Que se me disculpe la auto referencia, pero esta tarde he sentido nostalgia y he hecho una reflexión. Pese a cosas terribles que me ha tocado enfrentar, tanto en términos personales, como familiares (hace menos de un año falleció mi hermanita menor, la luz de mi existencia), hoy me siento privilegiada. Privilegiada porque, pese a mis orígenes, medio pequeño burgueses, medio aristócratas, tuve posibilidad de elección, respecto a la vereda en que me quedaría.
Yo elegí la vereda de los trabajadores, pero estoy muy consciente de que no muchos, de uno y otro lado de la orilla del río, tienen esa posibilidad de decisión.
Si no hubiese sido porque mi padre eligió antes que yo, lo que, más allá de ser admirable, nos trajo múltiples dificultades económicas, de no haber sido porque, siendo yo muy pequeña, nos fuimos a Chiloé, donde no había colegios pagados (ahora sí los hay), y de no haber compartido en la misma sala de clases con la hija de dueño de fundo, y con el hijo del pescador, quizá nunca hubiese podido tener una visión del mundo distinta a la que me hubiese correspondido por cuna.
Si así no hubiese sido, tampoco habría tenido oportunidad de estudiar en Cuba, donde no sólo aprendí Medicina, sino que aprendí el valor de la solidaridad de todo un pueblo.
Tampoco hubiese considerado entre mis opciones, militar en el partido de los trabajadores de Chile, el cual, con sus justas políticas, me ha enseñado, igual que a Neruda, que no estoy sola, y que con él no termino en mí misma.
Sé también, que el hijo del obrero, que sufre día a día la desigualdad de nuestra sociedad, tampoco tiene otra opción que sentirse y ser parte de la clase trabajadora.
Yo la tuve, y elegí quedarme con los trabajadores de mi Patria.
Elegí quedarme, para siempre, en esa orilla del río.