domingo, diciembre 22, 2024
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La Crisis Brasilera es la Crisis Global

por Leonardo Boff

No se puede analizar Brasil sólo a partir de Brasil. Ningún país, ni la cerrada Corea del Norte está fuera de las conexiones internacionales, que la planetización inevitablemente ha creado.


Además, nuestro país es la sexta economía del mundo, cosa que despierta la codicia de las grandes corporaciones que quieren venir aquí, no para ayudar en nuestro desarrollo con inclusión, sino para poder acumular más y más, dada la extensión de nuestro mercado interno y de la superabundancia de commodities y de bienes y servicios naturales, cada vez más necesarios para sostener el consumismo de los países opulentos.

Hay tres nombres que deben ser recordados, pues han configurado el cuadro actual de la economía y de la política mundial.

El primero es sin duda Karl Polanyi que ya en 1944 observó “La gran Transformación” que ocurría en el mundo. De una economía de mercado estábamos pasando a una sociedad de mercado. Es decir, todo es comercializable, hasta las cosas más sagradas. Con todo podemos lucrarnos, cosa que Marx en su Miseria de la Filosofía llamó la gran corrupción y la venalidad general.

Hasta los órganos humanos, la verdad, la conciencia, el saber se han transformado en medios de ganancia. Todo se hace según la lógica del capital, que es la competencia y no la solidaridad, lo que hace que las sociedades se desgarren en luchas feroces entre las empresas.

Cabe citar otros dos nombres: Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

Como consecuencia de la erosión del socialismo real, entró victorioso el capitalismo, ahora sin restricciones, impuestas antes por la contención que ejercía el modo de producción socialista. Ahora el capitalismo pudo vivir tranquilo su lógica individualista, acumuladora y consumista.

Thatcher era consecuente al afirmar que la sociedad no existe. Hay individuos, que luchan cada uno por sí mismo contra todos. Reagan sostuvo la total libertad del mercado, la disminución del Estado y el proceso de privatización de los bienes nacionales. Era el triunfo del neoliberalismo.

Antes con el liberalismo, dicho con una metáfora, la mesa estaba puesta. Los ricos ocupaban los primeros lugares y se servían hasta hartarse. Los demás encontraban su puesto en algún rincón de la mesa. Pero estaban a la mesa. Con el neoliberalismo la mesa está puesta, pero sólo pueden participar quienes pueden pagar.

Los demás se disputan los sitios al pie de la mesa con los perros, comiendo las sobras.

Esta política neoliberal, implantada en el mundo entero, dio curso libre a las grandes corporaciones para poder acumular todo lo que pudieran. El lema de Wall Street era y sigue siendo: greed is good (la codicia es buena).

Tal voluntad de acumulación ha hecho que un pequeño número de personas controlen gran parte de la riqueza mundial, gestando un mar de pobres, miserables y famélicos. Como la cultura del capital no conoce la compasión ni la solidaridad, solamente la competencia y la supremacía del más fuerte, se ha creado un mundo con un nivel de barbarie raramente alcanzado en la historia.

Desde mi punto de vista, el capitalismo como modo de producción y su ideología política el neoliberalismo han alcanzado su fin, en un doble sentido.

Lograron su fin, es decir, alcanzaron su fin-objetivo: la suprema acumulación. Y su fin como final y desaparición. No porque lo queramos, sino porque la Tierra, limitada en bienes y servicios, en gran parte no renovables, no aguanta un proyecto ilimitado hacia el infinito del futuro.

La Tierra misma hará imposible este proyecto. O cambia de modo de producción y de consumo o estará condenado a desaparecer.

Como no posee un sentido de pertenencia y trata a la naturaleza como mera cosa a ser explotada incontrolablemente, seguirá un camino sin retorno, poniendo en peligro el sistema-vida y la propia Casa Común que podrá volverse inhabitable.

En el trasfondo teórico de nuestros neoliberales brasileños, los que dieron el golpe y elaboraron “El Puente para el Futuro” (para el fracaso) vienen imbuidos, sin un mínimo de conciencia y de crítica, de ese mal sueño neoliberal.

Quieren un Brasil sólo para ellos, como una provincia secundaria, agregada y dependiente del gran Imperio del Capital.

Esa es nuestra ruina y nuestra desgracia. Ellos prolongan la dependencia y la lógica colonial.

Un país que empezaba a dar los primeros pasos hacia su refundación, sobre otras bases, valores y principios, con los ojos abiertos y las manos activas en políticas de desarrollo humano con inclusión social ha sido desvergonzadamente abortado.

Aquí reside nuestra verdadera crisis que atraviesa todas las instancias.

Pero lo que debe ser tiene fuerza.

Por eso creemos y esperamos que superaremos esta travesía dolorosa para las grandes mayorías, en fin, para todos.

Vamos a brillar.

En tiempos sombríos como el nuestro cantó el poeta: “está oscuro pero canto”. Yo imitándolo digo: “en medio de las incertidumbres todavía soñamos y ese sueño es bueno y anticipa una realidad beneficiosa para todos”.

Fuente: Koinonia


Manifiesto al pueblo brasileño

Por Luiz Ignacio Lula da Silva

Hace dos meses estoy preso, injustamente, sin haber cometido ningún crimen. Hace dos meses estoy impedido de recorrer el país que amo, llevando el mensaje de esperanza en un Brasil mejor y más justo, con oportunidades para todos, como siempre he hecho en 45 años de vida pública.

Fui privado de convivir diariamente con mis hijos y mi hija, mis nietos y nietas, mi bisnieta, mis amigos y compañeros. Pero no tengo duda que me pusieron aquí para impedirme convivir con mi gran familia: el pueblo brasileño. Eso es lo que más me angustia, pues sé que, cada día más y más familias vuelven a vivir en las calles, abandonadas por el Estado que debería protegerlas.

Desde donde me encuentro, quiero renovar el mensaje de fe en Brasil y en nuestro pueblo. Juntos, supimos superar momentos difíciles, graves crisis económicas, políticas y sociales. En mi gobierno, vencimos el hambre, el desempleo, la recesión, las enormes presiones del capital internacional y de sus representantes en el país. Juntos, reducimos la enfermedad secular de la desigualdad social que marcó la formación de Brasil: el genocidio de los indígenas, la esclavitud de los negros y la explotación de los trabajadores de la ciudad y del campo.

Combatimos sin tregua las injusticias. De cabeza erguida, llegamos a ser considerados el pueblo más optimista del mundo. Profundizamos nuestra democracia y por eso conquistamos protagonismo internacional, con la creación de la Unasur, de la Celac, de los BRICS y nuestra relación solidaria con los países africanos. Nuestra voz fue escuchada en el G-8 y en los más importantes foros mundiales.

Estoy seguro de que podemos reconstruir este país y volver a soñar con una gran nación. Eso es lo que me anima a seguir luchando.

No puedo conformarme con el sufrimiento de los más pobres y el castigo que está siendo impuesto a nuestra clase trabajadora, así como no me conformo con mi situación.

Los que me acusaron en la Lava Jato saben que mintieron, pues nunca fui dueño, nunca tuve la posesión, nunca pasé una noche en el apartamento de Guarujá. Los que me condenaron, Sérgio Moro y los fiscales del TRF-4, saben que armaron una farsa judicial para arrestarme, pues demostré mi inocencia en el proceso y ellos no consiguieron presentar la prueba del crimen del cual me acusan.

Hasta hoy me pregunto: ¿dónde está la prueba?

No fui tratado por los fiscales de la Lava Jato, por Moro y por el TRF-4 como un ciudadano igual a los demás. He sido tratado siempre como enemigo.

No cultivo odio o rencor, pero dudo que mis verdugos puedan dormir con la conciencia tranquila.

En contra de las injusticias, tengo el derecho constitucional de recurrir en libertad, pero ese derecho me ha sido negado hasta ahora por el único motivo de que me llamo Luiz Inacio Lula da Silva.

Por eso me considero un preso político en mi país.

Cuando quedó claro que me iban a atrapar a la fuerza, sin crimen ni pruebas, decidí quedarme en Brasil y enfrentar a mis verdugos. Sé mi lugar en la historia y sé cuál es el lugar reservado a los que hoy me persiguen. Estoy seguro de que la justicia hará prevalecer la verdad.

En las caravanas que hice recientemente por Brasil, vi la esperanza en los ojos de las personas. Y también vi la angustia de quien está sufriendo con el regreso del hambre y del desempleo, la desnutrición, el abandono escolar, los derechos robados a los trabajadores, la destrucción de las políticas de inclusión social constitucionalmente garantizadas y ahora negadas en la práctica.

Es para acabar con el sufrimiento del pueblo que soy nuevamente candidato a la Presidencia de la República.

Asumo esta misión porque tengo una gran responsabilidad con Brasil y porque los brasileños tienen el derecho de votar libremente en un proyecto de país más solidario, más justo y soberano, perseverando en el proyecto de integración latinoamericana.

Soy candidato porque creo sinceramente que la Justicia Electoral mantendrá la coherencia con sus precedentes de jurisprudencia desde 2002, no doblegándose al chantaje de la excepción sólo para lesionar mi derecho y el derecho de los votantes a votar por quién mejor los representa.

Tuve muchas candidaturas en mi trayectoria, pero ésta es diferente: es el compromiso de mi vida. Quien tuvo el privilegio de ver a Brasil avanzar en beneficio de los más pobres, después de siglos de exclusión y abandono, no puede apartarse en el momento más difícil para nuestra gente.

Sé que mi candidatura representa la esperanza, y vamos a llevarla hasta las últimas consecuencias, porque tenemos de nuestro lado la fuerza del pueblo.

Tenemos el derecho de soñar nuevamente, después de la pesadilla que nos fue impuesta con el golpe de 2016.

Mintieron para derribar a la presidenta Dilma Rousseff, legítimamente electa. Mintieron con que el país mejoraría si el PT salía del gobierno; que habría más empleos y más desarrollo. Mintieron para imponer el programa derrotado en las urnas en 2014. Mintieron para destruir el proyecto de erradicación de la miseria que pusimos en marcha desde mi gobierno. Mintieron para entregar las riquezas nacionales y favorecer a los tenedores del poder económico y financiero, en una escandalosa traición a la voluntad del pueblo, manifestada en 2002, 2006, 2010 y 2014, de modo claro e inequívoco.

Está llegando la hora de la verdad.

Quiero ser presidente de Brasil nuevamente porque ya he probado que es posible construir un Brasil mejor para nuestro pueblo. Probamos que el país puede crecer, en beneficio de todos, cuando el gobierno coloca a los trabajadores y a los más pobres en el centro de atención, y no se vuelve esclavo de los intereses de los ricos y poderosos. Y probamos que solamente la inclusión de millones de pobres puede hacer que la economía crezca y se recupere.

Gobernamos para el pueblo y no para el mercado. Es lo contrario de lo que hace el gobierno de nuestros empresarios, al servicio de los financistas y de las multinacionales, que suprimió derechos históricos de los trabajadores, redujo el salario real, cortó las inversiones en salud y educación y está destruyendo programas como el Bolsa Familia, Mi Casa Mi Vida, el Pronaf, Luz para Todos, Prouni y Fies, entre tantas acciones dirigidas a la justicia social.

Sueño ser presidente de Brasil para acabar con el sufrimiento de quien no tiene más dinero para comprar o no tiene más dinero para comprar la bombona de gas, que ha vuelto a usar la leña para cocinar o, peor aún, que usan alcohol y se convierten en víctimas de graves accidentes y quemaduras. Este es uno de los más crueles retrocesos provocados por la política de destrucción de Petrobrás y de la soberanía nacional, conducida por los entreguistas del PSDB que apoyaron el golpe de 2016.

Petrobrás no fue creada para generar ganancias para los especuladores de Wall Street en Nueva York, sino para garantizar la autosuficiencia de petróleo en Brasil, a precios compatibles con la economía popular. Petrobrás tiene que volver a ser brasileña. Pueden estar seguros de que vamos a acabar con esa historia de vender sus activos. No será más rehén de las multinacionales del petróleo. Volverá a desempeñar un papel estratégico en el desarrollo del país, incluso en la dirección de los recursos del pre-sal para la educación, nuestro pasaporte para el futuro.

Pueden estar seguros también de que impediremos la privatización de Eletrobras, del Banco do Brasil y de la Caixa, del debilitamiento del BNDES y de todos los instrumentos de que dispone el país para promover el desarrollo y el bienestar social.

Sueño ser el presidente de un país en el que el juzgador preste más atención a la Constitución y menos a los titulares de los periódicos.

En que el estado de derecho sea la regla, sin medidas de excepción.

Sueño con un país en que la democracia prevalezca sobre el albedrío, el monopolio de los medios, el prejuicio y la discriminación.

Sueño ser el presidente de un país en el que todos tengan derechos y nadie tenga privilegios.

Un país en que todos puedan hacer nuevamente tres comidas al día; en que los niños puedan asistir a la escuela, en que todos tengan derecho al trabajo con salario digno y protección de la ley. Un país en el que todo trabajador rural vuelva a tener acceso a la tierra para producir, con financiamiento y asistencia técnica.

Un país en el que la gente vuelva a tener confianza en el presente y la esperanza en el futuro. Y que por eso mismo vuelva a ser respetado internacionalmente, vuelva a promover la integración latinoamericana y la cooperación con África, y que ejerza una posición soberana en los diálogos internacionales sobre el comercio y el medio ambiente, por la paz y la amistad entre los pueblos.

Sabemos cuál es el camino para concretar esos sueños. Hoy pasa por la celebración de elecciones libres y democráticas, con la participación de todas las fuerzas políticas, sin reglas de excepción para imposibilitar a determinado candidato.

Sólo así tendremos un gobierno con legitimidad para enfrentar los grandes desafíos, que podrá dialogar con todos los sectores de la nación respaldado por el voto popular. Es la misión que me propongo al aceptar la candidatura presidencial por el Partido de los Trabajadores.

Ya demostramos que es posible logar un gobierno de pacificación nacional, en el que Brasil camine al encuentro de los brasileños, especialmente de los más pobres y de los trabajadores.

Hice un gobierno en el que los pobres se incluyeron en el presupuesto de la Unión, con más distribución de ingresos y menos hambre; con más salud y menos mortalidad infantil; con más respeto y afirmación de los derechos de las mujeres, de los negros y de la diversidad, y con menos violencia; con más educación en todos los niveles y menos niños fuera de la escuela; con más acceso a las universidades y la enseñanza técnica y menos jóvenes excluidos del futuro; con más vivienda popular y menos conflictos de ocupaciones en las ciudades; con más asentamientos y distribución de tierras y menos conflictos de ocupaciones en el campo; con más respeto a las poblaciones indígenas y quilombolas, con más ganancias salariales y garantía de los derechos de los trabajadores, con más diálogo con los sindicatos, movimientos sociales y organizaciones empresariales y menos conflictos sociales.

Fue un tiempo de paz y prosperidad, como nunca antes tuvimos en la historia.

Creo, desde el fondo del corazón, que Brasil puede volver a ser feliz. Y puede avanzar mucho más de lo que conquistamos juntos, cuando el gobierno era del pueblo.

Para alcanzar este objetivo, tenemos que unir las fuerzas democráticas de todo Brasil, respetando la autonomía de los partidos y de los movimientos, pero siempre teniendo como referencia un proyecto de país más solidario y más justo, que rescate la dignidad y la esperanza de nuestra gente sufrida. Estoy seguro de que estaremos juntos al final de la caminata.

Desde aquí donde estoy, con la solidaridad y las energías que vienen de todos los rincones de Brasil y del mundo, puedo asegurar que continuaré trabajando para transformar nuestros sueños en realidad. Y así me voy preparando, con fe en Dios y mucha confianza, para el día del reencuentro con el querido pueblo brasileño.

Y ese reencuentro sólo no ocurrirá si la vida me falta.

Hasta pronto, mi gente
¡Viva Brasil! ¡Viva la democracia! ¡Viva el Pueblo Brasileño!
Luiz Inacio Lula da Silva
Curitiba, 8 de junio de 2018

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