domingo, noviembre 24, 2024
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Dossier: ¿Quién es Usted, Mr. Trump, y Hacia Dónde Va?

Harold Meyerson (*)

El “Rust Belt” [“Cinturón de herrumbre”, el cinturón industrial en decadencia del Medio Oeste norteamericano] —a cuya acumulación de herrumbre contribuyó Bill Clinton de manera señalada firmando acuerdos que deslocalizaban millones de empleos con sueldos decentes – se rebeló.

Desde Pensilvania, en el Este, a Iowa en el Oeste, un estado antes sólidamente demócrata tras otro vio cómo su clase trabajadora blanca, sus votantes rurales y de ciudades pequeñas, ejecutaban su venganza contra un “establishment” que había dejado buena parte de su economía en ruinas. En muchas de esas pequeñas ciudades, dejó toda su economía en ruinas (que el presidente Obama persistiera en su campaña a favor del Trans-Pacific Partnership, el Acuerdo Comercial Trans-Pacífico —una medida que puede acabar dejando en nada buena parte de su legado — a buen seguro no le sirvió de ayuda a Hillary tampoco).

El voto de anoche fue el voto de la gente que se siente relegada y desplazada. El voto de la gente aterrada por la reducción de la mayoría blanca y la dominación de los varones  blancos, muchos de los cuales se regocijaron con los ataques de Trump a los inmigrantes, las minorías y las mujeres. Ironías de la vida, precisamente porque el “Rust Belt” se herrumbraba y tenía pocos empleos buenos que ofrecer, estos eran estados a los que de hecho se mudaban pocos inmigrantes, y del que muchos votantes de las minorías habían huido. Detroit, ciudad antaño de dos millones de habitantes, es hoy una urbe de aproximadamente 675.000 personas, y cientos de miles de quienes se marcharon eran afroamericanos, que se mudaron a ciudades más prósperas como Atlanta.

Pero si los cambios demográficos que convirtieron el Medio Oeste post-industrial en una region desproporcionadamente blanca perjudicaron anoche a los demócratas, la creciente diversidad del Sunbelt [la “Franja del sol”, el Sur y Sudoeste de los EE.UU.] todavía estaba por lograr la masa crítica que podría convertir Florida, Carolina del Norte y Arizona en demócratas.

Lo que confundió anoche a los demócratas fue que la clase trabajadora blanca del “Rust Belt” superó en número a los nuevos demócratas del Sur —los “millennials” [jóvenes nacidos a final de siglo] del Triángulo de Investigación [“Research Triangle”, la próspera región del estado de Carolina del Norte en la que se localizan las ciudades de Raleigh, Durham, y Chapell Hill y sus universidades de North Carolina State, Duke y North Carolina], los antiguos portorriqueños de Orlando—en las urnas.

Hay otro factor crucial en la rebelión del “Rust Belt”: la desindicalización. Los sondeos a pie de urna desde la época de la presidencia de Nixon han mostrado que los afiliados blancos de sindicatos de clase han votado demócrata en una proporción aproximadamente de un 20% más que los no sindicados. En muchos de estos estados en las dos décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, cerca de la mitad de los hombres de clase trabajadora blanca eestaban afiliados a los sindicatos.

Pero la desindustrialización, la deslocalización de empleos, el cierre de fábricas y cuatro décadas de oposición casi fanática a los sindicatos por parte de políticos republicanos y la mayoría de los patronos norteamericanos causaron estragos en los sindicatos del “Rust Belt”. Hoy en día, la tasa de sindicación entre los trabajadores del sector privado está por debajo del 7 %., y no es mucho más elevada en los estados del “Rust Belt”. Eso explica en que medida esos antiguos bastiones de Michigan y Wisconsin podrían, a instancias de sus gobernadores republicanos, adoptar leyes antisindicales de “derecho a trabajar” que antes habían estado limitadas al Sur.

Eso explica también en buena medida por qué Donald Trump se llevó anoche esos estados. Y con Donald Trump hoy preparado para nombre al juez que rompa el empate del Tribunal Supremo, lo probable es que el Supremo le propine un puñetazo a lo que queda de los sindicatos de Norteamérica mediante decisiones que debiliten a los sindicatos del sector público que hasta ahora han podido representar a la mayoría en sus respectivos sectores.

Qué más puede hacer un Tribunal “trumpeado”, sólo Dios lo sabe. Los derechos relativos al voto, los derechos reproductivos, de los inmigrantes, los derechos humanos van a acabar todos, en cierta medida, en la tabla de picar. En lugar de que la derecha se preocupe por la Segunda Enmienda [de La Constitución norteamericana, que permite portar armas], tenemos que preocuparnos todos nosotros de la Primera [que protege las libertades esenciales].

La otra cuestión que reclama nuestra inmediata preocupación es la economía. Los mercados comienzan a desplomarse mientras escribo esto, y quién sabe qué desbarajuste a largo plazo puede infligirle una presidencia como la de Trump a una economía global cada vez más tambaleante. Aunque Trump traiga de vuelta algunas industrias, las fábricas modernas están automatizadas más allá de un punto en el que no dan empleo más que a una pequeña fracción de la mano de obra que antaño necesitaban.

Aunque Trump convenza al Congreso para que impulse el gasto en infraestructura, la construcción es un sector que, de modo semejante, precisa de menos trabajadores para construir o llevar a cabo reparaciones en lo que antes requería un número bastante mayor  (hace unos pocos años, un constructor de California me contó que hoy se necesitan cuatro electricistas para la instalación correspondiente a un colegio nuevo; cuando él empezó a trabajar como electricista hace 25 años, hacían falta 20). No se puede descartar la posibilidad de una recesión de envergadura, que podría empezar en Europa o China y extenderse rápidamente hasta nosotros.

Al votar en favor del Brexit este verano, un número suficiente de británicos rechazó el país globalizado, financiarizado, racialmente más plural y económicamente más desigual que Tony Blair, el primer ministro de la Tercera Vía, había contribuido a crear. Al votar anoche por Donald Trump, una cifra suficiente de norteamericanos rechazó el país globalizado, financiarizado, racialmente más plural y económicamente más desigual que Bill Clinton había contribuido a crear. Hillary, tu problema empezó en casa. Y ahora es nuestro problema.

(*) Columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica.

Fuente: The American Prospect

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