por Enrique Ceppi.
El discurso del empresario y presidente Sebastián Piñera Echeñique ante el Congreso Pleno, el pasado 1 de junio, fue importante por lo que no dijo o por lo que se encuentra entre líneas.
Piñera Echeñique dejó claro en su discurso que la sociedad chilena seguirá construyéndose con las reglas y cánones del liberalismo económico, en las mismas bases neoliberales que concentran la riqueza en una minoría, mientras la “clase media”, o sea los trabajadores, continuará su empobrecimiento en manos de un sistema financiero usurero y un régimen de sueldos y pensiones que no cubren las necesidades elementales de la vida.
La visión de país a futuro prometida por el gobierno de la plutocracia sigue siendo la sociedad individualista y egoísta que está en los fundamentos del capitalismo y que nos ofrece la perspectiva desalentadora de un país fracturado y consumido por la droga y la delincuencia como Estados Unidos. El presidente menciona apenas cuatro veces la palabra solidaridad, mientras la libertad individual se convierte en lema, como si estuviera amenazada.
Si el modelo de sociedad que está detrás del ideario de la derecha es Estados Unidos no podrán resolver los problemas de delincuencia. Llama la atención la centralidad que le dio
Piñera Echeñique al problema de la delincuencia. Ese tema ha sido permanentemente un caballito de batalla de la derecha. En todas sus campañas electorales lo ponen en primer lugar y lo convierten en una alternativa entre izquierda o derecha, como si los delincuentes fueran de izquierda y los policías de derecha.
El uso de los problemas de seguridad ciudadana como bandera electoral es el uso demagógico de problemas que requieren políticas de largo plazo para ver resultados. Ningún gobierno podrá bajar las tasas de delincuencia en cuatro años, salvo haciendo maquillaje de las cifras.
Pero, en su discurso al Parlamento Piñera Echeñique omite de manera olímpica los cambios que la sociedad chilena viene exigiendo desde que la sociedad civil y los movimientos
sociales recuperaron su protagonismo. Desde ya ha quedado claro que en su gobierno no habrá nueva Constitución. La elaboración de un nuevo pacto de convivencia materializado
en una nueva Constitución Política no está en la agenda de la derecha.
A cambio de ello ofrece decenas de modernizaciones o reformas que no van más allá de articulados escritos con letra chica, para que todo siga igual.
El fin del lucro en la educación, el fortalecimiento de la salud pública, la previsión social solidaria, la igualdad de género, el reconocimiento de los pueblos originarios, dependerán de
la presión social que la ciudadanía logre desarrollar. El gobierno de Piñera Echeñique ha dejado claro que sigue creyendo en las soluciones empresariales privadas en la prestación de bienes y servicios públicos.
La prometida AFP estatal pasó al olvido. En el discurso queda evidente la vacuidad de la visión de país de Piñera Echeñique, rellenada con las imágenes y frases de Bernardo O’Higgins, Arturo Prat y Gabriela Mistral. Se olvida que la historia de Chile tiene muy buenos ejemplos de gobernantes con convicciones transformadoras que echaron las bases del país que somos actualmente.
Las leyes sociales, la educación pública, la industrialización, la reforma agraria, la nacionalización del cobre, fueron iniciativas gubernamentales que han trascendido y eran parte de una visión de país progresista.
La vacuidad de Piñera Echeñique no es otra cosa que el conformismo de la plutocracia chilena y la defensa del statu quo. Cual avestruces esconden la cabeza y no quieren mirar la
realidad tal cual es. Encandilados con su triunfo electoral – en verdad, la debacle de la Nueva Mayoría – no se dan cuenta del agotamiento de las bases sobre las cuales se ha desarrollado Chile estos últimos 30 años.
El modelo neo-liberal impuesto mundialmente a partir de los años 1980 ha llevado la concentración de la riqueza a niveles nunca visto en la historia humana, la liberalización de los mercados financieros ha creado una gigante burbuja de endeudamiento que en cualquier momento puede estallar, la lucha por apropiarse de la riqueza mundial lleva a las potencias económicas a enfrentarse y una guerra comercial está a la vuelta de la esquina.
Pero Piñera Echeñique no tiene un horizonte más lejano que las relaciones con dos países en crisis: Argentina y Brasil, y la Alianza del Pacífico, reducto del libre mercado en Sudamérica.
El proyecto de país sigue siendo el de una economía exportadora de minerales y materias primas, dependiente de los precios internacionales, importadora de todo lo demás.
Ninguna visión ni propósito para diversificar la economía o incorporar valor agregado a la producción nacional. En cambio se insiste en la creencia religiosa que la iniciativa empresarial de los emprendedores individuales será capaz de encontrar y aprovechar las oportunidades que el mercado local y mundial ofrece de tal manera que Chile llegará a ser un país desarrollado en la próxima década.
Eso es tan religioso como la creencia en los Planes Quinquenales de la economía soviética de los años 1950. Aunque los rusos casi ganan la carrera espacial, al final fueron derrotados por la NASA, una empresa estatal estadounidense.
La única indicación de cambio es el proyecto de desarrollo en Chile de la economía digital.
Pero la propuesta no es nueva, estaba en todas los programas presidenciales. Es una obviedad que el mundo se dirige hacia la utilización más intensa de sistemas digitales automatizados y que el manejo de la tecnología digital es requisito para que los países y las empresas sigan siendo competitivos. El problema es que eso se viene diciendo desde hace varios años y hasta ahora seguimos siendo un país totalmente dependiente de la tecnología importada y no se ha desarrollado ninguna capacidad de producción local.
¿Me pregunto si ahora los empresarios chilenos van a invertir en investigación y ciencia? ¿Es suficiente – como dice Piñera Echeñique – “una sociedad libre y creativa donde se despliegue el espíritu emprendedor”? ¿No sería mejor crear una CORFO de la economía digital?
Más allá de la carencia de un proyecto de país distinta a la sociedad neo-liberal que conocemos, Piñera Echeñique enumera en su discurso ante el Congreso una larga lista cosas
que hará su gobierno. Incluso en momentos parece ser el Alcalde del país y no el Presidente porque, casi, nos promete mejorar las aceras y el aseo y ornato de nuestras calles. Ni siquiera en sus discursos de campaña antes de las elecciones era tan generoso. Cabe preguntarse si es coherente la restricción del gasto fiscal anunciada y la lista de ofertas. El “cosismo” es una táctica conocida de la derecha para desviar la atención de los problemas reales y abordar solo la parte cosmética, aparentar que se hacen muchas cosas cuando en realidad no cambia nada.
Los cuatro años que vienen por delante nos mostrarán el arte del manejo comunicacional del gobierno y de la plutocracia chilena para mantener el optimismo de los consumidores, que siga aumentando las ventas del comercio (y el endeudamiento) y que “nos pillen confesados” si el fin del ciclo de crecimiento de la economía mundial se conjuga con la guerra comercial desatada por Donald Trump y el estallido de la burbuja financiera.
Fuente: Primera Piedra