Es doctor en Economía de la Universidad de Oxford, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Sussex y senior lecturer de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge. Vive en Inglaterra hace más de 40 años, pero tiene una relación muy cercana con Chile. Hace años que viene expresando su opinión crítica sobre cómo nuestro país camina hacia el desarrollo: dice que el modelo de exportación del cobre es “vergonzoso”; y propone como política industrial “un royalty al concentrado de cobre que no sólo empareje la cancha con Asia, sino también uno adicional que directamente castigue su exportación como concentrado”. Acá la visión de alguien que vive lejos pero que mira de cerca: José Gabriel Palma, un economista atípico.
¿Desde dónde nos tenemos que poner a pensar en un nuevo modelo de desarrollo para Chile?
Primero que nada hay que acordarse que en el discurso hegemónico de la así llamada ‘centro-izquierda’, hay una falta de imaginación crítica en cuanto a modelos alternativos de desarrollo que es lamentable. Pregunta: ¿quien se acuerda cuál fue la última idea original que tuvo la ‘centro-izquierda’ hegemónica en Chile en esa dirección? Mientras este grupo siga tomando pasivamente su inspiración en el neoliberalismo, no puede ser de otra manera, pues como es obvio, la única forma en la que dos bloques políticos puedan pensar básicamente lo mismo en cuanto a modelos de desarrollo, es porque sólo uno está pensando…
Y éste no es precisamente la ‘centro-izquierda’. De ahí que, habiendo tirado la toalla en cuanto a su imaginación creativa, hoy su autoestima proviene exclusivamente de sus capacidades administrativas, su preocupación por lo social (ya en la zona de rendimientos decrecientes), y su sentido de ‘prudencia’ en lo posible.
En este esquema, estrechar la imaginación para poder rallar todo lo posible no se puede intentar ni como hobby. Por el contrario, la única forma en la cual la ‘centro-izquierda’ puede auto convencerse de que su conocimiento es ‘completo’ y evidente, es a través de teorización dogmática (con módulos de revelación religiosa).
Sólo así (ellos y cualquier otro que se mueva en esa dirección) puede tener la ilusión de una comprensión completa — de una perfecta simetría entre sus creencias, cada día más neo-liberales, y la realidad.
Por esto, la imaginación creativa (por cierto, el pensar nuevos modelos de desarrollo, los cuales, en un sentido evolutivo, nos ayuden a dar el paso siguiente) no es simplemente una aburrida perdida de tiempo, sino algo amenazante, algo con el peligro de desencadenar una fuerza desconocida capaz de destruir la frágil comprensión de lo real, y eliminar el significado del discurso.
¡Buscar nueva ropa para el emperador puede exponer que ahora él está desnudo!
Y cuando dos bloques políticos, por cualquiera razón, presentan al electorado básicamente el mismo modelo de desarrollo, sin tomar en cuenta (como lo indica la última encuesta del CEP) que prácticamente cuatro de cada cinco personas quiere mayor protección al consumidor, mejor redistribución del ingreso, la re-nacionalización del cobre, una enseñanza universitaria de alta calidad y gratuita, y una reforma tributaria profunda, no nos extrañemos que exista una desilusión generalizada con el proceso político.
Y es que es complicado cuando la fuerza por el cambio viene sólo de la calle. Más aun, cuando ésta se origina por la transformación abrupta de una larga alienación pasiva en una explosión de rabia frustrada. Lo que los neo-liberales de todo color político nunca han entendido — y, quizás, nunca podrán entender — es que el capitalismo desregulado genera tales tendencias depredadoras que se hace autodestructivo, pues hay un punto en el cual la mayoría deja de tolerar lo intolerable.
Y esperar ese punto para hacer el cambio tiene connotaciones de ruleta rusa.
En cuanto a pensar en alternativas a nuestro modelo de desarrollo, algo que siempre me ha sorprendido en el discurso de la ‘centro-izquierda’, no sólo en Chile sino también en toda nuestra América, es su absoluta ignorancia de los modelos que se están implementando imaginativamente, y con tanto éxito, en Asia.
Y el famoso ‘modelo nórdico’ también pasó al olvido como posible ruta de desarrollo. Concretamente, ahí hay dos ejes desde los cuales podemos ponernos a pensar algo distinto, y mucho mejor, para Chile. Algo menos desigualador y abusivo, algo más eficiente e imaginativo.
Quizás el mayor éxito de la ideología neoliberal fue convencer a la inmensa mayoría, incluida por cierto nuestra ‘centro izquierda’, de que en el mundo de hoy “no hay alternativa” — o como decía la Sra. Thatcher, del “TINA”: there is no alternative.
Esto es, cualquiera otra hoja de ruta al desarrollo que no sea la neo-liberal, no sólo es algo ‘pasado de moda’ e ‘ineficiente’, sino, peor aún, un pacto auto-destructivo, de auto-inmolación. La Sra. Thatcher, y con razón, en una de sus últimas entrevistas dijo que su mayor éxito político fue el “New Labour” (o la “nueva izquierda”).
Pinochet podría perfectamente haber dicho lo mismo de los socialistas ‘renovados’. Pocas ideologías en la historia universal han tenido tanto éxito en emascular a sus alternativas. Peor aún, como diría Adorno, pocas tecnologías de poder, como el neoliberalismo, han sido tan eficientes en cuanto a su capacidad de delegar en los dominados la administración de la violencia en la cual descansa.
Piensen en los gobiernos ‘progresistas’ de Chile, Brasil o Sudáfrica.
Cuando estuve en Chile en septiembre, di una presentación en la Facultad de Economía de la Chile, y en el auditorio estaba un ex presidente del Banco Central. Cuando me puse a hablar de la creatividad de los caminos alternativos del Asia, inmediatamente levantó el dedo para decir: “esos países pobres no tienen nada que enseñarnos”.
Fue una de esas aseveraciones que llegan a dar vergüenza ajena. Primero, no es para nada cierto que uno no tiene nada que aprender de los países de ingresos menores: basta recordar los resultados de la prueba ‘Pisa’ en lo educacional; pero si se insiste en tamaña majadería, ¿qué tal aprender al menos de los países asiáticos de ingreso similar o mayor?
Miren a Corea y Taiwán, con ingresos bastantemente más alto que el chileno; o incluso a Malasia y Tailandia que están muy cerca de nosotros. En economía política, lo más importante a aprender de ellos no es tanto cómo crecer, sino como sostener ese crecimiento en el tiempo.
Lo fundamental e entender del Asia no es que Corea tenga una tasa de crecimiento promedia del 7%, tasa que nosotros también tuvimos por algunos años en los ‘90, sino que Corea la ha tenido por 50 años (multiplicando su PIB por 27). La tasa correspondiente para Chile durante ese período es tan sólo del 4,2%, lo que nos llevó a multiplicar nuestro PIB por menos de 8 — ¡pequeña diferencia! Lo fundamental a aprender del Asia es cómo ser corredores de maratón (sostener el crecimiento en el tiempo), en lugar de ser (cuando mucho) corredores de media distancia (los ’90 en Chile).
No estoy diciendo que tengamos que copiar mecánicamente lo que se hace allá, sino que hay que dejar atrás, de una vez por todas, aquella parte del discurso hegemónico en Chile que dice (con un dejo de prejuicio racial) que sólo economías como Australia y Nueva Zelanda nos indican un camino interesante de aprender. Y si de aprender de países desarrollados se trata, el modelo nórdico es sin duda mucho más relevante para nosotros que los oceánicos.
Para el caso de Chile, hay cosas que son absolutamente obvias que deberíamos estar haciendo para movernos de una forma mucho más inteligente, dinámica y progresista en la tarea de salir de lo que comúnmente se llama la trampa del ingreso medio (la cual es más que nada una trampa ideológica).
Por ejemplo, en cuanto a un nuevo modelo de desarrollo, éste, sí o sí, debería pasar por usar en forma mucho más inteligente nuestros recursos naturales a través de industrializar el sector exportador primario. Esto no sólo significa procesar el recurso natural, agregándole valor, lo cual es ya muy importante, sino también desarrollar las industrias que tienen que ver con los insumos que se usan para la extracción (en el caso de los salmones, por ejemplo, los alimentos y las vacunas).
El ejemplo histórico más paradigmático es el Nórdico; y en Chile pocos se acuerda (o quieren acordarse) que en los ’60 Finlandia tenía un sector exportador maderero similar al chileno (básicamente, astilla de madera, pulpa para diarios, y algo de cartón). Hoy ellos están a años-luz de nosotros (igual que Malasia).
Pero donde realmente debería darnos vergüenza, pues no hay otra palabra, es en el cobre, donde en lugar de pasar del fundido al alambrón, y de ahí para delante, vamos marcha atrás, pues lo único que crece es el rudimentario concentrado — un mineral con un contenido de metal de aproximadamente un 30%, resultado de una flotación primitiva del mineral bruto pulverizado.
Y por molestarse en hacer eso, las grandes mineras privadas se han apropiado en cada uno de los últimos siete años, de excedentes del mismo orden de magnitud que el total de sus inversiones precedentes (esto es, desde que llegaron a Chile).
Así, han recuperado el total de sus inversiones siete veces en este período — sin considerar los excedentes retirados en años anteriores. ¡Qué generosidad la de la ‘centro-izquierda’! Para enviarla al Guinness Book of Records (sección ingenuidad — por no usar palabras más definidas.
Como decía, aquí nuestra ‘modernidad’ es ir hacia atrás en lugar de hacia adelante. Como en tantas otras cosas, el neo-liberalismo nos quiere convencer, y a menudo con éxito, que para andar hacia delante tenemos que colocar marcha atrás. El año 1970 el 90% de la producción era fundido y el 10% era concentrado, hoy vamos camino a un 50/50.
En lugar de avanzar de concentrado a fundido, de ahí a alambrón, y luego a alambre elaborado, en un proceso de ir agregando valor, vamos hacia atrás, atrincherándonos en lo más primitivo. Sólo un neo-liberal muy ‘moderno’, o un socialista muy ‘renovado’ pueden pensar que eso es un paso adelante (una estrategia de desarrollo efectiva). Sí, sin duda, los camiones son más grandes, las plantas chancadoras son más efectivas, los químicos más eficientes, y ahora usamos hasta algo de agua salada en el proceso; pero de esa trinchera no salimos.
Lo que hay que entender es que no hay país de ingreso medio que haya dado el paso siguiente sin política industrial. Pero vaya a decirle eso a nuestros fundamentalistas de mercado, incluido a los de la Nueva Mayoría, quienes no entienden ni el teorema de Lipsey y Lancaster, que nos dice que si en el Asia se implementa política industrial — y, por tanto, se incentiva fundir el concentrado chileno allá —, un royalty que ‘empareje la cancha’ (y nos permita al menos llegar a un ‘second best’) tiene sentido aún desde el punto de vista de la economía más ortodoxa. Pero para entender eso hay que pensar con algo más que con la pura ideología, o los modelitos que sólo sirven para embellecer la irrelevancia o justificar lo injustificable (VER NOTA CIPER).
Pocos en Chile parecen darse cuenta que, en cuanto a volumen, nuestro mayor producto de exportación es basura (la escoria del concentrado)…
¡Lindo modelito de desarrollo! ¡La modernidad desatada! Como el concentrado tiene solo un 30% de cobre, de cada diez barcos que salen de Angamos a China, tres llevan cobre y algunos metales preciosos (además de algo de molibdeno, azufre, renio, selenio etc.), y siete llevan (literalmente) basura.
No hay que ser un medioambientalita furibundo para darse cuenta del absurdo increíble que es eso.
– ¿Y porqué no ha sido posible enfocar el desarrollo de este sector de una manera más orientada a la creación de valor?
Lo que pasa es que cuando uno invierte en cobre, la renta minera, que es la renta que se obtiene por tener acceso al recurso natural, no por la eficiencia de la extracción, se obtiene en el concentrado. Y aún en la actual Constitución, esa renta pertenece a todos los chilenos.
Cuando se avanza de ahí al fundido, y más allá, la rentabilidad de la inversión adicional pasa a ser la normal a cualquier actividad industrial (digamos, un 15% a un 20% de lo invertido). Ya decíamos, las mineras privadas en Chile que exportan concentrado se han llevado, en los últimos siete años, utilidades cada año equivalentes al total de la inversión que han hecho desde que llegaron a Chile.
La característica fundamental del gran capital hoy en día es precisamente esa: o se ganan esos niveles de retorno, ¡o para qué molestarse en mover un dedo!
La especulación financiera siempre está ahí como alterativa. Un ejemplo en otra área: de acuerdo con un informe de la revista Journal of National Cancer Institute, 11 de los 12 fármacos contra el cáncer aprobados en 2012 por la ‘Administración de Alimentos y Medicamentos’ de EEUU, se comercializan hoy en día a un precio de más de 100 mil dólares por año, por paciente. Esto es, a más del doble de los ingresos medios anuales de los hogares en dicho país (para qué decir del de otras partes del mundo).
“¿Es que las farmacéuticas en EEUU, o nuestras mineras privadas son tan increíblemente eficientes? ¿O es que las farmacéuticas tienen, literalmente, a los gobiernos respectivos en el bolsillo; y los economistas y políticos de la ‘centro-izquierda’ en Chile han sido más tímidos que la selección chilena de fútbol antes de Bielsa? Las primeras, o extorsionan a la gente de forma que hasta AL Capone hubiese tenido vergüenza, o para qué molestarse; las segundas, o ganan anualmente más del 100% de lo invertido, o para qué molestarse. Gobiernos domesticados son un componente esencial del ‘modelito’.
– ¿Cómo se revierte eso?
Ciertamente no por obra y gracia del Espíritu Santo (mercado). Lo que yo propongo es, primero, un royalty apropiado que compense los subsidios e incentivos que dan en Asia para que el mineral chileno se funda allá. Hasta ahí, economistas ortodoxos y heterodoxos deberían estar de acuerdo: el ‘emparejar la cancha’. Esto es, crear una situación en la cual la decisión de fundir en Chile o en Asia dependiese de la eficiencia relativa de los procesos productivos de fundición respectivos, y no de los incentivos y subsidios que se dan en Asia.
Ahora, si además de ese primer royalty emparejador de la cancha se tiene el mínimo de ambición que lleve al paso siguiente (a lo país nórdico o asiático), hay que pensar en política industrial. Si se quiere que Chile se industrialice, nuestro nicho está por ahí. En este mundo globalizado no se puede hacer cualquier cosa; hay poco espacio para voluntarismos idealistas (algunas experiencias de América Latina muestran eso).
Hay que buscar nichos donde desarrollar ventajas comparativas sostenibles. Y al igual que nuestra extraña geografía nos da una oportunidad única en el mundo para desarrollar una gran agricultura de exportación orgánica, no sólo mucho más sana sino también muchísimo más rentable que la actual, nuestra riqueza en recursos naturales nos abre un gran espacio de industrialización competitiva.
En el caso concreto del cobre, entonces, yo propongo como política industrial un royalty al concentrado que no sólo empareje la cancha con Asia (digamos un 20%), sino también uno adicional (otro 20%, por así decir) que directamente castigue su exportación como concentrado.
A su vez, colocar un menor royalty total al fundido (digamos sólo un 20%), y dejar exento de todo royalty al alambrón. Incluso se puede pensar en un royalty negativo (o subsidio) a formas más elaboradas del cobre.
Y un asunto fundamental a entender es que todos esos royalties (como lo hizo Balmaceda — el único Presidente en nuestros 200 años de historia republicana que ha entendido realmente de economía) deben estar basados en el valor bruto exportado, y no en las supuestas utilidades de las mineras, pues hoy en día es mucho más fácil creer en el Viejito Pascuero que en las contabilidades ‘García-Marqueanas’ de las mineras.
Éstas, al igual que muchas otras corporaciones hacen desaparecer sus utilidades a-la-Harry Potter; como es sabido hoy en Europa Amazon, Apple, Google, Starbucks, Vodaphone y tantas otras declaran no tener utilidades contables — sólo trabajan por amor al arte (y su pasión por los paraísos fiscales del Caribe).
En otras palabras, salvo que hagan alambrón, en Chile las mineras privadas deberían pagar un royalty de verdad; y mientras menos elaborado es lo que exportan, más alto el royalty que deberían pagar. Tan simple como eso. Esto es, las mineras se podrían incluso llevar la renta minera si hacen alambrón (o similar), pues al menos dejarían algo interesante en Chile por ello. Hoy se lo llevan sólo por molestarse en hacer el primitivo concentrado.
Sin ese royalty diferenciado, jamás se va a industrializar el cobre en Chile, ni en la línea de añadir valor agregado al mineral, ni en la de producir los insumos que se requieren para la extracción y procesamiento. Lo que hay que entender es que en Chile ya tenemos potencialmente todo lo que se requiere para ello; de hecho, como nos diría Gramsci, lo único que falta para movernos en esa dirección es lograr hegemonizar el tipo de ideología que llevó a los países Nórdicos y a muchos en Asia a hacer eso — pues como nos recuerda el gran pensador italiano, más a menudo que no, aquél es el terreno donde se ganan o pierden este tipo de batallas.
– ¿Tú crees que en Chile hay la capacidad instalada para llegar y empezar a montar industrias?
Después de 40 años de neoliberalismo, (no es sorpresa), hay poca capacidad instalada en ese respecto, pero ninguna razón para no construirla. Lo mismo pasa en la madera; qué sentido tiene que Chile sea campeón mundial en exportar astilla de madera (como lo es en el cobre concentrado y el salmón de tres kilos), pero no se de la molestia de dar el paso siguiente, que es producir MDF, producto básico para la industria de muebles.
Pero si en Chile tú hablas de política industrial, la elite capitalista inmediatamente lo entiende como grandes subsidios y regalías para que ellos se molesten en moverse en la dirección adecuada. Pero, yo hablo de una política industrial diferente, una asiática, una que ‘discipline’ a la elite capitalista: ¡si quiere ganar plata, hay que hacer algo útil! ¿Es tan difícil entender eso? Y, de no hacerse, al menos los royalties a la exportación de productos primarios no procesados ayudarían al financiamiento público de la educación, la salud, la infraestructura, la energía, etc.
Hay que romper con esa convicción de la elite capitalista rentista chilena, que si el Estado quiere que tú hagas algo que tiene sentido, te tiene que regalar plata a destajos para que tú te molestes en hacerlo. En el discurso neo-liberal sólo se habla de zanahorias; en el modelo asiático, en cambio, se combinan con lo otro. Ahí está la gran diferencia ideológica. Es el pragmatismo ‘neo-confusionista’ asiático, como yo lo llamo.
La otra diferencia está en el rol directo del estado en la economía. Si tú miras el gasto público chileno desde el retorno a la democracia, la inversión pública chilena con suerte ha llegado al 3% del PIB; no debería sorprender, entonces, la escasez y mala calidad de lo que la teoría del crecimiento llama el ‘capital complementario’.
Tampoco nuestra picante educación y salud pública, y la calidad de muchos otros servicios públicos fundamentales.
Dan (o deberían dar) vergüenza. Y en áreas donde el sector privado se ha mostrado totalmente incapaz de desarrollar un producto o un servicio esencial, como es en la energía y en las telecomunicaciones, el Estado tiene todo el derecho (yo diría el deber) de intervenir.
Si tú miras en Asia, la inversión pública no es sólo mucho más alta que la latina, sino también se orienta a cualquier área donde existan cuellos de botella para la economía. No hay tabú al respecto. Lo demás es sólo ideología añeja Siglo XIX (con un mal disfraz de modernidad).
– ¿Y en Chile cuales son los cuellos de botella que el Estado debe destrabar?
Primero, cuando los países son chicos como el nuestro y además están dominados por cinco o seis grupos económicos, estos tienen mercados en los que no hay competencia de verdad. Sólo compadrazgos. La economía chilena hace mucho que dejó de ser ‘economía de mercado’, para pasar a ser ‘economía de grupos de mercado’.
Ahí el Estado tiene el rol fundamental de regular la competencia; pero regularla de verdad (no sólo mandando a cursitos de ética profesional a los pecadores, como fue el caso reciente de las farmacias — hecho que nos tildó de república bananera en casi todo el mundo).
Ya mencionábamos la educación (incluido la investigación y desarrollo), la salud, la energía y las telecomunicaciones. En fin, hay un rol obvio para el estado en todo aquello relacionado con el ‘capital complementario’.
Y para poder hacer eso en forma efectiva, hay que pensar en forma más imaginativa respecto del financiamiento del gasto público en inversión en capital humano y físico. Por ejemplo, además de la perdida de la renta minera en el sector no-Codelco, ¿qué sentido puede tener que en Chile, a diferencia de casi todo el resto del mundo, las aguas de las lluvias sean privadas?
Eso es sólo lastre de la corrupción de los Chicago Boys & Asociados durante el oscuro periodo de las privatizaciones — cuando dos ministros (los dos Josés) se llevaron una buena parte de Endesa, y ésta se llevó gratis casi todas las aguas no agrícolas (las que tienen que volver al río luego de su uso). ¿Cómo puede tener sentido que cada vez que llueve, se llenen algunos bolsillos privados? — y tan sólo por eso, ¡porque llueve!
Junto con recuperar los recursos naturales, no hay razón para que el Estado no cree empresas mixtas con el sector privado; por ejemplo, para proyectos hidroeléctricos sustentables en los cuales la contribución del Estado pueda ser el agua de las lluvias (la cual, salvo en la doctrina ‘alcaponiana’ de los Chicago-Boys, es un bien público.
– ¿Y en el caso de las telecomunicaciones?
En Chile se habla muy poco de la pésima calidad de las telecomunicaciones. Sólo se habla del número de gente conectada a celulares y al internet; pero de la calidad del servicio, ni hablar. Está ese famoso estudio de la OCDE que muestra que Chile es un país donde se cobra el doble del promedio de la OCDE por acceso al internet, pero en términos de velocidad sólo se entrega la mitad. ¿Pero qué se puede esperar de un mercado donde no hay competencia de verdad? Sólo empresas rentistas, con mercados cautivos, y Estados domesticados. ¿De dónde va a surgir la necesidad de invertir e innovar?
– ¿Qué rol le ves tú a la innovación dentro de este proceso?
En un país de ingreso medio alto, como el nuestro, un componente básico de la innovación es el “aprender a aprender”. Cómo ser capaz de absorber nuevas tecnologías, nuevas formas de hacer las cosas, de ir constantemente mejorando e innovando, de ir absorbiendo y adaptando las tecnologías más desarrolladas del mercado.
En ese sentido si queremos pasar de astilla de madera al MDF, o del concentrado al fundido, no necesitemos inventar nuevamente la rueda, sino saber absorber y adaptar tecnologías existentes para hacer eso. Lo que se requiere es imaginación y flexibilidad. En los procesos extractivos primarios ya la tenemos — no por nada somos campeones mundiales en ellos.
¿Pero por qué va a ser tan difícil hacer lo mismo en el paso siguiente? ¿Cómo se maneja y se establece una mirada respecto de la sustentabilidad de los recursos naturales?
Una de las pocas cosas inteligente que los economistas ortodoxos han venido diciendo hace muchos años, por lo menos los más iluminados, es que el mercado no tiene incentivos para cuidar de la sustentabilidad de los recursos naturales. Hay un paper de Robert Solow de los años 50 en el cual ya discute este tema.
En términos simples, tomar decisiones de producción basados solamente en costos marginales de extracción no va a tomar en cuenta al medioambiente, y para nada el hecho de que muchos no son renovables. Por eso, uno de los roles que sólo el Estado, y nadie más que el Estado, puede ejercer, es la regulación para la sustentabilidad del desarrollo. Parte de la política industrial es hacer las cosas no solamente de forma eficiente, sino en forma sustentable.
Energía, pesca, lo forestal son áreas donde este tipo de razones justifican una activa participación del Estado. Pero hay grandes intereses que se oponen; y la domesticación del Estado por parte del gran capital poco ayuda (piensen lo vergonzoso que fue lo que pasó hace muy poco con la ley de la pesca — cuando se escogió a dedo a quienes se le otorgaban los derechos de pesca, los cuales fueron dados gratis y, en la práctica, a perpetuidad).
-¿Cómo crees tú que hay que enfrentar esa negociación política?
Un aspecto fundamental del keynesianismo de la pos-guerra fue construir una clara separación entre el Estado y el mercado, con un claro rol hegemónico para el primero. El mercado debía funcionar ‘supervisado’ por el Estado; hoy día, en cambio, en nuestro neo-liberalismo predador es el Estado el que funciona ‘supervisado’ por el mercado.
Y su rol básico es facilitar las prácticas rentistas del gran capital (como en la pesca). Un aspecto fundamental del pensamiento de Keynes (aunque el no fue el primero en decirlo) es que el gran capital desregulado se torna necesariamente autodestructivo. Piensen lo que paso en los mercados financieros internacionales pos-desregulación, y la crisis financiera internacional.
Más aún, el capitalismo hasta ahora mostraba ser capaz de reformarse después de cada gran crisis; sucedió en los ’30 y ’70. Pero ahora parece no tener idea como reformarse en medio de la turbulencia actual. Por eso, sólo por un instinto básico de subsistencia, el Estado (ahora más que nunca) debería rayar la cancha en la cual se mueva el gran capital.
Junto a eso, esta la defensa de los derechos de los consumidores, del medio ambiente, de los recursos no renovables, el deber de proveer de una educación y salud de alta calidad y gratuita particularmente a los grupos de bajos ingresos, etc., etc. Sin embargo, hoy en día todos estas verdades son recuerdos románticos del pasado, los cuales se re-introducen al discurso oficial sólo en períodos de campañas electorales. (Es de esperar que ahora ‘la calle’ se los recuerde más a menudo).
Para que decir la necesidad de una política industrial y comercial para salir de la trampa del ingreso medio. En el seudo-modernismo neo-liberal eso es herejía que requiere del castigo de la nueva Inquisición. Lo que hay que entender en todo esto es lo que Adorno nos decía respecto del seudo-modernismo neoliberal:
“Hoy en día, el recurso a la modernidad, no importa de qué tipo, con tal que sea suficientemente arcaico, se ha convertido en universal.”
Imagínese, que cosa más increíblemente ‘moderna’ que en Chile el 1% se lleve el 30% del ingreso. Al menos en Asia las oligarquías no sólo se pueden llevar una proporción muy inferior del ingreso, sino que para poder hacerlo, tiene que invertir una proporción mucho más alta del ingreso; además de innovar, competir, y entregar resultados.
En nuestra ‘modernidad’ latina, en cambio, las oligarquías criollas se autootorga (como si fuese por derecho divino) el poder y los privilegios de que gozan. En el Asia las oligarquías están (por así decirlo) a contrato temporal, y para renovarlo necesitan entregar resultados; en nuestra América, en cambio, tienen ‘tenure’. Más aún, su nueva tecnología de poder (el neoliberalismo a lo ‘Anglo-Ibérico’) ha mostrado hasta ahora tener tal efectividad y sofisticación, y tal capacidad de emascular a las alternativas progresistas, que hasta los regímenes militares quedaron obsoletos.
Como se ha argumentado, la proposición central del Darwinismo es que un subgrupo en una población va a sobresalir respecto de los demás si tiene algunas características, que los otros no tienen, lo cual lo hace mejor adaptados a un medio-ambiente específico. Eso no tiene nada que ver con el ‘valor intrínseco’, o superioridad moral del subgrupo. Sólo con tener lo que se requiere, dada las circunstancias.
Por eso, una forma simple de entender qué es el neoliberalismo es, precisamente, crear artificialmente un nuevo ‘medioambiente’ donde el capital, por sus características, pueda ser el rey — mientras que el trabajo, por su creciente inseguridad, fácil de ser mantenido a raya. Esto es, abrir la cuenta de capitales, ‘flexibilizar’ el mercado del trabajo, ahogar en crédito, domesticar al estado, independizar la política monetaria de la voluntad popular, etc., etc., cosa de crear artificialmente un nuevo medio-ambiente — una vuelta a una forma de capitalismo puramente predatorio — donde las habilidades del capital sean las más afortunadas.
De ser así, al neoliberalismo se lo podría interpretar como una etapa ‘regresiva’ en la evolución humana, pues, como nos dice Albert Einstein, siguiendo a Thorstein Veblen, el socialismo no es más que un intento de superar la etapa depredadora en la evolución humana. Para Einstein el neoliberalismo (o neoconservadurismo, como se llama en Estados Unidos), no es más que lo opuesto: reafirmar dicha etapa arcaica.
Fuente: Sentidos Comunes