por Francisco Herreros.
Si bien la tendencia del triunfo de Piñera apareció desde los primeros conteos, sorprendió el margen de diferencia. Cierto es que la hercúlea tarea de remontar catorce puntos porcentuales, y veinte sumando la votación de Kast, exigía una mística, una épica y una comunión que no llegaron a cristalizar, pero tampoco entraba en los cálculos una brecha de nueve puntos.
Una derrota dura e inapelable, que puede ser estratégica en la medida en que el Gobierno de Piñera logre aventar las reformas de Bachelet, y la derecha retenga el poder en las elecciones de diciembre de 2021; o solo electoral, en el caso de que una alianza amplia, política y social, sea capaz de detener la ofensiva de la derecha, defender las reformas, y luego desalojarla en dichas elecciones.
Una derrota de esta naturaleza y magnitud impone, de una parte, fortalecerse en las certezas, y de otra, una evaluación crítica y autocrítica del comportamiento de los los actores que la protagonizaron.
Déficit de sintonía
La autocrítica de la izquierda histórica, aquella que se identifica con el legado de Salvador Allende, debe partir del hecho que del 44% del plebiscito de 1988, la derecha subió a 54,5% en la segunda vuelta presidencial del 17 de diciembre.
Eso quiere decir que no ha logrado convencer a las mayorías de que la consciencia y la organización es el principal, si es que no el único, factor que está a su alcance en la secular lucha por mejorar sus condiciones de vida.
Su pedagogía ha sido insuficiente para demostrar que un gobierno empresarial equitativo con los derechos sociales es una abstracción tan imposible y absurda como podrían serlo un día nocturno, un desierto densamente poblado o un enano de gran tamaño.
No supo explicar que, por definición, un gobierno neoliberal no da trabajo, sino lo explota.
En definitiva, no logró traspasar la épica del cotejo entre dos sistemas, ni tuvo éxito en la estrategia de avances graduales pero sostenidos, ni supo explicar la necesidad de profundizar las reformas para establecer sólidas cabezas de playa en la perspectiva del desmontaje del dispositivo neoliberal.
Sin embargo, no es exagerado, ni un despropósito, visualizar un escenario de país convulso y agitado por la protesta social en los próximos cuatro años. Piñera ya lo experimentó con los movimientos ambientalistas, regionalistas y estudiantiles, en 2014.
En ese cuadro, se abren insospechadas oportunidades de ampliar el rango de alianzas para presentar un sólido bloque opositor a las políticas neoliberales.
De suceder, la derrota del 17 de diciembre, se reduciría a revés electoral transitorio, en perspectiva de una nueva confrontación potencialmente decisiva, en 2021.
La fortaleza de la izquierda histórica radica en su convicción razonada de que el capitalismo, más aún en su expresión neoliberal, es incompatible con la democracia y los derechos sociales.
En consecuencia, siempre estará dispuesta a enfrentarlo, cualquiera sea el tiempo y lugar de las batallas.
Con todo en su contra, especialmente la dictadura mediática, para socializarla no tiene otra alternativa que hacerlo desde y con la base de la organización popular.
Deuda de liderazgo
La crítica a Alejandro Guillier, pasa, sin duda, por su ausencia de liderazgo. No fue el adalid que necesitaba la circunstancia; de hecho, no sedujo ni convenció al lábil segmento del voto castigo expresado por la votación del Frente Amplio, el pasado 19 de noviembre.
No ayudó mucho, en tal sentido, su distancia con el mundo social, y su independencia del mundo político. Tampoco su programa, de clásica matriz socialdemócrata, que en última instancia, ofrecía eficiencia, inclusión y regulación, pero no un avance hacia el recambio de modelo de desarrollo. Antes bien, optó por proyectar la imagen de un liderazgo responsable, casi académico, políticamente correcto y tolerable para la derecha y el empresariado.
Claramente insuficiente para la aspiración de transformación política que embarga aproximadamente a la mitad de la población del país, que se ha debatido largamente entre la decepción y el desengaño .
La mitad de esa mitad votó por él, pero la otra no vió en Guillier al líder capaz de reencantarla y encabezar ese proceso.
Sea por ignorancia, decepción, escepticismo e indiferencia, o una combinación de esos factores, el hecho es que Guillier no logró convocarlos, mientras Piñera aumentó su votación en todos los territorios -salvo las regiones Undécima y Duodécima, donde perdió- respecto de su votación en primera vuelta; incluso en bastiones tenidos por izquierdistas, como Atacama, Puente Alto y Valparaíso.
Guillier ganó espacio político; pero difícilmente encabezará una coalición de centro izquierda por segunda vez.
Pecados de juventud
El debut del Frente Amplio muestra varios espacios para la crítica. De entrada, su indefinición fue, en parte, producto de su debilidad orgánica; pero también de su heterogeneidad política e ideológica; la proverbial disputa de liderazgos, y fundamentalmente, de su inmadurez política.
La noción de debut libera de responsabilidad al primerizo; pero sólo por una vez.
La falta de decisión de los líderes del Frente Amplio podría ser una anécdota, en la medida en que en el curso de los próximos cuatro años permanezcan unidos como coalición, y en ese contexto, participen de una alianza política y social más amplia, que no sólo se proponga reestablecer la agenda de las reformas, sino retomar la estrategia del desmontaje del sistema neoliberal.
Pero, si en contra de su voluntad, el gobierno de Piñera arrambla contra las reformas y prolonga el mandato de la derecha, significará un costo para el pueblo de Chile, que el Frente Amplio no podrá eludir, en la medida en que su ambigüedad lo permitió. Todavía hoy, Enríquez Ominami anda dando explicaciones y purgando culpas por su prescindencia en la segunda vuelta de 2009, que le dio la pasada al primer gobierno de Piñera.
La inmadurez política de sus líderes, manifestada en el bizantino, desprolijo y tardío proceso de transferencia de apoyo político a la opción que podía profundizar el proceso de reformas, con miras a confrontar al neoliberalismo estratégico, sugiere dificultades iniciales no menores, a la hora de construir alianzas amplias para superarlo.
La inmadurez política de sus bases, manifestada en su incomprensión de lo que significa un gobierno de la derecha, habiendo podido impedirlo con su concurrencia a las urnas en segunda vuelta, expresa una débil consistencia ideológica, una floja disciplina y un compromiso precario; lo cual admite un margen de duda, en la medida en que sus líderes no las convocaron con claridad y convicción.
Incluso hay un sector del Frente Amplio que ni siquiera percibe que la instalación de un gobierno de derecha constituye una derrota para el pueblo de a pie.
El Frente Amplio iniciará su travesía por el desierto: o si de prefiere, su relación con la política institucional, con una bancada de 20 diputados, un senador y un porcentaje de 20% en la elección presidencial, que se reduce a 16,4% en la de diputados, y 11% en la de senadores.
Entonces, probablemente descubrirá tres principios elementales: que otra cosa es con guitarra, y que ésta sólo tiene seis cuerdas; que no se puede hacer política desde la perspectiva umbilical, lo que equivale decir a que no ha inventado la rueda y que la política no parte con ellos; y que en política más difícil que llegar es mantenerse.
El Frente Amplio, al igual que la izquierda histórica, tiene una oportunidad de redimirse, en la medida en que ambos se encuentren en una coalición política y social más amplia, que contribuya a acercar el objetivo del desmontaje democrático del compacto sistema neoliberal. Sin perjuicio de que no es fatal que ello ocurra, su mera posibilidad deja en suspenso, por ahora, la caracterización de derrota estratégica, o sólo electoral y por ende circunstancial, el 17 de diciembre.
Fuego amigo
El Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet logró las únicas reformas de alguna significación al modelo neoliberal instalado por la dictadura a partir de 1975, y continuado por los cuatro gobiernos de la Concertación; por lo cual pasará merecidamente a la historia, lo que en ningún caso lo exime de la crítica. Por de pronto, aunque mostró que se podía avanzar en reformas y gobernar con sentido social, no supo comunicarlo ni socializarlo; de forma que amplias capas de población, incluida la mayoría de los votantes del Frente Amplio, lo percibieron más como el quinto gobierno de la Concertación que como el primero de un nuevo ciclo político.
Enseguida, sus contradicciones internas se expresaron en gruesos errores de gestión, de los que se valieron la derecha y el sistema mediático para proyectar la idea de que las reformas equivalen a caos; que representan una vuelta al pasado, y que sumieron al país en el estancamiento, la confrontación y el pesimismo; y la noción de que fueron encabezadas por un gobierno inepto, incompetente y chambón.
A ello cabe sumar el hecho de que la feroz embestida comunicacional de la derecha y el sistema mediático contra la Presidenta, a propósito del caso Caval, anuló e inhibió en buena medida su liderazgo.
Además de los problemas de gestión, las contradicciones internas de la coalición, entre los que estaban resueltamente por los cambios, y aquellos que desembozadamente trabajaron para impedirlos, o al menos para atenuarlos, dificultaron la defensa de las reformas por la base social de apoyo al Gobierno, y a menudo desembocaron en fuego amigo, el mejor ejemplo de lo cual es la «cocina» de Zaldívar en la reforma tributaria, o la incansable labor de zapa del sector de derecha de la Democraciacristiana contra las reformas a la educación.
Asimismo, los sectores progresistas de la coalición no podían entender, ni menos apoyar, la política exterior reaccionaria del Canciller Heraldo Muñoz, tan feroz con los gobiernos de izquierda de la región como sumisa al hegemonismo imperial, ni apoyar enfoques y políticas represivas, como las del subsecretario Mahmud Aleuy, en el conflicto del pueblo mapuche, sólo por mencionar un par de ejemplos.
Todos estos factores obstruyeron objetivamente la proyección de un gobierno básicamente bien inspirado, de perfil realizador, y que ponía por delante la inclusión y la mejoría de la calidad de vida de las personas.
Al final del día, y al igual que en su primer gobierno, la Presidenta Bachelet terminará entregándole la banda presidencial a Sebastián Piñera.
Nudo de contradicciones
Gran parte de la misma crítica le cabe a la Nueva Mayoría, la coalición política más amplia que haya conocido la historia política chilena, que iba desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana; la cual, no obstante, no supo administrar las tensiones que ello presuponía.
La Presidenta mantuvo una actitud prescindente ante estas tensiones; y no quiso o no pudo arbitrarlas; de modo que terminaron contaminando el trámite legislativo de las reformas, erosionando la eficacia política de la coalición y enrareciendo la convivencia política interna.
En rigor, era difícil, acaso imposible, alinear en una misma estrategia a los que querían cambios con los que se movían tras bambalinas para impedirlos; a los que recibieron coimas del gran empresariado con los que promueven el principio de la ética en política; a tecnócratas neoliberales con marxistas convencidos, y a los cocineros con los que apelaban al movimiento social.
Incluso hubo sectores transversales que no soportaron la contraofensiva de la derecha contra las reformas, asumieron tempranamente que el próximo período estaba perdido y elevaron la victoria de Piñera a la categoría de auto-profecía a la que sólo faltaba el cúmplase; mientras que otros fueron incapaces de respetar la palabra empeñada y cumplir su parte en los pactos.
En suma, la partida de defunción de la Nueva Mayoría empezó a escribirse cuando no fue capaz de hacer primarias, levantó dos candidaturas presidenciales, dos listas parlamentarias y fue incapaz de ofrecer una propuesta programática común para el país.
Hoy, en su actual configuración y fisonomía, perdió sentido. En la oposición a Piñera pueden ocurrir dos fenómenos. O triunfa la unidad, y la denominada centro-izquierda presenta un bloque político y social más amplio que la Nueva Mayoría, o la política chilena vuelve a su tendencia secular a los tres tercios, con un centro muy disminuído; lo cual finalmente determina dos oposiciones.
Voto popular de derecha
Falta una palabra respecto a ese aproximadamente millón de chilenos de clase popular que votaron por el candidato y el programa de la derecha.
Suele utilizarse, en circunstancias parecidas, la sentencia de Joseph de Maistre, un jurista, filósofo y diplomático francés, partidario de la monarquía en la revolución francesa, de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. A todas luces excesiva, no es menos cierto que los pueblos suelen equivocarse a la hora de elegir a los conductores de sus destinos.
Esos chilenos, de comportamiento alienado y aspiracional, no tardarán en comprender el error de votar a Piñera en la creencia que dará trabajo; y de caer en cuenta que es materialmente imposible que un gobierno empresarial resguarde los derechos laborales y sociales; que el insaciable empresariado, y su representante político, la derecha, prefieren el recuso de la represión a compartir el mínimo de sus privilegios; que aun en el caso de que el gobierno de Piñera atraviese por un ciclo económico al alza, con un alto precio del cobre, no recibirán los beneficios, y que frases altisonates y rebuscadas, propias de Piñera, como «caminar juntos y soñar con una patria libre, justa, solidaria y en paz, donde todos tengan las oportunidades para poder volar tan alto y llegar tan lejos como su propio mérito y esfuerzo lo permitan, y las seguridades de una vida con dignidad», no son más que retórica hueca, tributaria del marketing político.
Nadie se ha rendido
Desde la perspectiva de las fuerzas políticas y sociales que enarbolan las banderas del cambio, nada ha terminado ni nadie se ha rendido.
A lo más, comienza un nuevo ciclo de luchas políticas y sociales, donde, dependiendo cómo se muevan, puedan volver a entablar en el cuadro algunas de sus fortalezas, tales como la superioridad de su programa político para los trabajadores y sectores populares; la tendencia a convertirse en mayoría cuando ese programa es comprendido y asimilado por sus destinatarios; la persistencia de sus convicciones, y la naturalez objetiva de las contradicciones de clase, en virtud de las cuales la democracia inevitablemente termina por eregirse en un obstáculo para la acumulación capitalista y la dominación de las clases propietarias.
Ciertamente, a esas contradicciones no escapará el Gobierno de Piñera.
La característica distintiva del período que inauguró la victoria de Piñera es que durante los próximos cuatro años, la iniciativa política la ejercerá la derecha, aunque con un estrecho margen de maniobra.