Contra pronósticos agoreros y encuestas interesadas, el flamante y redivivo Nuevo Frente Popular logró la mayoría relativa en la segunda vuelta parlamentaria en Francia, el domingo 6 de julio, con lo cual, obtuvo 182 escaños en la Asamblea Nacional.
La segunda gran noticia, consiste en que Agrupación Nacional, el partido de ultraderecha fascista, de Marine Le Pen, remató en tercer lugar lugar, con 143 escaños, luego de haber ganado la primera vuelta, con el 33,5% de los votos.
La «mala» noticia radica en que Ensemble, la alianza del presidente, Emmanuel Macron, logró la segunda mayoría, con 163 escaños, cuestión que implica el retorno a los tradicionales tres tercios, propios de la mayor parte de la historia republicana de ese país, lo cual constituye, según el punto de vista, un estupendo o catastrófico resultado.
Los que ven el vaso medio lleno, independiente donde termine la etapa que se abre, escuchan complacidos el rechinar de los oxidados goznes de la quinta república, en régimen desde 1958, al tiempo que celebran el retorno de una lucha de clases que nunca se fué.
Los que beben las heces de la derrota, principalmente los que defienden intereses, atisban los ancestrales y sombríos tambores de la revuelta.
No entienden que en política no hay milagros.
El ruido mediático, la opinología al cuete y las encuestas sin freno, impidieron anticipar un resultado que tuvo una razón muy precisa: el pacto democrático tácito entre el Nuevo Frente Popular y Ensamble, la alianza de Macron, consistente en la omisión de sus candidatos, en aquellas circunscripciones donde quedaron terceros.
Al histórico grito ««Ils ne passeront pas!»» más de 200 candidatos de ambas coalicions cumplieron la consigna, origen de un resultado que pocos vieron venir y sorprendió al orbe.
Desde la perspectiva estadística, tampoco hay sorpresa. El 33,5% de los votos de los votos de Agrupación Nacional, en primera vuelta, fue derrotado por el acuerdo tácito entre el Nuevo Frente Popular, que en esa misma ocasión sumó el 48,8%.
El segundo factor, menor solo para efectos de registro, remite a la histórica recomposición del Nuevo Frente Popular, cuyo antecedentes histórico afloró al rugir del peligro fascista, que gobernó Francia en el bienio 1936-1938, integrado por el Partido Comunista, la Sección Francesa de la Internacional Obrera, antecedente inmediato del Partido Socialista y el Partido Radical, además de movimientos sociales, tales como la Liga de los Derechos del Hombre, el Movimiento contra la Guerra y el Fascismo y el Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas; y desde luego más amplio que la coalición con la cual triunfó Francois Mitterand, en 1981, conformada por partidos socialista y comunista, que al poco andar, derivó paulatinamente en la hegemonía del social liberalismo.
Al tañido de las atávicas campanadas del peligro, en sólo cuatro días, la izquierda francesa supo recomponerse en el Nuevo Frente Popular, integrado por La Francia Insumisa (LFI), de Jean Luc Malenchon; el Partido Socialista (PS); el Partido Europa Ecología Los Verdes (EELV) y el Partido Comunista (PCF), precaria coalicón que sobre la base de un programa y candidatos comunes, logró detener al fascismo, y obtener la mayoría relativa en la Asamblea Nacional, lo que no ocurría desde los tiempos de Mitterand.
Por ahora, el tiempo y la política más acorde con el mismo, determinarán la decantación del poder en el interior de la coalición y por tanto, en la correlación política del país; sin perjuicio de señales de que apuntan al blindaje del sistema, entre la derecha del gobierno, la derecha tradicional y la ultraderecha, jalonado de una desenfrenada e inmediata contraofensiva mediática. .
La posición del gobierno queda seriamente debilitada, pero defenderá a ultranza, cualquier espacio a su alcance, como es apenas natural.
Hay suficiente experiencia acumulada como para presumir que esta victoria, con cierto matiz pírrico, implica la derrota del fascismo en Francia. De hecho, dobló su representación parlamentaria.
En este escenario, extraordinariamente líquido, rebulle la adormecida e histórica política francesa.
Por de pronto, Jan Luc Malenchon exigió un primer ministro de la coalición de izquierdas; Macron dijo que no va a renunciar, al tiempo que renunciaba el primer ministro, Gabriel Attal, a quién instó a permanecer en el cargo, mientras Marine Le Pen manifestó tener la suficiente experiencia como para sentirse decepcionada por un resultado que dobló su bancada, de lo cual coligió que la victoria solo se retrasa.
Conforme a la cultura de la catástrofe, inició al toque la campaña del odio, la mentira y el terror, con referencia al votante de derecha tradicional y la neo derecha macronista:
«Si no existiera este acuerdo antinatural entre Macron y la extrema izquierda, la Agrupación Nacional tendría mayoría absoluta».
A su turno, el presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, señaló:
«Estos acuerdos electorales arrojan a Francia a brazos de la extrema izquierda de Mélenchon».
El portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, pidió a los franceses que no se quejen de las consecuencias de las recientes elecciones «cuando ardan las ciudades; golpeen a los policías y algunos decidan que Francia les pertenece».
Suena conocido, ¿No?
Ya se verá su longitud de onda, pero no es exagerado afirmar que en Francia, la historia recomienza mañana.
El triunfo de la izquierda en Francia, Gran Bretaña y México deja una lección difícil de dudar:
Primero, el fascismo no es imbatible, como no lo fue ni el tiempos de Hitler y Mussolini, con cargo a la unidad democrática, condición mínima para derrotarlo.