lunes, noviembre 25, 2024
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Felipe González, Leopoldo López y Augusto Pinochet

No sé cuanto sabrá el Señor González sobre gas natural. Seguramente muchísimo más de lo que sabe sobre las dictaduras en América Latina. Lo que sorprende y contrasta es que Felipe González siempre presume de conocer lo que es vivir en una dictadura (la española de Franco). Qué lástima que esa experiencia sea olvidada o infravalorada únicamente por el afán de defender al Señor Leopoldo López a cualquier precio.

 

Hace pocos días, en conferencia conjunta de prensa con la esposa del Señor López, tuvo la astuta idea de comparar a Venezuela con lo que fue el régimen dictatorial de Augusto Pinochet en Chile. No sé si el señor González lo piensa así realmente o es que ha querido llamar la atención de la prensa internacional sobre el caso Leopoldo López luego de que su sentencia haya pasado más inadvertida de lo que hubiera deseado.

El ex Presidente González en ese arte es un verdadero maestro: siempre ha sabido manejar mejor que nadie la agenda mediática-política según su interés.

Es legítimo defender lo que uno cree. Resulta un ejercicio coherente defender mediática y políticamente a aquel dirigente con quien usted se identifica y apoya a pesar de haber sido encontrado culpable de instigación pública, daños a la propiedad pública y asociación para delinquir durante los sucesos que acabaron con la muerte de 43 venezolanos en 2014.

El Señor López tiene desde hace años un currículo delictivo que no es, ni mucho menos, para pasarlo por alto:

a) fue condenado por haber participado en la persecución y detención ilegal del entonces ministro de Interior y Justicia en el golpe de Estado contra Chávez en 2002 (el propio Chávez lo amnistió posteriormente);

b) en 2008, López fue inhabilitado políticamente por la Contraloría General, por un caso de conflictos de intereses de 1999 por su responsabilidad en PDVSA;

c) en 2011, la Contraloría lo inhabilitó nuevamente por el desvío de recursos públicos cuando era alcalde de Chacao (2000-2008).

A pesar de todo ello, Felipe González tiene derecho a apoyar al Señor López y también a discrepar de la justicia, tanto de su país como de la de un país ajeno. También tiene todo el derecho del mundo a que no le guste la Revolución Bolivariana, ni Hugo Chávez ni Nicolás Maduro.

Tiene derecho a ser íntimo amigo del magnate venezolano Gustavo Cisneros, empresario al que el Estado español durante su gobierno le vendió Galerías Preciados tras la expropiación de Rumasa por un precio “regalado”. Puede que haya tenido derecho incluso a usar un avión de la fuerza aérea colombiana hace unos meses cuando quiso salir de Venezuela puesto que posee la nacionalidad de dicho país.

Todo el derecho del mundo a hacer ruido y patalear por la sentencia de la justicia venezolana, aunque ni Unasur ni ningún presidente actual latinoamericano (ni siquiera su amigo Santos) se hayan manifestado al respecto.

Sin embargo, todos estos derechos deberían venir acompañados al menos de la obligación de ser más preciso y honesto a la hora de diferenciar entre democracia venezolana y dictadura pinochetista.

Ningún organismo público internacional habla de dictadura para referirse a Venezuela (sí lo hacen algunas ONGs privadas, cada una de las cuales responde a los intereses de los financistas respectivos); ningún organismo internacional ha puesto en entredicho ninguna de las elecciones venezolanas celebradas a lo largo de los últimos 17 años (un total de 19, incluyendo revocatorio, reformas constitucionales, elección presidencial por fallecimiento del Presidente Chávez); tampoco ha habido tribunal internacional que haya emitido sentencia alguna en contra de Venezuela por violación de derechos humanos, y mucho menos, por delitos de lesa humanidad.

Sabrá seguramente el Señor González, o debería saber, que, de continuar con vida, el dictador Augusto Pinochet habría sido condenado por primera vez en agosto de este año en una causa por delitos de lesa humanidad, pero el juez dictó sobreseimiento definitivo por fallecimiento.

Pinochet fue implicado en delitos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas. El último informe de la Comisión Valech, tras 18 meses de trabajo y 32.000 denuncias, reconoce un total de 40.018 víctimas de la dictadura. Quiero pensar que cuando el Señor González afirma que “Pinochet respetaba mucho más los derechos humanos que Maduro”, tendrá alguna prueba para demostrarlo más allá de su verborragia seductora.

Es comprensible que el Felipe González quiera derrocar al gobierno del Presidente Maduro, apostando por el Señor López, pero sería más correcto que lo intentara por la vía democrática, por la vía de las urnas. De todas formas, merece la pena recordar que el mismísimo Señor López renunció a competir al interior de las filas opositoras de cara a las elecciones del año 2012.

Dentro de la MUD (Mesa Unidad Democrática), era el peor posicionado en las encuestas con apenas el 10% de su propio electorado, lo cual le hizo retirar su candidatura a favor de Henrique Capriles.

Leopoldo López nunca fue el elegido en el seno de la oposición. Siempre fue marginado por los dos grandes partidos que conforman la mesa opositora, tanto por copeyanos como adecos.

Ni siquiera Capriles acató la tesis política “La Salida” (cambio ya, la calle vence) impulsada por el Señor López fundamentado en el documento “Acuerdo Nacional para la Transición” difundido en 11 de febrero de 2014 convocando a desconocer al gobierno legalmente constituido en Venezuela. Capriles cree que en Venezuela sólo se puede llegar a ser Presidente cuando realmente se cuenta con el respaldo de una mayoría social que hasta el momento prefiere el chavismo como propuesta política.

Aún así, el Señor González tiene todo el derecho del mundo de identificar en el Señor López al candidato ideal para competir en Venezuela. Seguramente, encuentra en López el tono más duro crítico contra el Presidente Maduro que la prensa hegemónica internacional aplaude.

Sin embargo, el estratega González parece haber perdido el buen olfato que le caracterizó en la década de los ochenta para ganar elecciones en España.

Lo primero es que debe darse cuenta de que las elecciones de Venezuela no se celebran ni en España ni en los titulares de prensa de muchos medios dominantes a nivel global. Los que votan son venezolanos mayoritariamente que viven en Venezuela. Si lo que ambiciona el Señor González es realmente que caiga la Revolución Bolivariana, entonces debería medir mejor el efecto político de sus declaraciones y su comportamiento hacia dentro del territorio venezolano.

Esto es algo que se olvida muchas veces debido a la fuerte dosis colonizadora que caracteriza a estos líderes globalizados. Una cosa es ganar la batalla afuera, donde siempre ganan, y otra bien diferente es ganar adentro en países que transitan por un cambio de época sustentado en la recuperación de su soberanía.

Si Felipe González continúa por esta senda, de defender a Leopoldo López hablando de Augusto Pinochet, entonces, le hace un flaco favor a la oposición venezolana porque esto es como tirar piedras contra su propio tejado.

En la confrontación política, el chavismo se mueve como pez en el agua. Ha surgido de esa raíz, de la disputa, de la lucha contra los intereses transnacionales. El señor González le sirve en bandeja al gobierno legítimo de Nicolás Maduro la posibilidad de que vuelva a identificar al enemigo externo como el gran peligro para la democracia venezolana.

La pregunta es si Felipe González es consciente de que el pueblo venezolano mayoritariamente cree que si alguien se parece de verdad a Augusto Pinochet, el elegido sería Leopoldo López por sus intentos constantes de derrocar a una democracia por la vía golpista.

(*) Doctor en Economía, director de CELAG,

Fuente: Público.es

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