lunes, noviembre 25, 2024
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Cóctel Explosivo: Crecimiento Económico, Descontento Social y Fin del Miedo

Desde comienzos del siglo XXI los círculos gobernantes proclaman que nuestro país está a punto de ser desarrollado. Incluso el Banco Mundial ya nos informó que pasamos a ser un país de ingresos altos. Sin embargo, como lo dijo el Financial Times (2 de mayo de 2013), la economía del laissez-faire oligárquico de la brutal dictadura de Pinochet ha sido en gran parte conservada por los gobiernos electos. Cambio en la continuidad dijeron. Cierto, esos cambios, más el precio récord del cobre, produjeron una expansión económica que redujo drásticamente la pobreza, pero sin superar las profundas brechas socioeconómicas que sufre el país.

Según un artículo de Foreign Affairs (Meet the Mattes, junio 2013) desde el exterior Chile parece la Suiza del sur. Pero desde adentro son notorias la desconfianza en la política y las presiones económicas, le agregaría de una grande y pseudo clase media. Con la consiguiente tensión y ambigüedad entre el brillante crecimiento económico del país y la falta de vitalidad del desarrollo político y social. Sin embargo, para Eleodoro Matte “Chile tiene el más progresista, más exitoso y más justo ambiente económico de América Latina”. La reacción, ha sido la protesta en la calle, aunque algo más institucionalizada que en otra latitudes.

Ello ocurrió a pesar de la aplicación de los dos edulcorantes de la revolución conservadora británica. La sociedad de propietarios, Thatcher privatizó 1.500.000 viviendas, política que en Chile tiene una larga historia predictadura, recordemos la ley Pereira, la Corporación de la Vivienda, DFL2, etc. Y la respuesta de Blair, la tercera vía, sumar la formación de los trabajadores para la sociedad del conocimiento con la expansión de la educación superior, aunque hoy en Inglaterra se dice que el líder laborista fue la mayor obra de Thatcher.

Por ello, el número de estudiantes de ese nivel en nuestro país pasó de 200.000 a 1.100.000, a partir de 1990, el 45 % de la población de entre 18 y 24 años de edad, de los cuales el 70 % es la primera generación que llega a ese nivel estudios en sus familias.

Esas políticas y sus resultados han sido aplaudidos por las élites globalizadas del capitalismo de la revolución conservadora, para nosotros el Consenso de Washington, que hegemonizó gran parte del mundo, aunque ahora está de capa caída por una crisis de la que no salen por la obstrucción de la derecha. La excepción por excelencia fue Asia oriental, The Economist lo llama capitalismo de Estado, y Chile se desacopló de la crisis gracias al cobre y China.

Descontento social

Así nos transformamos en el modelo para América Latina. Lo dijo el presidente colombiano Santos al visitar el país en agosto de 2011, pero se le escapó su sorpresa de que, a pesar del vigoroso crecimiento económico, hubiera tantas protestas sociales (estudiantiles, ecologistas, regionales, pueblos originarios, sindicatos, etc.). No había de que sorprenderse. Los pájaros de mal agüero sobrevolaban desde hacía tiempo.

Destacan: (a) la baja constante de la participación electoral a partir de 1997, hasta que en la última elección presidencial fueron más los que no votaron que los que lo hicieron por el Presidente electo y en la municipal reciente sufragó sólo el 40 % de la ciudadanía; (b) el descontento con la marcha de la democracia y sus instituciones (Congreso, partidos) según encuestas periódicas del Latinobarómetro; (c) el estudio del BID, 2008, sobre el crecimiento desdichado, que compara el quintil con menor ingreso de Chile con el de la Honduras de Zelaya, la mitad más pobre, pero más feliz, y (d) las manifestaciones de los estudiantes secundarios, la primera generación de adolescentes sin conciencia de la dictadura, al poco andar la administración Bachelet.

Por ello, si bien siguen hasta hoy los buenos números económicos, también continúan las protestas sociales. En 2012 la economía creció 5,5 %, la cesantía disminuyó a 6,3 %, para Chile pleno empleo, y los sueldos subieron 6,5 %. Sin embargo, aprueban la gestión del presidente y de la coalición opositora claras minorías, la gran excepción es Bachelet. Varios sondeos indican que la mayoría de los chilenos están satisfechos de sí mismos, pero estiman que no reciben la retribución que merecen. Y comenzamos a ser objeto de análisis críticos por publicaciones de la élite globalizada como el Financial Times y Foreign Affairs.

Un intento de explicación: crecimiento sin desarrollo

Una de las razones la sintetiza un titular de El País: “Hacia el pleno empleo, pero en precario” (16 de enero de 2013), y agregaría, con baja productividad (construcción, pesca, forestal, comercio al por menor en grandes centros comerciales, supermercados, trabajadores migrantes agrícolas, empleados domésticos, temporeros, contratistas, etc.), lo que aumenta la desigualdad. El 40 % de la mano de obra está desempleada, semiempleada o en trabajos precarios (OIT y CEPAL). Un minero del cobre produce 60 millones de pesos al año, un empleado bancario sólo 15, pese a que trabaja en un sector moderno, y uno de centro comercial, 10.

A lo que se añade que los trabajadores que en Chile ganaban más de 800 mil pesos mensuales el 2011, tuvieron un aumento de 25 % el 2012, pero los que recibían la cuarta parte, 200.000, no tuvieron alza alguna (encuesta de ocupación del Gran Santiago, Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile).

Además, el 70% de los nuevos empleos son externalizados y un 55 % de jornadas parciales involuntarias (Nueva Encuesta  Nacional del Empleo), y el 50 % de los trabajadores ganan menos de 251.000 pesos mensuales (Casen 2011).

A lo que se suma que la tan cacareada igualdad de oportunidades es un mito, como lo demuestran los resultados de la PSU (prueba de selección universitaria), la supuesta escalera social. El último año, como en los anteriores, la mayoría, el 62 %, de los puntajes nacionales se los llevaron estudiantes de los colegios privados pagados, menos del 8% de la población tiene acceso a ellos; el 24 %, los de particulares subvencionados, y solo el 14 %, los de municipios, la gran masa.

En resumen, Chile tiene uno de los sistemas educacionales más segregados. Y, según Patricio Meller, si se considera el PIB del país y el ingreso per cápita tiene el costo universitario más caro del mundo, más un Estado tacaño como consecuencia de los bajísimos impuestos. Cada alumno debe poner cinco pesos por cada uno que pone el gobierno, mientras que en EE.UU. es solamente dos por uno.

A lo que se suma una gran desigualdad. La fortuna líquida de nuestros multimillonarios en la revista Forbes fue de 40,70 mil millones el 2010, de 51,35, el 2011, y de 61,45, el 2012, y su participación en el PIB, es decir en la economía, también se elevó de 16,46 % a 19,28 % y a 22,76 %, respectivamente. En esos porcentajes estamos muy cerca del récord mundial. Y el gini, la medida de la desigualdad, sigue siendo altísimo y con una mínima disminución después de impuestos y transferencias, 0,54 y 0,52, respectivamente.
Ahora sin miedo

Todo ello ocurre cuando desapareció el terror a la dictadura, que moderó y desmovilizó a la población. Proceso que comenzó con la detención de Pinochet en Londres en 1998. Hoy la ciudadanía, consumidora de promesas de los círculos gobernantes, exige que se transformen en realidad, y Chile pase a ser una sociedad de clase media fundada en el conocimiento, es decir, en estudios universitarios, y con buenos salarios. Con todo se frustran: el 82 % de los chilenos cree que el crecimiento económico solo beneficia a los sectores más ricos (encuesta CERC, junio 2013).

¿Será posible satisfacer esa esperanza con una economía de muy baja productividad? ¿Hay algún proyecto de cambio estructural, en vez de consumir los ingresos del cobre? Sí los hay, incluso entre miembros del equipo de Bachelet, aunque no de todos. En el mañana influirá nuestra futura Presidenta, quien incluso presentó un libro, “El otro modelo”, aunque temo que no esté bien acompañada por la partidocracia que es parte de la Nueva Mayoría.

Fuente: El Mostrador

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