la Isla Grande, rumores sugestivos y posibilidades seductoras invitaban a unos hacia aquí y a otros hacia allá. Los indios cayeron en una terrible confusión cuando, desde todos los ángulos, tuvieron que sufrir los asaltos de los blancos.
Pobres de aquellos qué se disponían para la defensa con sus arcos y flechas de modesto alcance: ¡entonces sí que no tenían perdón! Los hombres eran baleados sin reparos, y las mujeres atrapadas para satisfacer las pasiones de estos asesinos. Pero peores estragos causaba entre ellos el propio POPPER, cuando emprendía nuevas excursiones de reconocimiento, con su turba armada, hacia el lejano sur. Cadáveres de indios marcaban su paso; el temor y el pánico empujaban a los aborígenes hasta los lugares más recónditos. Él mismo cruzaba la isla cómo lo describió (d): 146, en una conferencia pública que dio en Buenos Aires, «siempre en guardia, arma en mano, acompañado por un pequeño grupo de hombres adictos y decididos».
Éstas eran las primeras lecciones de civilización europea para los indios, hasta entonces abandonados a sí mismos. Su vida familiar y tribal quedó inesperadamente desgarrada; se veían en constante peligro de muerte.
El odio y el encono hacia los asesinos y violadores de mujeres los arrastró a una desesperada lucha defensiva, en la que, finalmente, se desangraron. POPPER (d): 142 mismo admite que las regiones auríferas que él encontró se convirtieron inmediatamente «en un campo de batalla, en un palenque de guerrillas salvajes, que durante más de dos años se entablaron alrededor del vil metal». ¡Mucha sangre y perversión mancha aquel oro de Tierra del Fuego!6
b. Los estancieros
Aunque el descubrimiento del oro tuvo efectos tan desastrosos sobre los primitivos habitantes, las salvajes orgías de los mineros cesaron después de unos pocos años. Pero otros enemigos mucho más poderosos se alzaron, intensificaron la guerra y lucharon hasta obtener la victoria final: los ganaderos y los estancieros.
El año 1878 puede considerarse como el comienzo de la cría del ganado lanar en el territorio magallánico, emprendida de manera extensiva y comercial. Apenas se habían formado las primeras estancias al oeste y norte de Punta Arenas, cuando ya en 1884 se formaron, sobre la costa septentrional de la Isla Grande, análogos establecimientos. Un extraño destino dispuso que en la mencionada Bahía Gente Grande, donde SARMIENTO DE GAMBOA, cerca de trescientos años antes, había avistado al primer indio selk’nam, se levantara la primera estancia para cría de ganado lanar en la Isla Grande. Pronto le seguirían otras. Cuando estos ensayos prometieron buenos resultados, comenzó una competencia despiadada en la repartición de las tierras aprovechables.
Un nuevo enjambre de europeos codiciosos se abalanzó sobre la patria de nuestros selk’nam, matando y violando, quemando y aniquilando a cualquier nativo que se le presentara. Con eso volvió a comenzar la furiosa lucha de exterminio de los superpoderosos europeos contra indios indefensos, que encontró pronto fin con la disolución de la unidad tribal y el ocaso de este pueblo. La consigna de los blancos era ¡eliminar al indio a fin de liberar la tierra para las majadas productoras de dinero!
Significativamente, ya en 1882 «The Daily News» mezcló su voz con el horroroso grito de guerra, aunque en un tono que sonaba algo más suave: «lt is thought that the country of Tierra del Fuego would prove suitable for cattle breeding, but the only drawback to this plan is that to all appearance it would be necessary to exterminate the Fuegians…»7
Los selk’nam fueron presentados desde el principio como fantasmas que amenazaban a los intrusos europeos, y luego fueron declarados obstáculos peligrosos para el aprovechamiento de la tierra. Con el planteo de este dilema todos trataron de cohonestar, ante la opinión pública, la brutal desposesión de derechos a la que era sometido el aborigen y su alevoso asesinato. Los blancos levantaron alambrados que cercaban vastas tierras para sus rebaños.
Los peones espantaban a tiros a los indios curiosos que se acercaban. Los indígenas, encolerizados, procedían a la venganza. De pequeños incidentes resultaban asaltos mayores a los que seguían violentas represalias. Avanzando constantemente con armas de fuego los blancos fueron limpiando de los indios que allí habitaban enormes áreas que luego se alambraron.
Rechazados así, los hijos libres de los antiguos propietarios de la isla retrocedieron cada vez más al sur. Aparte de la inseguridad constante, la búsqueda de alimentos se había dificultado para ellos porque los blancos impedían su libertad de movimiento, espantaban sus piezas de caza y las exterminaban masivamente con armas mucho más potentes.
La situación crítica así creada tuvo consecuencias vitales para el indio. «Al extenderse la propiedad del europeo, sus medios de vida fueron siendo (sic) más escasos, porque disminuía su radio de acción, y en el blanco tenía el principal destructor del guanaco, su principal alimento» (HOLMBERG [a]: 53).
Su sentimiento natural le otorga el derecho a la vida y al alimento necesario para ella en su propia patria, derecho del cual disfrutaba desde épocas remotas. Ahora pastaban pacíficamente cientos y cientos de «guanacos blancos», como llamaba a las ovejas, en sus dominios.
Hacia ellos extendió su mano cuando el hambre lo acosaba y se regaló con ellas. Los estancieros montaban en cólera, exageraban sin medida el hurto, inventaban todo tipo de cuentos espeluznantes, describían su propia inseguridad y hablaban de espantosos ataques de aquellos peligrosos salvajes. Otra vez salían grupos de peones de los estancieros en cuestión, armados hasta los dientes y apoyados por aventureros vagabundos. En un amplio radio de la estancia baleaban a cada indio que se acercaba a tiro de fusil.
De día en día se tornaba más crítica la situación de los aborígenes. Si hasta entonces sólo habían tomado ovejas para saciar su hambre, comenzaron ahora a perjudicar intencionalmente a los intrusos europeos. Les cortaban los hilos de los alambrados, espantaban a los animales, arreaban rebaños enteros de noche por las quebradas y los pantanos para servirse de los animales que querían. Si los sorprendían, cortaban los tendones de un gran número de ovejas para dejarlas tiradas, y sus feroces perros destrozaban otras que luego se desangraban.
Se comprenderá la situación de los ganaderos que veían peligrar o perdían el fruto de sus esfuerzos.
¿Pero no merece también el indio que se tome en cuenta su situación? F. A. COOK (d): 93 se refiere a ella diciendo: «Los muchos millares de guanacos blancos que pastan pacíficamente en los cazaderos de los indios, son una tentación irresistible para los aborígenes, si ellos, hambrientos y medio desnudos, miran desde los helados bosques de las montañas hacia la planicie. ¿Hemos de llamarlos ladrones, si tienen que ver cómo sus mujeres e hijos y todos sus seres queridos casi mueren de hambre y si, por ello, bajan valientemente y toman ante los caños de los winchester lo que consideran que es el producto de su propia tierra?»
c. Los cazadores de indios
Los blancos se hicieron cada vez más sedientos de sangre, la lucha fue cada vez más ensañada, y se hizo cada vez más evidente que el fin era la destrucción total de los indios. Para mayor calamidad, las minas de oro habían perdido mucho del rendimiento inicial ya a los tres años de su caótica explotación. Figuras miserables, que vieron frustradas sus esperanzas de una lluvia de riquezas, deseaban, aunque fuera mediante un oficio horripilante, ver colmados de cualquier modo sus deseos.
Se ofrecieron a los estancieros para la lucha contra los indios. También otros bandidos habían sido invitados a la Isla Grande con el mismo objeto. Ahora comenzó una salvaje persecución de los indefensos aborígenes. Eran rodeados por una línea de batidores que avanzaban sigilosamente, y muertos a tiros bajo las risotadas escarnecedoras de estos cazadores de hombres. Cuando una pequeña colonia de selk’nam era descubierta, estos europeos armados caían también a la luz del día sobre los desprevenidos indios. Mataban a todos los hombres que intentaban defenderse y también a las mujeres que trataban de huir.
Si daban alcance a mujeres y niños, mejor todavía a madre con niños de pecho, entonces, con saña, les clavaban largos cuchillos o bayonetas en el vientre para disfrutar del placer de sus muertes atroces. Algunas mujeres fueron estranguladas durante la violación en asaltos de este tipo8.
Aquí sólo mencionaré a los tres cazadores de indios más feroces y temidos. Al rumano JULIO POPPER ya lo conocemos por sus correrías en pos de nuevas minas de oro (pág. 54). Se interesó por esta sangrienta ocupación cuando su empresa minera quedó estancada y quiso resarcirse de sus fracasos con un trabajo remunerativo al servicio de patrones cuyo vehemente anhelo era la eliminación de los indios. Cuando los europeos hicieron su posición cada vez más insostenible, POPPER recurrió al gobierno de Buenos Aires.
Entre otras cosas, tuvo la osadía de defender con hábil charlatanería a los indios, para distraer la atención de los graves cargos que se le imputaban por maltratar a sus peones, durante una conferencia pública que tuvo lugar el 27 de julio de 1891. En la misma oportunidad presentó, con espeluznantes detalles, un cuadro de las violaciones, ultrajes y asesinatos que fueron cometidos por la chusma europea. Es cierto que describió, sin tapujos, la realidad de aquellos horripilantes acontecimientos que clamaban al cielo, y también es cierta su defensa de los aborígenes:
«La injusticia no está del lado de los indios… Los que hoy día atacan la propiedad ajena en aquel territorio, no son los Onas, son los indios blancos, son los salvajes de las grandes metrópolis». ¡Qué graves palabras! A pesar de ellas, tuvo él considerable participación en la terrible calamidad de que «el dominio absoluto del indio Ona se ha convertido en recipiente de hombres arrojados de todos los países de Europa, en teatro del vandalismo de grupos de desertores, deportados y bandidos de todas las razas» (d: 139-142). No tuvo vergüenza de hacer fotografiar una matanza de indios durante la cual él, apuntando con su fusil, capitaneaba a sus malandrines con idénticas intenciones: en primer plano yace el cadáver de un hombre vencido, mientras que las armas se dirigen contra las mujeres y niños que huyen; él mismo observa la caída de los mortalmente heridos. El aspecto de este grupo causa estupor y espanto.9
El escocés MAC LENAN gozaba de la misma fama. Más tarde fue administrador en una estancia sobre la Bahía Inútil. En el exterminio de los indios se destacaba por sus grandes ofensivas. Con una caterva de bandidos inhumanos desplegados en formación dispersa «limpiaba» paso a paso grandes áreas de indígenas. No tomaba prisioneros, sino que disparaba indistintamente sobre cualquier ser que se movía o se ponía delante de sus caños.
Estas cacerías le proporcionaban excelentes ganancias, pues estaba al servicio de la estancia más grande. Monseñor FAGNANO también lo confirma en J. EDWARDS: 230 de la siguiente manera:
Él «ganó en un año, en premios por tan macabro sport, la suma de 412 esterlinas, lo que quiere decir que en un año había muerto 412 indios. Esta deplorable hazaña fue festejada con champagne, en medio de una incalificable orgía, por algunos miembros de la compañía que brindaron por la prosperidad de la ‘Esplotadora’ i por la salud del brillante tirador…» Hasta ahora, ¡sólo se ha contado algo parecido de caníbales!
Un repulsivo sádico fue el inglés SAM ISHLOP, «cazador profesional de indios» según el juicio del mayor chileno FUENTES: I, 141. Ver indios, donde fuera y cuando fuera y disparar sobre ellos era cosa de un momento.10 Las feas torturas a las que sometía a las víctimas que caían vivas en sus manos, así como la repugnante mutilación de cadáveres de aborígenes masculinos y femeninos, eran su costumbre, y la pluma se niega a describir aquí todo esto detalladamente. Colonos viejos del lugar saben de ello. Una de las atrocidades menores que practicaba con predilección era el estupro y asesinato de vírgenes, sobre lo que escribe BORGATELLO (c): 233.
Ciertos estancieros y asesinos pudieron ensañarse impunemente con los aborígenes a fin de librar el territorio indígena a sus haciendas. Se comenzaron a pagar recompensas, primero menores y luego hasta de una libra esterlina por la cabeza de un indio adulto.
Era la misma paga que en la Patagonia se recibía por un puma muerto. Como algunos cazadores de indios no querían cargar con varias cabezas, el estanciero se contentaba con la entrega de un par de orejas y pagaba el mismo precio.11 Pero estos «trofeos» se quemaban en el acto pues el empleador quería evitar que su diligente cazador cobrase dos veces el mismo par de orejas. También conozco los nombres de personas que han enviado cabezas de indios a un museo de Europa a cambio de una suma mayor.12
La cacería tenía más éxito cuando una india en avanzado estado de gravidez caía en esas manos habituadas al asesinato. Clavaban la bayoneta en el vientre de la indefensa, le arrancaban el feto y también a éste le cortaban las orejas. Por los dos pares recibían una recompensa mayor.
En esa época, algunos estancieros trajeron fuertes mastines de Europa. Los cazadores de hombres soltaban estos animales peligrosos cuando sorprendían o rodeaban un campamento. Los perros o hacían salir al indio de su escondite para llevarlo ante los caños de los fusiles o si no herían gravemente en el cuello a los niños, que se desangraban rápidamente.
Estos «pioneros de la civilización» llegaban al extremo de inocular a los niños que podían atrapar con ciertas materias patógenas y los dejaban volver a los bosques. El fin de esta práctica era contagiar con ellas también a los adultos.
Fingiendo caridad, algún hacendado dejaba algunas ovejas, en un lugar fácilmente accesible, para que los indios hambrientos bajaran de noche a buscarlas. La carne estaba envenenada con estricnina y el efecto era fulminante. Más de un europeo colocaba estos cebos cerca de un campamento indígena para que el mayor número posible de indios encontrara una muerte rápida. También HULTKRANTZ: 127 habla de estos «envenenamientos en masa con estricnina», mientras que BENIGNUS: 232 subraya: «Incluso la estricnina fue aliada en este triste episodio de nuestras bestias de la cultura».
Estos hechos comprobados hablan por sí solos. En su lucha por las tierras de los indios, los europeos se sirvieron de métodos incalificables, pisotearon con risa diabólica la ley y la justicia. El nativo tuvo que perder. O lo asesinaron o lo echaron de sus dominios ancestrales.
4. Destrucción de la nacionalidad indígena
Todavía no ha terminado la historia de la pasión de los indios, amenazados por los intrusos violentos y despóticos. Seguramente algún lector se preguntará cuál fue la actitud que los gobiernos de Chile y Argentina adoptaron frente a estos desmanes.
Llama la atención que, en ninguna parte, se oiga ni se lea acerca de una disposición enérgica y justa en favor de los indígenas, a pesar de que hombres intachables se quejaron amargamente de la insistente sordera de las autoridades.13 Ya R. LISTA (b): 62, que también había procedido de manera cruel y despiadada, había observado que los aborígenes «están acostumbrados por los mineros chilenos de Bahía Inútil a oír tan sólo la voz del rifle». HULTKRANTZ: 127 incluso escribió que los colonos «llevan, con consentimiento de las autoridades, una verdadera guerra de exterminio contra los Ona».
El gobernador chileno SEÑORET: 23, confiesa, en un informe oficial, las batidas de los ganaderos contra los indígenas y, aunque consciente de los vergonzosos procedimientos, «favoreció de modo indigno y cruel la persecución de los aborígenes, apuró su exterminio y dejó que sufrieran indecibles angustias» (AGOSTINI: 260). Recién cuando los misioneros salesianos apelaron a la opinión pública mediante cartas de protesta, comenzaron, por fin, los gobiernos a prestar atención a los terribles acontecimientos de Tierra del Fuego. MANUEL A. CRUZ, enviado para realizar una inspección por el Tribunal Superior de Justicia de Valparaíso, tuvo que confirmar lo que todo el mundo sabía desde hacía rato.14 El 11 de junio de 1891 el «Buenos Aires Standard» publicó un muy grave llamamiento para la defensa de los indios, que J. POPPER había entregado al ministro argentino de Justicia.15
Cuando, al principio de la década del 90, las persecuciones se desataron con extrema violencia, los misioneros católicos entregaron una petición al presidente chileno. Recién cuando ésta no obtuvo contestación, se dirigieron a la prensa entera, que recibió este llamado de auxilio con la mayor complacencia. Entonces sí se movieron los gobiernos. Además los misioneros se habían esforzado repetidamente en persuadir a los ganaderos de que trataran más humanamente a los indios y de que intercedieran en favor de los desposeídos de sus fueros.16
Más de un autor parece olvidar el hecho, en otros lados nada raro, de que también aquí, en regiones antes temidas por el europeo, los misioneros abrieron los caminos que colonizadores y viajeros allanaron más tarde. HOLMBERG (a): 18, AGOSTINI: 240 y otros lo comentan con inequívoca claridad. Pero que no se responsabilice a estos precursores en hábito sacerdotal de todas las desgracias que los intrusos que los siguieron ocasionaron.
La intervención de los gobiernos y de los misioneros sólo mejoró escasamente la situación de los indios, porque «ricos» logreros deseaban eliminarlos (BENIGNUS: 232). En vez de entregar a los aborígenes a su brutal exterminio ante los ojos del mundo civilizado, se los alojaría en la misión recientemente fundada en la Isla Dawson. Evidentemente, el fin perseguido con esta medida, era el de limpiar a la Isla Grande de indios. Por la fuerza los desalojaron de su patria y los llevaron a esa isla;17 ni las autoridades ni la policía procedieron con delicadeza.
Siempre cuando algún ganadero presentaba una queja contra los indios, se aplicaba «el método probado: la milicia organizaba batidas para hacer participar a los salvajes de las bendiciones del cristianismo» (BENIGNUS: 232). ¡Así se libraron de los indios! Llevándolos a otra isla, pretendieron ante el mundo tratar con humanidad y justicia a los indígenas. Pero en realidad se multiplicaron y extendieron los alambrados y los rifles y, sobre cada manchón aprovechable, se colocaron lanares o vacunos. A los indios se los echaba de sus campamentos igual que antes.
La reducción de sus lugares de caza y el hambre penosa los llevaba más que antes al robo de ganado.164 Cada estanciero mantenía para defensa una tropa de soldados y, nuevamente, se produjeron choques en los que poblaciones indígenas enteras fueron rodeadas y arreadas como animales al embarcadero, desde donde se cargaban en algún vapor. En la estancia de la Bahía Inútil, los guardias juntaron en un día trescientos indios para su deportación a la Isla Dawson (BEAUVOIR en BS: XX, 40; 1896). La situación era similar en los otros campos. Nunca se trató de llegar a un entendimiento con los indios, ni por parte del gobierno ni por parte de los hacendados. Por las maldades de un bando, el otro tomó sus terribles venganzas. «Matar a un colono era una diversión como la cacería y los blancos disparaban a su vez sobre los indios con tanto entusiasmo como si se encontraran cazando panteras» (F. A. COOK [d]: 90). Así hubo una guerra sin fin, una situación de lucha constante, asesinatos de ambos lados; la sensible desigualdad de fuerzas perjudicaba al indio.
A menudo llevaban primero a los prisioneros a Punta Arenas para exhibirlos en campamentos abiertos bajo custodia militar. Los mantenían en corrales, como animales prontos para la faena, y cualquier mirón podía hacer sus sucios comentarios a su gusto. Ocasionalmente se ofrecía a los adultos a la venta en remates, y el que los compraba se los llevaba a su casa.19 A otros grupos los acomodaban en las celdas de la prisión. Su alimentación era más apropiada para animales salvajes que para seres humanos.
El reparto indiscriminado de los indios y su internación en cualquier lugar de Punta Arenas no produjo a las autoridades carga económica ni otros problemas, pero pronto iban a darse cuenta de las malas consecuencias que, con increíble rapidez, tuvo el hacinamiento de estos tímidos hijos de la naturaleza en condiciones inapropiadas (pág. 150).
Nadie podrá describir el desprecio y los malos tratos que la población de Punta Arenas se permitió prodigar a estos infelices. Observadores de nobles sentimientos sentían repulsión por estos hechos. A fines de 1895 el obispo inglés STIRLING encomendó al Rev. J. WILLIAMS el cuidado de los doscientos indios repartidos por Punta Arenas.20 Los misioneros salesianos no poseían allí edificios con espacio suficiente.
En conexión con los remates de los prisioneros21 se impuso la «moda» de que las familias más pudientes acogieran un niño selk’nam. Principalmente se trataba de seres que, después de un asalto, eran repartidos como botín entre los blancos, o que habían sido atrapados en la isla para ser deportados al continente. Es casi imposible hacer una estimación de la cantidad; F. A. COOK (d): 90 habla de «muchos niños» que fueron alejados de su patria. A mí me nombraron una serie de familias que, en forma sucesiva, habían adoptado huérfanos indígenas.
Muchas veces se separaban brutalmente las familias para repartir desconsideradamente a sus integrantes en diferentes lugares. La mayoría de ellos nunca volvieron a encontrarse.
Graves conmociones de este tipo impedían considerablemente el buen desarrollo y la evolución de los prisioneros en sus nuevas condiciones de vida. Nuestros selk’nam son muy emotivos y apegados a sus parientes. Aunque la mayoría de las familias europeas, con sinceros sentimientos humanitarios, hicieron todo lo posible de su parte por el indiecito adoptado, el transplante a un ambiente infinitamente distinto en todo sentido, resultó completamente negativo.
Aparte del cambio en la vestimenta, alimentación, habitación y forma de vida, su acrecentada predisposición para todo tipo de enfermedades tuvo consecuencias nefastas. En especial la tos convulsa y el sarampión han hecho estragos, y han causado la muerte a muchos; otro tanto ha hecho la tuberculosis pulmonar.
Todas estas familias bien intencionadas, sin excepción, tuvieron las mismas experiencias infortunadas con estos niños.22 Ciertamente se ponderaba la facilidad para asimilar instrucción de los indiecitos, pero, a pesar de todo, se morían y ni siquiera llegaban a estar unos años con las familias extrañas.23 Nadie supo aliviar la pena de estos niños porque les arrebataron a sus padres y su patria.
Ocasionalmente también deportaban grupos de indios capturados a Ushuaia, donde se había instalado, en el año 1884, una subprefectura. Huir de aquí les resultaba relativamente fácil. Sobre esto hay algunos datos.24
El fenómeno parcial más infame en la guerra de exterminio contra los indios será para siempre la violación impúdica de incontables mujeres. El libertinaje más perverso del que eran víctimas las indias, aquí es, para mí, irrepetible. El «salvaje fueguino» ni siquiera sabía nombrar estas cosas. Cierta parte de los mineros y peones, soldados y policías, comerciantes y viajeros ha cometido públicamente graves inmoralidades. Los dos franceses WILLEMS y ROUSSON llevaban «a fine, attractive young Indian woman» con ellos, a la que habían arrancado de los brazos de su esposo en el Cabo San Pablo (POPPER en MM: XXV, 125; 1891).
También está documentado que mineros y pastores organizaban asaltos particulares para hacerse de indias. «El deseo de poseer las mujeres del indio fue entonces el motivo principal» de esas cacerías, como lo manifiesta HOLMBERG (a): 55. Él mismo vio sobre el Río Grande y el Río del Fuego, junto a las simples barracas de chapa acanalada para la policía, tiendas y chozas para mujeres nativas. Eran ésos matrimonios «a la fueguina» como acostumbraban expresarse.
Si se observaban las descripciones personales de aquellas indias, que LEHMANN-NITSCHE (i): 80 estudió desde el punto de vista antropológico en el año 1898, leemos de las seis primeras: » … vive como mujer de un soldado en el destacamento de policía de Río Grande». Las otras vivían en la misión. Aquellos empleados policiales subordinados, que la corriente de la vida había arrojado hasta el extremo sur estaban, por lo general, entregados a la bebida y al juego.25 Las indias, intimidadas, tenían que entregarse sin posibilidades de defensa a estos sujetos desvergonzados.
Otros intrusos blancos se habían adelantado ya al ejemplo de estas autoridades o lo seguían fielmente. Los primeros colonos llegaron a la Isla Grande o como solteros o sin sus mujeres. Como nadie los observaba ni castigaba, podían entregarse a una salvaje promiscuidad; «compran, prestan o roban mujeres, cuando se instalan en una mina de oro o en una estancia» (F. A. COOK [d]: 98). Según la opinión de aquellos colonos, cualquier india es sólo una «china».
De allí los choques constantes, pues los hombres lucharon hasta la desesperación para proteger el honor de sus mujeres e hijas contra el libertinaje europeo. ¡Que esto quede sentado claramente para gloria del indio e ignominia de los intrusos blancos! F. A. COOK (d): 10226 dice que «es una iniquidad inaudita de la civilización cristiana en marcha, que estos hombres rojos del lejano sur tengan que sacrificar sus vidas para proteger el honor de sus hogares contra los blancos desalmados».
En su situación forzosa las pobres no se sentían nada bien, y siempre que les fue posible, huyeron para regresar junto con los suyos.27 Otras veces que tuvieron que resignarse a su indigno destino, pronto enfermaron y murieron. Los niños, fruto de estas combinaciones, tuvieron, casi sin excepción, una muerte temprana. En la tribu selk’nam se cuentan muy pocos mestizos que hayan llegado a la edad adulta.
Todas las circunstancias anotadas aquí, con sus efectos funestos, las batidas contra los indígenas, los cada vez más numerosos ataques llevados a cabo por cazadores de hombres profesionales, los cebos de carne envenenada, la evacuación de grandes grupos de prisioneros a Punta Arenas o la Isla Dawson, la violación de mujeres, la adopción de niños por familias europeas, causaron, en pocos años, el más profundo quebranto a la nacionalidad indígena y perturbaron las fuerzas vitales de esta tribu, hiriéndola mortalmente. Es extraordinariamente triste para cualquier persona de bien escuchar que los niños rematados en feria «andarono a finire in case di prostituzione, per servire d’istrumento alle piu ripugnanti perversità» (BORGATELLO [c]: 231).
Las familias fueron separadas violentamente, su forma de vida tradicional fue imposibilitada, su unidad tribal dividida y el individuo ya nunca más pudo estar seguro de su vida ni de su honor. Sólo para matar el hambre muchos debían exponerse a las armas mortales, igual que antes, y cientos de esqueletos blanqueaban sobre la tierra natal. Los selk’nam, tan vitales, se desplomaron irremediablemente luego de una terrible agonía.28
Fuente: América Indígena
NOTAS
1 Véase la confirmación oficial en el Boletín de Noticias Hidrográficas de diciembre de 1906, reimpreso en NAVARRO: Censo Jeneral de Magallanes, vol. II, p. 293.
* [Ver Bibliografía al final de este documento.]
2 Si en lo sucesivo hablo aquí de europeos me refiero en general a representantes de la cultura europea, hayan nacido éstos en Europa o consideren a la Argentina o Chile como su patria. En estos tiempos se había reunido una mezcla humana internacional multicolor en esta parte meridional del nuevo mundo.
3 Ver detalles sobre esta expedición más arriba (pág. 52) y además Esplorazione della Terra del Fuoco e D. FAGNANO, en Bollettino Salesiano: XI, 125, Torino, 1887.
4 La Compañía Stuphen había instalado aquí grandes excavadoras, que no produjeron las ganancias esperadas. También en otros lados hubo que paralizar las obras y las costosas instalaciones se abandonaron. El viajero se encuentra con estas ruinas de vanas esperanzas aquí, junto al Río de Oro, en el camino de Caleta Discordia a Porvenir y en otros sitios en el norte de la Isla Grande. Véase FUENTES: II, 13 y AGOSTINI: 250.
5 Estas eran de distintos valores. Una moneda de oro mostraba en el anverso un guanaco y en el reverso un indio. También circulaba un grano de oro de un gramo de peso; de un lado llevaba el martillo con la pala, rodeado de la inscripción «El Páramo – Un Gramo»; del otro llevaba en el centro el nombre POPPER, circundado por «Tierra del Fuego – 1889».
6 No puedo detenerme aquí en los efectos de la fiebre del oro, que convulsionó a toda la población más allá de la región magallánica. Me remito a la descripción detallada del periodista neoyorquino JOHN R. SPEARS The Gold Diggings of Cape Horn. A study of Life in Tierra del Fuego and Patagonia. New York, 1895, así como a AGOSTINI: 248, 250, FUENTES II, 139, HOLMBERG (a): 48, NAVARRO: II, 166 y POPPER (d): 142-146.
7 Según The South American Missionary Magazin: XVI, 237; London, 1882.
8 Véase los informes de los misioneros católicos sobre asaltos y crueldades de todo tipo en el Boletín Salesiano: XII, 142; XIII, 119; XXII, 176, etc. Coinciden con ellos los relatos de los misioneros protestantes; cf. PRINGLE en MM: XXXI, 54; XXXIV, 49.
9 BORGATELLO (a): 221 y COJAZZI: 21 reimprimieron esta fotografía. Yo tengo el original.
10 Véase un informe sobre esta forma de proceder en FUENTES: I, 141-142. Sobre sus inclinaciones al asesinato sádico escribe detalladamente BORGATELLO (c): 223.
11 Varios misioneros confirman esta práctica salvaje; además la mencionan HULTKRANTZ: 127, BENIGNUS: 232, FUENTES: I, 142, ARDEMAGNI, loc. cit., J. EDWARDS BELLO: 230, DABBENE (a): 41 y LECOINTE: 61.
12 ARDEMAGNI dice al respecto: «Algunos hábiles ingleses habían ideado un método más lucrativo. Enviaban cráneos de indios asesinados al Museo Antropológico de Londres, que pagaba hasta ocho libras esterlinas por cada uno. Para ello no se respetaban las vidas de ancianos, ni de mujeres, ni de niños».
13 Véase el comentario de BEAUVOIR (Bollettino Salesiano; 1887) sobre el enfrentamiento de indios con el puesto militar argentino cerca de San Sebastián, el 25 de noviembre de 1886. Nuevamente hago recordar la salvaje cacería llevada a cabo por R. LISTA (pág. 53) de los desaprensivos indígenas: a las mujeres y niños atrapados les colocaron trabas atadas a una larga cadena; los cadáveres de los caídos quedaron sin enterrar. Un joven indígena, que apareció casualmente, fue rodeado, acribillado con 28 balas y finalmente favorecido con un tiro de gracia (SEGERS: 74). El gobernador argentino tampoco procedió contra los asesinatos y raptos de mujeres que se imputaron a los viajeros franceses ROUSSON y WILLEMS (POPPER en MM: XXV, 125; 1891).
14 Su informe fue publicado por GUERRERO: 139. Ver AGOSTINI: 261.
15 Reproducción completa en traducción inglesa en MM: XXV, 125 ss; Londres, 1891. Ver POPPER (d): 136.
16 Véase los informes de los misioneros en el Bollettino Salesiano de 1888-1904, y además HOLMBERG (a): 18, DABBENE (a): 41 y F. A. COOK (d): 88.
17 El jefe de Misión FAGNANO firmó el 16 de mayo de 1895 en Valparaíso un contrato con el Consejo Directivo de la Sociedad Explotadora que administraba la mayor extensión de tierras, según el cual se le pagarla una libra esterlina de mantenimiento por cada indio que de esta estancia fuera trasladado a la Isla Dawson (SEÑORET: 27 ss). Recién a partir de 1895 llegaron allí algunos selk’nam.
18 DEL TURCO (BS; 1904), P. A. COOK (d): 88, BORGATELLO (S.N.; IV, 202), GUERRERO 136, HOLMBERG (a): 46, 51 y 55 y POPPER (d): 140 lo confirman.
19 Los diarios de Punta Arenas publican sobre estos acontecimientos indignos de la década del 90 abundantes detalles.
20 Él planeaba asimismo para los indios alojados en los campamentos abiertos o en casas de europeos un servicio misionero conforme a las reglas; pero antes de su realización ya había disminuido el número de indios en Punta Arenas. Véase: MM: XXX, 21; 1896.
21 SEÑORET: 32 ha dejado documentado que no incurrieron en faltas; de modo que de los deportados en Punta Arenas en 1892, durante siete meses enteros «ni un solo indio ha sido visto en estado de ebriedad» y los que estaban alojados en el cuartel de los «soldados entregados en general a la bebida … han conservado hasta ahora esa temperancia verdaderamente incorruptible».
22 Los niños eran mantenidos más como curiosidad que como personal de servicio. Véase MARABINI: 48-52.
23 SEÑORET: 23, F. A. COOK (d): 90 lo confirman y con más detalle FAGNANO (BS; 1888) en una carta del 5 de noviembre de 1887.
24 Muy bien describe estos sucesos el Pastor LAWRENCE en una carta del 18 de febrero de 1895 (MM: XXIX, 113; 1895).
25 El argentino HOLMBERG (a): 70 pronuncia un dictamen mucho más terminante contra este tipo de policías argentinos.
26 Pero aparentemente contradice a la realidad su afirmación de que «las indias ven con agrado cuando las compran o raptan» (ibidem, pág. 91). El indio nunca hubiera entregado a alguno de los suyos contra dinero o regalos y seguía a cada persona secuestrada hasta su liberación o su propia muerte. Que el procedimiento legal público discriminaba al indio queda demostrado por un incidente que FAGNANO relata en EDWARDS: 234 ss.
27 Significativo es, en este caso, el idilio entre un minero y una bellísima muchacha india descrito por F. A. COOK (d): 98. Pero un sobrio análisis eliminaría enérgicamente lo que no corresponde.
28 COJAZZI: 21 nombra las siguientes causas para la rápida extinción de los selk’nam, fundadas en las experiencias de los misioneros: «1. le influenzé patologiche; 2. le uccisioni mediante armi da fuoco; 3. cattura delle donne e dei bambini nelle guerre fra le tribù nemiche … o per deportazioni violente per parte dell’ autorità; 4. il troppo repentino cambiamento di alimentazione, vestí, abitazioni, di vita errante…».