Nadie predijo la cantidad de personas que votarían. Nadie proyectó la dimensión de los votos que obtendría Michelle Bachelet y tampoco los que alcanzaría la nueva coalición política Nueva Mayoría. “Analistas” y “opinólogos”, montados en un código preestablecido y marcado por el método de la tautología, simplemente erraron en toda la línea y se alejaron del hecho realmente existente.
Más allá de la dificultad que, metodológicamente, existía para predecir el resultado de las recientes primarias presidenciales, el hecho impactó como un fenómeno entrópico, sorprendente, complejo de explicar.
Para tratar de interpretar el resultado de las primarias presidenciales, las exageraciones abundan, desde aquellas que apelan a las metáforas religiosas, hasta las que consideran que el punto relevante del resultado está en quienes no votaron.
Un hecho observable es que el gobierno y los partidos de derecha apostaron a que votara poca gente, y de esa forma controlar mejor el universo del voto duro derechista, y reducir la incertidumbre respecto de otro hecho que pocos consideran, y es que la única candidata de la oposición que captura votos provenientes de la derecha, es ni más ni menos que Michelle Bachelet.
Y ese hecho ocurrió.
Fue tan evidente el intento del gobierno en tal dirección, que el Ministro Larroulet vaticinó horas antes de las elecciones, que sólo votarían alrededor de 800 mil personas.
Era el escenario perfecto, porque así se disminuía el impacto político y electoral de una derrota prevista, y de una victoria opositora que se mantuviera en los rasgos aceptables para el gobierno y sus partidos.
Es cierto que en Chile existe una severa crisis de representación, que hasta el domingo se expresó en una tendencia galopante a que la mayoría ciudadana no vote y no participe en los espacios institucionales marcados por el binominalismo y por un sistema blindado para evitar brechas que generen cambios o transformaciones provenientes de la sociedad civil.
Eso es cierto, y hasta las elecciones municipales pasadas, con voto voluntario mediante, las variables antes señaladas provocaron que más del sesenta por ciento de los ciudadanos inscritos no votara.
¿Qué cambió el domingo?
Que se expresó con fuerza el proceso de transformación de la conciencia social (fenómeno que no se deja tan fácilmente capturar y que se hace invisible en una sociedad en donde la representación del ethos colectivo se estructura principalmente por una hegemonía mediática).
Es un hecho cualitativo, que explica el más de tres millones de votos, y que Bachelet haya casi triplicado a los dos candidatos de la derecha.
Primer paso hacia un cambio de la tendencia histórica, que genera importantes expectativas respecto de restituir las elecciones como procesos de significación social y política.
Entonces, lo que hay que tratar de explicar son las causas del fenómeno, y no sus efectos.
Hay en proceso un cambio de contexto socio-político; hay descontentos y expectativas que empiezan a visualizar la posibilidad de transformaciones a través de la movilización y las elecciones. Una resignificación positiva y cualitativa de dos cuestiones que fueron fundantes del ciclo histórico que termina, pero que gradualmente habían perdido sentido y trascendencia.
El voto voluntario, por primera vez, mostró una variante que debe ser considerada, y es que, en un clima socio-político de cambio de correlaciones políticas y electorales, con afluencia de electores que superan los nichos de votación “dura”, esa voluntariedad facilita un cambio cualitativo del voto. Por ejemplo, desde la derecha hacia el centro o la izquierda.
Un ejemplo notable de este fenómeno es Venezuela, en donde existe voto voluntario y un alto índice de personas que votan.
La falsa dicotomía entro los social y lo político-electoral, que es una construcción direccionada especialmente desde el hegemónico sistema mediático (“opinólogos” incluidos), empieza a mostrar sus primeras y grandes brechas.
Y aún cuando se intentó evitar que en estas primarias presidenciales se expresara la interacción entre ambos mundos, que finalmente son uno, ello ocurrió cuantitativamente, y en una dimensión insospechada. Es decir, no pocos movilizados, votaron.
El liderazgo y carisma de Michelle Bachelet, que genera cercanía, horizontalidad, hace sentido y sintonía con una ciudadanía que tiene la necesidad de representarse en personas que no denotan autoritarismo, y sí una invitación permanente a la participación y construcción ciudadana. Bachelet es en forma creciente una candidata que expresa y propone ideas, ideas cruciales, de trascendencia.
Y este elemento, muy lejos de ser un aspecto fenoménico, es esencial para explicarse el resultado de las elecciones presidenciales recientes.
Se trata, entonces, de una nueva señal del ciclo histórico que recién comienza.
(*) Periodista, miembro de la Comisión Política del Partido Comunista