Más allá de la dudosa capacidad predictiva de las encuestas, el hecho de que seis de ellas hayan registrado el ascenso de una candidata en seis puntos porcentuales, en cuestión de dos o tres semanas, era una evidencia estadística que impide considerar el triunfo de Jeanette Jara en las primarias del oficialismo como una sorpresa.
Lo que pudo nadie pudo predecir, y en lo que se equivocaron todas las encuestas, fue la contundencia; que, con autoridad, y de un golpe, modificó el cuadro político y le borró la sonrisa triunfalista a las derechas, que, de improviso, y sin aviso, se reencontraron con sus viejos fantasmas.
Entonces, sus vocerías, la comunicación hegemónica, la opinología en boga, los inefables expertos a sueldo y los operadores de bots en redes sociales, se afanan en disminuir el resultado, en lugar de analizar con seriedad el cambio en el escenario político, que, por lo mínimo, descartó el escenario de una segunda vuelta entre las dos derechas, a cambio de la alta probabilidad de que Jeanette Jara llega a ella, incluso con probabilidad de ganarla.
El primer sofisma que sacaron de paseo fue el de la representatividad.
Los que no sacaron un voto, porque ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo para una primaria, consideran que un millón 420 mil votos, poco más del 9% del padrón, con voto voluntario, es menos representativo que una elección de centro de padres. Lo dijeron.
De manera aún más torpe, compararon el resultado con el de las primarias de 2021, cuando en la primaria de Apruebo Dignidad votó un millón 700 mil personas, y en la de Chile Vamos, un millón 350 mil.
Ignorantes o mentirosos, o ambos, omiten que esa diferencia de 300 mil votos obedece a la votación de la derecha por Boric, en el círculo dorado de las comunas de Las Condes, Lo Barnechea, Providencia y Vitacura, asustadas por la irrupción de Jadue, entonces ganador en todas las encuestas; y que, en esta pasada, no juzgó necesario salir al paso de Jara, endosándole el voto a Tohá.
Más ignorantes o mentiroso aún, no dicen que, en la primaria de 2017, donde Sebastián Piñera se impuso a Manuel José Ossandón y Felipe Kast, votó un millón 419 mil personas, ni que Piñera obtuvo 828 mil votos, apenas 2.500 más que Jara, el 29 de junio pasado.
En relación con lo anterior, un «experto» aventuró un silogismo aún más audaz: como había predicho, en un escenario de baja participación, el resultado fue «capturado» por la militancia, campo donde el Partido Comunista ostenta la ventaja de su capacidad de movilización y disciplina; en circunstancias de que el total de militantes de partidos políticos suma 505.839 personas, y del Partido Comunista, 44.939 registrados.
Los de más allá, resaltaron los errores de Tohá, y su ausencia de carisma. Extraño que lo descubrieran ahora.
El concepto de moda, en la opinología criolla, remite a las «habilidades blandas» de la candidata: tales como su carisma, empatía y picardía criolla; su origen popular; su preparación, experiencia y logros, y su capacidad negociadora.
Tampoco faltaron gurúes de la política, que leyeron el resultado a la luz de la «descomunización» y «bacheletización» de Jara, y de su independencia respecto a la dirección del partido, de lo que deducen una contradicción generacional, si es que no un punto de quiere en su verticalismo atávico.
En términos parciales, aislados, algunos de esos argumentos pueden ser ciertos, pero ese no es el punto. El asunto consiste en que ni juntos, ni sumados logran explicar la amplitud del triunfo de Jeanette Jara.
Entonces, emergen como lo que son: una colección de argucias, circunloquios, evasivas y verdades a medias, con la finalidad de negar lo principal: el nuevo capítulo político iniciado por el amplio triunfo de Jeanette Jara en la primaria oficialista, donde volverán a encontrarse los mismos protagonistas del drama histórico del derrocamiento de Allende; en otras circunstancias, las que prevalecen hoy; únicas e irrepetibles, como en cada trance de la historia.
La crítica ideologizada proveniente desde la izquierda se empotra en el fatalismo, punto en el que coincide con la encuestología, en cuanto a la imposibilidad ontológica, lógica y estadística, del triunfo de una candidata del Partido Comunista en segunda vuelta; sin perjuicio de que hasta eso cayó de golpe.
En la primera semana de julio, Jeanette Jara lideró en intención de voto en los principales sondeos:
Los que acostumbran a manipular a través de las encuestas, saben que la reiteración de un nombre en el primer lugar suele construir realidad; en el sentido del cumplimiento de la auto-profecía.
Aún en ese escenario, esa crítica recalcitrante coloca el énfasis en el carácter reformista de la alianza que sustenta a la candidata, lo cual la transforma, al final, en una pieza funcional del mecanismo de estabilización del sistema; metamorfosis de la que deduce, simultáneamente, el distanciamiento con las masas, y el crecimiento de la ultraderecha.
Convocan, no a la unidad amplia, democrática y antifascista, de tan vital urgencia hoy, sino «a abrir una discusión amplia sobre cómo recuperar la confianza en nuestras propias fuerzas y fortalecer la coordinación y la unidad desde abajo».
En la discusión abstracta, y en contextos particulares, esa crítica puede detentar cierta validez, pero se sitúa en las antípodas del escenario político inaugurado por la irrupción de Jeanette Jara, con solo dos opciones de salida: ella o el representante de la derecha que gane en primera vuelta, probablemente, si las elecciones fueran el domingo, José A. Kast.
De esta manera, el nivel de confrontación política y electoral de los comicios generales del próximo 16 de noviembre, se pone a la altura de otros episodios de aguda polarización en la historia política del país, tales como, salvando distancias temporales, particularidades irrepetibles y proporciones de intensidad y violencia, el golpe de la fronda parlamentaria que concluyó con el suicidio de Balmaceda, en 1891; las masacres obreras del primer tercio del siglo veinte; la pantomima del «ruido de sables» entre Ibáñez y Alessandri, en 1924; la elección de Pedro Aguirre Cerda, en 1938; el golpe de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973; el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y el estallido social del 19 de octubre de 2019; de otra parte, expresiones específicas del conflicto secular; por decirlo en clave de zarzuela, entre la clase señorial y el populacho; que seguirá acompañando a nuestros hijos y a sus bisnietos.
En este contexto, llamar a una «reflexión», para recuperar la confianza y fortalecer la construcción desde abajo, en momentos en que, en Chile, el fascismo está a la vuelta de la esquina, en lugar de sumar fuerzas con todo partido político, movimiento social y expresión territorial dispuestos a defender la democracia; aún la limitada que prevalece, equivale a una desconexión que explica su módica performance electoral, normalmente en torno al uno por ciento; sin perjuicio de que nadie les impide construir desde abajo, discurso que mantienen inalterable durante al menos los últimos veinte años.
Por tanto, no es una opción relevante, en un escenario donde nada está dicho, en términos de resultados; sin perjuicio de que tampoco sobra nadie.
Es cierto que los recursos económicos, la propiedad de la base productiva y de la producción de ideología del país, el conservadurismo mundial, desde Washington al Vaticano, desde el Banco Mundial a la OEA, desde las bolsas de Londres y Nueva York a las transnacionales que operan en el país; así como los grupos económicos, los gremios empresariales, y una parte significativa de la academia, la alta dirección pública y del partido del orden, extremarán su respaldo al candidato de derecha que termine segundo en primera vuelta; lo cual, independiente de quién sea, lo transforma en un adversario formidable.
De momento, la santa alianza entre la elite oligarca, su ala mediática, sus representantes políticos y voceros sociales, así como sus cuadros intelectuales y contingente tecnocrático, luce paralizada y estupefacta; como si le estuviera costando asimilar el impacto de la contundencia del triunfo de la candidata comunista y el cambio de fase política que eso provocó.
Tanto es así, que permanecen embobados detrás del falso debate de por qué todavía Jeanette Jara no ha renunciado todavía al Partido Comunista, como si ese trámite en el Servel cambiase en algo las tornas, sin perjuicio de que el propio organismo informó que eso no es legalmente posible.
No es necesaria la bola de cristal para anticipar que, no bien repuesta de la sorpresa, la santa alianza contragolpeará con la consabida campaña del terror anticomunista; por lo visto, la única que sabe hacer.
Sin embargo, de tanto ir el cántaro al agua, el abuso de esa táctica puede fácilmente concluir en la inmunidad del electorado, si es que no en un retroceso que favorece al adversario.
Y como, de otra parte, cualquiera sea el contendiente de la derecha en segunda vuelta, no puede ofrecer sino más de lo mismo, lo transforma en carta perdedora, porque lo que preanuncian las encuestas, es la alineación de una serie de circunstancias que apuntan al cambio, como suelen ocurrir en Chile, dos o tres veces por siglo.
La probabilidad de que, en Chile, sea electa la candidata de militancia comunista, en representación de una amplia alianza política y social, parte de la cual ha coexistido en dos gobiernos, es elevada.
Si hay comprensión estratégica de este punto, y esa alianza logra un programa compartido por esa mayoría que demanda cambios y una lista parlamentaria única, se perfilaría, objetivamente, un horizonte de cambios.
Cómo se defiende eso, es, claramente, materia de otro análisis,
(*) Director de #RedDigital.cl




