En un partido jugado en un escalón por debajo de las expectativas, el Liverpool conquistó su sexto título de Campeón de Europa, al imponerse por dos goles a cero al Tottenhamn Haspurs, cuyo mayor premio fue jugar su primera final de este torneo; mérito no menor, considerando la diferencia de planillas.
El Liverpool consiguió en el Wanda, el magnífico estadio del Atlético de Madrid, su sexta Copa de Europa, que le deja en el tercer lugar del podio, detrás de Real Madrid, que ha conseguido el título en 13 ocasiones, y el AC Milan, con seis.
Fue en una final del perfil bajo, muy lejos de las expectativas creadas, y probablemente, en mucho contribuyó el temprano gol de penal, marcado por el egipcio Mahomed Salah, en el debut de la nueva regla, que decreta el tiro desde los doce pasos en caso de que un jugador del equipo que defiende toque la pelota con la mano, cualquiera sea la circunstancia.
El penal, cometido por Sissoko moderó al campeón y desarmó al aspirante, reducido a un Kane convaleciente y a un voluntarioso pero poco eficaz Song. La defensa de Liverpool, especialmente el arquero Allisson y los marcadores de punta Van Dijk, y Alexander-Arnold hizo el resto.
Ese trueno alteró un partido que no fue ni de lejos fue como figuraba en el programa.
El Liverpool, que vive de sus emboscadas, de una presión feroz sobre la primera salida de pelota del rival, no apretó como suele, indudablemente recostado en esa madrugadora ventaja.
Su juego es hacer caminar sobre cristales al adversario ante cualquier pérdida, pero amortiguó mucho ese vigor con el 0-1 de regalo. Esta vez soltó al galgo, Mané, y esperó que cazara los pelotazos largos que le llegaron desde el medio terreno, sin arriesgar nada atrás. Van Dijk fue el revisor de todo y la figura del duelo.
El Tottenham tiene menos empuje, pero más paciencia. Y le ha ido sirviendo en esta época de estrecheces provocadas por la necesidad de pagar su nueva casa. Es un equipo resistente a la adversidad y no se le conoce una mayor que la ausencia de Kane, que se perdió tres cuartas partes de las dos últimas eliminatorias. Kane es un ariete con IVA, porque tiene gol pero también buen pie, capacidad para aguantar el balón y finura para filtrar pases. Un nueve de una pieza para jugar de muchas maneras.
Pese a la inactividad mejoró todo lo que llegó a sus pies, pero ni Son ni Alli ni Eriksen, rematadores de segunda instancia, fueron buena compañía esta vez. Así que la pelota le sirvió de poco. Sólo una vez antes del descanso rompió las líneas el coreano, pero perdió su ventaja en un recorte desastroso.
El Liverpool, con Firmino desaparecido (ponerle fue un exceso), tampoco dejó demasiado peligro: remates lejanos de sus dos magníficos laterales, Alexander-Arnold y Robertson. Uno por cabeza. Pero de Kiev se trajo Klopp la enseñanza de que con una defensa más aplicada se llega más lejos. Y así quedó un primer tiempo insospechadamente táctico y sospechosamente feo.
La locura final
El reloj, sin embargo, jugó a favor del espectáculo. Sucede en todas las finales: espabila y arriesga el que pierde, entrega la pelota pero recibe a cambio los espacios el que gana. El drama lleva el juego a las áreas irremediablemente.
Klopp retiró pronto a Firmino, convencido ya de que no estaba para nada, y metió a Origi, el polizón que mató al Barça. El Liverpool necesita ritmo para no ser vulgar y no lo estaba teniendo. Y también acudió a Milner, que ha pegado tiros en las dos guerras mundiales y en las dos del Golfo. Estuvo a punto de marcar nada más salir.
Pochettino respondió a la heroica y metió a Lucas Moura, el diestro cuya zurda le trajo hasta Madrid.
Y ahí apareció el partido descamisado que se esperaba, con el Tottenham sobrevolando el área del Liverpool pero sin bombardearlo y los ‘reds’ encadenando contras inconclusas, porque Salah se dejó en Anfield el último pase.
Un fútbol directo tan británico como la niebla y tan pasional como los dos entrenadores. Alisson salvó tres remates, de Son, Lucas Moura y Eriksen, en aquel ir y venir loco.
El Liverpool escapó al empate de milagro y Origi acabó asegurándole la Sexta. Klopp ya tiene su Champions.
A modo de síntesis: la fiesta del fútbol inglés fue la fiesta de la intensidad. Poco fútbol y sobredosis de ambiente. A los rojos les sirvió el gol de penalti de Salah tras la primera jugada y el latigazo final de Origi, prólogo y epílogo de una manera de entender el fútbol. Un egipcio y un belga en la corte de Lennon, El Tottenham reaccionó tarde.
La final coronó el estilo de Klopp, el fútbol heavy que electrifica Anfield. Hace un año y medio perdió a Coutinho, al que se consideraba rey del talento del equipo. La respuesta ha sido llegar a dos finales de Champions.
A modo de reflexión final: aún con los dos equipos en un nivel inferior a lo que juegan habitualmente, marcan una diferencia abismal, de años luz de diferencia, con el fútbol del torneo chileno, cansino, lateral y anunciado, que se refugia en una intrascendente tenencia de la pelota.
Hace un año y medio, la selección chilena de futbol estaba establecida en el tercer lugar del ranking de la FIFA.
Sin embargo, los desaciertos de los dirigentes, y la indisciplina de un plantel ensoberbecido, que se creyó en demasía aquello de la «generación dorada», terminó con la efímera ilusión de creernos entre la elite mundial del rey de los deportes.
Hoy aparece en el casillero número 15, con clara tendencia a seguir bajando, porque. claramente, no es mejor que Holanda, Italia, México y Polonia, que aparecen por detrás.
La Copa América mostrará si estamos ante el fin de la generación dorada, o le alcanza el estanque de reserva para aspirar a una plaza en el próximo mundiial Qatar 2022.