sábado, noviembre 23, 2024
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Diferencia Abismal

No debemos ni podemos acostumbrarnos a la violencia. Ni en París, ni en Bruselas, Estambul, Siria o Israel. El horror no puede dejar de sorprendernos; ni el miedo, paralizarnos. En medio del dolor de las víctimas del odio, se hace más necesario que nunca recordar que los seres humanos podemos y debemos dialogar para convivir en paz.

En los últimos días, dos hechos políticos me tuvieron frente al televisor mientras la noticia estaba en desarrollo: el encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro en La Habana y la despenalización del aborto en la Cámara de Diputados de Chile.

Fue inevitable comparar, y el resultado, deprimente.

En ambos casos se trató de un momento histórico, hacía 88 años que un Presidente de Estados Unidos no viajaba a Cuba y, en Chile, desde el retorno a la democracia –hace más de 25 años– ningún proyecto relacionado con el aborto había logrado superar el primer paso legislativo.

Tanto aquí como allá, se enfrentaban dos visiones ideológicas, dos formas distintas de valorar principios tan esenciales como la libertad, la igualdad, la dignidad humana. Pero la forma en que se procesaron estas diferencias resultó abismal. Mientras en La Habana dos políticos encaraban ese momento histórico de un modo serio y sobrio, en Valparaíso los diputados chilenos protagonizaron un festín de vulgaridad, tontería e ignorancia.

El aborto es sin duda un tema sensible, complejo y delicado. También las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. En uno y otro, abunda el dolor profundo, que provoca la violencia, el miedo y el hambre. Los parlamentarios chilenos no tuvieron la más mínima compasión ante este sufrimiento.

Para defender sus posiciones, algunos vociferaron afirmaciones tan destempladas como la del diputado de RN, José Manuel Edwards, quien votó en contra del proyecto de despenalización del aborto porque lo considera tan grave como sería un proyecto que promoviera “la esclavitud en tres causales”.

O la de su camarada René García, quien atacó a sus adversarios señalando que la dictadura “mataba a las personas grandes, ustedes las matan antes de nacer, ¿cuál es la diferencia entre esos dos crímenes?”.

O los dichos del diputado UDI José Antonio Kast, quien llegó al extremo de anunciar que se firmaba “la sentencia de muerte, la ejecución de millones de chilenos en el futuro”. O de su colega Gustavo Hasbún, que llegó al absurdo de anunciar el fin de la Teletón porque ya no nacerán niños con discapacidad.

Este tipo de declaraciones –absurdas e irracionales– no resisten un análisis medianamente racional, su objetivo no es enriquecer el debate sino simplemente paralizar la discusión, desviar la atención hacia las aberraciones planteadas y hacer olvidar el tema de fondo.

Son afirmaciones que no solo provocan vergüenza y rabia sino que, además, impiden avanzar hacia una sociedad que beneficie la convivencia y la calidad de vida de todos los chilenos.

A diferencia de este enfrentamiento obsceno, Obama y Castro dieron prueba de civilidad e inteligencia para encarar sus diferencias. Dejaron en el pasado la fórmula estridente, agresiva y descalificadora, que caracterizó sus relaciones por más de medio siglo. Se esmeraron en un trato delicado y respetuoso, pero sin dejar de exponer sus discrepancias, con mayor o menor éxito. En este siglo XXI, la opacidad no rinde y ambos gobernantes fueron enérgicos y claros para enrostrarle al otro sus carencias.

Obama habló de libertad; Castro, de pobreza y desigualdad. Obama se refirió a los derechos humanos y al valor de la democracia; Castro hizo ver que los derechos políticos, económicos, sociales y culturales son indivisibles y universales. Castro sostuvo que no se podrá seguir avanzando sin acabar con el embargo económico; Obama asumió que debe terminar.

 No solo plantearon sus puntos de vistas sino que, además, aclararon y profundizaron sus posiciones respondiendo las preguntas de los periodistas que pudieron cumplir su rol, a diferencia de lo que está ocurriendo en nuestro país, donde las conferencias de prensa se han vuelto mudas.

Se supone que tanto los gobernantes que se reunieron en La Habana como los parlamentarios chilenos deben representar a sus ciudadanos. Los estudios de opinión pública indican que en Estados Unidos y en Cuba la mayoría desea la reanudación de las relaciones entre ambos países y el fin del embargo. Castro y Obama fueron fieles a los planteamientos de sus pueblos.

En Chile, en cambio, aunque los partidarios de la despenalización del aborto –en las tres causales propuestas por el Gobierno– bordean el 80 por ciento, los diputados se niegan a legislar en sintonía con la voluntad popular.

Más aún, a diferencia de lo que ocurrió en Cuba, donde todos los temas están sobre la mesa, en Chile se mantiene el tabú. Porque lo cierto es que, si queremos ser transparentes, como lo fueron Castro y Obama con el embargo, Guantánamo y los derechos humanos, acá debiéramos empezar a plantearnos de verdad una ley que permita el aborto mucho más allá de las tres causales que desataron la irracionalidad conservadora.

Porque lo cierto es que, tal como Cuba y Estados Unidos no podrán seguir avanzando sin poner fin al embargo, el aborto debe encararse de forma abierta y en su real dimensión, porque las tres causales propuestas solo afectan a una pequeña minoría de las mujeres que ponen fin al embarazo porque no pueden o no quieren tener otro hijo o hija.

Es hora de dialogar en serio para construir una convivencia pacífica, en la que se respeten las diferencias. Como intentan hacerlo Cuba y Estados Unidos.

Fuente: El Mostrador

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