domingo, diciembre 22, 2024
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Convertir la Derrota en Victoria

por Oscar Azócar (*).

La derecha obtuvo una victoria electoral y política aplastante en las elecciones presidenciales, abortando la continuidad del proceso de reformas que inició el gobierno de la Nueva Mayoría en 2014. Son varias las causas de la derrota de la centroizquierda. Algunas atribuibles a la capacidad de la derecha, otras a las debilidades de la Nueva Mayoría, otras a la conducta de otras fuerzas.


Capacidad hegemónica y “derecha social”

La derecha se movilizó en torno a su candidato tan disciplinadamente que se tragó sin rechistar el “giro” de segunda vuelta de su candidato. Con la bandera ossandonista de la “derecha social” en ristre, asumió demagógicamente varias de las reformas del gobierno de la presidenta Bachelet que hasta la primera vuelta condenaba.

Una parte importante de los chilenos creyó este discurso porque siguen teniendo peso en la sociedad los valores y maneras de pensar y actuar que el modelo neoliberal ha logrado irradiar: el individualismo y el consumismo, la naturalización de las desigualdades, el descrédito de la pobreza. Así se pudo inducir la idea que la derecha podría “gestionar” algunas demandas en forma más eficiente y menos conflictiva que la Nueva Mayoría.

El sentido común neoliberal imperante ha desembocado en la existencia de votantes con alta sensibilidad mediática, dispuestos a seguir las opciones más llamativas, y a guiarse por las imágenes.

No es casual que en las últimas tres elecciones presidenciales, alrededor del 20% votó por los candidatos que levantaban una alternativa “ciudadana y diferente”.  El 2009 fueron 1.405.124 votos para Marco Enríquez-Ominami; el 2013 fueron 1.389.557 para Enríquez-Ominami y Parisi; en las elecciones recientes, 1.336.622 votaron por Beatriz Sánchez en la primera vuelta.

Esta tendencia permitió el triunfo de la peregrina tesis de la “derecha social”. El senador Juan Manuel Ossandon, su padrino, explica en el documento “La derecha social. Un mensaje para gobernar”, que “no ganó la tradicional derecha liberal-económica, sino que una derecha renovada, más social, más humana”. Pero a continuación debió reconocer que no “todos los que votaron por Piñera lo hicieron por rechazo al gobierno de la Presidenta Bachelet y la Nueva Mayoría, al temor de que el Frente Amplio formara gobierno o a la adhesión a Chile Vamos”.

“Derecha social” quiere decir entonces la capacidad de adaptarse demagógicamente al nuevo cuadro político derivado de las reformas y conquistas sociales alcanzadas durante el gobierno de la presidenta Bachelet.

Pero solo puede ser demagogia temporal. El llamado de Ossandon a la derecha a perseverar en esta política es un objetivo inalcanzable, ya que el propio presidente electo es uno de los más caracterizados representantes de la “derecha económica”, y conociéndolo, es difícil creer que renuncie a su “naturaleza”.

La “derecha interna”

Prestó un valioso servicio a la victoria de Piñera el sector derechista de la DC al imponer una candidatura presidencial propia de ese partido, que dividió a la Nueva Mayoría. Además, en la segunda vuelta este sector hizo campaña a favor de Piñera o, al menos, contra Guillier.

Recordemos que antes del 17 de diciembre, Edmundo Perez Yoma, declaraba “me imagino absteniéndome, votando nulo o blanco”, y que “Progresismo con Progreso”, dirigido por Mariana Aylwin, anunciaba que no votaría por Guillier. La propia Mariana Aylwin lo ratificó después del triunfo de Piñera al declarar “me siento más identificada con Chile Vamos que con la Nueva Mayoría”.

En la reunión del Consejo Nacional DC posterior al 17 de diciembre, algunos como el diputado Fuad Chahín señalaron que la DC ha pagado muy caro la alianza con el PC, y que “en cualquier alianza que venga, debe cambiar eso”. Andrés Zaldívar precisó que “hay que revitalizar la gran alianza socialdemócrata democracia cristiana del reinicio de la democracia. Esa votación marcó más al centro que a la izquierda”.

Aunque es evidente que estas opiniones no representan a la mayoría de los democratacristianos, solo cabe concluir de ellas que el sector DC de derecha nunca fue un verdadero partidario del gobierno de la Nueva Mayoría, y solo permaneció en su interior para hacer labor de zapa.

En su afán de detener el curso de las reformas y la posibilidad de un nuevo gobierno de la Nueva Mayoría, impusieron una candidatura presidencial propia a sabiendas que estaba destinada al fracaso, convirtiéndose en los principales responsables de los negativos resultados electorales de la DC.

También el laguismo hizo su contribución. Antes de la segunda vuelta, Máximo Pacheco relativizó que en estas elecciones estuviera en juego la continuidad o el retroceso de las reformas, al declarar que “en esta elección no se juega ni el cielo ni el infierno”. Guido Girardi dijo por su parte que “Lagos le ponía sentido a la política, que son los contenidos, y hoy no están”. La idea de “no es para tanto” la ratificó Eyzaguirre al declarar después del 17 que la “alternancia es símbolo de madurez de la democracia”. La “última paletada” fue del propio Lagos, quien visitó con bombos y platillos a Piñera después del triunfo.

Convertir la derrota en victoria es posible

Piñera ganó, pero lo importante es que hoy existen condiciones para que las fuerzas progresistas y de izquierda conviertan la derrota en victoria.

La derecha alcanzó una victoria “complicada”. Primero, porque para ganar en la segunda vuelta, Piñera tuvo que legitimar las reformas del gobierno de la Nueva Mayoría. Al desdecirse de su condena a las reformas, se les cayó su idea que Chile no quería cambios, que se habían hecho las cosas mal y que había que retroceder.

En positivo, de ello también se deduce que una parte de los votantes de Piñera, tal como lo reconoce el senador Ossandon, también manifestaron, a su manera, la adhesión a las reformas.

Segundo, porque Guillier obtuvo 3.160.225 votos a pesar de la manipulación mediática, de la campaña del terror “Chilezuela”, de la división provocada por la DC en la Nueva Mayoría, y de la incapacidad de la Nueva Mayoría y del Frente Amplio para acordar en la segunda vuelta una plataforma mínima común. O sea, un 45,43% de los votantes respaldó, contra viento y marea, la continuidad de las reformas. Esa es una sólida base para la lucha en este periodo.

Será difícil la gobernabilidad para el gobierno de Piñera. La mayoría de los chilenos se han manifestado en los últimos años en favor de los cambios, por la justicia social, contra el lucro en la educación, a favor de la salud y pensiones en manos del Estado, lo mismo que los servicios básicos de luz y agua, que la energía y el litio. Se pronunciaron por una nueva Constitución y por una reforma laboral más avanzada que la actual.

Como se dice,  el chileno de hoy es distinto de aquel que Piñera despidió el 11 de marzo de 2014: es exigente, crítico, desconfiado. Protesta y se moviliza contra los cortes de agua y de luz de las empresas privadas, contra las colusiones, la corrupción en la política, en la Iglesia, en Carabineros.

Piñera deberá enfrentarse a este nuevo ciudadano impaciente, que espera resultados concretos e inmediatos respecto de lo que prometió en la segunda vuelta: la gratuidad, la “apertura” a evaluar una AFP Estatal y a otras reformas, el matrimonio igualitario. Y a un Parlamento sin mayorías, a un Partido Comunista y a un Frente Amplio en la oposición, igual que el conjunto de la Nueva Mayoría.

La lucha que viene

La candidata presidencial del Frente Amplio, Beatriz Sanchez, obtuvo un 20,25% de la votación, y en la elección parlamentaria, el Frente Amplio alcanzó el 16,49%, eligiendo 20 diputados y 1 senador.

Esta importante votación se benefició legítimamente del estreno del nuevo sistema electoral, y canalizó el descontento y la molestia de un sector de la población ante las indecisiones, demoras y, en algunos casos, cercenamientos, de las reformas del gobierno de la Nueva Mayoría.

El crecimiento del Frente Amplio es positivo, pues viene a engrosar el progresismo y la Izquierda.

También crecieron los comunistas, porque tenemos un capital político y ético reconocido. Nuestro crecimiento fue más discreto debido a que nos alcanzó el voto de castigo, y porque este periodo todavía está marcado por el lastre del conservadurismo y el anticomunismo de la transición pactada.

Compartimos con el Frente Amplio la idea de “construir un proyecto que no se someta a la política de la transición”. Nacimos también “desde la movilización, desde los movimientos sociales”. Tampoco aspiramos a “sencillas reformas (…) maquillaje al sistema”.

Después de contribuir a la derrota de la dictadura, seguimos luchando para terminar con la exclusión y con la transición pactada que acordaron la Concertación, la dictadura y el gobierno de Estados Unidos.

Esa lucha creó condiciones para la convergencia política democrática que incorporó a los comunistas al Parlamento en 2009, e instaló el gobierno de la Nueva Mayoría con un programa de reformas democratizadoras en 2014.

La Concertación estaba agotada políticamente, y en ese contexto presionamos por cambios democráticos. La amplitud y diversidad de las fuerzas que componen la Nueva Mayoría permitió avanzar en cuatro años cambios que no fueron posibles en veinticinco.

Si hubiéramos esperado, no se hubiera iniciado ese proceso, y no tendríamos nuevo sistema electoral, gratuidad en la educación para el 50% de los estudiantes, proceso constituyente, aprobación de la elección de gobernadores regionales, legalización del aborto por tres causales, etc.

La lucha de todo este periodo no ha sido en vano, y debe ayudar a una relación de convergencia y unidad con todos los partidos y agrupaciones de la izquierda.

Ernesto Ottone, consejero de Lagos, tiene algo de razón cuando constata que «dentro de la centroizquierda clásica se produjo un fin de ciclo para los sectores que lideraron la transición democrática (…) la izquierda moderada, reformadora y republicana se contrajo fuertemente en Chile. Y creo que eso mismo pasa con el socialcristianismo”.

Que la reconfiguración del cuadro político después de la victoria de Piñera sea más o menos temporal, depende de la lucha popular y de la labor de las fuerzas progresistas y de izquierda.

Hay una sólida base ciudadana que resistió la manipulación mediática de la derecha y apoyó la continuidad de las reformas y conquistas sociales. De ahí hay que partir para elevar la conciencia política, sometiendo a la crítica intransigente a cada uno de los soportes políticos e ideológicos del modelo, pero la lucha contra la hegemonía neoliberal solo podrá avanzar en el entramado de interacciones colectivas inherentes a la lucha social.

En el periodo que viene, un desafío principal es articular un proyecto político y social de mayorías que incorpore a los más amplios sectores. Pero hay que aprender de la experiencia, y no tropezar en la misma piedra.

En ese sentido, el éxito de esos esfuerzos va a depender mucho de la izquierda, de su capacidad de establecer un diálogo entre todos sus afluentes, los históricos y los emergentes, buscando la colaboración, la convergencia y la unidad, y desplegando el combate decidido contra la derecha y aquellos sectores que busquen discriminar en la unidad o hacer labor de zapa.

(*) Sociólogo

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