Se ha dicho que la pugna entre algunos democratacristianos con los comunistas es un conflicto artificial, una pelea falsa. También lo creo. Pero no porque no exista esa tensión, ya que se han hecho evidentes y recurrentes las ofensas y descalificaciones entre dos partidos aliados, sino porque este trato no representa a la Democracia Cristiana ni a los órganos de decisión del partido.
Y porque es el síntoma de una rivalidad que disimula la resistencia y, últimamente, los frenos, que encuentran las reformas impulsadas por el Gobierno y comprometidas con el país en ciertos sectores de la Nueva Mayoría. Las diferencias ideológicas, filosóficas y doctrinarias entre la DC y el PC, son clarísimas y ambos las reconocemos y aceptamos. Pero no es eso.
Lo que sorprende, en el actual intercambio verbal, es la inconsistencia que entraña, pues son los voceros de esta crítica quienes desde hace siete años han venido sellando alianzas con los comunistas. Hoy se arrepienten de su travesía y pretenden volver sobre sus pasos generando una controversia extemporánea y difícil de acompañar. Parece que quisieran convertir el actual debate sobre las reformas en una discusión sobre la Cortina de Hierro, la Crisis de los Misiles, y, tal vez, el asalto al Palacio de Invierno.
Se ha llegado a sostener que sin la DC la Nueva Mayoría sería la reedición de la Unidad Popular, una exageración que es alimentada con propaganda intelectual y que se repite a coro. Ocurre, sin embargo, que de las siete colectividades que integran la Nueva Mayoría, solo tres formaron parte de la UP: los partidos Socialista, Comunista y Radical. Sin contar que la UP estuvo conformada, además, por el MAPU, el MAPU OC, el PIR, API y la IC.
Como afirmaba el Presidente Frei en el Teatro Caupolicán, no se puede volver al pasado; eso es “una ficción absurda”, “una disyuntiva inoperante que resultaría fatal”. ¿Se refundarán la Unión Soviética, Yugoslavia, y las dos Alemania? ¿Volverá Cuba a ser la república bananera de hace más de medio siglo? ¿Volverá Estados Unidos a cometer los genocidios de Hiroshima y Nagasaki? ¿Renacerá la CODE, esa anomalía electoral de nuestra historia política?
Es un juego peligroso que, bajo el manto de la victimización, podría estar incubando un destino más factible que el virtual abandono de la Democracia Cristiana, cual es el de precipitar una crisis forzando la salida de los comunistas del gobierno y, de paso, reencauzar la agenda de abril.
Nuestro deber es honrar los compromisos que adquirimos con la ciudadanía cuando participamos en las primarias de la Nueva Mayoría y aceptamos sus resultados, cuando firmamos el programa de reformas, cuando concurrimos a la primera y segunda vuelta presidencial, cuando nos incorporamos al gobierno y cuando apoyamos las iniciativas del Ejecutivo en el Congreso.
Sí, hay que ser más prolijo y mejorar las reformas y aprobar el informe anticorrupción de la Comisión Engel que el país espera.
El exhorto del ex Presidente Frei Ruiz-Tagle al conmemorarse 34 años del asesinato de su padre, tiene un valor ejemplar y no puede ser ignorado por quienes lo escucharon: “invito a todos, a mis camaradas y a los demás partidos de la Nueva Mayoría, a terminar con este clima de crispación, a derrotar el pesimismo, las desconfianzas y las conductas autodestructivas”.