El Legado de Piñera

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Cuando muere un Presidente de la República, la gente suele recordar lo que éste hizo que pudiera haberla beneficiado personalmente de alguna manera.

«Gracias a él tengo casa propia»; «mis hijos fueron a la universidad»; «tuve un trabajo gracias al cual pude salir adelante», etc.

En los testimonios de la gente que se veía en la despedida de Sebastián Piñera, en los alrededores del ex congreso, la sede de su partido o en las afueras de su casa, solamente se oían lugares comunes como «gran estadista»; «capacidad de trabajo»; «eficiente y emprendedor», «democracia de los acuerdos» repetidos por los medios durante todo el día y luego reproducidos por transeúntes desprevenidos frente a los micrófonos y las grabadoras de los periodistas. 

¿Qué realización deja Piñera, que sea comparable a la reforma agraria; la nacionalización del cobre; obras de infraestructura; el sistema nacional de educación pública o el servicio nacional de salud, obras que subsisten hasta hoy y que fueron el legado de estadistas de diferentes corrientes políticas pero que tenían en común la idea de que el desarrollo nacional era más que la suma de los egoísmos individuales?

Ninguna. Los transeúntes y ciudadanos y ciudadanas que asistieron a su despedida al menos no las  mencionaron.

¿Y los especialistas?

Connotados economistas consultados por la prensa, tampoco han logrado hacerlo. Resulta impresionante escuchar a gente tan inteligente como José de Gregorio o Vittorio Corbo repetir las mismas frases hechas: eficiente, emprendedor, inteligente, atributos que podrían considerarse positivos pero que en el caso de un Presidente no dicen mucho que lo distinga de cualquier otro ciudadano. 

Su primer gobierno se vio cruzado por importantes conflictos medioambientales como Hidroaysén, las termoeléctricas en el norte y durante su segundo mandato por la aprobación del proyecto Puerto Dominga por el que aparece mencionado en los Pandora Papers por sus intereses en dicho proyecto siendo Presidente de la República.

También por miles de despidos en la administración pública, el primer paro nacional de los trabajadores de planta de CODELCO en democracia tras su fallido intento de privatizar el yacimiento Gabriela Mistral, propiedad de la estatal y lo más recordado, la enorme movilización estudiantil que produjo reformas tan importantes como la introducción de la gratuidad, la desmunicipalización de la educación escolar, el fin de la selección, la reforma que permitió la participación triestamental en el gobierno universitario, todas ellas realizadas durante el gobierno de la Nueva mayoría y contra la oposición de Piñera y su sector.

Respecto de sus grandes logros, que son la reconstrucción después del terremoto del 27-F y el combate a la epidemia de COVID hay harto paño que recortar.

Todo su primer mandato estuvo marcado por las protestas de los damnificados de Dichato y otros lugares afectados por la catástrofe; la ineficiencia de su gobierno a la hora de socorrer a los compatriotas damnificados por el tsunami en las regiones séptima y octava; las concesiones a empresas privadas en las tareas de reconstrucción, entre ellas de las escuelas rurales gravemente afectadas en un extenso territorio del país, a lo menos relativizan su presunta eficiencia. 

Para qué hablar de la pandemia de COVID que cobró la friolera de más de sesenta mil muertes, dada la estrategia sanitaria escogida que privilegió la vacunación y el tratamiento a través de la compra de miles de respiradores, en lugar de la prevención, la protección de la población  frente al contagio, y la educación sanitaria, para no afectar la actividad económica, misma estrategia de otros gobiernos derechistas como los de Trump y Bolsonaro y por la que ambos ostentan también un triste de record de muertes durante la pandemia.

Todos ellos guiados por el mismo objetivo de llegar al fin de sus mandatos con buenas cifras de crecimiento económico, que es de lo único que parecieran preocuparse los gobiernos de derecha, a cualquier costo. 

Su legado político también es discutible. Su disposición a comenzar un proceso de cambio constitucional fue resultado de la presión de la protesta callejera. Algunas semanas antes de hecho había declarado la guerra a un «enemigo implacable y poderoso» que era nada menos que el pueblo de Chile.

Dejó una estela de mutilados, muertos y encarcelados que fueron el trágico precio que costó el inicio del proceso constituyente. Su disposición a dialogar no es precisamente una virtud que se le pueda atribuir de buenas a primeras. 

Esto, probablemente como resultado de su compromiso con el modelo neoliberal y los poderosos intereses que  ostentaba por su condición de destacado hombre de negocios en el sector financiero desde las postrimerías de la dictadura, los que se extendieron a numerosas industrias en los noventa  incluyendo las comunicaciones, el transporte y hasta los clubes deportivos, precisamente, lo que hizo de él la figura más importante de la derecha chilena en los últimos veinte años a lo menos.

En su intento de consolidar una alternativa de gobierno, dedicó sus últimos esfuerzos, como lo han reconocido sus colaboradores tanto del primero como del segundo gobierno, a consolidar una alianza de derecha aún a costa de distanciarse de antiguos aliados y el «liberalismo» político de la patrulla juvenil, de la que fue parte, para dar paso al fundamentalismo de mercado que le subyace. 

Piñera fue un hombre de su época. Muy representativo del pragmatismo y la superficialidad de los valores que inspiran la sociedad de mercado que ayudó a consolidar los últimos treinta años, tanto desde los negocios como desde la política.

La ausencia de obra en este sentido se podría interpretar precisamente como una característica de la cultura del modelo y el que a los chilenos y chilenas que lo fueron a despedir no les parezca necesario destacarlo, un ejemplo que es, precisamente, el de quien sabe moverse en las turbulentas aguas de la competencia mercantil y sacar ventaja solito; el self made man, el winner

Ese legado que es el de la sociedad de mercado que tan bien representaba Piñera, caracterizado por el egoísmo, la competitividad a cualquier precio; la codicia y un individualismo desenfrenado, es frente al cual deben presentar los demócratas y los progresistas los valores de la democracia; la solidaridad; el compañerismo y la justicia social si de construir una nueva sociedad se trata. 

(*) Profesor de arte

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