La prensa y las autoridades no relevaron para nada la toma del Liceo Experimental Manuel de Salas (LMS). Porque no hubo destrozos, porque no hubo sinrazón. La prensa y muchas autoridades suelen relevar la criminalización, la denostación de los estudiantes. No su protesta creativa, inteligente, audaz, autónoma, consciente, que fue el caso de la toma del LMS. “Prensa chanta” dicen los muchachos.
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Durante días, durante noches, durante asambleas, durante fríos y sol leve, los rostros, las manos, la mente, la palabra de esos jóvenes manuelsalinos, se amalgamaron para organizar una toma simbolizada en las sillas plagando murallas y rejas para que no entrara ahí la represión y proteger la participación.
Los patios, el parque, los espacios en medio de las salas, la cocina, las oficinas, las canchas, se fueron llenando de rebeldía, de voz estudiantil, de solidaridad, de convicción.
Juntar el alimento, buscar la calefacción, los rincones para el descanso, los espacios para las reuniones, las leves miradas y los leves contactos con los apoderados, los diálogos con los profesores, fueron formando los días de una toma -otra toma- para exigir y para simbolizar.
Compartida por muchos, no por todos, la demanda de una profunda reforma de educación superior, de gratuidad efectiva y amplia, de diálogo real para concreciones reales, de mejora sustancial en el sistema educativo.
La crítica a una autoridad que se mira esquiva, la premura de acelerar procesos de cambios, el encarar la criminalización y la incomprensión, la necesidad de construir la propuesta. Proceso, en toma o sin toma, que no es fácil, se torna complejo, que hace colisionar a quienes aspiran a lo mismo.
En el contorno de esas y esos muchachos -más de un centenar, rotándose-, anduvieron los apoderados, los profesores, todas y todos comprometidos con ellos en esa toma que era otra toma, la suma a otras tomas, la historia repetida por décadas de las tomas del LMS, hasta con sus paradojas de cuando, en los tiempos de Salvador Allende, los jóvenes rebeldes se tomaban el liceo para que la derecha no lo tomara antes y así pudiera haber clases y frenar la subversión antipopular.
En el LMS tomado, un domingo de tarde, azotando el frío, todas y todos fueron ojos y oídos para sentarse, acompañarse, y ver en la pantalla televisiva la historia de un curso, de un grupo, de un contingente de manuelsalinas y manuelsalinos que mucho tiempo atrás fueron dueños de su tiempo y dueños de sus sueños, como los sueños de los que ahora son dueños de su tiempo.
Miraron, ese domingo, la historia, una historia, del LMS. El recuerdo de María Inés Alvarado, tierna e inteligente, desaparecida, víctima de la barbarie de quienes desde ese martes de septiembre del ’73 declararon como su enemigo al LMS. El recuerdo de esa generación de los ‘70 que ejemplificó y proyectó lo que es ese liceo que más que “emblemático”, es histórico; sentados en los pupitres del saber, muchachas y muchachos de hoy, ese domingo frío, sintieron la calidez de muchachas y muchachos de ayer, que también se sentaron en esos pupitres y se la jugaron por aprender, en la escuela de los libros y en la escuela de las luchas.
Esa tarde fue otro momento de la toma, de entrecruce de las madres y los padres con sus hijas e hijos de batalla, con profesores leales, con generaciones anteriores.
Seguro fueron días de diferencias, de discusiones, de tensiones, que es significancia de una toma, de un espacio, de un momento donde se conjuntan muchas y muchos para defender una demanda, exigir una solución, buscar un camino, sin pensar igual en todo, sin coincidir en todo.
Toda toma, tiene su final. El jueves 16 de junio se inició el epílogo de una de las tantas batallas que pintan el cuadro del Chile real de hoy.
Las palabras frías, duras, como un bando, esos bandos de la oscuridad, con ese tono de los de arriba que gustan mandar a los de abajo:
“Orden N°1109: Considerando N°3, Resolución N°2, emanada desde la Intendencia de la Región Metropolitana el día lunes 13 de junio pasado y firmada por don Claudio Orrego Larraín, Intendente, respecto de la desocupación de establecimientos educativos designados por SERVEL como sede para votaciones primarias…”
Sin más, la orden de la autoridad para desalojar, con una contradicción en el argumento: que se pueda ejercer el democrático derecho al voto.
Más de cien jóvenes atrincherados dentro de un liceo, a la espera de la entrada las Fuerzas Especiales de Carabineros. Otra vez, jóvenes estudiantes esperando la llegada de adultos policías, en una escena de incertidumbre como un cuadro gris de una película de Alfred Hitchcock, donde no se sabe dónde y cómo asomará el espanto.
Como es usual, los uniformados apertrechados en tenidas de combate, siempre con pistola al cinto, cortan cadenas, rompen candados, derriban sillas y penetran el recinto educacional. Adentro, las y los muchachos esperan. Afuera, madres y padres se estremecen.
Y ahí, la toma…toma su dimensión. Los carabineros y las carabineras (algunas con sus labios cuidadosamente pintados de rojo, sí, de rojo) se encuentran con murallas imprevistas, no de ladrillos ni de violencia, sino murallas creativas, argumentales, sonoras, audaces, novedosas, prolijas.
La primera, los estruendos de unos cohetes activados por los estudiantes que dicen, nos dicen, les dicen: comenzó el desalojo, continúa la resistencia.
La segunda, decenas de mesas y sillas echas y puestas para enseñar, no para pisotear, ordenaditas llamando a sentarse a aprender, a reflexionar. ¿Pasarían los carabineros con sus botas y sus acorazados por encima de esos muebles de enseñanza? ¿Se sentarían a aceptar el desafío de pasar un examen de civilidad?
Luego, la murallas de los brazos y las manos de madres y padres, apoderados, que se yerguen y dicen la palabra “no pasarán” aunque pasen, porque lo que no cede es la dignidad y esa voluntad de defender a sus hijas, sus hijos, que dentro del liceo están peleando.
Así, las Fuerzas Especiales de Carabineros sufren una derrota. El desalojo de dos o tres horas se convierte en un desalojo de trece horas. Recién el viernes 17 a las 7, se materializa.
Lo hicieron, como ordenó la autoridad. Pero no como lo ordenó el mando. Lo pudieron hacer “porque tienen la fuerza”; pero los que no se dejaron avasallar (como lo pidió el compañero Presidente aquel día de la dignidad multiplicada) fijaron los plazos, marcaron las horas.
Los estudiantes habían colocado otra muralla notable. Unos maniquíes representando a un mapuche, a un chilote, a un estudiante, a una mujer. La síntesis de un país, la síntesis de su gente, de su pueblo.
¿Pasarían por encima del mapuche, del chilote, del estudiante, de la mujer, las tropas de Fuerzas Especiales? ¿Repetirían ese acto convulsivo, represivo?
Las manuelsalinas y los manuelsalinos en estas, como en otras lides, se convirtieron en una molécula. Conservando sus propiedades rebeldes y conscientes, se unieron como átomos individuales que estructuran un colectivo, iguales y diferentes a la vez, para ser una molécula de brazos, manos, corazones y mentes. Así, la repre se complicó más para llevarlos a las paredes del encierro.
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No fueron saliendo, sino que fueron sacados por esos soldados de la represión, y en esas perturbaciones de lo que se define como sociedad democrática, estudiantes pacíficos y conscientes fueron subidos a buses policiales con el rótulo “Traslado de Imputados”, que no los usan para llevar parlamentarios y empresarios ladrones y corruptos, sino a los jóvenes que protestan.
Sería bueno, quizá, que cuando los carabineros se lleven a sus comisarías -son de ellos, no del pueblo- a los jóvenes revoltosos, algún funcionario de Interior estuviera para que viera. Y así, no les contaran.
En esta ocasión, en voz de estudiantes consultados, hubo de nueva cuenta golpes en las espaldas, combos en los rostros, pasada de manos por los genitales, bajadas de pantalones, humillaciones, insultos…sobre todo de uniformados más adultos que no usan capuchas pero se escudan en la cobardía del anonimato, en las cuatro paredes de sus recintos represivos e impunes y exigen que los jóvenes se quiten las capuchas pero ellos no dan la cara…porque quizá no tienen rostro.
Los quisieron separar entre “hombres y mujeres” en esa comisaría y ahí, en las últimas horas de la protesta, cuando la toma ya se trasladó a la cárcel, los estudiantes no cejaron y exigieron más: “Equidad de género”. Y se entremezclaron muchachas y muchachos en el corral de la represión.
Como en todo, los clarooscuros. Durante las horas de espera, jóvenes dialogaron con algunas y algunos carabineros. Una uniformada les dijo, cuentan unos manuelsalinos: “Ustedes tienen que saber que los medios son empresas y ellos fabrican la violencia”; otro les advirtió: “La ley es para respetarla, eso tiene que ser así”; y otro uniformado argumentó: “Yo me esfuerzo, trabajo, para que mi hija vaya al colegio que yo quiero, que no me digan a donde tengo que llevarla. Y si hay que pagar, uno trabaja para que vaya a un colegio bueno”.
Otra toma que, pese a la indiferencia y la omisión, abulta jornadas de protestas, de participación, de exigencia, de mostrar lo que otros quieren ocultar.
Fue una toma de a de veras. Algo más que un grano al mar de arena del movimiento estudiantil que, parejo o disparejo, asertivo o des/asertivo, se instala en la playa de la realidad país, en esa enorme orilla donde crecen -se crecen-, los de abajo, resistiendo la dureza y la crudeza de los de arriba.
Las manuelsalinas y los manuelsalinos de este presente seguirán latiendo para que no se detenga el corazón rebelde del LMS.
Cuando transcurría la toma, ahí estaba quieto, incólume, el monumento a las víctimas manuesalinas, ejecutadas y desaparecidas por la dictadura, como testigo material de que en ese espacio siempre se luchó y siempre se bregó por lo justo.
En un sentido espiritual, subjetivo, la imagen de esas jóvenes y esos jóvenes ultimados por asesinos del Estado, estando al ladito de las muchachas y los muchachos en toma, cuidándolos, respetándolos, animándolos.
Se va en los vientos del tiempo esta toma que fue otra toma.
Resuena el parafraseo del himno del LMS instalado como “templo augusto de la verdad”, un “hogar querido”, un “noble regazo de la educación” y de nuevas y múltiples generaciones, que acierta a “dar flores de paz y libertad” que abran “la puerta a la alegría de la Humanidad”.
Fuente: El Siglo