jueves, noviembre 21, 2024

Hermenéutica del Rodeo

Se ha instalado un debate sobre el rodeo chileno, que creo que no es poca cosa. Estoy en contra del rodeo, no solo por razones animalistas, aunque creo que el hecho de comernos a un animal no nos da el derecho de torturarlo. Es por ello que no participo de ese tipo de espectáculos y en cuanto tuve uso de razón me marginé del rodeo. Ahora, sin embargo, surgen nuevas razones para combatirlo.

Sucede que con el rodeo está en juego mucho más que el maltrato animal. Para ello quiero compararlo con un deporte afín y quizá su ancestro más directo: las corridas de toros. El torero normalmente es un hombre de bajo origen social, aunque se da frecuentemente el caso de dinastías de toreros con un gran aprecio por su habilidad, que algunos llaman arte. El torero requiere de un valor indiscutible: se enfrenta solo, a pie ante un animal que tiene muchas veces su peso, que ha sido embravecido previamente y que puede, como en algunos casos lo hace, matarlo.

A través de la tauromaquia, los matadores, corriendo enormes riesgos, llegan a transformarse en ídolos que incluso trascienden las fronteras de los países en que sus corridas son legales. Así alimentan y educan a sus familias, así logran un ascenso social similar al que antes lograron los boxeadores y mucho antes los gladiadores romanos. Son hasta cierto punto, héroes. Por mucho que su disciplina sea éticamente cuestionada, su valor no puede serlo.

El rodeo tiene un sentido completamente distinto y, pese a ser menos sangriento, es una perversión de la corrida de toros. Los huasos que integran la collera no son héroes, pues el riesgo que corren es mínimo. Ellos montan caballos que han sido criados para su “deporte”. Es un deporte caro, del que solo participan patrones de fundo y oligarcas que se toman la licencia de maltratar a caballazos a un animal mucho más débil que sus caballos.

Los aperos y caballares de los patrones, sin contar con sus elegantes ponchos, espuelas de plata y tenida adecuada, solo son posibles de ser mantenidos en latifundios, como un lujo al que la gran mayoría de los chilenos no podemos acceder. Es un “deporte” de patrones y petimetres, del cual el resto de nosotros estamos excluidos, a no ser como espectadores. El huaso que corre en el rodeo no ha llegado ahí por su talento, sino por mero privilegio, emulando al padre y al abuelo en sus diabluras campesinas, que muchas veces incluían acostarse con una “china” más o menos a la fuerza.

En el rodeo los futres asientan sus privilegios echando literalmente la caballería encima sobre un débil. Actitud que traspasan luego a la sociedad, tratando con prepotencia a todos los que están en una posición inferior y que para ellos son inferiores o rotos. En tan grotesco ceremonial son puntuados, aplaudidos y exaltados como los héroes que no son, simplemente por saber manejar sus caballos criados para el caballazo.

Esperan que por ese “arte” el público, compuesto principalmente por gente más o menos subordinada a ellos, los aplauda. Validando con ello la injusticia y el atropello, porque el rodeo chileno es eso, injusticia y atropello. Dos animales más fuertes atropellan injustamente a uno más débil.

En el rodeo norteamericano, el cowboy monta solo a un toro a un potro salvaje, resultando con lesiones y mucho más maltrecho que el animal. Sospecho que las lesiones de nuestros cowboys criollos son mínimas, si es que las padece. No mucho más que algún malestar en sus posaderas.

Esta clase patronal, que ahora quiere llamarse ‘élite’, asienta esos privilegios que cree derechos divinos en su ritual grotesco. En su pobre muestra de pericia, quiere demostrar que es una clase mejor que las otras, pero sucede que su pericia es mínima comparada con la de los futbolistas, los atletas u otros deportistas. Del mismo modo, de vuelta en la sociedad, creen firmemente en esa superioridad que no se han ganado, porque no le han ganado a nadie, sino que no han hecho más que segur su conducto regular.

Por esa superioridad no ganada y que no es más que un vergonzoso privilegio de clase, usan el arte del caballazo aprendido en el rodeo en contra de sus empleados, sus subordinados y todos aquellos a quienes consideran inferiores a ellos, es decir, contra todos nosotros. Pero el futre no es un torero ni un gladiador, su valor no le llega a los talones a ninguno de esos héroes cuestionables en todo, menos en su heroísmo.

No es más ni mejor que nadie y el único pedestal que tiene para mirar por encima del hombro es el dinero heredado o habido con más privilegios. Es ante el dinero ante el que todos debemos inclinarnos, no ante él.

Pidiendo el fin del rodeo, el chileno parece haberse dado cuenta de que más que al caballo corralero, se parece al humilde novillo torturado para goce y lucimiento del futre. Sufriendo caballazos como las AFP, los bajos sueldos, el endeudamiento y la mala educación, no puede ser que se identifique con el elegante huaso, sino, puesto que también sufre caballazos, no le queda más que solidarizar con el vacuno.

Si el rodeo se prohíbe, es muy probable que siga haciéndose de manera ilegal. Pero ya no tendrá el respaldo del Estado, ni los vítores del peonaje e inquilinaje dominado. Será la fiesta de aislamiento de clase de la oligarquía chilena, algo así como celebrar el “pronunciamiento” del once de septiembre, y en ello no dejo de advertir cierta belleza: las virtudes del patronaje convertidas en vergüenzas ante una sociedad que simplemente, en buen chileno, ya no los pesca.

¡Viva Chile!

(*) Licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile y Master of Fine Arts en Escritura Creativa de American University, en Washington DC.

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Fuente: El Quinto Poder

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