por Marcello Musto (*).
Friedrich Engels comprendió la centralidad de la crítica de la economía política incluso antes que Karl Marx.
Cuando ambos se conocieron, él había publicado muchos más artículos que su amigo, que estaba destinado a ser famoso en esta disciplina. Era un joven muy prometedor, pero su padre, un industrial textil de Wuppertal, le había negado la posibilidad de estudiar en la universidad para orientarlo hacia su propia profesión.
Se había formado a sí mismo, gracias a un voraz apetito de conocimiento, y, para evitar conflictos con una familia conservadora y fuertemente religiosa, firmó sus escritos con seudónimo. Abrazó el ateísmo y los dos años en Inglaterra, a la edad de veintidós años, cuando fue enviado a trabajar a Manchester en las oficinas de la fábrica de algodón Ermen & Engels, fueron decisivos para la maduración de sus convicciones políticas.
Fue durante ese período cuando pudo observar de primera mano los efectos de la privatización, la explotación capitalista del proletariado y la competencia entre los individuos. Entró en contacto con el movimiento Cartista y se enamoró de una obrera irlandesa, Mary Burns, que fue decisiva en su formación.
Brillante periodista, publicó en Alemania relatos de las luchas sociales inglesas y escribió en la prensa anglosajona sobre el progreso social que tenía lugar en el continente.
En 1845 publicó su primer libro, La situación de la clase obrera en Inglaterra. En el subtítulo subrayó que se había basado en «observaciones directas y fuentes auténticas» y que su propósito respondía a «la necesidad indispensable de dar fundamentos sólidos a las teorías socialistas»: el conocimiento real de las condiciones de trabajo y de vida del proletariado.
Fue un precursor de las investigaciones sobre los trabajadores. En las páginas introductorias de su libro afirmó que escribirlo le había ayudado a «comprender la realidad de la vida» y expresó su reconocimiento a los trabajadores ingleses que «nunca lo habían tratado como a un extranjero», ni lo habían discriminado, ya que no estaban presos de «la terrible maldición de los prejuicios nacionales».
Ese mismo año, después de la publicación de La Sagrada Familia, la primera obra escrita con Marx, Engels se reunió en Inglaterra con su amigo, a quien pudo mostrar lo que había visto y comprendido antes que él. Marx abandonó definitivamente la crítica de la filosofía post-hegeliana y se embarcó en el largo viaje que, más de veinte años después, desembocaría en la publicación de El Capital.
En 1849, Engels regresó a Inglaterra y, como Marx, permaneció allí hasta su muerte. Se convirtió en el «segundo violín», como se llamaba a sí mismo, y para mantenerse y ayudar a su amigo, que a menudo estaba sin trabajo, aceptó dirigir la fábrica de su padre en Manchester hasta 1870. Sin embargo, incluso durante esos veinte años, nunca dejó de escribir.
En 1850 publicó La Guerra de los Campesinos en Alemania, una historia de las rebeliones que tuvieron lugar en 1524-25, con el objetivo de mostrar hasta qué punto el comportamiento de aquella clase media había sido similar al de la pequeña burguesía durante la revolución de 1848-49 y hasta qué punto era igualmente responsable de las derrotas que se produjeron.
También escribió casi la mitad de los 500 artículos firmados por Marx para el New York Tribune entre 1851 y 1862, que describieron al público americano las muchas guerras que tuvieron lugar en Europa durante esa década. Frecuentemente pudo anticipar algunos de los acontecimientos y prever las estrategias militares utilizadas en los distintos frentes de la lucha.
Eso le valió el apodo por el que todos sus compañeros de partido le conocían: «el General». Su actividad como publicista continuó durante mucho tiempo y sus Notas sobre la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, una crónica analítica en sesenta artículos sobre los acontecimientos militares que precedieron a la Comuna de París, publicada en el periódico inglés Pall Mall Gazette, le ganaron numerosas felicitaciones y dan testimonio de su perspicacia en la materia.
En los quince años siguientes, Engels hizo sus principales aportaciones teóricas también a través de escritos ocasionales, nacidos para oponerse a las tesis de los opositores políticos dentro del movimiento obrero o para explicar las controversias surgidas en el debate teórico.
El Anti-Dühring, que apareció en 1878, que él definió como «la exposición más o menos unitaria del método dialéctico y la visión comunista del mundo», se convirtió en una referencia crucial para la formación de la doctrina marxista.
Aunque hay que distinguir entre la popularización realizada por Engels, en abierta polémica con los atajos simplistas en boga en su época, y la vulgarización realizada por la generación posterior de la socialdemocracia alemana, su recurso a las ciencias naturales abrió el camino a una concepción evolutiva de los fenómenos sociales que simplificaba el análisis más polifacético de Marx. Del socialismo utópico al socialismo científico, una reelaboración de tres capítulos del Anti-Dühring con fines divulgativos, tuvo incluso más exito que el texto original.
A pesar de los méritos de este escrito, que circuló casi tanto como el Manifiesto del Partido Comunista, las definiciones de «ciencia» y «socialismo científico» propuestas por Engels pueden considerarse como un ejemplo de autoritarismo epistemológico y fueron utilizadas posteriormente por la vulgata marxista-leninista para excluir cualquier tipo de discusión crítica de las tesis de los «fundadores del comunismo».
La Dialéctica de la Naturaleza, un proyecto a base de fragmentos en el que Engels trabajó, con numerosas interrupciones de 1873 a 1883, ha sido objeto de una gran diatriba. Para algunos era la piedra angular del marxismo, para otros la piedra angular del nacimiento del dogmatismo soviético. Hoy en día debe ser releído como una obra incompleta, que muestra los límites de Engels, pero también el potencial contenido en su crítica ecológica.
Si el método dialéctico que utilizó simplificó y redujo ciertamente la complejidad teórica y metodológica de Marx, no es correcto, sin embargo, como se observó superficialmente y sin generosidad en el pasado, hacerle responsable de todo lo que no gustaba de los escritos de su amigo y echar sólo sobre sus hombros las causas de los errores teóricos e incluso de las derrotas prácticas.
En 1884 Engels publicó El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un análisis de los estudios antropológicos realizados por el estadounidense Lewis Morgan.
Morgan había descubierto que las relaciones matriarcales eran anteriores a las patriarcales. Para Engels esta revelación fue tan importante para la historia de los orígenes de la humanidad como la «teoría de la evolución de Darwin para la biología y la teoría de la plusvalía de Marx para la economía política».
La familia ya contenía los antagonismos que más tarde se desarrollarían en la sociedad y el estado. Según Engels, la primera opresión de clase que aparece en la historia «coincide con la del sexo femenino por el sexo masculino». En materia de igualdad de género, así como en lo que respecta a las luchas anticoloniales, nunca dudó en tomar partido y defender, sin decididamente, la causa de la emancipación.
Durante los doce años en los que sobrevivió a Marx, se dedicó a la publicación del legado de Marx y a la dirección del movimiento obrero internacional. No sólo logró imprimir los manuscritos del segundo y tercer libro de El Capital, sino que también publicó varias reediciones de obras ya conocidas. En la nueva introducción de una de ellas, Las luchas de clases en Francia, compuesta unos meses antes de su muerte, Engels elaboró una teoría de la revolución que se adaptaba al nuevo escenario político europeo.
El proletariado se había convertido en mayoría y la toma del poder por medios electorales, gracias al sufragio universal, permitiría defender tanto la revolución como la legalidad. Esto no significaba – como sugirieron los socialdemócratas alemanes que manipularon el texto en un sentido legalista y reformista – que la «pelea en las calles» ya no tuviera ninguna función.
Significaba que no se podía pensar en la revolución sin la participación activa de las masas y que esto requería «un trabajo largo y paciente». Leyendo a Engels y observando el estado del capitalismo contemporáneo, nace el deseo de empezar de nuevo y retomar esa vía.
(*) Profesor asociado de Teoría Sociológica en la Universidad de York (Toronto) y autor de numerosos libros, entre ellos Another Marx: Early Manuscripts to the International (Bloomsbury, 2018).
Fuente: Sin Permiso