El 5 de agosto de 1999, Hugo Chávez lideró la primera sesión de la Asamblea Nacional Constituyente, en una Venezuela que, dijo, “se levantaba sobre sus cenizas”.
El llamado a una Asamblea Nacional Constituyente entonces se dio bajo la premisa de “una verdadera emergencia nacional”, y se activó para evaluar y reimpulsar todos los poderes constituidos y las instituciones “dispersas, maniatadas, sin vida propia”, como la Fiscalía y el Ministerio Público, crear una República democrática y libre, soberana y contra toda injerencia de poderes extranjeros, económicos y políticos.
Chávez dio el salto, aquella evaluación, las propuestas, la invención de modelos económicos propios, la instalación del bolivarianismo y la idea robinsoniana como hegemonía contra el dogma neoliberal, se daría por primera vez de mano del pueblo: “La vuelta al pueblo es el único combustible de la máquina de la historia”, dijo.
¿Qué significó? La activación de todos los mecanismos democráticos fundamentales: dar la discusión en asambleas populares, en los barrios, en el campo, en las fábricas. El pueblo ante la posibilidad de iniciativas de leyes, consultas populares, “un instrumento de construcción, de protagonismo y de democracia verdadera, de participación efectiva, vital para construir un país, un rumbo, un proyecto”.
Casi dieciocho años después, el presidente Nicolás Maduro vuelve a hacer el mismo llamado, después de dieciséis semanas en las que insistió en llamar a la oposición a un espacio de diálogo. Dieciséis semanas en las que los líderes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se negaron o dejaron el debate a la mitad, y desde finales del mes de abril convocaron a protestas que dejaron como resultado el ataque a un hospital materno infantil, incendios de unidades de transporte público, ataques a urbanismos de la Gran Misión Vivienda Venezuela, y casi una treintena de personas asesinadas por grupos desconocidos mientras culpaban a organizaciones chavistas, creando una matriz mediática de que el Gobierno está masacrando a opositores pacíficos.
El 1 de mayo del 2017 la historia de Venezuela da un nuevo giro: la convocatoria a la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente (contemplada en el artículo 347 de la Constitución) de parte del propio presidente Nicolás Maduro. La Constituyente como figura que da poder al pueblo para “transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”.
“¡Hoy, 1 de mayo, anuncio que en mis atribuciones presidenciales como Jefe de Estado convoco al poder constituyente originario para que la clase obrera y el pueblo en un proceso nacional constituyente convoque a una Asamblea Nacional Constituyente (…) ¿Quieren diálogo? Poder Constituyente, ¿quieren paz? Poder Constituyente, ¿quieren elecciones? Poder Constituyente”. Un poder profundamente obrero, comunal, misionero, campesino, feminista, de la juventud, de los estudiantes, indígena, y sin partidos políticos, sin élites. Así lo caracterizó el Presidente.
Maduro recoge la esencia del proceso Constituyente de 1999: crear, como la llamó Chávez, una “Asamblea originaria” que permita “recoger la expresión del momento nacional”, uno de los momentos de coyuntura más difíciles que ha atravesado el país desde que se inició la construcción de un modelo emancipatorio y de protagonismo popular.
Entre las primeras propuestas que ya fueron anunciadas por el presidente Maduro, está dar carácter constitucional a las misiones y grandes misiones sociales que han garantizado, por ejemplo, acceso a la vivienda (Gran Misión Vivienda Venezuela), la transformación y dignificación integral del hábitat en los barrios (Misión Barrio Nuevo, Barrio Tricolor), atención médica pública y primaria en las zonas populares (Misión Barrio Adentro Salud), acceso a productos alimenticios a bajos costos, especialmente para la población de escasos recursos económicos (Misión Alimentación), para evitar las tentativas de su eliminación a través de la actual Asamblea Nacional, constituida por mayoría opositora. También está la propuesta de crear un capítulo que resguarde a la juventud contra la privatización de su derecho al trabajo, la vivienda, la educación, la cultura, la tecnología.
Una Asamblea originaria, sí, para conducir un nuevo proceso de transición, para llevar adelante la inmensa tarea de profundizar el protagonismo de las bases en la construcción del Estado Comunal, para dar la batuta a la fuerza obrera para el empoderamiento de las fábricas, para asumir este como el instante significativo para dar más y mejores alternativas ante el modelo rentista petrolero y lograr la estabilidad política y económica. “Para ganar la paz, para vencer el Golpe de Estado”.
Se elegirán quinientos constituyentes: 250 vendrán propuestos por la base obrera, misiones y movimientos sociales, y los otros 250 serán electos a través de voto directo y secreto.
Mientras la oposición sigue acusando que Venezuela vive una dictadura, y más llamados opositores que terminan en movilizaciones vandálicas y violentas, de este lado se siguen activando espacios de demostración del protagonismo del poder popular.
Como dijo Chávez en el 1999, parafraseando a Shakespeare, tras ser acusado de tirano mientras convocaba a la Asamblea Constituyente Nacional: “Sopla viento fuerte, sopla tempestad, que tengo Asamblea para maniobrarte”.
Fuente La Cultura Nuestra